sábado, 8 de agosto de 2015

Capítulo 38

24
Papá
¿La cuenta? 30 días desde la pelea con Peter

 Federico  y yo estamos lanzándonos un balón en el patio trasero. Estamos jugando a los quemados, un juego donde lanzas el balón hacia el otro tan fuerte como puedes, y la primera persona que deja caer el balón pierde.

Federico está parado a unos veintisiete metros de distancia cuando lanzo el balón hacia él. Lo atrapa y lo lanza de regreso hacia mí. Es un mariscal de campo malditamente bueno —tengo heridas rojas en las manos para probarlo. Troto   un   par   de   pasos   hacia   atrás   y   lanzo   el   balón   hacia   Federico   y sorprendentemente, se le cae.

—Maldición —grita—. Eso tenía algo de presión encima, Espósito.

— ¿Quieres volver a jugar?

—Nah —dice, caminando hacia mí, lanzando el balón en alto y atrapándolo. Luego me agarra del costado, me hala contra él y nos besamos.

—Adivina qué.

— ¿Qué?

—Podría firmar para jugar en Tennessee. Aprieto sus bíceps.

— ¡Eso es genial!

—Es bueno que estaré viviendo cerca de mamá y Vanessa. No es Alabama, pero sigue siendo un equipo malditamente bueno —dice, riendo.

Apoyo mi barbilla en su hombro y envuelvo mis brazos alrededor de su cintura.

—Sí, no es Alabama.

—Y dado que tu hermano se graduará el año que viene, estaría empezando en segundo año.

—Estoy realmente emocionada por ti. —También estoy realmente celosa.

— ¿Cuándo piensas que empezarás en Alabama? ¿Cómo en Segundo año? ¿O en Primero?

Abrazo a Federico con más fuerza y cierro los ojos.

—No estoy segura. —Miento, pensando en cómo Mark Tucker nunca siquiera discute mis habilidades en el campo, y probablemente nunca lo hará. Esto me avergüenza mucho, tanto que en el fondo conozco la verdad, Alabama probablemente nunca me dejará jugar, lo que, a menos que busque otro programa universitario que pueda tomar a una chica, significa que mi carrera en el futbol Americano probablemente terminará esta temporada. Pero, ¿y si Alabama termina dándome una oportunidad? ¿Por qué debería rendirme ahora cuando he trabajado tan duro?

—Veamos quién lanza más lejos —digo—. Luego de cada pase, retrocedemos cinco metros más o menos.

—Perfecto.

Federico me lanza el balón y lo atrapo.

Retrocedo unos cuantos metros y se la lanzo a Federico, quien lo atrapa y retrocede unos cuantos pasos más.  Luego  me lo  lanza  otra  vez.  Seguimos arrojando bombardeos largos hasta que estamos como a cuarenta y cinco metros de distancia.

—Ve del otro lado del lago —grito. Federico se sonríe.

— ¿En serio crees que puedes lanzar el balón más allá del lago? Deben ser como sesenta y cinco metros en la parte más delgada.

— ¡Vamos! Quiero intentar.

—Bien. Pero si cae al agua, tú irás a buscarlo.

—Trato.

Federico baja trotando hacia el lago y corre por la orilla hacia el otro lado. Mientras estoy esperando que se ponga en posición, papá sale y se para junto a mí.

—Maldición, Federico seguro tiene un brazo —dice papá.

No me di cuenta de que papá no decía nada de mi brazo, pero sin embargo siento a mi cuerpo desanimarse un poco. Supongo que nunca esperaré su apoyo.

Papá ahueca su barbilla con la mano.

—Los estaba mirando lanzarse el balón. Es impresionante que fuera de los Estados Unidos, la NFL no pueda encontrar treinta y dos buenos mariscales. Sin embargo tú y Federico pueden lanzar espirales perfectas a la edad de diecisiete.

—Lo sé, ¿cierto? —Lanzo el balón en el aire y lo atrapo.
— ¿Realmente crees que vas a lanzar el balón más allá del lago? —Dice papá con una sonrisa—. Dudo que siquiera tu hermano pueda hacer ese pase.

—Mírame. —Troto unos cuantos pasos hacia atrás y arrojo el balón tan fuerte como puedo. Vuela sobre el agua, y como papá y Federico sospechan, no aterriza en los brazos de Federico. Golpea el agua justo antes de la orilla y rebota en el césped.

— ¡Eso fue asombroso! —grita Federico desde el otro lado cuando recoge el balón húmedo y lo limpia en su camisa.

—Bien —dice papá, palmeándome en la espalda.

Me doy la vuelta y le sonrío a papá. No burlándome de él o algo así, sino porque estoy contenta de que al menos haya dicho “bien”.

—Me pregunto si puedo hacer que pase el lago. Lo que hiciste fue bastante asombroso —dice papá, apretando mi hombro. Respira hondo—. ¿Puedo lanzar el balón con ustedes?

Miro fijamente la brillante agua por un segundo, mi pulso corriendo a toda velocidad mientras me doy la vuelta para mirar a papá, quien está usando la misma mirada expectante que me da cuando me pide ir a pescar, o ir a carreras de karts. Me encuentro envolviendo mis brazos alrededor de su cuello, dejando que me atrape en un abrazo, por primera vez desde siempre.

—Puedes lanzar el balón con nosotros siempre y cuando me lleves más tarde por batidos.

—Trato.

—Lali —grita Federico—. ¡Atrápalo! —Corre hacia atrás unos pasos, levanta sus brazos y lanza el balón. No llega a ninguna parte cerca de mí y aterriza como a diez metros de distancia, directamente en el agua. Salpica y flota allí como un corcho. Federico inclina su cabeza mientras papá estalla en carcajadas.

Yo también me parto de la risa.


— ¡Tú vas a buscarlo, Federico!

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