lunes, 17 de agosto de 2015

Capítulo 44

28
¿Él se detuvo para recoger flores?
Agarro  mi  rodilla  izquierda,  llorando,  pero  no  por  el  dolor,  sino porque estoy aterrorizada. ¿Qué demonios le hice a mi rodilla? ¿He oído un crack? ¿Se rompió algo? ¿Un tendón? ¿Mi LCA (Ligamento cruzado anterior)? Oh, Dios mío... mi futuro... Tanto Peter como Federico caen a mi lado, Federico a mi derecha y Peter a mi izquierda. Todo el mundo grita.

—Quédate quieta, ¿de acuerdo? —dice Peter, tirando cuidadosamente de mi casco. Me pasa la mano por el cabello.

—Lali, ¿estás bien? Háblame, Lali —pide Federico—. Oh Dios, por favor que esté bien…

—Hombre, deja de lloriquear —dice Pablo, tirando de Federico y arrastrándolo lejos de mí.

Gracias a Dios.

Peter toma mi mano. — ¿Dónde te duele?

—Rodilla —digo, jadeando.

—Bueno, no voy a dejar que nadie te toque —dice Peter, mientras todos los chicos se apiñan alrededor de mí—. ¡Nicolás! —Dice en voz alta—, ¡aleja a estos idiotas de nosotros! —Las lágrimas se agolpan en mis ojos, pero estoy tratando de mostrar una cara valiente para mi equipo, por Peter, que está acariciando mi mano.

Sigo mirando fijamente el rostro de Peter cuando el entrenador se arrodilla junto a mí, pero no escucho lo que dice porque lo único en lo que puedo concentrarme es en el dolor y en los dedos de Peter. Pero una voz me llama, haciéndome salir de este trance: Carlos Espósito.

— ¡Que nadie la toque! —Dice papá, arrodillándose junto a nosotros—. Cuéntame, Peter.

—Es su rodilla izquierda.

—Oh, infierno es la pierna que plantas para lanzar. —Espera, ¿papá se preocupa por si mi rodilla estará en buena forma para lanzar pases en el futuro?

— ¿Ha tratado de moverla?

—No. Y no he dejado que nadie la tocara.

—Buen chico —responde papá, sacando su teléfono móvil de su bolsillo. Escucho mientras él llama al médico del equipo de los Titanes y le dice que se reúna con nosotros en el Hospital de Vanderbilt.

Luego llama a una ambulancia. —No quiero arriesgarme a dañar más la rodilla, por lo que vamos a hacer esto bien.

El árbitro dice:

—Entrenador Miller, tenemos que sacarla fuera de la cancha para que podamos seguir jugando.

—Váyase al infierno —dice papá, mirando al árbitro, que pone sus manos en alto y se aleja.

Cuando la ambulancia finalmente llega, papá y Peter entran conmigo. El dolor no es tan intenso como antes, por lo que soy capaz de hablar.

—Peter... ¿el juego? Debes jugar.

— ¿A quién le importa? —dice Peter. En los últimos veinte minutos, apenas ha soltado mi mano. Y me encanta eso. Tal vez debería haberme lastimado hace un mes, me río para mis adentros.

— ¿Papá?

Acuna mi cuello con su mano. — ¿Sí?

—Lo siento mucho —contesto, mordiéndome el labio. Él me da una leve sonrisa y dice: —Todo está bien. —Y luego se pone de nuevo al teléfono.

Papá llama a su médico de nuevo, diciéndole lo que pasa, como se ve mi rodilla y diciendo que del uno al diez, estoy en un seis en la escala de dolor. Yo ni siquiera sé qué diablos es esa escala. ¿Qué significa el diez? ¿Qué te corten la cabeza? ¿El uno es como cortarte con un papel?

En el hospital, los enfermeros me empujan por el pasillo mientras papá los atormenta  haciendo  demandas,  habitaciones  privadas,  máquina  portátil  de rayos X y toda esa mierda, pero Peter sigue sosteniendo mi mano. Después mi madre llega corriendo detrás de nosotros, sosteniendo la otra mano.

— ¿Y Victorio? —le digo a mamá.

—Se quedó con el entrenador de Tennessee para ver a Federico. No podíamos dejar a tu novio solo.

Los técnicos enfermeros de emergencia, pasaron la sala de emergencia y me llevaron hacia la derecha mi propia habitación que huele a esterilizador y a comida de hospital, pero me alegro de no tener que compartir. Tener al gran Carlos Espósito como padre tiene sus ventajas. Los técnicos de emergencia me movieron cuidadosamente de la camilla a la cama y me desearon suerte. Un técnico llegó con un equipo portátil de rayos X.

— ¿Sabes lo que estás haciendo? —Pregunta papá el técnico—. Si empeoras el daño, y arruinas su sueño de jugar al fútbol en la universidad voy a…

El técnico deja caer en el suelo la plancha de plomo que estaba a punto de colocar sobre mi abdomen. Parece que se ha cagado en los pantalones. Lo mismo ocurre con Peter, que mira boquiabierto a papá. Estoy sorprendida también. ¿Papá se preocupa por mis sueños?

—Carlos, por favor —dice mamá, agarrando la mano de papá y tirando del él hasta sentarlo en una silla. El técnico corta cuidadosamente mis pantalones de fútbol, abriéndolos por mi rodilla izquierda y desliza una placa fría, de metal debajo.

— ¿Hay alguna posibilidad de que estés embarazada? —dice el técnico pasando la lámpara de rayos-X por encima de mi rodilla hinchada.

—No —dicen Peter y papá al mismo tiempo. Riendo, el técnico me dice:

— ¿Eso es cierto?

Asiento con la cabeza. Él hace radiografías desde diferentes ángulos y luego se va. De pie, Peter me pasa la mano por el cabello.

— ¿Quieres una lata de refresco, Espósito? Cualquier cosa que necesites, yo soy tu hombre.

Muevo mi dedo, invitándolo a acercarse más y más, hasta que su oído está justo en frente de mi boca.

—Quédate conmigo. Por favor. Siéntate aquí. Estoy muy asustada. Él susurra de vuelta:
—No me iré hasta que me lo pidas. Promesa. —Peter se sienta y toma mi mano de nuevo—. Espósito, ¿cómo llamas a un fantasma con una pierna rota? Yo sonrío. — ¿Qué?
— ¡Un duende viejo!

—Oh, Dios mío, eres tan vergonzosas, Peter —le digo, riendo.

Resulta que la única cosa que hay en la televisión un viernes por la noche son capítulos repetidos de Cops, por lo que Peter y yo vemos un episodio mientras esperamos al médico del equipo y a los rayos-X. Nuestra línea favorita de la historia consiste en a una mujer que llamó a la policía debido a que algunos hombres robaron sus jeans. Cuando los policías le preguntan por qué necesita los jeans con tanta urgencia, ella responde:

— ¡Porque  mi  heroína  está  en  ellos!  Juntos,  nos  reímos  fuertemente  de  la estupidez de la mujer, era casi como antes.

El médico del equipo, finalmente aparece para examinar mi pierna. Papá no dejaba que ninguno de los otros miembros del personal me tocara antes que el Dr. Freeman. En primer lugar, dos de ellos estudiaron las imágenes de rayos X de mi rodilla con más atención de lo que habrían estudiado la Sports Illustrated de trajes de baño. Susurrando, el Dr. Freeman observa mis ligamentos y se mueve cerca de papá para hablar sobre lo que ha examinado. Después, el médico se acerca y flexiona mi rodilla un par de veces. Me duele como el infierno, pero no siento estallar nada y no escucho ruidos extraños proviniendo de ella. Si tuviera que hacerlo, apuesto a que  podría caminar.

El Dr. Freeman me aprieta la rodilla.

— ¿Te duele?

—No. —contesto.

La aprieta en un lugar diferente.

— ¿Aquí?

—Un poco.

—Creo que sólo se torció. Nada está desgarrado, nada se ha roto. Estarás de pie y caminando por la mañana. Esta noche, quiero que lo envuelvan, y en los próximos dos meses, tú y yo vamos a hacer algo de terapia física, ¿de acuerdo?

— ¡Por supuesto! —le digo. Sonriendo, me río, de repente sintiéndome aliviada sobre mi rodilla, sobre mi futuro. Mamá y papá me abrazan, y a continuación, Peter también lo hace. Soy la chica más afortunada del mundo, así que me arriesgo y le doy a Peter un beso en la mejilla antes de que se aleje de mí. Me mira a los ojos, frunce los labios y se sienta conmigo otra vez, tomando mi mano.

Cuando el Dr. Freeman venda mi rodilla, Victorio y Jake llegan finalmente.

— ¿Dónde está Federico? —pregunto cuando Victorio me da un abrazo.

—Comprándote flores o algo así —responde Victorio.

— ¿Se detuvo para comprar flores? —murmura Peter, con la boca abierta.

— ¿Por qué sigues usando ese uniforme? —Pregunta Jake—. Te verías muy bien en una bata de hospital, La. Sobre todo si se abre por la parte de atrás.

Victorio y papá ruedan sus ojos a Jake, y Peter le lanza un orinal.

Luego Federico entra corriendo en la habitación llevando rosas, sus zapatos casi se deslizan por el suelo resbaladizo.


— ¡Espósito! ¿Estás bien? —Me entrega las flores y acaricia mi cabello con su mano.

—Gracias, —Huelo las flores y susurro—: Estoy bien, sólo es un esguince.

—Gracias a Dios —dice Federico, inclinándose hacia mis labios. Me besa delante de todos y cuando abro los ojos le doy un vistazo rápido a Peter. Su rostro está en blanco mientras mira por la ventana. Él deja caer mi mano mientras Federico sigue besándome y acariciando mi mejilla.

—Consigan una habitación  —dice Jake en voz alta. Me alejo de Federico.

— ¿Y el juego?

— ¡Ganamos!

Peter y yo gritamos:

— ¡Claro que sí! —E—: ¡Impresionante! —Y—: ¡Campeones estatales! —Mientras golpeamos los puños.

— ¿Con que puntuación? —pregunta Peter.

—14/3 —dice Federico, mirándome sólo mí—. Nunca volvimos a anotar después de que te marcharas. Yo era un desastre. Lancé una intercepción.

Yo sonrío.

— ¿Tú? ¿Cuándo fue la última vez que hiciste eso?

—No me acuerdo.

Peter ríe a carcajadas. Federico frunce el ceño a Peter, y a continuación, me susurra:

— ¿Cómo estás?

—Voy a estar bien. Un par de semanas de fisioterapia y seré una mariscal de campo totalmente nueva.

Federico cierra los ojos, asintiendo con la cabeza.

—Lali, esta noche fue horrible para mí.

— ¿Para ti? —exclamo.

—Sí... yo no podría manejar que algo grave te pasara —susurra Federico—. Y sólo va a ser peor en el nivel universitario.

—Federico, no voy a dejar de jugar porque me haya torcido la rodilla.

—Me asusta tanto que te ocurra algo. Tú eres, como, una de las pocas cosas que me quedan.

Pobre Vanessa. Ella tendrá que vivir con la paranoia de Federico para siempre, pero por lo menos yo tengo elección. No voy a hacer algo sólo porque mi novio piense que debería.

Ya no. Nunca debería haber permitido que Federico me dijera que Peter no podía quedarse a dormir.

Tal vez mi vida necesita un poco de fisioterapia también.

Soy Lali Espósito. Dirijo un equipo de fútbol de sesenta personas, y he dejado que todo el mundo me moldee. Quiero ser una roca de nuevo.

—Federico no… No voy a dejar de jugar. Tendrás que superarlo.

—Esta noche fue sólo un esguince. Pero podrías herirte de forma permanente en la universidad.

— ¿Y crees que ella no lo sabe, hombre? —dice Peter, tomando mi mano de nuevo.

Cuando Federico ve nuestras manos, creo que va a enfadarse, pero él mira a mi padre, que está de pie junto a la ventana.

— ¿Señor Espósito? Usted está de acuerdo conmigo, ¿verdad? —dice Federico. Papá se mece hacia su lado izquierdo, desplazando su peso, y tose.

—Yo podría intentar disuadir a mi hija respecto a jugar al fútbol, pero nunca le impediré hacer algo que ella ama. Esa es su decisión. Si hubiera algo que decir, nunca le habría permitido unirse a ese equipo de Pop Warner cuando tenía siete años.

Mamá sonríe a papá y frota su cuello. No puedo creer que mi padre se sienta de esta manera. Es verdad… él nunca me ha dicho que no puedo jugar al fútbol. Aunque tengo miedo por mi rodilla, me siento más feliz de lo que me he sentido en mucho tiempo. Quiero decir, no como si tuviera el apoyo total de mi padre, pero tener siquiera su bendición, para hacer lo que me gusta, es enorme.

La cara de Federico se pone roja.

—Está bien... haz lo que quieras hacer, Espósito. Tengo que llegar a casa para ver a Vanessa. Te llamaré más tarde. —Besa mi frente y se va.

Cerré los ojos, y entonces siento a Peter acercándose a mí. Él susurra en mi oído:

—Déjame saber si necesitas algo, ¿de acuerdo?

El médico de mi padre me acaba de decir que mi rodilla debe estar bien en pocas semanas. Sin embargo, esta lesión me aterroriza. ¿Qué me aterra aún más?

Lo que ocurra después con Peter.

Sabiendo que mi rodilla no está soberanamente en mal estado, me siento como si me hubieran dado un juego libre.

Una oportunidad para tomar algunas decisiones.

Peter estaba en lo cierto… Dejé que todos los demás sentimientos afectaran a mis decisiones

Atornillé eso.

Voy a tomar el balón y correr con él.

Hay cosas que no puedo controlar, pero hay otras que sí. Y voy a hacerlo.

Tal vez no sean mis mejores decisiones, pero son elecciones que son buenas para mí, las opciones con las que puedo vivir.

En primer lugar voy al estudio de mi padre, la zona libre de chicas, y utilicé una de mis muletas para empujar la puerta abierta.

— ¿Papá? ¿Recuerdas lo que me dijiste sobre que debía considerar todas las opciones?

—Sí —dice, mirando sobre la sección de deportes del Tennessean.

—Me preguntaba si tal vez... ¿Podrías... tal vez podrías... ayudarme a encontrar algunas otras opciones?

Papá pone el periódico sobre el escritorio, se recuesta en su silla, y se queda mirando al techo. Una sonrisa florece en su cara.

—Vamos a ver lo que podemos encontrar.

—Pero no lo entiendo —dice Federico, riendo y pasándose la mano por la mandíbula.

—Creo que eres genial, y realmente me encanta salir contigo.

— ¿Estás rompiendo conmigo?

—Sí. —Alzo la mano y toco su brazo, y él niega con la cabeza.

—Eso no tiene ningún sentido. Todas las chicas de Hundred Oaks quieren salir conmigo... ¿y tú estás rompiendo conmigo?

—Lo siento…

— ¿Es por Peter? —pregunta, la confusión invadiendo su rostro.

—No, en realidad no lo es. Eres genial… Sólo que no eres el chico adecuado para mí. Y no es justo para ninguno de nosotros.

—Mira, lo siento, te pedí que abandonaras el fútbol. Fue estúpido por mi parte.

—No, sé que tienes miedo de lo que podría pasarme... por lo que pudiera pasarle a cualquier persona. Yo entiendo por todo lo que has pasado.

— ¿Esto es porque soy mejor jugando al fútbol?

—Jesús, Federico —le digo con una sonrisa—. A veces simplemente no tienes que estar con alguien. No puedes controlarlo todo, no importa cuánto lo desees.

Y aunque Peter no quiera hablar conmigo, yo todavía puedo hablar con él.

El lunes después de la escuela, cojeé hasta el camión marrón oxidado de Peter, teniendo cuidado con mi rodilla, y metí una nota bajo el limpiaparabrisas.


Querido Peter…

Estoy aquí. Para cuando estés listo.


Con amor, Lali.

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