domingo, 23 de agosto de 2015

Capítulo 47



31
Toda una vida llena de galletas de Chocolate y Limonada

De  vuelta  en  el  hotel,  me  estoy  cambiando  a  mis  pantalones deportivos cuando Peter me escribe:

¿Vienes a mi habitación? #2205

Estoy tan contenta que grito, pero no respondo inmediatamente. Voy a hacerle esperar.  Pero  después  de  cinco  minutos  de  hacer  todo  desde  cepillar  mis dientes hasta jugar con la cafetera de la habitación, pierdo la paciencia y le contesto:

En camino.

Llamo en la puerta de su habitación. Unos pocos segundos después, Peter, llevando una camiseta y mallas cortas, abre la puerta.

— ¿Qué está bien, Espósito? —Camino dentro para encontrar una ventana que proporciona una vista de la universidad, una jarra de limonada y un grupo de galletas de chocolate puestas en la mesa esperando.

Su cabello está tan despeinado como siempre, colgando abajo hacia sus hombros. Aparta unos rizos de su cara.

—Entonces, es realmente bueno pasar tiempo contigo —dice.

—Sí…totalmente. —Simplemente nos miramos fijamente el uno al otro por un largo momento, un momento que parece durar más de lo pensado. Entonces me apresuro adelante y lo abrazo.

Me suelta unos segundos más tarde, frota mi espalda, después se sienta en un sofá.  Se  tumba  y  cruza  sus  piernas.  Después  de  ese  abrazo,  no  quiero presionarlo, así que en lugar de unirme a él, me siento en la cama y empujo una almohada en mi pecho. Presiono mi mentón en la almohada, paso una mano a través de mi cabello y miro a Peter.

Tose. —Así que, yo, eh, sé que debería haber llamado después de que Federico y yo nos metiéramos en la pelea —dice. Apoyándose en sus rodillas, se centra en la alfombra—. No debería haberle pegado. Siento que fuera tan estúpido.

Lágrimas se agolpan dentro de mis ojos. —Fuimos mejores amigos por diez años, es bastante imperdonable que no llamaste. Que no has llamado.

Las lágrimas caen libremente, y clavo los talones de mis manos en mis ojos, tratando de contener el flujo, pero no parará.
De repente lo siento sentándose en la cama. Cuando puedo abrir mis ojos sin que una inundación salga a borbotones de ellos, me giro y veo que tiene ambas manos extendidas como si quisiera jugar al juego de las palmadas. Una sonrisa empieza  a  extenderse  a  través  de  mi  cara  mientras  primero,  le  doy  una coscorrón después empujo su pecho tan fuerte que cae sobre la cama. Levantándome en mi rodilla buena, estiro mi otra pierna y le golpeo en el estómago.

— ¡Mierda, Espósito! —Antes de que pueda abofetearle en la cara, Peter gira y cae de la cama. Cuando asoma su cabeza por encima del colchón, veo que está partiéndose de risa.

—Chico, merecías cada parte de eso, ¡y más! —digo.

— ¿Estamos iguales? —Gatea a mi lado.

—No todavía. —Le doy un puñetazo en la mandíbula y escucho un crujido.

— ¡Ah!

Me avergüenzo. Mierda, ¿de qué está hecha su mandíbula? ¿Titanio? Sacudo mi mano.

— ¡Lo siento mucho, Peter! No quería pegarte tan fuerte. Con los ojos llorándole, Peter se frota la mandíbula.

— ¿Has acabado? —Sonríe.

Me río suavemente. —Por ahora —respondo, tronando mis dedos.

Va a la mesa, donde echa sirve vasos de limonada, me tiende uno, y usa el otro para enfriar su mandíbula. Sujeto mi vaso de limonada encima de mis nudillos. Me ve enfriando mi mano y reímos muy fuerte, justo como antes.

Aun sujetando el vaso sobre su mandíbula, arrastra sus pies con calcetines a través de la habitación y remueve alrededor de su mochila, sacando finalmente una baraja de cartas. Se sienta de nuevo en la cama, pone el vaso en la mesilla, y  empieza  repartiendo  las  cartas  en  dos  montones.  —Juguemos  a  alguna guerra.

Agarro el plato de galletas de la mesa y lo coloco encima de una almohada.
Toma una galleta, la pone en su boca, y usa ambas manos para seguir repartiendo. Cuando todas las cartas están repartidas, muerde una galleta y se limpia la boca, luego mira abajo al plato.

—Espósito, ¿a dónde fueron todas las galletas? Ya me he comido cuatro.

—Te echas la siesta, pierdes, amigo. Llama a servicio de habitaciones y pide algo más. —Él lanza una reina, yo un ocho. Barre las cartas y las pone en su montón.

—No hay manera, no estoy hecho de dinero.

—Vaya, no sabía que estabas pagando por todo esto —digo señalando a la lujosa habitación—. Cárgaselo a mi papá. —Tiro un cinco, él un tres. Barro las cartas.

Sonríe.

—De acuerdo. —Descolgando el teléfono, ordena más galletas y limonada, e incluso pide algo de champán también. Abre su billetera y saca una falsa identidad, alardeando de ella hacia mí.

— ¿Cuál es la ocasión? —pregunto.

Mira hacia mí y toma una profunda respiración.

—Tú eres la ocasión, Espósito. Te he echado mucho, mucho de menos.

Bajando mi mentón, muerdo mi labio. Una lágrima rueda abajo por mi mejilla. Tiro un as, él un as. Pongo tres cartas bocabajo, y él me imita. Al mismo tiempo, ambos tiramos una cuarta carta. Él tiene una reina; yo, un rey.

Mira hacia mí de nuevo y agarra mis manos, tirándome contra su pecho en un movimiento. Se echa contra la almohada.

— ¿Te estoy haciendo daño en la rodilla? —susurra mientras pongo mi mentón en su pecho y lo miro.

—No.

Cierra sus ojos.

— ¿Sabes qué es lo que siento más qué nada?

—No.

—No besarte en mi habitación aquel día. —Arrastra una mano a través de mi cabeza y la apoya en mi espalda.

Sonrío y trato de no llorar de nuevo.

—Sí, fuiste bastante estúpido, hombre.

—Sé que nunca podré merecerte, ¿pero puedo compensarte? Sonrío con satisfacción.

— ¿Cómo?

—Toda una vida llena de galletas y limonada.

—Eso   es   bastante   tentador...   —Agarro   su   costado   mientras   continúa frotándome  la  espalda.  Sus  manos  se  desplazan  hacia  arriba,  y  aparta  mi cabello, dejando sus dedos escurrirse a lo largo de mi nuca.

— ¿Pero? —dice.

—Quiero algo más que eso.

— ¿Eh? ¿Vas a decirme qué es, así puedo conseguirlo para ti?

—Adivínalo...

Adivina bien, porque me agarra por los codos y tira arriba de mi cuerpo de forma que nuestras narices se tocan. Su aliento huele a galletas con trozos de chocolate. Mi favorito.

Nos besamos. Finalmente.

— ¿Te quedarás conmigo esta noche? —pregunta.

—Me quedaré tanto como me dejes. —De alguna manera, incluso con mi rodilla dolorida, trato de ponerme a horcajadas sobre sus caderas y entretejo mis dedos entre sus rizos—. Pero tenemos que dormir "cabeza con pies".

—No podemos esta noche. Oí que no has estado lavando tus calcetines. En homenaje a mí.

Río mientras besa mi cuello.

— ¡No me pongas a prueba!

— ¿Entonces cómo te sientes acerca de vivir en Michigan? —dice—. Puedes ser mi novia trofeo. —Antes de que pueda darle una bofetada, pega mis brazos a mis costados y me da la vuelta, poniéndome abajo. Reímos y nos besamos una y otra vez. Es mucho más fuerte que yo ahora. Debe estar ejercitándose duro. Aprieto sus bíceps para averiguarlo. Rocas.

— ¿Qué te hizo cambiar sobre nosotros? —susurro.

—Cuando dejé de ser un idiota cobarde y dejé de estar asustado por perderte, me di cuenta de que ya te había perdido por lo estúpido que había sido, pero no sabía si me darías otra oportunidad. No quería hablar... porque estaba muy asustado de que te enfadaras y me rechazaras por Federico. Lo siento mucho. —Sus ojos están cerrados apretadamente.

Beso su frente. —Eres un idiota cobarde. Pero... todavía te amo.

—También te amo, Espósito.

Agarro un puñado de sus rizos, tirando de su cara a la mía.

—Si me dejas alguna vez de nuevo, te mataré jodidamente.

Abriendo sus ojos, Peter ríe y frota su mandíbula justo donde le golpeé.

—Entendido.

Nos besamos un poco más, y sus labios están calentando aquí, así que me quito mi sudadera, revelando una camiseta de tirantes debajo, y Peter se centra en el amuleto de fútbol de plástico, agarrándolo en sus dedos. Dudo, después me quito la cadena y la pongo alrededor del cuello de Peter.

 —Oh, gracias a Dios —dice, besando el amuleto—. He echado de menos esto.

— ¿Más que a mí?

—Oh infiernos sí.

Lo  tiro  de  la  cama  de  nuevo,  y  riendo,  sube  otra  vez  y  me  besa.  Nos besuqueamos por lo que parecen horas, parando solo por galletas y champán.

—No soy una de tus "porristas del día" —le digo cuando sus dedos avanzan poco a poco debajo de mi camiseta de tirantes. Bateo su mano fuera.

Sonríe, se tumba en la almohada, y junta sus manos bajo su cabeza.

—Admítelo, eres mi fan número 1.

—Sip. Tengo hechas camisetas.

Después nos arrastramos debajo de las fundas conmigo en la base de la cama y él en la cabecera. Pone sus pies en mi cara.

Papá me dijo que incluso si estás destinado a estar con alguien, eso no quiere decir  que  necesariamente  tienes  que  estar  con  ellos.  ¿Pero  algunas  veces? Quizás lo haces.

 Supongo que lo descubriremos.

Fin

9 comentarios: