lunes, 3 de agosto de 2015

Capítulo 34

22
Soledad
¿La cuenta? 21 días desde la pelea con Peter
Para nuestro próximo proyecto —dice el Sr. Majors, el profesor de apreciación musical, mientras se pasea de  acá  para  allá  por  todo  el  salón  de  clases—, ustedes  y  su  pareja  tomarán  un  compositor  de música   clásica.  

Me   gustaría   que   prepararan   un informe  oral  de  diez  minutos,  incluyendo  una  biografía  de  la  vida  del compositor y un análisis de la forma en que el trabajo del compositor influenció en la música actual. Además me gustaría que reprodujeran una grabación de una pieza musical escrita por el compositor y que nos digan que significa para ustedes. Así que ahora, por favor, sigan adelante y elijan su pareja y su compositor.

A pesar de que no me ha estado hablando, miro de forma automática a Peter, que está sentado en la mesa junto a la mía. Mira hacia mi rostro, y después con el ceño fruncido constantemente, se gira.

—Hola, Bates —grita Peter por el salón—. Estás conmigo.

Bates, que ya se estaba moviendo con su pareja habitual, mira de Peter hacía mí y de regreso a Peter otra vez. Encogiéndose de hombros, Bates dice:

—Seguro, lo que sea.

—Peter —le digo—. Vamos.

Sacude la cabeza. —Estoy trabajando con Bates esta vez.

Un grupo de otros chicos, empieza a mirar fijamente hacía Peter y hacía mí, con los ojos abiertos. Toda la clase está en silencio.

Recojo mi pluma y empiezo a hacer clic repetidamente, esperando que el ruido me distraiga, porque estoy a punto de romper algo. No hay otros jugadores de fútbol en esta clase. Tal vez simplemente no haré el proyecto, me importa una mierda esta clase de todos modos.

Pero si me ponen una mala nota, el director podría hacer que mi entrenador me dejara en la banca unos cuantos juegos hasta que suba mis notas. Y no puedo soportar perderme un juego, tengo que probarle a Alabama que soy el mejor mariscal de campo de la escuela secundaria en el país, y que cuando me una a su equipo, deberían dejarme jugar.

Cuando  pongo  mi  cabeza  sobre  mi  escritorio,  siento  un  golpecito  en  mi hombro. Me doy vuelta y encuentro a Mery, “la reciente aventura” de Peter.

—Oye —dice en voz baja—, necesito una buena calificación en esto, y puesto que lo hiciste muy bien en ese proyecto discoteca, ¿esperaba que pudiéramos trabajar juntas?

Me sonríe.

—Uhm, claro.

—Genial —dice, sentándose a mi lado—. He estado queriendo decirte que me encantó tu jugada de truco la otra noche. No se ve muy a menudo.

Mi boca se abre. — ¿Sabes lo que es una jugada de truco?

Mery se encoge de hombros y saca una lima de uñas de su cartera, corriéndola de un lado a otro por sus uñas.

—Por supuesto. ¿Quién no?

Después de la práctica, trato de alcanzar a Peter antes de que se marche, pero se va sin decir nada. Apoyada en mi camioneta, saco mi móvil y marco su número, pero no contesta. Esta debe ser la centésima vez que trato de llamarlo en las últimas dos semanas.

¿Por qué, oh, por qué lo acusé de no estar abierto en el campo? ¿Y por qué defendí a Federico? ¿Por qué no dejé que Peter durmiera conmigo de todos modos?
¿Cómo puedo solucionar esto?

—Peter  —le digo a  su  correo  de voz—.  Espero  que estés  sintiéndote bien. ¿Podemos hablar? Te extraño mucho. Mientras cierro mi teléfono, Nicolás se acerca.

— ¿Estás bien?

Asiento con la cabeza.

—Sólo preocupada por Peter.

—Yo también —responde Nicolás mientras cambia su mochila de un hombro al otro.

Estoy harta de hablar con mi diario sobre esta mierda—. ¿Crees que debo terminar con Federico?

Nicolás se centra en sus zapatillas de deporte y agarra la correa de su mochila.

 — No lo sé…

La Sra. Lanzani contesta después de que llamo y me da un abrazo, alisando mi cabello con los dedos.

—No está aquí, cariño —dice mirándome.

—Está bien. ¿Sabe dónde está?

—Creo que iba a levantar pesas y a correr en el gimnasio con su entrenador personal.

— ¿Entrenador personal?

La Sra. Lanzani sigue jugando con mi cabello cuando dice:

—Sí, estoy tan feliz de que tu padre le haya presentado a Peter al entrenador. Estará en tan buena forma para la universidad y tendrá una oportunidad mucho mayor de conseguir una beca. Estoy tan contenta de que Peter tenga a tu familia, no sé qué haríamos sin el apoyo de tu padre.

Sonrío. ¿Así que Peter llevo a papá a esto?

—Correcto —digo, actuando como si lo supiera todo. Su mamá no sabe con claridad sobre lo que ha pasado entre Peter y yo—. Bueno, me pondré en marcha entonces. Gracias, Sra. Lanzani. Me da palmaditas en la espalda.

—Le diré que paraste aquí.

Salto bajando la escalera de entrada y empiezo a dirigirme a mi auto pero luego me doy vuelta rápidamente.

— ¿Sra. Lanzani? ¿Podría decirle… que estoy muy orgullosa de él y que lo amo?

Ella sonríe.

—Por supuesto, pero él ya lo sabe.

Por la tarde, cuando llego a mi casa, papá me detiene en el camino de entrada.

—Vamos al autocine esta noche —dice.

— ¿Películas?

—Sí.

Si no me sintiera tan mal acerca de Alabama y Peter y todo lo demás que pasa en mi vida, probablemente una sonrisa hubiera aparecido en mi rostro.

Me encanta el viejo autocine. En el verano, a Peter, Nicolás, Pablo, y a mí nos gustaba comprar unos pocos tubos de pollo frito, y nos sentábamos en las sillas de jardín en frente de la pantalla grande y tratábamos de adivinar lo que los personajes estaban diciendo en la pantalla, porque nunca pedíamos altavoces.

—No quiero ir al cine, papá.

— ¿Por qué no? Te encanta.

—Sí, pero no contigo.

Papá se frota los ojos.

— ¿Por qué nunca haces nada conmigo?

—Vamos a ver. Le conseguiste a Peter un entrenador personal, pero lo único que vas a hacer por mí es decir que Alabama nunca me dejará jugar, como si me estuvieras haciendo un favor, y después vas adelante en el viaje a la escuela para poder echármelo en cara, ¿y luego me dices que considere otras opciones? Ni siquiera consideras mi primera opción.

—Eso no es lo que…

—Lo que sea, papá.

Paso como  una  tormenta al  patio trasero,  mirando  sobre  mi  hombro  para asegurarme de que papá no me sigue, luego me agacho en el cobertizo, donde me acuesto en el suelo polvoriento y uso una bolsa de paja como almohada.

La luz del sol parpadea a través de la ventana mientras miro las telarañas, en busca de patrones como la gente hace con las nubes. Veo una sección de red que parece el estado de Tennesse. Una vez Peter vio una red que parecía un dispensador                                             Snoopy Pez. Varios minutos después, escucho a mi madre hablar, así que me levanto y miro por la  ventana.  Limpio  un  poco  el  cristal.  Mamá  está  de pie en  su  jardín, rodeada de girasoles, hablando con papá.

—Lo siento, querido —dice, cortando un tallo de girasol—, pero Lali nunca te dejará entrar en cualquier parte de su vida hasta que comiences a prestar atención a lo que ella quiere.

—No quiero verla salir lastimada. Vi a uno de mis mejores amigos morir a los treinta y ocho años, porque había tenido tantas conmociones cerebrales…

—Lo sé, pero el futbol es lo que tu hija más ama en estos momentos. Incluso puedes   compartir   eso   con   ella,   o   puedes   compartir   nada   con   ella. Probablemente por el resto de tu vida. Tu elección. —Mamá se da la vuelta y se dirige al interior de la casa con un manojo de flores, dejando a papá solo.

Se frota los ojos un poco más, luego levanta la cabeza, y toca uno de los girasoles de mamá.

Tres noches más tarde,  llevo los macarrones con queso  a la mesa y tomo asiento, mirando la silla vacía de Peter. Federico está en el trabajo esta noche y Victorio y Jake se encuentran en la escuela, por lo que el comedor se siente solo con sólo mamá, papá, la botella Gatorade de papá y yo.

Tomo una cucharada de ensalada y macarrones en mi plato, a continuación, agarro unas pocas piezas de pan. Extraño tener que discutir con los chicos por los alimentos.

—Por lo tanto, Lali —dice papá, limpiándose la boca con una servilleta—, ¿cómo va la escuela?

—Bien, supongo. —Miento.

— ¿Dónde ha estado Peter? —pregunta mamá.

—No lo sé… está ocupado. —Miento. Inclino mi cabeza y empujo mis macarrones en mi plato.

—He estado pensando en que debería llamarlo —dice mamá.

No respondo. Me trago mi limonada, que recientemente ha perdido su sabor. Ya ni siquiera disfruto de mi bebida favorita, ya que sólo me recuerda a Peter.

Dios, ¿Qué no me recuerda a él? Incluso los macarrones me recuerdan a Peter. Una vez, cuando estábamos a punto de tener nueve, decidimos abrir nuestro propio restaurante en la sala familiar. Lo llamamos “La mordida y los trastos”. Yo era la chef y Peter era el camarero. Cubrimos la mesa de café con un mantel y pusimos platos, vasos y cubiertos de la cocina. Usando marcadores, purpurina y papel de construcción, elaboramos un complejo menú que enlistaba nuestras ofertas: ponche  de  frutas  Kool-Aid,  palomitas  de  microondas,  palitos  de pescado y macarrones con queso. Nuestros únicos clientes eran mamá y Victorio, pero era un infierno de diversión, y mi mamá dejaba a Peter un billete de veinte dólares, que rápidamente gastábamos en skee-ball en la arcada.

—Lali… ¿Qué está pasando con Peter? —pregunta mamá.

Me encojo de hombros. Por el rabillo de mi ojo, veo que mi padre le sacude la cabeza a mamá, como si le dijera que no lo deje caer.

—Entonces —dice papá. Odio todos estos torpes intentos de conversación—. ¿Con quién jugarás mañana? Con el condado de Davidson, ¿verdad?

Me vuelvo para mirar a papá. ¿Acaba de mencionar un juego? ¿Uno de mis juegos? Mierda. Asiento con la cabeza frenéticamente.

—Sí,  estamos  jugando  contra  el  condado  de  Davidson.  Es  el  baile  de bienvenida.

Mamá sonríe a papá y da palmaditas en su mano. Papá se queda mirando hacia su plato, masticando la ensalada. Después de tragar, dice:

—Estaré allí.


—Genial —replico. Tomo un sorbo de limonada y noto que ahora realmente puedo probar el azúcar. 

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