domingo, 28 de junio de 2015

Capítulo 8

4
Carreras en Barro

¿La cuenta? 19 días hasta Alabama

La mañana siguiente, me despierto un poco más temprano de lo usual. Victorio, Jake, y yo corremos ocho kilómetros juntos y luego levantamos pesas antes de que me meta en la ducha. Cuando afeito mis piernas por primera vez en una semana, incluso intento alcanzar todos los puntos difíciles, alrededor de los tobillos, atrás de las rodillas.
Es como cuando mamá se pasa horas asegurándose de que cada yerba fue arrancada de su jardín de vegetales.

También me entretengo con las lociones surtidas, jabones y emulsiones que mamá pone en mi baño. Espero que a Federico le guste la mantequilla de karité.

Ugh. Todo lo que he hecho desde ayer es pensar en él. Solo obtuve dos horas de descanso anoche. Imagina esto, yo perdiendo el juego de mañana contra la Escuela Secundaria Lynchburg, el peor equipo en nuestro distrito, porque estoy agotada por pensar en un chico toda la noche.

Si, lo sé. Me enfermo a mí también.

A pesar de eso aquí estoy a las 7:00 a.m. de hecho intentando decidir qué usaré para la escuela hoy. Paso dos minutos cepillando mi cabello, lo que es como dos minutos más de lo usual, luego escojo un lindo par de jeans, ya que no tengo práctica hoy, me pongo un sujetador push-up y ropa interior a juego que se han infiltrado en mi cajón de ropa interior. La ropa interior de encaje azul cubre nada y aporta prácticamente nada de apoyo.

Mamá realmente debe querer que me consiga un novio.

Tan incómoda como me siento, me dejo la ropa interior femenina puesta de todas formas. ¿Quién sabe? Siempre y cuando, se queden malditamente afuera de la grieta de mi trasero, puede que me hagan sentir más sexy el día de hoy.

Y en lugar de mis usuales andrajosas camisetas de “Titanes” y “Carrera de dieciséis kilómetros de Bell Buckle Moon Pie”, elijo una ajustada camiseta negra lisa. Lo sé, lo sé, soy salvaje. ¿Pero en serio? Para mí, ésta ajustada camiseta es realmente arreglarse, y luce mis pechos. No creo que mucha gente se dé cuenta de que tengo pechos. Ni siquiera Jake, el completo calentón, sabe que tengo pecho.

Completo el conjunto con sandalias y brillo labial. Más vale que Federico aprecie cuan duro  trabajé  para  ponerme  atractiva  para  él  esta  mañana,  porque  estoy malditamente agotada.





A la hora del almuerzo me dirijo a la cafetería, la que siempre huele como una mezcla  de pastel de carne  y  aderezo  de ensalada,  como  si  esos olores  se hubieran impregnado en las paredes de concreto y el piso de azulejos. Tomo un trozo de pizza, una ensalada y un par de cajas de leche chocolatada. Sé que tengo diecisiete y ese tipo de cajas pequeñas de chocolate son para niños, pero me encantan.

Hoy, soy la primera persona en sentarme en la mesa del equipo de fútbol, y cuando miro hacia la fila del almuerzo para ver dónde está el resto de los chicos, allí está él. Federico. Está mirándome fijamente, sonriendo. A través de la cafetería, modula las palabras:

— ¿Puedo sentarme contigo?

Como un bocado de pizza y apunto a la mesa. Él sonríe de nuevo. De pronto parece que pierdo la habilidad de masticar.

Deja caer su bandeja y se desliza a mi lado. Nuestros codos se tocan. —Oye, Espósito.

Asiento una vez. —Federico.

Examino la cafetería buscando al resto de los chicos, esperando que lleguen aquí pronto. Pablo y Nicolás están conversando con una mesa llena de novatas.

Desde unas mesas más allá, Rocío está mirando a Pablo, pero él ni lo nota siquiera porque   una   pelirroja   está   alimentándolo   con   papas   fritas.   Nicolás   está escuchando a una chica con un largo cabello marrón, observándola como si estuviera diciendo cosas muy importantes, como dándole un informe “jugada por jugada” del Super Bowl XXXVIII.  Pero en realidad, ella probablemente esté dándole un informe “jugada por jugada” de alguna novela de romance, donde una chica se enamora de un chico que es realmente un hombre lobo y un vampiro que es realmente un dragón con alas gigantes, y un apuesto rey que es realmente un vampiro.

Peter está parado junto a la ventana hablando con Eugenia Myer. Está recostado contra el vidrio y frunciendo el ceño.

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