Diez
minutos más tarde, sostenían humeantes tazas de
mediocre café mientras el viento silbaba a través de las pequeñas grietas en los marcos de las ventanas.
—No
es un Starbucks, pero seguro que el truco funciona
—dijo Peter.
Lali
sorbió el brebaje y
observó a Peter.
Un
rastro de barba ensombrecía su rostro y le hacía verse incluso mejor, si eso era posible. Su pelo se estiraba al azar en un tipo de forma sexy.
Sus
expresivos ojos
marrones estaban llenos de humor, especialmente cuando
bromeaba con ella. Sonrió mucho y estaba metiéndose bajo su piel.
¿Sabía él el
efecto que tenía en las chicas? ¿En ella?
La
nieve se recolectaba en las esquinas de todas las ventanas, como en los espectáculos de Navidad
que solía ver como una
niña.
—No
creo que la tormenta vaya a parar pronto. Parece que va a
nevar sobre toda la cabina. Ojala pudiese enviar un mensaje a mi
madre. No quiero preocuparla cuando estamos completamente bien.
—Por ahora, mis padres estarán definitivamente preocupados. Odio
hacerles esto. Me pregunto si el arado ha estado en la carretera. Si es así, tal vez el conductor vio mi
camioneta y lo reportará.
—Eso espero. —Observó la nieve acumularse en las esquinas de
la ventana.
—En el lado brillante, pienso en como
de
felices estarán cuando
salgamos de aquí —dijo él.
Lali imaginó a su madre
abrazándola y diciéndole cuanto la quería. Entonces su madre se disculparía por hacer ir a Lali al norte
para Navidad cuando
deberían haberse quedado en casa como
era habitual. Lali imaginó un
fresco comienzo con su madre.
Peter vació
la taza de café y puso la jarra en el fregadero.
—Creo que saldré y cogeré más leña. —Cogió las botas de donde
ella
las lanzó. Se las puso, junto con el abrigo y el gorro—. Regreso en un rato.
Él destelló esa
mirada sexy hacia ella cuando salió por la puerta. El
corazón
de Lali se saltó un latido, y
después se reprochó a sí misma.
Para de qué te guste el hombre de otra chica. No está
bien.
Se revisó los vaqueros para encontrar que los tenía un poco arrugados, pero totalmente secos.
Rápidamente,
antes de que Peter
regresara, se deslizó
fuera de los transpirados de doble tamaño y
dentro
de sus pantalones. La abrazaron con fuerza y
se sintió mucho mejor.
Normal.
Recuperó el bolso y rebuscó alrededor por la mochila de maquillaje. Primero localizando el teléfono, jugó un largo trago y buscó
una
señal. Mierda. No solo no había señal, sino que la batería estaba
muerta.
Eso
era estúpido. Debería haberlo apagado.
Lo empujó de nuevo a
la mochila y sacó el maquillaje. Miró en el espejo compacto para descubrir las manchas de mascara bajo ambos ojos.
—¡Oh dios mío! —Se lamió
un dedo y lo
frotó debajo de cada ojo.
Mejor, pero
necesitaba
un
paño. Fue
a
buscar
uno
en
el pequeño
cuarto de baño, y captó un destello de
sí misma en el oscuro espejo y gimió. Su pelo se estiraba por todos lados. Había pensado que el pelo
de Peter parecía gracioso. No se preguntó porque Peter seguía riéndose de ella.
Aquí
estaba ella pensando en cómo de caliente se veía él,
y él debió haber estado mirándola pensando que ruina
de
tren.
Se lavó
la
cara y se ahondó el pelo. Un par de minutos más tarde,
después de que se hubiera lavado los
dientes y escupido el agua, aplicó algo de máscara y un rápido movimiento de colorete. Peter
llegó con una carga de
leña.
Repitieron el patrón de ayer donde
ella
amontonaba mientras que él entraba y salía. Cada vez que la puerta se
abría, ella juraba que la temperatura de la cabaña caía otros diez
grados. Añadió más trozos al fuego.
El desayuno consistió en una aguada sopa de tomate.
Ella quiso hacer algo mejor, pero estaba guardando lo último del pan para esa tarde,
en caso de que no fueran rescatados. Ante la cantidad de nieve
cayendo, Peter podía tener
razón
y estarían
aquí
otro día.
—¿Sin tortitas? —preguntó Peter, sorbiendo la
sopa. Lali
arrugó la nariz.
—Solo déjame decirte
que
los
ratones dejaron
algo
pequeñito y
especial en la caja.
—Ya
veo. Chica, esta sopa es increíble —dijo él.
Ella podría no haberle creído si no fuera por el parpadeo en sus preciosos ojos oscuros. En su lugar se centró en
su
sopa.
—Estaba pensando que deberíamos revisar el resto de la
cabaña para ver si
hay algo más que podamos utilizar —dijo Peter.
—¿Cómo una pala de nieve escondida?
—Es Navidad. ¿No se supone que los deseos se hacen realidad? — Situó el bol vacío en la mesa de café.
—No
lo sé, ¿fuiste un chico bueno o malo? —preguntó ella.
—Permíteme asegurarte que soy
un chico
muy
bueno. —Contoneó
las cejas hacia
ella
en un
tipo de forma traviesa.
Lali
supo que se había
dirigido justo a esa.
—Apuesto a que lo eres —respondió ella, fingiendo que no
le afectaba.
Tras lavar los platos en algo de
agua caliente, revisaron los dos armarios del recibidor. El primero contenía toallas, sabanas extra y mantas, y unos pocos juegos. Peter escarbó en el otro armario.
—¡Este podría ser nuestro día de suerte! —Gritó por encima del hombro.
—¿Qué? —Lali intentó dar un vistazo más allá de él,
pero no podía
ver nada más allá
de los mangos de escobas y las bolsas de basura.
—Mira. —Él extendió
un traje de nieve negro
con
cinta reflectora
estratégicamente situada.
Ella lo miró con
escepticismo.
—¿Y cómo, exactamente, esto hace de éste nuestro día
de suerte?
—Espera… —Alargó el brazo en la parte trasera del armario, agachándose para coger algo del suelo.
No pudo evitar más que notar
como los vaqueros le abrazaban el trasero. Peter
se veía tan bien que
ella estaba realmente celosa de negarlo. Él se giró y
mostró un casco
grande.
Ella miró
al
casco y después a Peter.
—Lo
siento, me perdiste.
—Es un traje de motos de nieve y
un casco.
Así que, debe de haber una
moto de nieve en la caseta de fuera. Podemos salir de aquí y
puedo llevarte hasta tu madre y el No Novio para la Cena de Nochebuena.
—¿Tú crees?,
¡Eso sería genial! —En
cierto modo. Aunque
en verdad Lali quería ver a su madre,
le gustaba pasar el rato con Peter y odiaba ver
el
fin.
—¿Quieres ver si hay una moto de nieve ahí? —preguntó él.
La entusiasmada mirada
en su cara era contagiosa. Sonrió.
—Claro.
En
el exterior, lucharon contra el sentido. El viento todavía batía, pero no se parecía a la nueva nieve,
más como la nieve de la noche
anterior soplando por los alrededores. La puerta del cobertizo estaba cerrada por la
nevada. Trabajaron juntos apartando
la nieve con las
manos, y
entonces Peter usó la
bota
para limpiar la nieve más cercana al
suelo. Lali deseaba haber
llevado el mohoso antiguo traje de moto de
nieve. Sus vaqueros ya estaban cubiertos de nieve. La bufanda se le
seguía
escapando, enviándole un
frío extra.
Peter tiró
del mango de la puerta de metal, abriendo
la puerta de
madera solo un par de centímetros. Lali cayó de rodillas, Peter abrió la
puerta
lo
suficiente para que se metieran dentro.
Llevó un momento ajustar la tenue
luz. Una pequeña ventana a
cada lado del cobertizo permitía la limitada luz.
Se
giraron el uno hacia
el
otro en el mismo momento.
—Ahí está. ¡Lo sabía! —dijo él.
—O
dios mío, ¿vamos a salir de aquí? —gritó ella ante la visión de
la moto de nieve.
Peter extendió los brazos y, sin pensar, Lali se metió en ellos,
recibiendo el emocionado abrazo
de oso.
Los
fuertes brazos de él la
envolvieron, sosteniéndola
con
fuerza, en el musculoso pecho.
A pesar de que ambos estaban llevando abrigos de inviernos finos, el abrazo parecía demasiado
personal, como si debiese tener
una
relación mucho más cercana con él que el del transporte compartido.
Pero a Lali no le importaba. Él la apretujo, y el lado de la cabeza de ella le golpeó la barbilla. La liberó y ella dio un paso atrás, fingiendo que
su contacto no la
había afectado.
Él miró más de
cerca la gran
máquina. El entusiasmo
en su voz decayó. Su frente se arrugó.
—Tenemos un problema. No veo ninguna llave.
—Deben estar por aquí en algún
lado. —Miró las paredes del
cobertizo buscando un clavo en el que
podrían estar colgadas. Sin suerte.
Peter movió
algunas tumbonas.
—A
veces los dueños de las cabañas esconden las llaves en las cosas en las que no se querría robar. Si el ladrón no puede encontrar las llaves, es mucho más difícil robar
algo.
Levantaron juntos los rastrillos, palas y
cubos buscando
las
escurridizas llaves.
—Su
plan está funcionando. —No podía creer
que se hubiesen acercado tanto para salir de aquí solo al tener que solucionar el misterio
de
las llaves escondidas.
Peter apartó
una pequeña tumbona del camino. Nada. Lali intentó
mover
una
maceta grande llena de tierra
y una ajada y reseca
planta.
—¿Necesitas una
mano? —Se sentó de cuclillas a
su
lado.
—Creo que lo tengo. —Le dio un tirón y se cayó de culo—. Tal vez no. —Se rió.
—Déjame
echarle un vistazo.
—Peter
agarró el otro lado de la
maceta de arcilla y torció con fuerza hasta moverla. Se cayó, golpeándola en la espalda. Sostuvo un pedazo de la maceta en la
mano—. Oops.
Rodó al lado de ella sobre
el
congelado suelo.
—Lo
siento. ¿Estás bien?
Se
levantó sobre los codos.
—Oh,
vamos. Un chico fuerte como tú debería
ser capaz de
levantarse.
—¿Así que es eso? —Se apoyó sobre un codo, su cara a meras
pulgadas de distancia. Lali no se molestó en moverse. Temía respirar.
Peter la miró a los ojos, una sonrisa juguetona en su rostro. Y de repente,
su mirada
no era juguetona. Se desplazó hacia
algo
más. Miró su boca y antes de que ella pudiera procesar lo que estaba ocurriendo, él bajó la
boca hasta la
suya.
más más más
ResponderEliminarVaya con las situaciones k tienen k vivir...más divertidas imposible,bueno las d ahora ,k antes pasaron todo lo malo.
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