A él se le aceleró el
pulso, pero simplemente dijo:
—La vista desde aquí es
espectacular por las noches —descorrió las cortinas—. Ésa es una de las razones
por las que la sala de estar y la cocina están en el piso de arriba y no abajo.
¿Te gustaría verlas?
—Sería genial —dijo
ella, y pasó por delante, siendo su rubor aún evidente—. Es curioso ver el
puerto desde una perspectiva diferente, aunque también me gusta la vista desde
tu oficina.
¿A quién le importaban
esas cosas? Peter quería tomarla allí mismo, en ese momento, y tuvo que apretar
las manos con fuerza mientras ella pasaba por delante.
«La tendré en mi cama
cuando sea el momento», pensó. «No por una urgencia impulsiva».
Cualquier otra cosa
sería como perder el control, y Peter Lanzani nunca actuaba de una manera que
no hubiera planeado previamente.
—Podría vivir aquí —continuó
diciendo ella mientras Peter la seguía hasta el balcón—. Se ve cualquier
movimiento del puerto con total claridad.
Sus hombros se rozaron y
él se permitió disfrutar de su fragancia y de la calidez de su piel.
—El yate de los
Forrester debe de estar ahí, en alguna parte.
—Sí, en alguna parte —dijo
ella, y cuando Peter le rozó la cadera con la suya, ella añadió—. Podrías
cerrar este balcón. Parcialmente. Nada que oscureciera la vista, pero ganarías
algo más de privacidad para poder sentarte aquí. Imagínate meterte en el
jacuzzi al final del día —se detuvo con una mirada de horror en la cara.
—Puedo imaginármelo muy
bien —dijo él en voz baja. La deseaba, y quería que ella supiera que la deseaba—.
Un jacuzzi hecho para dos.
—Uh, y con plantas en
las macetas —añadió ella mientras se apartaba—. Podría haber montones de ellas
aquí. Árboles ornamentales, y bambú. Incluso podrías cultivar fresas.
—Vamos abajo, al
estudio. Quiero sacar algo de la caja fuerte. Luego podremos irnos a la
oficina.
Ella lo siguió,
aparentemente feliz de ir a cualquier parte que los alejara de la habitación y
de las conversaciones sobre jacuzzis.
Peter abrió la caja
fuerte y sacó una caja de dentro. Inexplicablemente su corazón comenzó a latir
con fuerza y sintió que le costaba trabajo respirar.
—Elegiremos los anillos
juntos, tras darle a tu hermana la noticia —dijo, y le entregó la caja—. Soy demasiado
conocido como para esperar a que alguien no se dé cuenta de lo que hacemos y
divulgue el secreto. Pero esto valdrá de momento.
—Oh, pero no puedo —dijo
ella.
—Insisto —dijo él. La
reticencia de Lali lo irritó ligeramente. Debía haberse puesto a dar saltos,
como cualquier mujer. Su madre había tomado todo lo que su padre le había
ofrecido y había pedido incluso más. Joyas, coches nuevos, armarios llenos de
ropas exóticas. Tantas que ni siquiera pudo llevarlas todas antes de que
pasaran de moda.
Peter podría permitirse
a Lali, sin importar lo cara que resultara ser. Podría tener el dinero, pero
los sentimientos quedarían fuera de lugar. Y la relación no tendría
complicaciones como resultado. Tan simple como eso. Y, si se había dejado
llevar una o dos veces durante el día, era sólo por la novedad.
—Ábrela. Dime lo que
piensas.
Por un instante pensó
que Lali agarraría la caja y saldría corriendo. Pero se limitó a abrirla con
dedos temblorosos. Dentro había un collar, una gargantilla, un brazalete y unos
pendientes. Todo hecho a mano a petición suya por uno de los más reputados
joyeros de Buenos Aires.
—Son Montichelli —dijo
ella asombrada—. El diseño… las hojas de oro son pequeñas, ¿pero son hojas de
plátano?
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