martes, 7 de julio de 2015

Capítulo 12

Juego #1
¿La cuenta? 18 días hasta Alabama.


Cinco minutos antes de que el juego empiece, el cielo se ha abierto y la lluvia está empapándome. Pero apenas lo siento… sólo puedo concentrarme en el juego y en el reclutador de Alabama. Ignoro a las docenas de reporteros tomándome fotos desde detrás de la valla.

Estoy desesperada por aire. Intento aspirar la mayor cantidad de oxígeno a través de mi mascara, pero no está funcionando. Agarro el balón, lo giro y le doy la vuelta, una y otra vez.

Una mano desciende sobre mi hombro, me giro y me encuentro a Victorio. Su cabello  rubio  está    pegado  a  su  cara,  y  su  camiseta  y  sus  jeans  están empapados. Mi hermano es la única persona a la que el entrenador le permite estar en el banquillo durante el juego.

—Hola hermana —se inclina cerca y susurra—. Así que ¿Dónde está Federico?

—Cállate  —digo—.   Estoy  intentando  concentrarme.  Y   tú  necesitas   una sombrilla… te vas a enfermar antes de juego de mañana.

Él se encoje de hombros, luego frota mi brazo. —Necesitas relajarte o te vas a quedar tan rígida como el abuelo Espósito.

Le doy una mirada asesina. ¿No sabe lo importante que es este juego?

—Sí, se lo importante que es este juego —dice Victorio.

— ¡Oye Espósito!

Veo a Pablo andar hacia acá. — ¿Sí? —digo.

—No estaba hablando contigo, estaba hablando con tu hermano —contesta Pablo, sacudiendo la mano de Victorio—. Es bueno verte, hombre.

—A ti también. Así que ¿Dónde está ese nuevo mariscal, Federico? —pregunta Victorio, Pablo mira hacia mí. Me alegro de estar usando mi casco, porque puedo sentir mi rostro calentarse otra vez.

—El número quince —murmura Pablo.

—Gracias —dice Victorio, golpeándole la espalda a Pablo y alejándose.

— ¿Qué fue todo eso? —pregunta Pablo.

—No lo sé. Le conté lo bueno que es Federico. Está interesado.

—Bueno, mejor que Federico no intente desviar su atención lejos de ti o le patearé el culo.  No  puedo  creer  que  él  intentara  jodidamente  venir  aquí  y  tomar  tu posición —gruñe Pablo.

—Sácalo fuera con Lynchburg ¿de acuerdo? —digo, riendo.

Observo mientras Victorio se acerca a Federico, sacudiendo su mano y dándole en la espalda. Federico se quita su casco y sonríe hacia Victorio, y ellos empiezan a hablar animadamente. Victorio apunta hacia el campo, describiéndole probablemente lo “mierdoso” que es el campo de Lynchburg, señalando todos los agujeros de la hierba.

Siento unos dedos pinchándome a los lados, y me doy la vuelta para ver a Peter, llevando un paraguas bajo el brazo, lo saca y lo abre, sujetándolo sobre mí.

—Detente —siseo—. Estás haciendo que parezca tonta.

—Bien, —contesta Peter. Puedo verlo sonreír detrás de su máscara. Él da dos pasos gigantes lejos de mí, pero mantiene el paraguas abierto y se para debajo, sólo. Peter mueve la cabeza hacia Victorio y Federico—. Entonces, ¿Qué está pasando allí?

Suspiro. Todos mis amigos chicos son demasiado sobreprotectores y entrometidos.

—Él quería conocer a Federico. Le conté lo bueno que es.

—Lo bueno que es, ¿eh?

—Cállate Peter. Estoy intentando obtener la zona.

—Colega, ¡estamos jugando en Lynchburg! Bien podíamos estar jugando en el equipo Pop Warner. —Peter se acerca a mí otra vez y le da el paraguas a un novato. Apretando mí mano dice—: Tú vas a estar genial esta noche.

—Tú también —contesto cuando Victorio y Federico se acercan.

Peter ve como Victorio se inclina hacia mí y rápidamente se acerca para escuchar. Victorio susurra:

—El entrenador de Alabama está aquí.

Peter y yo nos giramos de cara a la valla, donde los promotores y ex alumnos suelen  ponerse  a  tomar  notas.  Efectivamente  un  hombre  que  lleva  una chamarra roja de Alabama Roll Tide está aquí.

Victorio continúa:                                                                                                            

—Los reclutadores de Ohio están aquí, también.

—Deben estar aquí por Nicolás. —Me siento mal porque los reclutadores de Michigan no estén aquí. Peter ha querido ir a la escuela de allí desde siempre.

—Impresiónalos, Espósito —dice Peter, golpea mi espalda cuando los árbitros llaman a los capitanes al campo para el lanzamiento de la moneda.

Corro hacia la línea de cincuenta yardas con Pablo y Nicolás y pronto estoy parada en el centro del campo con Nicolás a mi derecha y Pablo a mi izquierda. El árbitro me dice que elija.

—Cara —digo. El árbitro lanza la moneda al aire y deja que golpee la hierba, sale cruz. El capitán de Lynchburg dice que ellos patearan. Mirando hacia el campo,  digo que nosotros queremos defender  el  lado  menos fangoso.  No quiero  que  nuestra  defensa  esté  resbalando  y  cayendo  por  todo  el  lugar. Prefiero correr por el barro del otro lado. Pablo, Nicolás y yo corremos de vuelta a las líneas laterales,  donde  golpeo  los puños con  Peter,  antes  de  que  salga  a despejar.

—Es genial que los de Ohio estén aquí —le digo a Nicolás. Él se encoge de hombros, lo que me sorprende. Me imaginé que estaría entusiasmado. ¡Joe  Nicolás Fue defensa del Estado de Ohio, por no mencionar a los Delfines de Miami y los Titanes!

Cuando el otro equipo saca, Federico se une a mí. Juntos, vemos a Peter atrapar el balón y correr por el campo. Él está en nuestras veinte, luego en las treinta… zigzagea a un par de esquineros, quienes tropiezan y caen al barro. Luego Peter va directo hacia abajo, y pasa las veinte del otro equipo, luego las diez. Y ¡Touchdown!

Nuestras porristas animan como locas, nuestra banda de música toca una canción de lucha. Somos impresionantes.

—Mierda —dice Federico—. Él hizo que eso pareciera fácil.

Gritando, salto arriba y abajo. Empujo a un novato, que tropieza y cae al banco. Empujo a Pablo, que no se mueve por supuesto, pero es el motivo del empujón lo que importa. Golpeo los puños y doy los cinco a los otros chicos del banquillo, incluido a Federico. Cuando nuestras manos golpean los cinco entre ellas, siento, como una descarga de electricidad entre nosotros.

Peter agarra el balón y empieza hacer un baile, entonces se para. Supongo que se da cuenta que hacer el baile no vale la pena con este tiempo. Después de que nuestro pateador marca un punto extra, nuestros defensas empujan hacia fuera y no permiten que Lynchburg haga la primera fase.

Hora del espectáculo.

Corro hacia el campo, y tomo mi posición detrás de Pablo. El imbécil delantero de Lynchburg dice:

—Hola lesbiana, tu culo se ve mejor que el año pasado.

—Cierra la boca, idiota —dice Pablo, golpeando la máscara del delantero.

—Está bien —le digo a Pablo, lo suficientemente alto para que el delantero me oiga—. La única novia que él tendrá será su mano derecha.

El entrenador me habla a través del altavoz de mi casco. —Sólo carga esta noche. Nada de pases vistosos.

— ¡Cincuenta rojo! —Grito—. ¡Cincuenta rojo! ¡Veinticinco azul! —La señal, el veinticinco azul, lo que significa que Pablo golpea el balón hacia mí, y yo se lo paso a nuestro corredor principal, Drew Bates, y él lo conduce hasta el medio campo. Obtenemos la primera con facilidad.

Pablo golpea como el infierno al delantero, que ahora está tirado sobre el campo, agarrándose el estómago.

—Bonito —digo en voz alta.

El tiempo está causando que Lynchburg juegue incluso peor de lo normal, lo cual es bastante malo, así que nosotros seguimos conduciendo el campo.

Después de que paso el balón para el segundo touchdown, escucho a mi madre gritándome desde las gradas. Ella está sentada con la madre de Nicolás, la de Peter y los padres de Pablo. No me imaginaba que mi padre fuera a venir, pero agacho mi cabeza cuando veo que no está aquí.

Empapada por la lluvia, mi madre sonríe mientras grita mi nombre. No puedo esperar a decirle cuanto la quiero.

Para el medio tiempo, el marcador esta 28-0. Estoy avergonzada por Lynchburg, pero estoy jugando un juego asombroso incluso si sólo estoy pasando el balón sin tirar ningún pase largo. Corrí para un touchdown, sin embargo, simplemente porque necesitaba mostrarme al tipo de Alabama. Normalmente no hago cosas como esa, pero si no podía lanzar ninguna gran bomba con este tiempo, tenía que hacer algo para destacar.

Ahora estamos en los vestidores y ya que vamos ganando, el entrenador no nos tiene que decir nada sobre que estamos haciendo algo mal, así que bebo algo de Gatorade y me seco. Mis manos están tan mojadas que parecen pasas. Peter se aprieta junto a mí a un lado del banco y Federico al otro. Como estamos machacando a Lynchburg, siento que me puedo relajar un poco, así que dejo la zona del fútbol y empiezo a pensar en Federico otra vez. Su codo está tocando el mío.

¿No sería genial si fuéramos las dos únicas personas en esta habitación? Nos arrancaríamos los uniformes y…

— ¡Espósito! —dice el entrenador.

— ¿Qué pasa?

—Te estoy sacando del campo para la segunda mitad. Pablo, Nicolás y Peter saltan. Ellos empiezan a gritar:

— ¿Va enserio, entrenador?

Y: — ¡Ella está genial en este juego!

El   entrenador   levanta   una   mano.   —Espósito   ha   demostrado   que   es perfectamente capaz de correr por un campo de fútbol. Pero el tiempo está empeorando, y no quiero que salga herida.

—Suena como mi padre.

El entrenador se quita la gorra y se frota la cabeza, frunciendo el ceño hacia mí.

—Apuesto a que tu padre estaría de acuerdo conmigo. Estoy sacando a Federico en el segundo tiempo.

— ¡Mierda! —digo levantándome y saliendo del vestidor. Cuando estoy afuera en el pasillo, tomo una larga y profunda respiración, y recorro mis manos a través de mi cabello mojado.

¿Cómo puede hacerme esto el entrenador? El entrenador de Alabama está aquí para verme. A mí. Lali Espósito.

No a Federico.

Es como si todo el mundo en este maldito planeta estuviera aquí para verme jugar y realizar mi sueño. Todos excepto los chicos de mi equipo.

Mi equipo…

Nadie respeta a un capitán que actúa así, no importa si el entrenador está actuando en plan idiota esta noche, así que vuelvo a entrar en el vestidor. —Lo siento, entrenador —digo—, no volverá a suceder.

El entrenador sonríe, lanzándome el balón. —Genial. Ayuda a Federico a calentar.

Gracias al Señor, que el entrenador no es meteorólogo, porque sus predicciones apestan. “El tiempo está empeorando”, mi culo. Para el momento que Federico está calentando, las estrellas brillantes cubren el cielo despejado.

Grito mis instrucciones a los defensas del campo mientras Victorio se acerca y se para a mi lado.

—Jugaste como el infierno en este juego, hermana.

—Gracias —murmuro—. No puedo creer que el entrenador me sacara.

—No importa. Le mostraste a todo el mundo tu talento.

— ¿Hablaste con el entrenador de Alabama? Él se ríe. —Sí. — ¿Qué dijo?

—Ahora no es un buen momento. Céntrate en el juego. Hablaré contigo en casa. —Victorio se aleja hacia la valla, donde están los chicos de Alabama y la Estatal de Ohio todavía con el padre de Nicolás. Desearía tener las habilidades de mi hermano en las charlas.

No dejamos que Lynchburg llegue a la primera, por lo que el balón ya es nuestro. Federico corre hacia el campo, haciendo incluso parecer que lo hace sin esfuerzo.

Los defensas de Lynchburg parecen relajarse cuando ven que no me he reincorporado al juego. Gran error. Grande. Incluso aunque Federico sólo entrenó una vez con nuestro equipo, y la práctica duró veinte minutos, él va a destrozar a Lynchburg.

Pablo le lanza el balón a Federico. Él toma cinco pasos y escanea el campo. Pablo deja que un defensa lo pase. A propósito, obviamente. Pablo nunca hubiera dejado que un lateral de Lynchburg se acercara a ningún lugar cerca de mí. No importa, sin embargo, Federico deja de lado al lateral y le da un pase en profundidad a Peter, quien está luchando con un esquinero en la zona de anotación. El balón se desliza hacia los brazos abiertos de Peter.

Mierda.

¡Federico acaba de hacer un pase de cuarenta yardas! Dios, no creo que yo hubiera podido hacer eso.

Me giro para encontrar a Victorio y a los reclutadores universitarios. Los entrenadores le están hablando rápidamente a un boquiabierto Victorio, quien les dice algo a ellos. Los reclutadores escriben algo en sus notas.

El nombre de Federico.

¿Me recordará el tipo de Alabama incluso después de haber visto a Federico?

Después de quitarse su casco, Federico corre hacia aquí. Él deja caer una mano sobre mi hombro y me acerca hacia él. Rápidamente aparto sus manos.

—Lo siento, Espósito —dice Federico, con su grueso acento de Texas.

—Está bien —murmuro—. Buen pase. —Después de que Pablo golpee el balón, así podemos tener otro punto extra, lo aparto a un lado—. Pablo, no vuelvas a hacer eso.

— ¿Hacer qué?

—Dejar  que un  lateral  vaya  detrás de un  jugador  de esa  manera.  Habrían podido cubrir a Federico. Gracias a Dios que sólo es Lynchburg.

— ¿Qué mierda te importa? El tipo te ha robado la posición.

—Pablo, no me importa si él amenaza con matar a mis hijos aún no nacidos. Federico sigue  siendo  parte  del  equipo.  Nosotros  nos  encargaremos  de  los  demás.  ¿Entiendes? —Le golpeo el casco lo suficientemente fuerte para hacer que le doliera la cabeza, para hacer un punto.

—Sí, señora.

Entonces veo a Federico hablando con Duckett, quien ha puesto su cara de ''Estoy asustado de mi mente'', así que voy a ver lo que está pasando allí.

Oigo A Federico decir:

—No puedes interferir con un receptor como él.

— ¡Sólo nos costó quince yardas!

El consejo de Federico es correcto, pero él no es el entrenador y ciertamente tampoco es el capitán.

—Duckket —le digo—. Estás haciendo un fantástico juego, pero Federico tiene razón. No dejes que vuelva a suceder.

—Lo tengo, Espósito. —Duckett mira a Federico y se aleja.

—Eres demasiado buena con él —me dice Federico.

—Yo soy el capitán de aquí. Hay una gran diferencia entre ser brutalmente honesta y decirle a la gente lo que necesita oír. ¿Entiendes?

Federico me mira como si nunca hubiera tomado direcciones de nadie. Lo agarro por la camiseta y tiro de él más de cerca.

—Si tienes algún  problema  con  alguno  de los jugadores,  me lo  traes  ¿De acuerdo?

—Lo siento —murmura. Se frota la parte posterior del cuello, frunciendo sus cejas.

—Yo corro por el campo de Hundred Oaks. No tú.

—Entiendo —Federico empuja de nuevo su casco de vuelta y sale corriendo para nuestro próximo juego. Peter y Pablo siguen a Federico, pero una vez que se han ido, Nicolás se acerca hacia mí.

—No me gusta esto ni un poco, Espósito —dice Nicolás—. Algo está fuera de lugar con ese tipo, que asume demasiado.

—Está bajo control —le digo con un tono para decirle a Nicolás que se vaya, que es lo que hace.

Pero no puedo dejar de preguntarme si Nicolás está en lo cierto. Este es mi equipo. Es sólo nuestro primer juego, y el entrenador ya me ha sacado y puesto en el mejor puesto de mariscal de campo, el mariscal de campo que se utiliza para gritar las jugadas y conseguir el camino.

Pero no voy a ser controlada por nadie. No importa lo bonita que sea.

Como de costumbre, soy la primera en salir del vestidor  y sentarme en el autobús. Saco mi iPod y me extiendo a través de la última fila. Pablo y yo siempre nos sentamos en los últimos asientos, que son unos beneficios para los de alto nivel. Cierro los ojos y escucho algo de música rap y espero que los latidos me relajen.

No puedo esperar a llegar a casa y escuchar lo que el reclutador, le dijo a Victorio acerca de mí. Por supuesto, podría haberse olvidado ya de mí, teniendo en cuenta que sólo soy la segunda. La mejor del instituto QB en Tennessee ahora.

Ganamos 42-0. Federico era lo suficientemente agradable para disfrutar en Lynchburg, sólo lanzando dos pases largo, al tanto de Peter. Y los tres touchdowns de Peter  en  un  juego  impresionante.  Los  entrenadores  de  las  universidades definitivamente lo debieron de haber notado.

Me encuentro sonriendo a mí misma ante el recuerdo del baile de Peter al final del juego.

En la zona de anotación, después de su tercer touchdown, hizo el movimiento llamado “La podadora” donde pretende imitar a una. Y luego hizo ''El aspersor''.

Conseguimos una penalización por conducta antideportiva y luego tuvimos que marchar quince yardas atrás. El entrenador se enojó por el exhibicionismo de Peter, pero no me importa.

De repente, el resto del equipo  sube al autobús, y el autobús comienza a rebotar y agitarse distrayéndome, llevándome a los otros jugadores gritando, desde la música y mis pensamientos. Cierro los ojos otra vez. Siento un golpe en el pie, y esperando ver a Pablo, miro hacia arriba y encuentro a Federico de pie delante de mí. Me empuja las piernas, haciendo que me sentara, y mis pies cayeran al suelo, y comienza a apretar mi lado del sitio.

—A Espósito le gusta sentarse sola —Nicolás dice en voz alta—. Saca tu culo de su asiento.

Federico se da vuelta y lo mira.

—Métete en tus asuntos, Nicolás. Tengo que hablar con Espósito sobre el juego. —Él se desliza, y me deslizo contra la ventana quitándome los auriculares.

Mierda. Tengo que oler fatal, como una mezcla de sudor, perro mojado, y olor a gas diésel que se ha filtrado en los asientos de vinilo del autobús. Pero no importa a lo que huela. No puedo bajar la guardia con este tipo o él no sólo se hará cargo de mi posición. Él va a hacerse cargo de todo el equipo.

—Oye —dice, acariciando mi rodilla—. Gran juego el de esta noche. Eres muy buena.

Doblo mis brazos sobre mi estómago. —Tú también eres bueno.

—Estoy contento de haber llegado a jugar. Me gusta tanto el fútbol.

—A mí también... —Me detengo por un instante antes de añadir—: Me ha gustado desde que tenía cinco años, cuando mi padre me llevó al juego del Súper Bowl XXXII.

Federico sonríe. — ¿Broncos vs Empacadores?

—Sip.

—Impresionante juego, mi hombre John Elway destruyó a Brett Favre. Yo digo:

—Favre apesta. Y Federico dice:

—No puedo soportar a Brett Favre. —Al mismo tiempo. Y luego los dos decimos:

—Jinx. —Le pellizqué su antebrazo y él me pellizcó el muslo.

Nos reímos  y se apoya en mi hombro, y luego nos sonreímos el uno al otro. Sus ojos son tan azules...

—Entonces… ¿de qué quieres hablar? —pregunto.

Federico sonríe con esa sonrisa malvada de nuevo. Susurra:

—Mentí. Sólo quería una excusa para sentarme contigo.


En ese momento, Peter agarra el asiento directamente en frente de nosotros, de forma rápida mira mis ojos, luego se sienta y mira hacia adelante. Normalmente, él se cierne sobre el respaldo de su asiento y charla conmigo, pero él se encorva tan abajo en su asiento que no puedo ni verlo.

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