jueves, 25 de junio de 2015

Capítulo 4

Higgins vuela campo abajo, y luego toma una izquierda rápida. Federico lanza el balón hacia los brazos de Higgins. Estoy impresionada, no podría haberlo hecho mejor,  y  Federico ni siquiera  sabe cómo se mueve Higgins.  Hacemos un  par de ejercicios más y Federico hace que todos se vean fáciles. Somos iguales.


Y tengo miedo.

Federico es más grande, más fuerte, obviamente, y, a diferencia de mí, probablemente no lo arruina en los dos últimos minutos de un partido por el campeonato estatal. Johnson City nos ga 13-10, porque lancé una intercepción y ellos lo convirtieron en un touchdown.

¿Qué pasa si el entrenador le da mi posición a él? Trato de sacudir este pensamiento de mi mente, he trabajado años para esto. Me lo he ganado. Para que el entrenador me quite mi posición, tendría que echarlo a perder de una manera espectacular. Como cinco intercepciones seguidas por una rdida de balón.

Finalmente, el entrenador Miller regresa. —Espósito, Federico, hablemos dice, gesticulando para que nosotros nos alejemos del resto de los jugadores. Peter me mira a medida que avanzamos hacia el entrenador.

Federico, ese es un gran brazo el que tienes ahí. Y tienes los reflejos muy desarrollados, también dice el entrenador.

—Gracias, señor.

— ¿Eres de ultimo año?

—Sí.

— ¿Y empezaste para tu equipo en Texas cuando ganaste el campeonato el año pasado?

—Sí.

Ahora es mi turno de mirar el pasto.                               
                                          
Gracias a nuestros aficionados, la mayoría esposas de antiguos Titanes que aun llaman a Franklin su hogar, Hundred Oaks tiene el mejor programa de fútbol en las secundarias de Tennessee. Tenemos montones de dinero para comprar equipos para  pagar  personal  de  primera  clase.  El  Entrenador  Miller  solía entrenar fútbol universitario, pero lo dejó por una vida más tranquila cuando su esposa se enfermó. Su experiencia ha llevado a varios jugadores a conseguir becas universitarias completas.

Apuesto a que es por eso que Federico quiere jugar en Hundred Oaks. Es como si estuviéramos en la misma liga, pero él está un escalón más arriba. Las lágrimas llenan mis ojos. Necesito concentrarme. No puedo llorar frente a mi equipo.

Maldito estgeno.

El  Entrenador  estrecha  sus  ojos.   ¿Por  qué  renunciaas  a  todo  eso?  ¿No podían tus padres quedarse un año más en Texas para que pudieras elegir universidades? ¿Y por qFranklin? Si teas que mudarte a Tennessee, me sorprende que tus padres no buscaran un equipo de secundaria al que le faltara un mariscal de campo estrella.

El dolor regresa a los ojos de Federico. Hice lo que tenía que hacer, señor. Me mudé aq con mi hermana y mi mamá. Revolviendo su cabello color arena, Federico me mira. Algunas cosas son más importantes que el fútbol.

¿Qué? ¿Un jugador de Texas que no se arrodilla y le reza a los Vaqueros todos los domingos?

Épico.

El Entrenador asiente. Eso veo. Bueno, estás en el equipo, pero no sé cuánto tiempo de juego te puedo garantizar.

—Gracias, señor. Estar en el equipo es suficiente para mí dice Federico con un rastro de sonrisa. Él se mete las manos en sus bolsillos.

—Genial. Te conseguiremos un uniforme utiliza tu camiseta el viernes para el show de porristas dice el Entrenador—. Eso es suficiente por hoy, Espósito. No hay practica mañana el equipo necesita descansar antes del juego.

Entendido,  Entrenador.  Me  regreso  hacia  mi  equipo  y  grito—: No  hay práctica mañana. No hagan nada estúpido en su día libre.                                       
Me quito el casco y me dirijo al casillero de las chicas lo más rápidque puedo… necesito entrar y salir antes de que termine la práctica de porristas y empiecen a preguntarme sobre sus enamorados, también conocidos como mis compañeros de equipo.

Parece que no entienden que los chicos no se pasan todo su tiempo hablando de chicas. Solo cerca, diría yo, del noventa por ciento de su tiempo es dirigido a eso. E incluso entonces, es acerca de quién se está acostando con quién, y quién se  quiere  acostar  con  quién.  El  día  que  escuche  a  Pablo  hablar  sobre  sus sentimientos es el día en el que voy a correr hacia un refugio nuclear y a orar por mi vida.

Cuando voy por la mitad de la cancha, Pablo, Nicolás y Peter corren detrás de mí. Peter pone un brazo sobre mis hombros mientras se quita el casco, sacudiendo su ondulado cabello rubio. Se quita algunos rizos de la frente y susurra:

— ¿Así que el Entrenador va a dejar que el tal Federico entre al equipo?

—Síp —contesto, arreglando mi camiseta.

Eso es mierda —responde Pablo, tronando sus nudillos.

— ¿Cuál es su historia? pregunta Nicolás.

—Ni idea digo, pero me muero por saberlo. Empiezo a quitarme la mugre de las manos y de mi pantalón de fútbol.

Peter me mira y me susurra:

— ¿Estás segura de que estás bien?

Totalmente. Escucho mi voz quebrarse.

Ese tipo no es nada contra ti añade Pablo, mirando sobre su hombro a Federico que está hablando con el Entrenador.

Ambos sabemos que eso no es verdad. ¿Viste como maneja los pies? Federico es genial.

—Sí… increíble dice Peter, cerrando los ojos, acerndome a él mientras nos acercamos al vestidor de chicas.

Abriendo la puerta le digo:

—Bien Peter… nos vemos en un rato. —Dejándolo afuera. Él balancea su casco de atrás hacia adelante mientras yo dejo que la puerta se tire.

Camino a través de la sala de concreto blanco de los vestidores, que está cubiertpor alfombra roja y negra. Me siento en una banca, me quito mi camiseta de práctica y hombreras y me dirijo a las duchas. El agua fría se siente genial, y finalmente, me relajo. Cuando termino me pongo unos pantalones cortos de malla y una camiseta antes de dirigirme a los casilleros. Caminar en mi ropa interior blanca frente a las porristas no es mi idea de diversión.

Escucho las risitas cuando estoy a diez millas de las otras chicas. Temblando, me dirijo a mi casillero, lo abro y saco mi maletín.

—Creo que Pablo me dirá pronto que me ama —le dice Rocío a Paula.

—Definitivamente lo ha dice Paula—. Lo noto por la manera en que te mira.

Me obligo a mí misma a toser para no reírme. Pablo mira a Rocío de la misma manera en que mira al resto de las porristas de los Titanes. Es la misma manera en la que mira a las papas con queso, para ese propósito.

Oye Lali dice Rocío, cepillando su cabello marrón. ¿Tiene que estar ade pie en escasa ropa interior negra? Se cubriría más usando un carrete de hilo que esa cosa.

Oye digo, concentrándome en recoger mis cosas e irme de allí. Ignoro mi cabello mojado, cepillarlo me tomaría demasiado tiempo.

— ¿Cuándo fue la última vez que te depilaste las piernas? pregunta Rocío.

Me muerdo la mejilla. A veces Rocío me hace sentir como una mierda. Quiero decir, ¿Qué tal que Federico note que no me he depilado las piernas como en una semana?

Así que, uhm, ¿Me ha mencionado Pablo últimamente? dice Rocío.

¿Te refieres a aparte de contarme que ayer por la noche se acostaron en el asiento trasero del auto de tu mamá? Aún estoy intentando descifrar como Pablo cabría horizontalmente en la parte trasera de un Ford Taurus, pero le cree que en realidad pasó.

—Nop digo—. Ni una palabra. Rocío tira su cepillo en su maletín.

Trato de improvisar una mirada comprensiva, pero es más difícil de lo que pensé que sea.

Nunca le he dicho esto a nadie, ni siquiera a Peter, pero una vez escuc a
Rocío y a Paula hablando mal de mí en el baño…

Recuerdo escuchar a Rocío quejarse:

—No entiendo por qué Pablo sale tanto con ella. No es que sea bonita. ¡Es enorme!

—No lo sé le había respondido Paula—. Peter babea por ella también, aunque sea lesbiana.

Pablo promete que no está acostándose con ella

Tal vez ella se está acostando tanto con él como con Peter. —Y eso no fue ofensa de una sola ocasión. Paula lo hace en repetidas veces.

Justo entonces, Mery y Eugenia, la ex de Peter, entran por la puerta de la sala de los vestidores.

Peter me invito a salir —le está diciendo Mery a Eugenia, quien aprieta los labios, mordiéndolos—. ¿Te molesta si le digo que sí?

—No… me alegra dice Eugenia, concentrándose en mí, y luego le indica a Mery que la siga.

Se dirigen directo a mi casillero, — ¿Qun es el nuevo chico? me pregunta Eugenia.

—Su nombre es Federico Romero le digo—. Se acaba de mudar de Texas.

—Se veía muy bien allá afuera dice Rocío—. Quiero decir, en rminos de fútbol.

Yo me burlo. Como si Rocío supiera algo de fútbol.

— ¿Celosa? —Pregunta Paula—. Parece ser igual de bueno que tú.

—No. Estoy agradecida por tener un gran reemplazo —respondo, agarrando mi maletín—. Él juega de mariscal igual que yo sabes, es una posición en este juego llamado fútbol.

Paula voltea los ojos y continúa mirándose en el espejo. — ¿Por q tu cara está toda roja?


Me dirijo a la puerta

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