Higgins vuela campo abajo, y luego toma una izquierda rápida. Federico
lanza el balón hacia los brazos
de
Higgins. Estoy impresionada, no podría haberlo hecho mejor, y Federico
ni siquiera sabe cómo se mueve Higgins. Hacemos un
par de
ejercicios más y Federico hace que todos se vean fáciles. Somos iguales.
Y tengo miedo.
Federico es más grande, más
fuerte, obviamente, y, a diferencia de mí, probablemente
no lo
arruina en los dos últimos minutos de un partido por el campeonato estatal. Johnson City nos ganó 13-10, porque lancé una intercepción y ellos lo
convirtieron en un touchdown.
¿Qué pasa si el entrenador le
da
mi posición a él? Trato de sacudir este
pensamiento de mi mente, he trabajado años para esto. Me lo he ganado. Para
que
el entrenador me quite mi posición, tendría que echarlo a perder de una
manera espectacular. Como cinco intercepciones seguidas por una pérdida de balón.
Finalmente, el
entrenador Miller regresa. —Espósito, Federico, hablemos —dice, gesticulando para que nosotros
nos alejemos
del
resto de los jugadores. Peter
me
mira a medida que avanzamos hacia el entrenador.
—Federico, ese es un gran brazo
el
que tienes ahí. Y tienes los
reflejos muy desarrollados, también —dice el entrenador.
—Gracias, señor.
— ¿Eres de ultimo año?
—Sí.
— ¿Y empezaste
para tu equipo en Texas
cuando ganaste
el campeonato el año
pasado?
—Sí.
Ahora es mi turno de mirar
el
pasto.
Gracias a nuestros aficionados, la mayoría esposas de antiguos Titanes que aun llaman a Franklin su hogar, Hundred Oaks tiene el mejor programa de fútbol
en las secundarias de Tennessee. Tenemos montones de dinero para comprar equipos y para
pagar
personal de
primera clase. El
Entrenador
Miller solía
entrenar fútbol universitario, pero lo dejó por una vida más tranquila cuando su
esposa se enfermó. Su experiencia ha llevado a varios
jugadores a conseguir
becas universitarias completas.
Apuesto a que es por eso que Federico
quiere jugar en Hundred Oaks. Es como si
estuviéramos en la misma liga, pero él está un escalón más arriba.
Las lágrimas
llenan mis ojos. Necesito concentrarme. No puedo llorar frente a mi equipo.
Maldito estrógeno.
El Entrenador estrecha sus
ojos.
— ¿Por
qué
renunciarías a
todo
eso?
¿No podían tus
padres
quedarse un año más
en
Texas para que pudieras elegir
universidades? ¿Y por qué Franklin? Si tenías que
mudarte
a Tennessee, me
sorprende que tus
padres
no buscaran un equipo de secundaria al que le faltara
un mariscal de campo estrella.
El dolor regresa a los ojos de Federico. —Hice lo que tenía que hacer, señor. Me
mudé
aquí con mi
hermana y mi mamá. —Revolviendo su cabello color arena, Federico me
mira—. Algunas cosas son más importantes que el fútbol.
¿Qué? ¿Un jugador de Texas que no se arrodilla y le reza a los Vaqueros todos los
domingos?
Épico.
El Entrenador asiente. —Eso veo. Bueno, estás en el equipo, pero no sé cuánto tiempo de juego te puedo garantizar.
—Gracias, señor. Estar en el
equipo es suficiente
para mí —dice
Federico con un rastro
de
sonrisa. Él se mete las manos en sus bolsillos.
—Genial. Te conseguiremos un uniforme… utiliza tu camiseta el viernes para el
show
de porristas —dice el Entrenador—. Eso es suficiente por hoy, Espósito. No hay practica mañana… el equipo necesita descansar antes del juego.
—Entendido, Entrenador.
—Me regreso hacia mi
equipo
y
grito—:
No hay
práctica
mañana. No hagan nada estúpido en su día
libre.
Me quito el casco y me dirijo al casillero de las chicas lo más rápido que puedo… necesito entrar y salir antes de que termine la práctica de porristas y empiecen a preguntarme sobre sus enamorados, también conocidos como mis
compañeros de equipo.
Parece que no entienden que los chicos no se pasan todo su tiempo hablando de
chicas. Solo cerca, diría yo, del
noventa por ciento de su tiempo es dirigido a
eso. E incluso entonces, es acerca de quién se está acostando con quién, y quién se
quiere
acostar con
quién.
El día que
escuche a Pablo
hablar sobre sus
sentimientos es el día en el que voy a correr hacia un refugio nuclear y a orar por mi vida.
Cuando voy por la mitad de la cancha, Pablo, Nicolás y Peter corren detrás
de
mí. Peter pone un
brazo sobre mis
hombros
mientras se quita el casco, sacudiendo su ondulado cabello rubio. Se quita
algunos rizos
de
la frente y susurra:
— ¿Así que el Entrenador va
a dejar que el tal Federico entre al equipo?
—Síp —contesto, arreglando mi camiseta.
—Eso es mierda —responde Pablo, tronando sus nudillos.
— ¿Cuál es
su
historia? —pregunta Nicolás.
—Ni idea —digo, pero me muero por saberlo. Empiezo a quitarme la mugre de
las
manos y de mi pantalón de fútbol.
Peter me mira y me susurra:
— ¿Estás segura de que estás bien?
—Totalmente. —Escucho mi voz quebrarse.
—Ese tipo no es nada contra ti —añade Pablo, mirando sobre su hombro a Federico que está
hablando con el Entrenador.
—Ambos sabemos que eso no es verdad. ¿Viste como maneja los pies? Federico es
genial.
—Sí… increíble —dice Peter, cerrando los ojos, acercándome a él mientras nos acercamos al vestidor de chicas.
Abriendo la puerta le digo:
—Bien Peter… nos vemos en un rato.
—Dejándolo afuera. Él balancea su casco de atrás hacia adelante mientras yo
dejo que la puerta se tire.
Camino a través de la sala de concreto blanco de los vestidores, que está
cubierta por alfombra roja y negra. Me siento en una banca, me quito mi camiseta de práctica y hombreras y
me
dirijo a las duchas. El agua fría se siente genial, y finalmente, me relajo. Cuando termino
me pongo unos pantalones cortos de malla y una camiseta antes de dirigirme a los casilleros. Caminar en
mi
ropa interior blanca frente a las
porristas no es mi idea de diversión.
Escucho las
risitas cuando estoy a diez millas
de
las otras chicas. Temblando, me
dirijo a
mi
casillero, lo abro y saco mi maletín.
—Creo que Pablo me dirá pronto que me ama —le dice Rocío a Paula.
—Definitivamente
lo
hará —dice Paula—. Lo noto por la manera en que
te mira.
Me obligo a mí misma a toser para no reírme. Pablo mira a Rocío de la misma manera en que mira al
resto de las porristas de los Titanes. Es la misma manera
en
la que mira a las
papas con queso, para ese propósito.
—Oye Lali —dice Rocío, cepillando su cabello marrón. ¿Tiene que estar ahí
de pie en escasa ropa interior negra? Se
cubriría más usando un carrete
de hilo que esa cosa.
—Oye —digo, concentrándome en recoger mis
cosas e irme de allí. Ignoro mi cabello mojado, cepillarlo me tomaría
demasiado tiempo.
— ¿Cuándo fue la
última
vez que te depilaste las piernas? —pregunta Rocío.
Me muerdo la mejilla.
A veces Rocío
me
hace sentir como una mierda. Quiero
decir, ¿Qué tal que Federico
note que no me he depilado las piernas como en una semana?
—Así que, uhm, ¿Me ha mencionado Pablo últimamente? —dice Rocío.
¿Te refieres a aparte de contarme que ayer por la noche se acostaron en el asiento trasero del auto de tu mamá? Aún estoy intentando descifrar como Pablo
cabría horizontalmente
en
la parte trasera de
un Ford
Taurus, pero le creeré que en realidad pasó.
—Nop —digo—. Ni una
palabra. Rocío tira
su cepillo en su maletín.
Trato de improvisar una mirada comprensiva, pero es más difícil
de lo que pensé que sería.
Nunca le he dicho esto a nadie, ni siquiera a Peter, pero una vez escuché a
Rocío y a
Paula hablando mal de mí en el baño…
Recuerdo escuchar a
Rocío quejarse:
—No entiendo por qué Pablo sale tanto con ella. No es que sea bonita. ¡Es
enorme!
—No lo sé —le había respondido Paula—. Peter babea por ella también, aunque sea lesbiana.
—Pablo
promete que no está
acostándose con ella…
—Tal vez ella se está acostando tanto con él como con Peter. —Y eso no fue
ofensa de una sola ocasión. Paula lo
hace en repetidas veces.
Justo entonces, Mery y Eugenia, la ex de Peter, entran por la puerta de la sala de
los
vestidores.
—Peter me invito a salir —le está diciendo Mery a Eugenia, quien aprieta los labios, mordiéndolos—. ¿Te molesta
si
le digo que sí?
—No… me alegra —dice Eugenia, concentrándose en mí, y luego le indica a Mery que la siga.
Se dirigen directo a mi casillero, — ¿Quién es el nuevo chico? —me pregunta
Eugenia.
—Su nombre es
Federico Romero —le digo—. Se acaba de mudar de Texas.
—Se veía muy bien allá afuera —dice Rocío—.
Quiero decir, en términos de
fútbol.
Yo me burlo. Como si Rocío supiera algo de fútbol.
— ¿Celosa?
—Pregunta Paula—. Parece ser igual de bueno que tú.
—No. Estoy agradecida por tener un gran reemplazo —respondo, agarrando mi
maletín—. Él juega de mariscal igual que yo… sabes, es una posición en este
juego llamado fútbol.
Paula voltea los ojos y continúa mirándose en el espejo. —
¿Por
qué tu cara está
toda
roja?
Me dirijo a
la puerta.
maaaaasssssssssss
ResponderEliminarme encanttaaa maass
ResponderEliminarQue odiosas son esas porristas pobre lali
ResponderEliminarK soberbias Paula y Lacey,ese tipo d personas terminan mal ,o solas.
ResponderEliminar