28
¿Él se detuvo para recoger flores?
—Quédate
quieta, ¿de acuerdo? —dice Peter, tirando cuidadosamente de mi casco. Me pasa
la mano por el cabello.
—Lali,
¿estás bien? Háblame, Lali —pide Federico—. Oh Dios, por favor que esté bien…
—Hombre,
deja de lloriquear —dice Pablo, tirando de Federico y arrastrándolo lejos de
mí.
Gracias a
Dios.
Peter toma
mi mano. — ¿Dónde te duele?
—Rodilla
—digo, jadeando.
—Bueno, no
voy a dejar que nadie te toque —dice Peter, mientras todos los chicos se apiñan
alrededor de mí—. ¡Nicolás! —Dice en voz alta—, ¡aleja a estos idiotas de
nosotros! —Las lágrimas se agolpan en mis ojos, pero estoy tratando de mostrar
una cara valiente para mi equipo, por Peter, que está acariciando mi mano.
Sigo
mirando fijamente el rostro de Peter cuando el entrenador se arrodilla junto a
mí, pero no escucho lo que dice porque lo único en lo que puedo concentrarme es
en el dolor y en los dedos de Peter. Pero una voz me llama, haciéndome salir de
este trance: Carlos Espósito.
— ¡Que
nadie la toque! —Dice papá, arrodillándose junto a nosotros—. Cuéntame, Peter.
—Es su
rodilla izquierda.
—Oh,
infierno es la pierna que plantas para lanzar. —Espera, ¿papá se preocupa por
si mi rodilla estará en buena forma para lanzar pases en el futuro?
— ¿Ha
tratado de moverla?
—No. Y no
he dejado que nadie la tocara.
—Buen chico
—responde papá, sacando su teléfono móvil de su bolsillo. Escucho mientras él
llama al médico del equipo de los Titanes y le dice que se reúna con nosotros
en el Hospital de Vanderbilt.
Luego llama
a una ambulancia. —No quiero arriesgarme a dañar más la rodilla, por lo que
vamos a hacer esto bien.
El árbitro
dice:
—Entrenador
Miller, tenemos que sacarla fuera de la cancha para que podamos seguir jugando.
—Váyase al
infierno —dice papá, mirando al árbitro, que pone sus manos en alto y se aleja.
Cuando la
ambulancia finalmente llega, papá y Peter entran conmigo. El dolor no es tan
intenso como antes, por lo que soy capaz de hablar.
—Peter...
¿el juego? Debes jugar.
— ¿A quién
le importa? —dice Peter. En los últimos veinte minutos, apenas ha soltado mi
mano. Y me encanta eso. Tal vez debería haberme lastimado hace un mes, me río
para mis adentros.
— ¿Papá?
Acuna mi
cuello con su mano. — ¿Sí?
—Lo siento
mucho —contesto, mordiéndome el labio. Él me da una leve sonrisa y dice: —Todo
está bien. —Y luego se pone de nuevo al teléfono.
Papá llama
a su médico de nuevo, diciéndole lo que pasa, como se ve mi rodilla y diciendo
que del uno al diez, estoy en un seis en la escala de dolor. Yo ni siquiera sé
qué diablos es esa escala. ¿Qué significa el diez? ¿Qué te corten la cabeza?
¿El uno es como cortarte con un papel?
En el
hospital, los enfermeros me empujan por el pasillo mientras papá los
atormenta haciendo demandas,
habitaciones privadas, máquina
portátil de rayos X y toda esa
mierda, pero Peter sigue sosteniendo mi mano. Después mi madre llega corriendo
detrás de nosotros, sosteniendo la otra mano.
— ¿Y
Victorio? —le digo a mamá.
—Se quedó
con el entrenador de Tennessee para ver a Federico. No podíamos dejar a tu
novio solo.
Los
técnicos enfermeros de emergencia, pasaron la sala de emergencia y me llevaron
hacia la derecha mi propia habitación que huele a esterilizador y a comida de
hospital, pero me alegro de no tener que compartir. Tener al gran Carlos
Espósito como padre tiene sus ventajas. Los técnicos de emergencia me movieron
cuidadosamente de la camilla a la cama y me desearon suerte. Un técnico llegó
con un equipo portátil de rayos X.
— ¿Sabes lo
que estás haciendo? —Pregunta papá el técnico—. Si empeoras el daño, y arruinas
su sueño de jugar al fútbol en la universidad voy a…
El técnico
deja caer en el suelo la plancha de plomo que estaba a punto de colocar sobre
mi abdomen. Parece que se ha cagado en los pantalones. Lo mismo ocurre con Peter,
que mira boquiabierto a papá. Estoy sorprendida también. ¿Papá se preocupa por
mis sueños?
—Carlos,
por favor —dice mamá, agarrando la mano de papá y tirando del él hasta sentarlo
en una silla. El técnico corta cuidadosamente mis pantalones de fútbol,
abriéndolos por mi rodilla izquierda y desliza una placa fría, de metal debajo.
— ¿Hay
alguna posibilidad de que estés embarazada? —dice el técnico pasando la lámpara
de rayos-X por encima de mi rodilla hinchada.
—No —dicen Peter
y papá al mismo tiempo. Riendo, el técnico me dice:
— ¿Eso es
cierto?
Asiento con
la cabeza. Él hace radiografías desde diferentes ángulos y luego se va. De pie,
Peter me pasa la mano por el cabello.
— ¿Quieres
una lata de refresco, Espósito? Cualquier cosa que necesites, yo soy tu hombre.
Muevo mi
dedo, invitándolo a acercarse más y más, hasta que su oído está justo en frente
de mi boca.
—Quédate
conmigo. Por favor. Siéntate aquí. Estoy muy asustada. Él susurra de vuelta:
—No me iré
hasta que me lo pidas. Promesa. —Peter se sienta y toma mi mano de nuevo—.
Espósito, ¿cómo llamas a un fantasma con una pierna rota? Yo sonrío. — ¿Qué?
— ¡Un
duende viejo!
—Oh, Dios
mío, eres tan vergonzosas, Peter —le digo, riendo.
Resulta que
la única cosa que hay en la televisión un viernes por la noche son capítulos
repetidos de Cops, por lo que Peter y yo vemos un episodio mientras esperamos
al médico del equipo y a los rayos-X. Nuestra línea favorita de la historia
consiste en a una mujer que llamó a la policía debido a que algunos hombres
robaron sus jeans. Cuando los policías le preguntan por qué necesita los jeans
con tanta urgencia, ella responde:
— ¡Porque mi
heroína está en
ellos! Juntos, nos
reímos fuertemente de la
estupidez de la mujer, era casi como antes.
El médico
del equipo, finalmente aparece para examinar mi pierna. Papá no dejaba que
ninguno de los otros miembros del personal me tocara antes que el Dr. Freeman.
En primer lugar, dos de ellos estudiaron las imágenes de rayos X de mi rodilla
con más atención de lo que habrían estudiado la Sports Illustrated de trajes de
baño. Susurrando, el Dr. Freeman observa mis ligamentos y se mueve cerca de
papá para hablar sobre lo que ha examinado. Después, el médico se acerca y
flexiona mi rodilla un par de veces. Me duele como el infierno, pero no siento
estallar nada y no escucho ruidos extraños proviniendo de ella. Si tuviera que
hacerlo, apuesto a que podría caminar.
El Dr.
Freeman me aprieta la rodilla.
— ¿Te
duele?
—No.
—contesto.
La aprieta
en un lugar diferente.
— ¿Aquí?
—Un poco.
—Creo que
sólo se torció. Nada está desgarrado, nada se ha roto. Estarás de pie y
caminando por la mañana. Esta noche, quiero que lo envuelvan, y en los próximos
dos meses, tú y yo vamos a hacer algo de terapia física, ¿de acuerdo?
— ¡Por
supuesto! —le digo. Sonriendo, me río, de repente sintiéndome aliviada sobre mi
rodilla, sobre mi futuro. Mamá y papá me abrazan, y a continuación, Peter
también lo hace. Soy la chica más afortunada del mundo, así que me arriesgo y
le doy a Peter un beso en la mejilla antes de que se aleje de mí. Me mira a los
ojos, frunce los labios y se sienta conmigo otra vez, tomando mi mano.
Cuando el
Dr. Freeman venda mi rodilla, Victorio y Jake llegan finalmente.
— ¿Dónde
está Federico? —pregunto cuando Victorio me da un abrazo.
—Comprándote
flores o algo así —responde Victorio.
— ¿Se
detuvo para comprar flores? —murmura Peter, con la boca abierta.
— ¿Por qué
sigues usando ese uniforme? —Pregunta Jake—. Te verías muy bien en una bata de
hospital, La. Sobre todo si se abre por la parte de atrás.
Victorio y
papá ruedan sus ojos a Jake, y Peter le lanza un orinal.
Luego Federico
entra corriendo en la habitación llevando rosas, sus zapatos casi se deslizan
por el suelo resbaladizo.
— ¡Espósito!
¿Estás bien? —Me entrega las flores y acaricia mi cabello con su mano.
—Gracias,
—Huelo las flores y susurro—: Estoy bien, sólo es un esguince.
—Gracias a
Dios —dice Federico, inclinándose hacia mis labios. Me besa delante de todos y
cuando abro los ojos le doy un vistazo rápido a Peter. Su rostro está en blanco
mientras mira por la ventana. Él deja caer mi mano mientras Federico sigue
besándome y acariciando mi mejilla.
—Consigan
una habitación —dice Jake en voz alta.
Me alejo de Federico.
— ¿Y el
juego?
— ¡Ganamos!
Peter y yo
gritamos:
— ¡Claro
que sí! —E—: ¡Impresionante! —Y—: ¡Campeones estatales! —Mientras golpeamos los
puños.
— ¿Con que
puntuación? —pregunta Peter.
—14/3 —dice
Federico, mirándome sólo mí—. Nunca volvimos a anotar después de que te
marcharas. Yo era un desastre. Lancé una intercepción.
Yo sonrío.
— ¿Tú?
¿Cuándo fue la última vez que hiciste eso?
—No me
acuerdo.
Peter ríe a
carcajadas. Federico frunce el ceño a Peter, y a continuación, me susurra:
— ¿Cómo
estás?
—Voy a
estar bien. Un par de semanas de fisioterapia y seré una mariscal de campo
totalmente nueva.
Federico
cierra los ojos, asintiendo con la cabeza.
—Lali, esta
noche fue horrible para mí.
— ¿Para ti?
—exclamo.
—Sí... yo
no podría manejar que algo grave te pasara —susurra Federico—. Y sólo va a ser
peor en el nivel universitario.
—Federico,
no voy a dejar de jugar porque me haya torcido la rodilla.
—Me asusta
tanto que te ocurra algo. Tú eres, como, una de las pocas cosas que me quedan.
Pobre
Vanessa. Ella tendrá que vivir con la paranoia de Federico para siempre, pero
por lo menos yo tengo elección. No voy a hacer algo sólo porque mi novio piense
que debería.
Ya no.
Nunca debería haber permitido que Federico me dijera que Peter no podía
quedarse a dormir.
Tal vez mi
vida necesita un poco de fisioterapia también.
Soy Lali
Espósito. Dirijo un equipo de fútbol de sesenta personas, y he dejado que todo
el mundo me moldee. Quiero ser una roca de nuevo.
—Federico
no… No voy a dejar de jugar. Tendrás que superarlo.
—Esta noche
fue sólo un esguince. Pero podrías herirte de forma permanente en la
universidad.
— ¿Y crees
que ella no lo sabe, hombre? —dice Peter, tomando mi mano de nuevo.
Cuando Federico
ve nuestras manos, creo que va a enfadarse, pero él mira a mi padre, que está
de pie junto a la ventana.
— ¿Señor
Espósito? Usted está de acuerdo conmigo, ¿verdad? —dice Federico. Papá se mece
hacia su lado izquierdo, desplazando su peso, y tose.
—Yo podría
intentar disuadir a mi hija respecto a jugar al fútbol, pero nunca le impediré
hacer algo que ella ama. Esa es su decisión. Si hubiera algo que decir, nunca
le habría permitido unirse a ese equipo de Pop Warner cuando tenía siete años.
Mamá sonríe
a papá y frota su cuello. No puedo creer que mi padre se sienta de esta manera.
Es verdad… él nunca me ha dicho que no puedo jugar al fútbol. Aunque tengo
miedo por mi rodilla, me siento más feliz de lo que me he sentido en mucho
tiempo. Quiero decir, no como si tuviera el apoyo total de mi padre, pero tener
siquiera su bendición, para hacer lo que me gusta, es enorme.
La cara de Federico
se pone roja.
—Está
bien... haz lo que quieras hacer, Espósito. Tengo que llegar a casa para ver a
Vanessa. Te llamaré más tarde. —Besa mi frente y se va.
Cerré los
ojos, y entonces siento a Peter acercándose a mí. Él susurra en mi oído:
—Déjame
saber si necesitas algo, ¿de acuerdo?
El médico
de mi padre me acaba de decir que mi rodilla debe estar bien en pocas semanas.
Sin embargo, esta lesión me aterroriza. ¿Qué me aterra aún más?
Lo que
ocurra después con Peter.
Sabiendo
que mi rodilla no está soberanamente en mal estado, me siento como si me
hubieran dado un juego libre.
Una
oportunidad para tomar algunas decisiones.
Peter
estaba en lo cierto… Dejé que todos los demás sentimientos afectaran a mis
decisiones
Atornillé
eso.
Voy a tomar
el balón y correr con él.
Hay cosas
que no puedo controlar, pero hay otras que sí. Y voy a hacerlo.
Tal vez no
sean mis mejores decisiones, pero son elecciones que son buenas para mí, las
opciones con las que puedo vivir.
En primer
lugar voy al estudio de mi padre, la zona libre de chicas, y utilicé una de mis
muletas para empujar la puerta abierta.
— ¿Papá?
¿Recuerdas lo que me dijiste sobre que debía considerar todas las opciones?
—Sí —dice,
mirando sobre la sección de deportes del Tennessean.
—Me
preguntaba si tal vez... ¿Podrías... tal vez podrías... ayudarme a encontrar
algunas otras opciones?
Papá pone
el periódico sobre el escritorio, se recuesta en su silla, y se queda mirando
al techo. Una sonrisa florece en su cara.
—Vamos a
ver lo que podemos encontrar.
—Pero no lo
entiendo —dice Federico, riendo y pasándose la mano por la mandíbula.
—Creo que
eres genial, y realmente me encanta salir contigo.
— ¿Estás
rompiendo conmigo?
—Sí. —Alzo
la mano y toco su brazo, y él niega con la cabeza.
—Eso no
tiene ningún sentido. Todas las chicas de Hundred Oaks quieren salir conmigo...
¿y tú estás rompiendo conmigo?
—Lo siento…
— ¿Es por Peter?
—pregunta, la confusión invadiendo su rostro.
—No, en
realidad no lo es. Eres genial… Sólo que no eres el chico adecuado para mí. Y
no es justo para ninguno de nosotros.
—Mira, lo
siento, te pedí que abandonaras el fútbol. Fue estúpido por mi parte.
—No, sé que
tienes miedo de lo que podría pasarme... por lo que pudiera pasarle a cualquier
persona. Yo entiendo por todo lo que has pasado.
— ¿Esto es
porque soy mejor jugando al fútbol?
—Jesús, Federico
—le digo con una sonrisa—. A veces simplemente no tienes que estar con alguien.
No puedes controlarlo todo, no importa cuánto lo desees.
Y aunque Peter
no quiera hablar conmigo, yo todavía puedo hablar con él.
El lunes
después de la escuela, cojeé hasta el camión marrón oxidado de Peter, teniendo
cuidado con mi rodilla, y metí una nota bajo el limpiaparabrisas.
Querido Peter…
Estoy aquí. Para cuando estés
listo.
Con amor, Lali.
Subí mas :)
ResponderEliminarAaaaa me morí jajja
ResponderEliminarde golpe tiro el tablero lali Jaja más más
ResponderEliminarLali está reorganizando su vida.
ResponderEliminar