—¿Una copa? —preguntó Peter
desde el mueble bar mientras Lali salía de la habitación. Ignorando su
inquietud, la cual había estado acompañándola durante toda la velada, desde que
le había dicho que no se acostaría con él ese fin de semana en Brandmeire, Peter
le dijo lo que había.
—Después de todas esas
charlas aburridas esta noche, creo que nos lo merecemos.
—Puede que éste sea el
mismo viernes que comenzamos esta mañana en Buenos Aires, pero una isla lejos
de la costa es un escenario muy diferente para el edificio Lanzani. Esta velada
no se ha parecido en absoluto al trabajo —dijo ella—. O quizá hayan sido los
canapés y los cócteles la razón de todo. ¿Crees que has impresionado a los
Forrester? Juro que estoy comenzando a odiar a ese hombre, y el modo en que
juega con la gente.
—Es su naturaleza —dijo Peter
encogiéndose de hombros, aunque a él tampoco le gustaba. Observó los ojos
brillantes de Lali, que había bebido el suficiente vino como para estar
sonrojada y dar la impresión de que sólo veía estrellas.
Era espectacular. El
deseo recorrió su cuerpo de golpe.
—Le daré este fin de
semana de diversión, pero para cuando acabe, sabrá que voy en serio y que no
estaré por siempre esperando una respuesta suya. Siempre hay más peces en el
mar.
—De hecho no estoy
segura de necesitar otra copa. Pero gracias por la oferta.
Él cerró el frigorífico
y trató de no pensar en la falda que llevaba puesta, ni en las esbeltas piernas
que había debajo. Pero era humano después de todo, a pesar de su declaración de
que no forzaría las cosas con ella. Esos instintos posesivos habían estado
haciéndole la vida imposible otra vez, sobre todo en lo referente al flirteo
con Jack Forrester.
—¿Y qué me dices de un
café?
—No —dijo ella
cruzándose de brazos—. Probablemente debería irme a… debería irme a dormir. Me
avergüenza el modo en que me he comportado antes. Te debo una disculpa por
sacar tales conclusiones como lo he hecho. Lo siento. Me siento como una
estúpida ahora mismo.
—Estabas tensa.
Aún lo estaba. Estaba
más tensa que las cuerdas de un violín. Él había podido imaginar eso a lo largo
de la velada, pero en ese momento ya no le quedaba ninguna duda.
—No pretendo ponerte las
cosas difíciles, Lali, ni forzarte a hacer cosas para las que no estás
preparada. Si eres capaz de creer eso, creo que las cosas te resultarán más
fáciles.
—Debes de pensar que soy
una cobarde, pero no lo soy —dijo ella mientras se agachaba para quitarse los
zapatos—. Hay una razón para todas y cada una de las decisiones que tomo,
aunque a veces no lo parezca.
Peter debía mantener la
distancia, pero no podía resistirse. Era casi como si algo en su interior lo
arrastrara y lo obligara a actuar contrariamente a sus decisiones. Estiró los
brazos y la agarró de los hombros.
—No tienes que
justificar tus decisiones ante mí, Lali.
Si ella supiera sus
pensamientos, puede que no se sintiera tan inclinada a hacer eso. Él quería
hacer el amor con ella y mandar a paseo todos sus principios. Incluso se
preguntaba si sus propios principios estarían en juego. Nunca se había sentido
así antes.
—Eres bajita sin tus
zapatos.
—No lo soy —dijo ella tomando
aliento—. He de decirte que mido ciento setenta centímetros. Creo que eso son
cinco pies con ocho, por si acaso eres demasiado viejo como para sentirte a
gusto con el sistema métrico.
—Veo que la gata tiene
uñas —dijo él riéndose.
—Entonces quítate los
zapatos —dijo ella—. Vamos a ver lo alto que crees que eres estando en igualdad
de condiciones.
—Creo que seguiré
teniendo ventaja —dijo él señalando los zapatos tirados en el suelo tras ellos—.
Los tacones de esas cosas deben de medir por lo menos quince centímetros.
—¡Ja! —dijo ella
cruzándose de brazos.
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