domingo, 22 de diciembre de 2013

Capítulo 22

—¿Una copa? —preguntó Peter desde el mueble bar mientras Lali salía de la habitación. Ignorando su inquietud, la cual había estado acompañándola durante toda la velada, desde que le había dicho que no se acostaría con él ese fin de semana en Brandmeire, Peter le dijo lo que había.
—Después de todas esas charlas aburridas esta noche, creo que nos lo merecemos.
—Puede que éste sea el mismo viernes que comenzamos esta mañana en Buenos Aires, pero una isla lejos de la costa es un escenario muy diferente para el edificio Lanzani. Esta velada no se ha parecido en absoluto al trabajo —dijo ella—. O quizá hayan sido los canapés y los cócteles la razón de todo. ¿Crees que has impresionado a los Forrester? Juro que estoy comenzando a odiar a ese hombre, y el modo en que juega con la gente.
—Es su naturaleza —dijo Peter encogiéndose de hombros, aunque a él tampoco le gustaba. Observó los ojos brillantes de Lali, que había bebido el suficiente vino como para estar sonrojada y dar la impresión de que sólo veía estrellas.
Era espectacular. El deseo recorrió su cuerpo de golpe.
—Le daré este fin de semana de diversión, pero para cuando acabe, sabrá que voy en serio y que no estaré por siempre esperando una respuesta suya. Siempre hay más peces en el mar.
—De hecho no estoy segura de necesitar otra copa. Pero gracias por la oferta.
Él cerró el frigorífico y trató de no pensar en la falda que llevaba puesta, ni en las esbeltas piernas que había debajo. Pero era humano después de todo, a pesar de su declaración de que no forzaría las cosas con ella. Esos instintos posesivos habían estado haciéndole la vida imposible otra vez, sobre todo en lo referente al flirteo con Jack Forrester.
—¿Y qué me dices de un café?
—No —dijo ella cruzándose de brazos—. Probablemente debería irme a… debería irme a dormir. Me avergüenza el modo en que me he comportado antes. Te debo una disculpa por sacar tales conclusiones como lo he hecho. Lo siento. Me siento como una estúpida ahora mismo.
—Estabas tensa.
Aún lo estaba. Estaba más tensa que las cuerdas de un violín. Él había podido imaginar eso a lo largo de la velada, pero en ese momento ya no le quedaba ninguna duda.
—No pretendo ponerte las cosas difíciles, Lali, ni forzarte a hacer cosas para las que no estás preparada. Si eres capaz de creer eso, creo que las cosas te resultarán más fáciles.
—Debes de pensar que soy una cobarde, pero no lo soy —dijo ella mientras se agachaba para quitarse los zapatos—. Hay una razón para todas y cada una de las decisiones que tomo, aunque a veces no lo parezca.
Peter debía mantener la distancia, pero no podía resistirse. Era casi como si algo en su interior lo arrastrara y lo obligara a actuar contrariamente a sus decisiones. Estiró los brazos y la agarró de los hombros.
—No tienes que justificar tus decisiones ante mí, Lali.
Si ella supiera sus pensamientos, puede que no se sintiera tan inclinada a hacer eso. Él quería hacer el amor con ella y mandar a paseo todos sus principios. Incluso se preguntaba si sus propios principios estarían en juego. Nunca se había sentido así antes.
—Eres bajita sin tus zapatos.
—No lo soy —dijo ella tomando aliento—. He de decirte que mido ciento setenta centímetros. Creo que eso son cinco pies con ocho, por si acaso eres demasiado viejo como para sentirte a gusto con el sistema métrico.
—Veo que la gata tiene uñas —dijo él riéndose.
—Entonces quítate los zapatos —dijo ella—. Vamos a ver lo alto que crees que eres estando en igualdad de condiciones.
—Creo que seguiré teniendo ventaja —dijo él señalando los zapatos tirados en el suelo tras ellos—. Los tacones de esas cosas deben de medir por lo menos quince centímetros.

—¡Ja! —dijo ella cruzándose de brazos.

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