Ella se quedó mirando
los calcetines y se preguntó cómo diablos un hombre podía tener unos tobillos
sexys, y cómo una mujer podría apreciar eso con un par de calcetines así. Pero
ella sí podía.
—¿Qué quieres decir?
—Euge y el senador
tienen negocios aquí, en Buenos Aires —dijo él con una sonrisa mientras se
ponía en pie—. Parece ser que estarán por aquí hasta el fin de semana.
—Oh, bien. Qué agradable
—dijo ella dando un paso atrás. No era una retirada. Simplemente quería recoger
su bolso. Con un movimiento rápido lo recuperó y lo metió en uno de los cajones
del escritorio—. Entonces supongo que quedaré con ella. ¿Ha dejado el nombre de
su hotel?
—Están en el Rorriton —dijo
Peter acercándose de nuevo, atrapándola entre el escritorio y la silla—. ¿No
crees que sea algo bueno, Lali? ¿Que tú hermana esté en la ciudad y que tenga
el fin de semana libre?
—Eh, supongo que sí —¿cómo
podía esperar que pensara correctamente si la miraba como si quisiera
comérsela?
—Nos aprovecharemos de
su presencia —dijo él inclinándose hacia delante para darle un beso en la nuca.
Era la primera vez que hacía algo así en el trabajo, por eso parecía mucho más
potente—. ¿Por qué esperar más cuando los dos nos deseamos? Estamos listos para
esto.
—¿Qué estás diciendo? —preguntó
ella. De algún modo, sus manos habían encontrado el camino hasta el cuello de Peter.
Él era fuerte, lleno de vitalidad y poder. Con sus dedos reconoció todo eso y
quiso más.
Sus sentimientos le
decían que siguiera adelante, que disfrutara tocándolo. Y por una vez, iba a
dejarse llevar.
—Mientras tu hermana
esté aquí, nos casaremos —dijo él cerrando los ojos ligeramente—. Eso es lo que
digo.
—Ah, bueno…
Lali siguió
acariciándole el cuello, absorta por el movimiento de sus músculos, hasta que
sus palabras calaron en su cerebro. Entonces retrocedió.
Aquello no era un ligero
cambio de planes. Aquello era el desastre total.
—¿Qué? No podemos.
Acordamos esperar cuatro meses. Hemos escogido una fecha. Y hay muchas cosas
que hacer antes de casarnos.
—Lo sé. Pero te conozco,
Lali, y a esa mente organizada que tienes. Estoy seguro de que ya lo tienes
todo bajo control. Estoy seguro de que podremos conseguir la licencia a tiempo.
Si tienes problemas, haré lo que sea necesario. Lo prometo.
—No —dijo ella negando
con la cabeza. No podía permitir que la obligara a casarse ese fin de semana—.
No lo tengo todo tan preparado como para casarme en dos días. Sería muy injusto
por tu parte pedirme eso.
Al ver que no parecía
convencido, insistió utilizando todas las armas que se le ocurrieron.
—Creo que me dejaste
organizar la boda porque pensaste que me divertiría. Si nos casamos este fin de
semana, no habría diversión para mí. Será algo precipitado. ¿Es eso lo que
quieres?
—No. Y si hubieras
estado planeando algo enorme, comprendería tus preocupaciones. Pero preferiste
una ceremonia tranquila y discreta. Supongo que eso es algo que se puede hacer
antes de lo que habíamos previsto.
—Euge y Nicolas vendrían
a la boda en cualquier otro momento —dijo ella comenzando a sonar desesperada—.
Si insistes en adelantarlo, por lo menos dame un poco más de tiempo.
Él se cruzó de brazos y
levantó la barbilla.
—¿Como cuánto?
—Como dos meses a partir
de ahora —de ese modo tendría que apañárselas para terminar de pagar al antiguo
jefe de Euge dos semanas antes, pero…
—Para esperar dos meses,
esperamos a la fecha original que habíamos previsto.
—Exacto —dijo ella
decidida a convencerlo ya que él había sacado el tema.
—¿Son los nervios de
antes de la boda? No tienes por qué tener miedo. Te prometo que estaremos bien
juntos.
—Me gustaría celebrar la
boda al menos dentro de dos meses.
—No puedo estar de
acuerdo.
—Entonces un mes —dijo.
No sabía cómo podría solucionar el problema del chantajista en tan poco tiempo,
pero tendría que intentarlo.
—Lo siento —dijo él
negando con la cabeza—. No puede ser.
—No estás dispuesto a
ceder ni un ápice, ¿verdad? ¿Incluso aunque me hayas colocado en una situación
tan rara?
—Cuando lo pienses
mejor, te darás cuenta de que es lo mejor. Míranos. Hemos estado evitándonos en
la oficina desde que regresamos de la isla. Los dos hemos estado aguantándonos
para que las cosas fueran bien. De este modo la espera acabará. Nos unimos y nuestro
entorno de trabajo vuelve a ser normal. Los dos estaremos mejor.
Todo parecía muy
inteligente y racional. ¿Qué iba a hacer ella? Por un momento pensó que iba a
empezar a hiperventilar.
—¡Tranquila! —dijo Peter
abrazándola—. Parece como si te fueras a desmayar.
—La comida —dijo ella
por poner una excusa—. No he comido.
Excepto el trozo de
tarta de queso, el café, la nata montada y esa cosa de chocolate que ponían
encima de la nata.
—He estado muy ocupada.
—No vuelvas a pasar sin
comer. ¿Me has oído? Dime que no estás a dieta para entrar en algún estúpido
vestido.
—No estoy a dieta para
tratar de ser algo que no soy —dijo ella tocándole la cara, incapaz de
resistirse.
—Entonces quiero verte
comiendo algo que hayas encargado de la cafetería en diez minutos —dijo él, la
soltó y se echó hacia atrás—. Cuando tengas algo de comida en el estómago,
discutiremos sobre los planes de boda. Sólo tenemos un par de días, así que
tenemos que ponernos a ello.
—Quiero hablar con Euge —dijo
Lali. Necesitaba un plan. Un plan que le evitara casarse con ese hombre en dos
días—. Creo que al final sí que me tomaré el resto de esa hora libre para
comer.
—Bien. Vete a ver a tu
hermana. Date tiempo para aceptar la idea de la boda. Cuando lo hagas, te
sentirás mejor. Te lo prometo.
—¿Eso crees?
No podían casarse. Eso
era todo. Él querría compartir la cama, pero no su corazón. Y ella estaría
muñéndose por dentro. No podría vivir así, con un vacío de afecto en su
interior.
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