Aquel comentario de Eva, hizo que
Lali frunciera el ceño, pero finalmente sonrió. Escuchar las cosas que aquellos
decían ante la cara de guasa del abuelo Goyo, no tenía precio. Ver aquella
familia tan unida y con sus bromas... Eso era lo que siempre había anhelado
tener y, de pronto, aquellas personas se lo estaban dando todo.
Cinco minutos después el abuelo Goyo
miró en dirección a Lali.
—Gorrioncillo, ¿vamos a tomar un
café?
—Oh, sí... ahora mismo —asintió
Lali.
—¡Abuelo Goyo que no puedes fumar!
—le recordó Eva sonriendo.
El anciano al escuchar aquello,
levantó el bastón y gruño. —Mecagoentoloquesemenea. ¿Quién ha dicho que voy a
fumar?
Lali se tapó la boca para no
sonreír. Estaba claro lo que el anciano quería y Peter, suspirando, indico:
—Vamos, abuelo... yo le acompañaré.
—Petercito, hermoso, no te ofendas.
Pero me gusta más la compañía femenina. —Pero al ver como este le miraba dio un
taconazo en el suelo y dijo—: De acuerdo, vayamos a la cafetería.
—Buena idea abuelo...buena idea
—sonrió Peter, que antes de salir por la puerta dijo en broma —: Portaos bien
chicas.
Una vez se quedaron solas Almudena,
ya más tranquila, dijo:
—Qué fuerte lo de papá con la
enfermera. ¿Maite? ¿Quién es Maite?
—Está visto que los uniformes nos
ponen a todos los de la familia —se mofó Eva haciendo reír a carcajadas a
Lali—. Yo creo que aquí hay tomate. ¿Has visto como se miraban? Lali,
sintiéndose una más entre aquellas, añadió:
—Quizá no deba de decir esto, pero vuestro padre es
un hombre joven, solo y creo que se merece ser feliz ¿no creéis?
—Te doy toda la razón, pero ¡uf!
verás cuando Irene se entere —susurró Almudena.
—Calla... y no me lo recuerdes —suspiró
Eva—. Que como aquí haya tomate nuestra santa Irene, estoy segura de que
la va a liar y parda.
Sobre las seis de la tarde todos
estaban en la casa de Manuel en Sigüenza. Como era de esperar, Almudena lloró al entrar con su hijo, cuando entró en
su habitación, cuando se miró al espejo,
cuando el bebé hizo caquita y en todas las ocasiones habidas y por haber. Una
hora después los hombres agotados de
tanta lágrima decidieron
ir a comprar
provisiones a la
tienda de Charo, mientras las chicas se quedaban en
casa. Poco después llegó Irene con sus hijos para achuchar al pequeño Joel, que
plácidamente dormía en su cunita.
—Ay qué bonitooooooooo —susurró
Rocío al ver a su pequeño primo.
—Si... es muy lindo —gimió la joven
madre emocionada.
—Tita Almu ¿puedo cogerlo? —preguntó
la pequeña Ruth.
—Ahora no cielo, esta dormidito
dormidito. Pero cuando se despierte te prometo que serás la primera en cogerlo.
Javi, que como siempre andaba con su
balón bajo el brazo, tras ver a su tita continuamente llorando dijo acercándose
a la cuna:
—Vale mamá ya lo he visto ¿puedo
irme a casa de Jesusín a jugar? Su madre asintió.
—Sí, hijo si puedes irte a jugar.
Pero de allí no te muevas hasta que yo vaya a buscarte.
¿Entendido? —una vez el pequeño
salió murmuró divertida—: Es un futuro hombre y le quiero con locura, pero
tiene menos sensibilidad que un calamar.
Durante un rato las mujeres
estuvieron hablando del bebé, de sus ojitos, sus morritos y lo precioso y
gordito que estaba hasta que la pequeña Ruth para llamar la atención dijo:
—Me duele la tripita.
—Ay mi niña ¿Que te pasa? —se alarmó
Almudena.
—Tendrá hambre —replicó su madre con
tranquilidad— Ve a la cocina y coge un yogur del frigorífico del abuelo.
—Yo quiero una palmera de chocolate
—exigió la niña mimosona.
—Ruth, no sé si el abuelo tiene
palmeras en casa. Ha ido a comprar y...
—Pues yo quiero una palmera. La
quiero ahora —insistió.
Aquel tono de voz y en especial como
la cría se hacía notar hizo que las hermanas se miraran y Eva en tono de guasa
dijera:
—Vayaaaaaaaaa... me
parece que hoy no hemos
barrido bien y tenemos
la casa llena
de pelusilla.
Consciente de la carita de le
pequeña, Lali sonrió y asiéndola del brazo le preguntó:
—¿Quieres que vayamos a la cocina y
miremos lo que tiene el abuelo?
—Sí —sonrió la pequeña al ver que
había conseguido la atención de alguien.
Segundos después llegaron a la
cocina. Lali no sabia dónde guardaba las cosas Manuel, por lo que dejo que la
pequeña se lo indicara. Su felicidad fue total cuando encontró lo que ella
ansiaba. El abuelo, como siempre, tenía palmeras de chocolate para ella.
Cuando regresaban al salón sonó la
puerta de la calle y una amiguita la reclamó para jugar. Irene dio su
consentimiento y la niña si marchó a casa de Úrsula, una vecina.
—Mamá, ¿iremos de compras a Madrid?
—preguntó Rocío.
—No lo sé. ¿Por qué?
La joven al ver que su madre no la
miraba insistió.
—Mamá quiero que me compres el abrigo de cuero que te dije en la tienda
de JLo ¿no lo recuerdas'?
Irene suspiró y mirando a su hija
respondió.
—Sé que te vas a enfadar, pero tengo
que decirte que lo que me pides es imposible, cielo. Tu padre necesita una
nueva radio para el camión y el sueldo de él no da para mucho. Por lo tanto, y
aun a riesgo de que no me hables el resto del año, tengo que decirte que no te
puedo comprar el abrigo de cuero que quieres.
—Jolines, mamá ¡me lo prometiste!
—Lo sé cielo, pero tenemos un límite
para los gastos y no contaba con la increíble factura de la calefacción y el
seguro del hogar.
—¿Qué abrigo de cuero quieres?
—preguntó con curiosidad Lali. Conocía toda la ropa de su amiga JLo y quizás
ella pudiera hacer algo.
—Pues uno que cuesta un riñón y
parte del otro —se quejó Irene.
—El nuevo de la colección de
Jennifer López —suspiró Rocío . Uno que ella luce en su nuevo catálogo. Es que
me encanta ¡es precioso!
Lali asintió. Tendría que mirar el
último catálogo de su amiga para saberle qué abrigo se trataba. Irene,
entristecida por tener que darle aquella noticia a su hija prosiguió.
—El problema es que si te compro ese
abrigo de regalo de Reyes, el resto de la familia se quedaría sin regalos.
¿Crees que eso seria justo para ellos?
—Vale mamá... lo entiendo.
Sorprendida por aquella contestación
Irene miró a su bija y murmuró boquiabierta.
—¿De verdad, cielo que lo entiendes?
—Que sí, mamá —suspiró sabedora de
que su madre tenía razón. El sueldo de su padre no daba para mucho y tener un
abrigo tan caro era un sueño imposible. Además, no quería enfadarla. Había
quedado con unos amigos un par de horas después para ir a tomar algo al pueblo
de al lado y mejor contentarla a que le prohibiera salir.
Olvidado el incidente del abrigo,
todas siguieron adorando al pequeño hasta que Eva dijo:
—Es precioso... ¿Pero es solo cosa
mía o se parece a él?
—Sí. Es clavadito a él —asintió
Rocío muy segura de lo que decía.
Lali no entendió aquel acertijo
hasta que Almudena mirando a su bebé asintió y como era de esperar gimoteó
llevándose el kleenex a la boca:
—Es idéntico a su padreeeee.
—Por Dios, Almu, pareces un bulldog
con tanta baba —se mofó Eva a! verla. Irene al escuchar aquello le dio un
pescozón y consoló a la llorona abrazándola.
—Venga... venga... ya está, cielo...
ya está.
Diez minutos después y tras
conseguir que Almudena dejara de llorar, miró a su precioso hijo y dijo más
tranquila:
—Si le viera Saúl se quedaría de
piedra. Es idéntico a él.
—Por cierto y hablando de piedras
—dijo Eva para cambiar de tema—. Irene, ¿a que no sabes quién es un ligón de
tomo y lomo?
Lali
y Almudena se miraron
sorprendidas. Sabían lo que iba a
decir y centraron toda su atención en
Irene que con gesto dulce miraba al pequeñito.
—¿Quién es un ligón? —se interesó
Rocío tras mirar su móvil.
—Tu abuelo, vamos, mi padre.
—¡¿El abuelo?!
—¡Ajá!
—¡¿Mi abuelo?!—confirmó Rocío
sorprendida.
—El mismo que viste y calza. Ya
ves... tenemos otro latín lover en la familia además de nuestro guapo Peter
—asintió Eva esperando la reacción de su hermana mayor que no se hizo esperar.
Irene levantó el rostro y tras clavar
la mirada primero en su hija y después en sus hermanas, dijo en un tono de voz
nada sorprendido:
—Pues hace muy bien. Papá es un
hombre joven y se merece ser feliz. ¿No creéis?
—Palabrita del niño Jesús, que a ti
no hay quien te entienda —se mofó Eva al escucharla.
—¡Mamáaaaaaaa! Pero ¿has oído lo que
han dicho las titas?
—Sí cariño, claro que lo he oído. Y
repito. Me parece muy bien que el abuelo salga con alguien. La abuela murió
hace años, para nuestro pesar y el suyo, y necesita compañía.
—¡Qué fuerte! Contigo una no sabe
cómo acertar —murmuró Eva mirando a Lali.
—Y que lo digas —asintió Almudena.
Sorprendidas como nunca en su vida,
Eva y Almudena se acercaron a su hermana y
poniéndole la mano en la frente
murmuró Eva.
—Llamad a una ambulancia con
urgencia.
—Irene ¿estás bien? —preguntó
Almudena.
Esta tras sonreír a Lali que las estaba observando apartada,
se sentó junto a la cuna del pequeño Joel y dijo:
—Yo estoy perfectamente. ¿Y
vosotras?
—Pero... pero... yo pensé que ibas a
montar en cólera —cuchicheó Eva.
—Aisss Eva María. Qué exagerada eres
—rio Irene.
—Pero vamos a ver ¿con quién sale el
abuelo? —preguntó Rocio.
Irene, Tras tapar con la toquillita
al bebé las miró y contesto con una sonrisa:
—Con una señora encantadora desde
hace al menos año y medio.
—¡¿Cómo?! —gritaron sorprendidas Eva
y Almudena.
—Relajaos, mujeres
modernas —se mofó Irene tras soltar su noticia—.
¿A qué viene tanto aspaviento? Ni
que estuviera saliendo con una pütingui.
—¡¿Pilingui?! ¿Qué es eso? —preguntó
sorprendida Lali.
Rocío respondió divertida: —Una
pütingui es una guarrona, una mujer sueltecita de bragas.
—Ah... vale —se carcajeó Lali.
Las hermanas, ante la defensa de
Irene de aquella desconocida corrieron a sentarse a su lado.
—Comienza a hablar si no quieres que
te torturemos —dijo Almudena tras ponerse un flotador bajo el culo.
Jajaja,y Almudena y Eva k se creían k se las sabían todas.
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