16
Negocios
Sé
que vio mis ojos hinchados la primera vez que se detuvo, pero en cambio,
escogió enfocarse en un basurero. Es malo si tu mejor amigo en el mundo,
preferiría mirar a un basurero en vez de a ti.
Federico
me envía un mensaje:
Necesito saber en dónde
estás.
No
le respondo.
Finalmente,
Peter estaciona junto al rio Cumberland, nos bajamos y caminamos hacia una
represa. Ahora que es septiembre, el clima está más frío. Me gusta.
Puedo
oler las hojas: cambiarán pronto de color. Quiero deshacerme de esta tensión,
así que corro a lo largo de la orilla del río, dirigiéndome a ningún lugar
en específico. Espero
que Peter trote
detrás de mí,
para competir, pero continúa caminando lentamente.
¿Peter
no quiere competir?
Corro
por cinco minutos, luego me siento en un tronco caído. Miro hacia el agua poco
profunda, a los pequeños peces y los renacuajos nadando alrededor. Cuando
éramos pequeños, Peter y yo solíamos ir a los arroyos cerca del Lago. Ahí,
pasábamos todo el día intentado encontrar cangrejos o como los llamábamos nosotros,
cangrejitos. El truco
para atrapar a
un cangrejo es tomarlo justo por detrás del cuello, como
si atraparas a una serpiente. Si no lo haces, te cortan con sus pinzas. Nos
pellizcaban todo el tiempo, pero siempre valía la pena cuando finalmente atrapábamos
a un cangrejo gigante de diez centímetros.
Ahora
estoy deseando que nunca hubiéramos crecido, porque no sé lo que va a pasar
hoy, pero no puede ser bueno. Mis lágrimas comienzan a caer en el agua,
golpeando las rocas y los peces.
Peter
finalmente se sienta junto a mí en el tronco, pero no nos tocamos.
—
¿Lali? —dice él.
—
¿Sí?
Recoge
una piedra pequeña y plana, luego se levanta y hace que salte dos veces a
través de la superficie del agua. Que demostración tan pobre… puedo hacer
saltar una piedra más de dos veces. Busco alrededor del tronco y encuentro una
piedra pesada y plana, con hoyos y llena de puntos negros. Me levanto y la hago
saltar tres veces. Yo controlo.
—
¿Cómo estás? —murmura él.
—
¿Recuerdas cuando Nomar Garciaparra fue cambiado de los Medias Rojas a los
Cachorros de Chicago? —comienzo.
—Sí
—dice Peter, recogiendo otra piedra plana. La hace saltar sobre el agua tres
veces.
Frunzo
el ceño. Oh, está dentro. Agachándome, busco bajo el tronco otra piedra plana.
—Entonces, después,
cuando Nomar comenzó a jugar con
los Atléticos de Oakland, volvió
a Boston para un juego y fue como si aún jugara para los medias Rojas. Todo el
mundo en Fenway le dio está loca ovación de pie que duró, como, todo un minuto.
—
¿Sí?
—Sí,
fue como si nada hubiese cambiado. Los fans de los Medias Rojas aún lo amaban y
los ojos de él se llenaron de lágrimas y toda esa mierda.
—Sí.
Tomo
mi piedra recién descubierta y salta tres veces. Mierda. Debe haber una piedra
aquí que sea capaz de hacer cuatro saltos.
—Pero
sabes, las cosas habían cambiado. El ya no era en verdad un jugador de los
Medias Rojas. Era un Atlético.
Peter
suspira.
—
¿Qué estás tratando de decir?
—Estoy
tratando de decir que, incluso si nosotros ya no fuéramos jugadores de los Medias
Rojas, aún podemos,
uh, darnos ovaciones
de pie cuando
nos visitemos.
Peter
toma otra piedra, pero sólo hace tres saltos. Luego se ríe, sacando rizos de su
frente.
—Espósito,
no hablo el Lenguaje de Mierda de Metáforas de Deportes. No tengo idea de qué
estás hablando.
Me
acerco a él y toco su brazo.
—Si
me hubieses dicho que te gustaba más que como una amiga, hubiera estado de
acuerdo completamente de que el sentimiento es mutuo.
Peter
asiente con la cabeza.
—Pero
no sabías eso antes —susurra él—, hasta que escuchaste cómo me sentía.
—Sí,
nunca lo había considerado. Eres como mi hermano… bueno, eras como mi hermano.
— ¿Y
ahora?
—Y
ahora… —Tomo una gran roca y la lanzo al agua, causando una gran salpicón. Eso
se sintió genial—. Eres mucho más que un hermano. —Me doy la vuelta para
mirarlo de nuevo.
Peter
toma una roca aún más grande y la lanza al río. Mi salpicón patea totalmente el culo salpicado de Peter.
—Espósito,
simplemente quiero quedarme en los Medias Rojas.
—
¿Qué?
Él
se ríe. Girándose para enfrentarme, pone una mano en mi cadera, rozándola
suavemente con su pulgar.
—Te
amo.
—También
te amo —digo.
Él
sonríe, pero no es una sonrisa feliz: es como una sonrisa resignada.
—Realmente
te amo, Espósito, pero me gusta lo que tenemos ahora. Y si vamos a diferentes
Universidades, será horrible. Estaríamos separados todo el tiempo. No podría
manejar esto. Ya lo estoy temiendo.
—Yo
también…
—Y
si ya lo estoy temiendo y somos sólo amigos, imagina lo malo que sería si
fuésemos algo más… ¿qué si terminamos? Nunca lo superaríamos. Bueno, yo nunca
lo haría. —Toma otra roca y alimenta el Cumberland.
—Lo
entiendo. Pero, ¿Paula Markum?
Su
rostro enrojece y patea algunas rocas hacia el río.
—No
volverá a pasar.
—
¿Quieres decir, ya no vas a andar con una chica tras otra?
—No
lo haré. Tengo que enfrentarlo de alguna forma.
—Tu
enfrentamiento —digo, haciendo comillas con los dedos—, está jodiendo mi
corazón. Lo estabas rompiendo desde mucho antes que supiera como te sentías. He
estado preocupada por ti.
— ¿No
crees que el que estés con Federico casi me mata?
—
¡Amigo! —Me río—. Han sido tres días o algo así.
Peter
hace una mueca, extendiendo su mano hacia la mía.
—
¿Amigos? Tomo su mano.
—Medias
Rojas para siempre. —Y entonces, pensando en Paula Markum, lanzo a Peter en el
río, salpicando mucha más agua que cualquiera de mis rocas. Esa tarde, mientras
estoy escribiendo, Federico entra en mi habitación sin golpear. Apenas tengo
tiempo para esconder mi diario.
—
¿Por qué no has estado respondiendo mis llamadas? —pregunta en un tono agitado.
—Lo
siento… he tenido un día duro.
—No me
importa, Lali —grita—.
Cuando llamo, necesitas
contestar el teléfono.
Esto
es demasiado. Cierro mis ojos. A través de dientes apretados, digo:
—
¿Disculpa? No me hables así. Nunca. ¿Entendido?
Cuando
abro mis ojos, encuentro a Federico, acurrucado al final de mi cama, lágrimas
rodando por su rostro.
—Pensé
que te había pasado algo —susurra—. Pensé…
—
¿Qué pensaste?
—Que
quizás estabas herida. O muerta. No supe de mis padres por horas… no pude
comunicarme con ellos por teléfono.
Me
arrastro hacia abajo y pongo la cabeza de Federico en mi regazo, acariciando su
cabello.
—Está
bien. Estoy bien —susurro—. Lo siento.
Federico
se queda en mis brazos por la próxima hora. ¿Qué causa el peor dolor que he
sentido? Ver a un mariscal de campo, quien se enorgullece de mantener el control,
derrumbarse.
Maass
ResponderEliminarson dos tontos, tienen que casarse y tener bebés -.-
ResponderEliminaresta novela me confunde....mmmm
ResponderEliminarufa! Quiero LALITER
ResponderEliminarComo que "Amigos" noo
ResponderEliminarNi ellos se lo creen
ResponderEliminar