miércoles, 22 de julio de 2015

Capítulo 26

16
Negocios 

Me subo a la camioneta de Peter y él conduce. No tengo idea de a dónde vamos. En silencio, pasa junto a pilas de heno y bajo las ramas de árboles que cuelgan sobre el camino. ¿Quién de nosotros va a hablar primero?

Sé que vio mis ojos hinchados la primera vez que se detuvo, pero en cambio, escogió enfocarse en un basurero. Es malo si tu mejor amigo en el mundo, preferiría mirar a un basurero en vez de a ti.

Federico me envía un mensaje:

Necesito saber en dónde estás.

No le respondo.

Finalmente, Peter estaciona junto al rio Cumberland, nos bajamos y caminamos hacia una represa. Ahora que es septiembre, el clima está más frío. Me gusta.

Puedo oler las hojas: cambiarán pronto de color. Quiero deshacerme de esta tensión, así que corro a lo largo de la orilla del río, dirigiéndome a ningún lugar en  específico.  Espero  que  Peter  trote  detrás  de  mí,  para  competir,  pero continúa caminando lentamente.

¿Peter no quiere competir?

Corro por cinco minutos, luego me siento en un tronco caído. Miro hacia el agua poco profunda, a los pequeños peces y los renacuajos nadando alrededor. Cuando éramos pequeños, Peter y yo solíamos ir a los arroyos cerca del Lago. Ahí, pasábamos todo el día intentado encontrar cangrejos o como los llamábamos  nosotros,  cangrejitos.  El  truco  para  atrapar  a  un  cangrejo  es tomarlo justo por detrás del cuello, como si atraparas a una serpiente. Si no lo haces, te cortan con sus pinzas. Nos pellizcaban todo el tiempo, pero siempre valía la pena cuando finalmente atrapábamos a un cangrejo gigante de diez centímetros.

Ahora estoy deseando que nunca hubiéramos crecido, porque no sé lo que va a pasar hoy, pero no puede ser bueno. Mis lágrimas comienzan a caer en el agua, golpeando las rocas y los peces.

Peter finalmente se sienta junto a mí en el tronco, pero no nos tocamos.

— ¿Lali? —dice él.

— ¿Sí?

Recoge una piedra pequeña y plana, luego se levanta y hace que salte dos veces a través de la superficie del agua. Que demostración tan pobre… puedo hacer saltar una piedra más de dos veces. Busco alrededor del tronco y encuentro una piedra pesada y plana, con hoyos y llena de puntos negros. Me levanto y la hago saltar tres veces. Yo controlo.

— ¿Cómo estás? —murmura él.

— ¿Recuerdas cuando Nomar Garciaparra fue cambiado de los Medias Rojas a los Cachorros de Chicago? —comienzo.

—Sí —dice Peter, recogiendo otra piedra plana. La hace saltar sobre el agua tres veces.

Frunzo el ceño. Oh, está dentro. Agachándome, busco bajo el tronco otra piedra plana.

—Entonces,  después,  cuando  Nomar comenzó  a jugar con  los Atléticos  de Oakland, volvió a Boston para un juego y fue como si aún jugara para los medias Rojas. Todo el mundo en Fenway le dio está loca ovación de pie que duró, como, todo un minuto.

— ¿Sí?

—Sí, fue como si nada hubiese cambiado. Los fans de los Medias Rojas aún lo amaban y los ojos de él se llenaron de lágrimas y toda esa mierda.

—Sí.

Tomo mi piedra recién descubierta y salta tres veces. Mierda. Debe haber una piedra aquí que sea capaz de hacer cuatro saltos.

—Pero sabes, las cosas habían cambiado. El ya no era en verdad un jugador de los Medias Rojas. Era un Atlético.

Peter suspira.

— ¿Qué estás tratando de decir?

—Estoy tratando de decir que, incluso si nosotros ya no fuéramos jugadores de los  Medias  Rojas,  aún  podemos,  uh,  darnos  ovaciones  de  pie  cuando  nos visitemos.

Peter toma otra piedra, pero sólo hace tres saltos. Luego se ríe, sacando rizos de su frente.

—Espósito, no hablo el Lenguaje de Mierda de Metáforas de Deportes. No tengo idea de qué estás hablando.

Me acerco a él y toco su brazo.

—Si me hubieses dicho que te gustaba más que como una amiga, hubiera estado de acuerdo completamente de que el sentimiento es mutuo.

Peter asiente con la cabeza.

—Pero no sabías eso antes —susurra él—, hasta que escuchaste cómo me sentía.

—Sí, nunca lo había considerado. Eres como mi hermano… bueno, eras como mi hermano.

— ¿Y ahora?

—Y ahora… —Tomo una gran roca y la lanzo al agua, causando una gran salpicón. Eso se sintió genial—. Eres mucho más que un hermano. —Me doy la vuelta para mirarlo de nuevo.

Peter toma una roca aún más grande y la lanza al río. Mi salpicón  patea totalmente el culo salpicado de Peter.

—Espósito, simplemente quiero quedarme en los Medias Rojas.

— ¿Qué?

Él se ríe. Girándose para enfrentarme, pone una mano en mi cadera, rozándola suavemente con su pulgar.

—Te amo.

—También te amo —digo.

Él sonríe, pero no es una sonrisa feliz: es como una sonrisa resignada.

—Realmente te amo, Espósito, pero me gusta lo que tenemos ahora. Y si vamos a diferentes Universidades, será horrible. Estaríamos separados todo el tiempo. No podría manejar esto. Ya lo estoy temiendo.

—Yo también…

—Y si ya lo estoy temiendo y somos sólo amigos, imagina lo malo que sería si fuésemos algo más… ¿qué si terminamos? Nunca lo superaríamos. Bueno, yo nunca lo haría. —Toma otra roca y alimenta el Cumberland.

—Lo entiendo. Pero, ¿Paula Markum?

Su rostro enrojece y patea algunas rocas hacia el río.

—No volverá a pasar.

— ¿Quieres decir, ya no vas a andar con una chica tras otra?

—No lo haré. Tengo que enfrentarlo de alguna forma.

—Tu enfrentamiento —digo, haciendo comillas con los dedos—, está jodiendo mi corazón. Lo estabas rompiendo desde mucho antes que supiera como te sentías. He estado preocupada por ti.

— ¿No crees que el que estés con Federico casi me mata?

— ¡Amigo! —Me río—. Han sido tres días o algo así.

Peter hace una mueca, extendiendo su mano hacia la mía.

— ¿Amigos? Tomo su mano.

—Medias Rojas para siempre. —Y entonces, pensando en Paula Markum, lanzo a Peter en el río, salpicando mucha más agua que cualquiera de mis rocas. Esa tarde, mientras estoy escribiendo, Federico entra en mi habitación sin golpear. Apenas tengo tiempo para esconder mi diario.

— ¿Por qué no has estado respondiendo mis llamadas? —pregunta en un tono agitado.

—Lo siento… he tenido un día duro.

—No  me  importa,  Lali  —grita—.  Cuando  llamo,  necesitas  contestar  el teléfono.

Esto es demasiado. Cierro mis ojos. A través de dientes apretados, digo:

— ¿Disculpa? No me hables así. Nunca. ¿Entendido?

Cuando abro mis ojos, encuentro a Federico, acurrucado al final de mi cama, lágrimas rodando por su rostro.

—Pensé que te había pasado algo —susurra—. Pensé…

— ¿Qué pensaste?

—Que quizás estabas herida. O muerta. No supe de mis padres por horas… no pude comunicarme con ellos por teléfono.

Me arrastro hacia abajo y pongo la cabeza de Federico en mi regazo, acariciando su cabello.

—Está bien. Estoy bien —susurro—. Lo siento.


Federico se queda en mis brazos por la próxima hora. ¿Qué causa el peor dolor que he sentido? Ver a un mariscal de campo, quien se enorgullece de mantener el control, derrumbarse.

6 comentarios: