Peter sonrió, como el
gato que había conseguido cazar al ratón.
—Nos casaremos el primer
sábado tras esos cuatro meses, así que incluso ganarías un par de días más.
Deberías sentirte complacida. Negocias bien.
—Siempre y cuando siga
tus términos —dijo ella.
—Algo así —convino él.
Desde esa posición, ella
podía estirar la mano y tocarle la mandíbula si quería. Podía recorrer su piel
bronceada que, incluso a una hora tan temprana, ya mostraba una barba
incipiente. Podría acariciar su pelo negro. La certeza de que realmente deseaba
hacer todas esas cosas no ayudó mucho a su estado mental.
—¿Y qué hay de tus otras
condiciones? —preguntó él—. Estarías bien provista si yo me muriera, si es eso
lo que te preocupa.
—No es eso. Me gustaría
mantener nuestro compromiso en secreto y luego casarnos discretamente tras los
cuatro meses.
—¿Por qué?
«Porque así no se
montará jaleo cuando te deje».
—No me gustan las cosas
grandilocuentes, y mi hermana… —comenzó a decir—. Euge está fuera del país.
Ella y Nicolas están de vacaciones en Europa. Después de eso han planeado
visitar algunos de nuestros países vecinos, para despertar buenos sentimientos
hacia Australia.
—Y buenos sentimientos
hacia el senador Nicolas C. también —dijo Peter, que sabía de las aspiraciones
políticas de su cuñado—. ¿Qué tienen ellos que ver con mantener en secreto
nuestro compromiso?
—Mi hermana es todo lo
que tengo de familia. Quiero hablarle de esto cara a cara —dijo ella. «No tengo
intención de decirle una sola palabra, y siento que tengas que pensar que sí,
pero no tengo opción», pensó—. Me disgustaría si lo leyese en los periódicos o
lo oyera por terceras personas.
—¿Y por qué no la
llamas? Dale la noticia y así podremos seguir con nuestros planes sin
preocuparnos del secretismo.
—No me parece lo
suficientemente bueno —dijo ella tratando de sonar decidida—. Tiene que ser
cara a cara, eso es.
—¿Cuánto tiempo estará
fuera?
El calendario mental de Lali
se materializó en sus ojos y dijo:
—Tres meses y medio.
Quiero que mi hermana esté en la boda. No quiero casarme hasta después de que
ella regrese, y estoy decidida a darle la noticia en persona.
—Bien. Mantendremos las
cosas con discreción. Pero en cuanto tu hermana vuelva a Australia, se lo dices
y seguimos con nuestra boda discreta en la fecha que hemos acordado —dijo él,
aunque no parecía especialmente complacido, pero tampoco muy agraviado—. Al fin
y al cabo tampoco importa mucho cómo lo hagamos, siempre y cuando el matrimonio
siga adelante.
—Bien, gracias —dijo
ella, y dejó escapar un suspiro. Aún no había salido del lío, pero podría
hacerlo. Una vez que se tranquilizara y el pánico desapareciera, y pudiera
utilizar sus pulmones correctamente otra vez.
—Hoy firmaremos todos
los papeles necesarios —dijo él, haciéndole un gesto a Lali para que regresara
al escritorio.
Quizá si se sentaba, él
sería capaz de ignorar el modo en que su falda y su blusa se ajustaban a la
perfección a las curvas de su cuerpo. Pero al mirarla de nuevo, supo que no
sería así.
Cuanto antes tuviera
todo ese asunto zanjado, mejor. No le gustaban los cabos sueltos, y desear a Lali
Esposito claramente era un cabo suelto desde el momento en que había decidido
casarse con ella. A veces eso era lo único que podía hacer para desterrarla de
su cabeza.
—Realmente estabas
seguro de mi respuesta, ¿verdad? —preguntó ella, sacándolo de su
ensimismamiento.
Desde su melena rubia
hasta los dedos de sus pies esbeltos y bronceados, Lali exudaba su propio
estilo de sensualidad, puramente efectivo, ya que parecía totalmente inconsciente.
Sus ojos marrones contenían secretos que suponían un desafío para él.
Quería verla en el calor
de la pasión, ver lo que reflejarían esos ojos entonces. ¿Deseo? ¿Lujuria? La
idea de sus uñas arañando su espalda, de ella susurrando su nombre, se coló en
sus pensamientos.
—¿Seguro? De lo que
estoy seguro, Lali, es de que esto es lo correcto.
Algo en su interior le
decía eso. Se convenció a sí mismo de que era el mismo instinto que le hacía
tener éxito y mantener su negocio.
Lali se sentó enfrente
del escritorio y cruzó las piernas, para alcanzar después los documentos.
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