Hacía que Lali se
sintiera incómoda. ¿Qué tenía ella que ver con su «asentamiento y su nueva
etapa en la vida»?
—¿Realmente estás en
todas las listas?
—En todas. Aparentemente
nadie puede imaginarme siendo feliz estando solo.
—Supongo que debe de ser
un halago estar en todas las listas de solteros. Las mujeres que leen esas
listas querrían… —«pasar horas y horas haciendo el amor contigo»— llegar a
conocerte mejor, seguro. Si tuvieran la oportunidad. Ya sabes, mujeres
agradables. Las que no se esconden detrás de las plantas.
«Lali Esposito,
cállate», pensó ella. «Antes de que acabes metida hasta el cuello en este
asunto».
—Quizá tengas razón —dijo
él con esa sonrisa asesina suya que la volvía loca—. No puedo decir que haya
pensado mucho en ello.
—Oh, no. Supongo que no.
—Tú y yo hemos trabajado
muy de cerca durante los últimos seis meses, desde que te trasladaron aquí para
sustituir a mi ayudante personal.
—Me lo he pasado bien —dijo
ella. Aquel cambio de tema era desconcertante. Rezaba para que no fuese a
decirle que ya no la necesitaba. No podría soportar la idea de no verlo cada
día, de no hablar con él, de no reír con él—. Es un trabajo genial. Valoro la
oportunidad que se me brinda de involucrarme en la compañía a este nivel.
—Y la verdad es que tu
empresa hizo muy bien en recomendarte para el puesto. Lo has hecho
perfectamente —dijo él, y sacó un archivo del cajón de su escritorio para
echarle una ojeada antes de dejarlo caer sobre la mesa.
Lali vio que se trataba
de su archivo personal y su corazón se aceleró. Iba a mandarla de vuelta a su
antiguo trabajo. ¿Por qué?
—De hecho no has hecho
nada malo desde que comenzaste tu trabajo hace tres años y medio. Tu archivo es
impecable.
—Gracias —dijo ella—. Lo
hago lo mejor que puedo.
—He llegado a conocerte,
Lali. Eres honesta, directa, y se puede confiar en ti.
Ante eso, Lali se sintió
en desacuerdo. Había trabajado duro, y había sido completamente transparente en
todos los aspectos. Pero se preguntaba qué pensaría él si supiera que estaba
escondiendo secretos ante la ley y, además, pagando a un chantajista.
—Trato de hacer mi
trabajo lo mejor que puedo. Estoy comprometida con Lanzani's.
—Y yo estoy comprometido
con los planes que tengo para el futuro, Lali. Quiero que lo tengas claro.
—Claro. Sí.
—He dicho que quiero
cambiar de vida. Lo del soltero de oro es un tema aparte —dijo él, despreciando
a cientos, probablemente miles de mujeres—. Lo que me importa es asentar mi
futuro como quiero que se asiente. En resumen, mi plan es el matrimonio.
Casarme con una mujer apropiada, de mi elección.
—¿Matrimonio? —dijo
ella. De todas las opciones, ésa era la última que se le había ocurrido—. Estoy
segura de que el matrimonio te resultará muy útil si lo que quieres es asentar
tu vida.
Según asimiló la idea,
un sentimiento de celos y posesión surgió violentamente de su interior. No
quería que se casara. No quería ver a cualquier mujer colgada de su brazo a
todas horas. Ya era suficientemente horrible que ella no pudiera tenerlo. Ya lo
sabía. ¿Pero acaso tenía que restregárselo por la cara?
De pronto lo supo. Sólo
podía haber una razón para que le estuviera contando todo eso. Debía de querer
que ella lo ayudara a hacer que ocurriera. Había resaltado su eficiencia y
demás cualidades, así que sería lamedor para eso también.
Hombre maldito. ¿Cuánto
se suponía que debía aguantar una ayudante temporal con un estúpido cuelgue? Al
parecer, mucho.
Levantó su libreta,
agarró el lápiz con fuerza y dijo:
—¿Qué tipo de ayuda
puedo proporcionarte? ¿Tienes ya a alguna mujer en mente? ¿O quieres que te
redacte una lista de posibles candidatas? Se me ocurren algunos nombres, y
podría revisar las columnas de sociedad para buscar más.
«¿Quieres ver
radiografías de sus dientes? ¿Las medidas de sus caderas? ¿Quieres oír su
opinión sobre la cirugía estética y liposucción para posibles futuras referencias?
Puedo conseguir todo eso y mucho más». Quizá si se mantenía frívola no le
entrarían ganas de llorar.
—¿Qué atributos en
particular estás buscando?
—No —dijo él—. Deja que
te explique el resto.
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