Peter deseó que no
hubiera hecho eso. Su camisa negra ya era suficientemente ajustada sin ayuda de
la presión que ejercían los brazos. Ni siquiera quería que ningún otro hombre
la mirase cuando se ponía así.
—Me quitaré los zapatos
para dar un paseo por la playa —dijo él—. ¿Qué dices?
—¿Sabes lo raro que me
resulta ir a la playa? Cualquier playa, por no hablar de una paradisíaca como
ésta.
Él se quitó los zapatos
y se agachó para quitarse los calcetines.
—Entonces deberías
disfrutarlo mientras puedas.
—Me has convencido —dijo
ella con una sonrisa casi relajada—. Demos ese paseo.
La arena parecía blanca
a la luz de la luna, y estaba fría bajo sus pies. Con el murmullo de las olas a
su izquierda y la selva tropical a la derecha, estaban completamente apartados.
Peter pensó que era un
escenario bastante romántico. El tipo de lugar para compartir algo especial.
—No parece haber nadie
más por aquí —dijo Lali—. Pensé que habría algunas personas disfrutando de
esto.
—La mayoría seguirán en
el hotel, disfrutando del entretenimiento.
Se quedaron en silencio
y anduvieron. Lali parecía contenta de poder respirar el aire marítimo. Cada
vez que llegaba una ola un poco más fuerte, ella corría hacia el interior de la
playa. De vez en cuando se cruzaban con otra pareja, pero la mayor parte de la
playa estaba desierta.
A Peter le alegraba que Lali
estuviera contenta. Al fin y al cabo no había nada de malo en querer que fuera
feliz.
—¿Qué pasa? —preguntó él
observando su expresión a la luz de la luna. Lali tenía el pelo suelto, que
acariciaba su cara. En la oscuridad sus ojos eran como dos pozos profundos y
misteriosos.
—Pensarás que es una
tontería. Me preguntaba cómo de pronto tendría que levantarse una persona para
encontrar las mejores conchas marinas antes que nadie —dijo ella con una
sonrisa—. Una niñería, ¿verdad?
—Debe de ser la luz de
la luna.
—¿Mmm?
Aquella respuesta
ensoñadora le hizo desear acercarla más a él para poder sentir su calor contra
su pecho mientras andaban.
—Hay un lugar al otro
lado de la isla que es bueno para las conchas. No hay muchas por aquí.
—¿Has estado aquí antes?
No me había dado cuenta.
—Vine hace unos años con
mi padre y mis hermanos.
Tratamos de conseguir un
fin de semana para irnos juntos un par de veces al año.
—Te envidio esas
relaciones.
Estuvo tentado de abrir
la boca y decirle que ella podría compartir todo eso, pero entonces recordó que
se había dicho a sí mismo que se mantendría alejado. Así que simplemente le
acarició un mechón de pelo que le caía por la cara.
No debería haberla
tocado, porque entonces quiso hacerlo de nuevo y con más intensidad.
—Deberíamos volver. Se
estará haciendo tarde.
—Es hora de dormir un
poco —convino ella de inmediato, pero sus ojos no dejaban de moverse sobre su cara,
mientras que el pulso era visible en su garganta.
Peter tuvo la imperiosa
necesidad de besarla en el cuello, pero simplemente le tomó la mano y
comenzó a desandar lo andado. Cuando llegaron al bungalow, la soltó y la dejó
pasar.
—Puedes usar el baño
primero. Buenas noches.
—Buenas noches, Peter —dijo
ella, y si estiró para darle un beso—. Has sido muy comprensivo. No importa lo
que pase, no olvidaré eso.
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