martes, 10 de diciembre de 2013

Capítulo 8

Peter sonrió, como el gato que había conseguido cazar al ratón.
—Nos casaremos el primer sábado tras esos cuatro meses, así que incluso ganarías un par de días más. Deberías sentirte complacida. Negocias bien.
—Siempre y cuando siga tus términos —dijo ella.
—Algo así —convino él.
Desde esa posición, ella podía estirar la mano y tocarle la mandíbula si quería. Podía recorrer su piel bronceada que, incluso a una hora tan temprana, ya mostraba una barba incipiente. Podría acariciar su pelo negro. La certeza de que realmente deseaba hacer todas esas cosas no ayudó mucho a su estado mental.
—¿Y qué hay de tus otras condiciones? —preguntó él—. Estarías bien provista si yo me muriera, si es eso lo que te preocupa.
—No es eso. Me gustaría mantener nuestro compromiso en secreto y luego casarnos discretamente tras los cuatro meses.
—¿Por qué?
«Porque así no se montará jaleo cuando te deje».
—No me gustan las cosas grandilocuentes, y mi hermana… —comenzó a decir—. Euge está fuera del país. Ella y Nicolas están de vacaciones en Europa. Después de eso han planeado visitar algunos de nuestros países vecinos, para despertar buenos sentimientos hacia Australia.
—Y buenos sentimientos hacia el senador Nicolas C. también —dijo Peter, que sabía de las aspiraciones políticas de su cuñado—. ¿Qué tienen ellos que ver con mantener en secreto nuestro compromiso?
—Mi hermana es todo lo que tengo de familia. Quiero hablarle de esto cara a cara —dijo ella. «No tengo intención de decirle una sola palabra, y siento que tengas que pensar que sí, pero no tengo opción», pensó—. Me disgustaría si lo leyese en los periódicos o lo oyera por terceras personas.
—¿Y por qué no la llamas? Dale la noticia y así podremos seguir con nuestros planes sin preocuparnos del secretismo.
—No me parece lo suficientemente bueno —dijo ella tratando de sonar decidida—. Tiene que ser cara a cara, eso es.
—¿Cuánto tiempo estará fuera?
El calendario mental de Lali se materializó en sus ojos y dijo:
—Tres meses y medio. Quiero que mi hermana esté en la boda. No quiero casarme hasta después de que ella regrese, y estoy decidida a darle la noticia en persona.
—Bien. Mantendremos las cosas con discreción. Pero en cuanto tu hermana vuelva a Australia, se lo dices y seguimos con nuestra boda discreta en la fecha que hemos acordado —dijo él, aunque no parecía especialmente complacido, pero tampoco muy agraviado—. Al fin y al cabo tampoco importa mucho cómo lo hagamos, siempre y cuando el matrimonio siga adelante.
—Bien, gracias —dijo ella, y dejó escapar un suspiro. Aún no había salido del lío, pero podría hacerlo. Una vez que se tranquilizara y el pánico desapareciera, y pudiera utilizar sus pulmones correctamente otra vez.
—Hoy firmaremos todos los papeles necesarios —dijo él, haciéndole un gesto a Lali para que regresara al escritorio.
Quizá si se sentaba, él sería capaz de ignorar el modo en que su falda y su blusa se ajustaban a la perfección a las curvas de su cuerpo. Pero al mirarla de nuevo, supo que no sería así.
Cuanto antes tuviera todo ese asunto zanjado, mejor. No le gustaban los cabos sueltos, y desear a Lali Esposito claramente era un cabo suelto desde el momento en que había decidido casarse con ella. A veces eso era lo único que podía hacer para desterrarla de su cabeza.
—Realmente estabas seguro de mi respuesta, ¿verdad? —preguntó ella, sacándolo de su ensimismamiento.
Desde su melena rubia hasta los dedos de sus pies esbeltos y bronceados, Lali exudaba su propio estilo de sensualidad, puramente efectivo, ya que parecía totalmente inconsciente. Sus ojos marrones contenían secretos que suponían un desafío para él.
Quería verla en el calor de la pasión, ver lo que reflejarían esos ojos entonces. ¿Deseo? ¿Lujuria? La idea de sus uñas arañando su espalda, de ella susurrando su nombre, se coló en sus pensamientos.
—¿Seguro? De lo que estoy seguro, Lali, es de que esto es lo correcto.
Algo en su interior le decía eso. Se convenció a sí mismo de que era el mismo instinto que le hacía tener éxito y mantener su negocio.

Lali se sentó enfrente del escritorio y cruzó las piernas, para alcanzar después los documentos.

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