Lali tenía que seguir
adelante con la boda. Tenía que seguir mintiendo a Peter hasta que hubiera
terminado de pagar el chantaje. Y luego tendría que huir.
Se sentía esperanzada
con el futuro de su hermana. Pero con respecto a ella misma, jamás se había
sentido tan desamparada, confusa y desolada. La única cosa que le quedaba para
controlar el daño, para proteger su corazón de más dolor, era asegurarse de que
ella y Peter nunca hicieran el amor.
El sábado llegó rápido.
Antes de que Lali pudiera darse cuenta, ya estaba en la capilla, frente a Dios
y a todo el mundo, consumida por la culpa, a punto de comenzar con un
matrimonio que nunca llegaría a consumarse.
Su regalo final para Peter
sería una anulación rápida. No era el tipo de pensamientos que las novias
tenían normalmente cuando estaban en el altar.
Era irónico que todo
aquello hubiera acabado en un edificio tan bonito. La vieja capilla tenía una
elegancia atemporal que se mostraba en cada detalle arquitectónico. Los bancos
de madera y los ventanales de cristal formaban un escenario perfecto junto con
las docenas y docenas de candelabros que proporcionaban un suave brillo al
lugar.
Con la ayuda de un
planificador de bodas muy eficaz y discreto, Lali había logrado arreglárselas.
En la superficie, las cosas parecían ir bien. Incluso ella misma tenía buen
aspecto, con su vestido de satén blanco con encaje francés.
Los amigos y familiares de
ambos llenaban unas cuantas filas de la iglesia tras ellos, sonriendo con
benevolencia mientras las cámaras disparaban los flashes. Pero Lali estaba a
punto de intercambiar los votos matrimoniales con el jefe. La idea era
aterradora.
Miró hacia donde Peter
estaba, a su lado, frente al reverendo. Cada día, su amor por él era más
profundo, y esa era otra de las razones por las que debía mantener ese
matrimonio como algo platónico.
Si quería sobrevivir a
eso, no podía permitirse enamorarse más aún, y sabía que, si hacían el amor,
cualquier defensa que le quedara, desaparecería.
Cómo deseaba poder
decirle todo eso a Peter. Pero él la despreciaría y la mandaría a paseo, y
ninguno de sus problemas quedaría resuelto. Estaba atrapada en su propia red de
mentiras. E iba a ir a peor antes de ponerse bien.
No podía afrontar la
idea de que se le iba a romper el corazón. Y, encima, tenía que luchar contra
la atracción que parecía consumirlos a los dos a cada oportunidad.
Peter no había mantenido
su deseo por ella en secreto. Lali también lo deseaba. Cada vez que estaban en
una habitación juntos, vibraba ante él, con necesidad y deseo. Y era todo por
él.
Y eso sólo era el
principio de sus sentimientos. Él decía no estar interesado en los sentimientos
que unen a las parejas, pero para un hombre con un punto de vista tan cínico,
podía ser increíblemente considerado. Eso sólo conseguía que a ella le
importase más.
La verdad era que ella
quería que todo aquello fuese real. Quería que fuese amor lo que brillase en
los ojos de Peter, no la pura satisfacción. Porque no era más que eso,
satisfacción. Sin embargo, cuando lo miraba a los ojos, veía una emoción de
algún tipo.
«No. No puede tener
sentimientos con respecto a esto. Es sólo deseo, lujuria».
Porque, si no era así,
entonces no sólo se exponía a que le rompieran el corazón de manera brutal,
sino que iba a herirlo profundamente a él.
—Por favor, unid
vuestras manos —dijo el reverendo, y ellos obedecieron—. ¿Tú, Lali Maree…? —comenzó
el reverendo.
El sonido de su pulso en
los oídos hizo que el resto de las palabras pasaran inadvertidas. Cuando los
labios del reverendo dejaron de moverse, ella cerró los ojos, incapaz de mirar
a Peter mientras daba respuesta a la pregunta que debía unirlos para siempre.
—Sí, quiero.
—¿Y tú, Peter Anthony…?
Peter le apretó la mano
con fuerza y dijo:
—Sí, quiero.
Su respuesta sonó
convencida y satisfecha. Peter la miró y un fuego sensual fluyó entre ellos y
los rodeó.
Ella ansiaba poder
echarse hacia delante y sentir su cuerpo, para llenar su alma con la de él y
mantenerlo ahí para siempre.
—Puedes besar a la novia
—dijo el reverendo.
Peter no perdió el
tiempo. La tomó en sus brazos y le dio el beso con el que había fantaseado
desde que se había unido a él en el altar. Un beso de calor y posesión.
Se había convertido en
la señora de Peter Lanzani. Su boca temblaba bajo la de él. Le hizo falta toda
su compostura para no derrumbarse allí mismo cuando Peter apartó los labios y
le colocó la mano a la altura de su codo, como había hecho el día en que habían
comido con los Forrester por primera vez.
Quizá no fue malo del
todo que tuvieran que encontrarse con todos los invitados que les daban la
enhorabuena en ese momento, o puede que Lali hubiera dado rienda suelta a su
necesidad de llorar como un bebé. O de correr. O quizá de llorar como un bebé y
correr.
Luego vendría todo lo
demás. Esa noche. La semana siguiente. Y todos los días hasta que hubiera
terminado de pagar el chantaje. No podía soportar pensar en eso en aquel
momento.
—Enhorabuena.
—Me alegro mucho por
vosotros.
—Ven, deja que te dé un
beso, cariño. Es muy guapa. Sé que seréis muy felices.
Ese comentario vino de
la madre de Peter, envuelta en su traje de seda verde, con múltiples joyas que
costaban una fortuna.
Peter se inclinó hacia
delante para recibir el beso de su madre en la mejilla. Parecía agradable con
ella, como si hubiera dejado descansar los demonios del pasado. Pero Lali no se
sentía tan misericordiosa.
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