¡Llegaba tarde! Lali observó de nuevo el reloj: 9:15 am. Tembló. Si era lista, regresaría al interior de la cabina de Nicolas para esperar, pero entonces tendría que enfrentarse
a su
madre de nuevo. Estaba claro que no se verían cara
a cara en
mucho tiempo.
Su
madre no entendía como sus acciones no impactaban en sus hijas. Durante una segunda discusión la
última noche, mamá dijo eso porque Lali tenía dieciocho años y era una adulta, su madre más o menos terminó de criarla.
Lo que sea que hubiera habido entre los padres de Lali había
convertido a su madre en alguien a quien Lali no reconocía, o que
especialmente le gustase ahora. Al menos la actitud de su madre hizo
más fácil a
Lali marcharse. De hecho, su madre pareció
aliviada de
que no tendría que lidiar
con
Lali durante otros dos días.
El aire frío penetró en su abrigo. Como mínimo esta vez llevaba botas y no zapatillas de deporte. Miró a la carretera y vio un vehículo llegar a
la vista. Un segundo después, reconoció la camioneta azul de Peter.
El índice de su corazón se aceleró.
La
camioneta
disminuyó y paró a su lado. Ella abrió la puerta.
—Hey, Lali.
—Sonrió él, y ella volvió a enamorarse de su rostro.
—Hola. —Devolvió la sonrisa. ¿Había alguna posibilidad de que él estuviera tan feliz de verla como ella de verlo a él?
Peter salió y
caminó entorno a la camioneta.
—Aquí, déjame ayudarte. —Cogió su gran lona y
la
tiró en la parte trasera. Alargó el brazo para coger la mochila, pero ella lo apartó.
—Gracias, pero lo mantendré conmigo, el portátil está
ahí.
—Bien. —Cogió la bolsa
de
compra.
—Esto también lo mantendré delante. Son regalos de mi madre y mi hermana.
No querría que les ocurriera nada. —Lo observó, esperando alguna señal de que estaba contento de verla.
Peter levantó una ceja.
—Sírvete tú misma.
Él se detuvo y la miró. Ojala pudiese leer sus pensamientos. Él llegó al
bolsillo de su abrigo y
sacó la
bufanda roja. Se había
olvidado de eso.
Con manos suaves, Peter envolvió la bufanda alrededor de su cuello
y la arropó. Ella sonrió. La bufanda olía a Peter. Sus dedos le acariciaron
la mejilla.
La miró
a los ojos, después se inclinó
adelante y capturó
su boca. El familiar toque de sus labios en los suyos envió cálidos temblores a través
de
ella. La besó
suave y largo. Ella saboreó su dulzura.
Los labios de él se apartaron. Peter dio un asentimiento satisfecho, dio la
vuelta y entró en la camioneta.
Lali
resplandecía por todos lados. Perdiendo el tiempo, maniobró
las bolsas permanentes en la cabina y subió. Era
un espacio apretado. Apretujó las mochilas en el suelo y
notó el posavasos.
Había dos tazas de café humeantes lado a lado.
Vamos,
dame una pista. ¿A dónde vamos? —pidió Lali a Peter que le dijera. Él sonrió.
—Lo
sabrás muy pronto.
Caminaron de la mano, sus dedos entrelazados. Él y Lali habían
salido un par de veces desde que volvieron a Madison hace unos pocos
días, pero esta era su primera cita oficial, y él planeaba hacer de ésta una cita que ella
nunca
olvidaría.
Desde que Peter había roto con Paula el día de Navidad, nunca se había sentido más feliz. Al sentarse en la mesa de la cocina de Paula
junto con los padres de ella había señalado las mentiras de Paula sobre
el
embarazo y el hecho de que ahora eran personas diferentes de
las
que lo fueron en el instituto. Paula se lo tomó
mejor de lo
que
pensó. No tuvo una rabieta
o lo
insultó. Su padre
no lo golpeó, pero su madre lloró.
Paula se las arregló para meter un golpe cuando le devolvió el anillo. Dijo
que de todas formas siempre había querido un
diamante más
grande. Él escuchó que al día siguiente estaba
saliendo con otro chico.
Peter apretó la mano de Lali mientras giraban
la esquina. Se unieron
a un
gran torrente de personas caminando hacia el Kohl Center,
el complejo atlético de la universidad donde tomaban
lugar todos los
grandes eventos.
—¿Vamos a un
partido de hockey? —Preguntó ella. Peter rió.
—No,
esto será mucho mejor que un partido de hockey. Creí que deberíamos comenzar
una nueva tradición por
nuestra
cuenta.
—¿Cómo ir
a la
nieve en una cabaña cada Navidad?
—Sí, algo así.
Cruzaron la calle con una multitud de otros. Lali divisó autobuses de tours.
—¿Es
eso lo que crees? ¡Oh, Peter! —Lo acercó más hasta que pudo conseguir
una vista más cercana.
Una fila de autobuses de tour y semi-trailers se alinearon por la calle.
El
logo de La
Orquesta de Trans-Siberia
estaba
impreso en todos.
—¡No puedo creer
que lo recordases! —lo abrazó.
—¿Cómo podría
olvidarlo? Hablabas sin parar
sobre
ello.
—Ni
siquiera note que estábamos en la ciudad. Imagino que con la separación de mis
padres, nunca presté atención cuando las franjas
estaban viniendo. Sabía que no iba a verlos.
—Bueno,
ahora sí.
—Bajó la frente hasta
la de ella—.
Tener que subirte en mi camioneta es lo mejor que jamás me ha
ocurrido.
Lali
sonrió.
—A
mí también.
Peter besó
su dulce boca. La
nieve comenzó a caer.
Lali lo condujo hacia el edificio.
—¡Venga! ¡Vamos!
No queremos llegar tarde.
Me encantó!!!!.
ResponderEliminarSin palabras se lo dicen todo.
Hay epílogo?.....
Lindo final me encantó
ResponderEliminarHermoso final
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