lunes, 3 de noviembre de 2014

Capítulo 57

Al verse solo en el salón maldijo en silencio. Su perra, Senda le miró y como si entendiera lo ocurrido se levantó de su sitio y se fue tras Lali. ¿Qué había hecho? Lo que menos le apetecía era aquella situación de enfado. Ella nunca había preguntado ni exigido nada. Había aceptado sus exigencias y no podía entender por qué de pronto a él se le hacían difíciles de cumplir.

 Miro la televisión y vió a Viggo Mortensen caminar con su capa de capitán Alatriste hacia un barco y sonrió. Al final el capullo de Nicolás iba a tener razón y los celos por primera vez estaban llamando a su puerta. Aunque más que llamar, derribaban la puerta. Durante un rato esperó a que ella regresara al salón. Nunca había ido tras una mujer. Nunca lo había necesitado. Pero al ver que los minutos pasaban y ella no regresaba comenzó a sentirse inquieto. Aquella situación era nueva para él y tras suspirar y convencerse de que era un imbécil y todo lo había propiciado él decidió actuar.

En la cocina, Lali se fumó un cigarrillo y una vez lo apagó, sin poder evitarlo abrió el mueble de los bollos y se cogió unas Oreo. Eso calmaría las ganas que tenía de salir corriendo de allí. ¿Qué había pasado? Solo estaba hablando de sus amigos y compañeros de trabajo, como él en ocasiones había  hablado  de  Lucas,  Nicolás  O Damián.  Enfadada  por  lo  ocurrido  mordisqueaba  la  galleta apoyada  en la puerta del patio mirando como llovía, cuando escuchó la música proveniente  del salón. Era la canción At Last de Beyoncé. Su canción.

—Cierra los ojos y relájate. Esta canción sé que te ayuda a relajarte ¿verdad?—escuchó  de pronto la voz ronca de Peter en su oído.

Incapaz de no entrar en su juego, asintió y le hizo caso. Peter conseguía que ella explotara de furia pero también tenía el poder de calmarla solo con su voz. Instantes después se dejó abrazar y comenzó a bailar con él aquella dulce y sensual canción en la cocina. Cundo la canción terminó Peter la miró a los ojos y le preguntó

—¿Me perdonas? ¿Cómo no perdonarte? pensó ella, le besó y esbozó una sonrisa.

Superada  aquella  absurda  discusión,  días  después,  Eva,  Peter  y Lali  fueron  al  Hospital Universitario de Guadalajara para recoger a Almudena. Tanto la madre como el bebé estaban de maravilla, pero Almudena llevaba dos días sin parar de llorar. Cualquier  cosa que le dijeras le hacía berrear una y otra vez y aunque todos se preocuparon, los médicos les calmaron indicándoles que aquello era normal. Las hormonas  de la nueva  mamá aún estaban revolucionadas  y por eso lloraba continuamente. Cuando dejaron el coche en el parking y se dirigían al hospital se cruzaron con dos hombres vestidos de policía.

—Mmmm... cómo me ponen los uniformes —suspiró Eva al verlos pasar y mirando a la joven que caminaba junto a su hermano preguntó—: ¿No te ponen los tíos así vestidos? ¿No te parecen terriblemente varoniles?

—Definitivamente sí —rio Lali tras mirar a Peter—. Cada vez que tu hermano aparece vestido de cucaracho ¡me vuelve loca!

Peter se carcajeó ¿cuando había aprendido ella aquella palabra?

—Normal hija... normal... cuando se visten de negro desprenden sensualidad y morbo por todos sus poros ~y al recordar a Damián, el sexy compañero de su hermano, suspiro—.  Uf... ya te digo, hay cada uno...

Peter, al ver aquel gesto, le dio un empujoncito.

—Hermanita, disimula. Se nota a la legua que te vuelve loca algún que otro compañero de la base.

—Uf... es que allí hay material de primera —suspiró esta—. Por cierto Lali, cuando quieras vamos a hacerle una visitilla a mi hermano a la base. Almudena y yo de vez en cuando vamos y nos damos un alegrón a la vista. Te aseguro que merece la pena

—Vale... encantada.

—Chicas... no me jorobéis —las reprendió Peter.

Lo que menos le apetecía era ver a Lali en la base, rodeada por los depredadores  de su unidad y menos junto a la lianta de su hermana. Definitivamente no era buena idea.

—Anda...  ahora que lo pienso —dijo Eva— Quizá a Almudena  le vendría de lujo darse un homenaje visual para que deje de llorar por el simple hecho de existir.

—Tranquila. Se le pasará —aseguró Peter divertido.

—Mira, hermanito no es por nada. Pero tú podías tirarte el rollo un poquito ¿no crees? Sorprendido por aquello la miró y preguntó:

—¿Tirarme el rollo? ¿En qué?

—En proporcionarle a tu llorosa y lacrimosa hermana Almudena un poco de felicidad visual y de paso también a nosotras. Tampoco es tanto pedir, ¿no?

—Oh, sí... sería un bonito detalle —asintió Lali y divertida le enseñó la pulsera que llevaba y le susurró al oído—: Te recuerdo que yo tengo un todo incluido.

—Sería un detallado, además de un morbazo —prosiguió Eva sin percatarse de cómo aquel fruncía el ceño.

Peter finalmente sonrió por sus ocurrencias y tras cogerlas por la cintura murmuró:

—Ni la base, ni mis compañeros por muy guapos que os parezcan son para divertirse. —Y para chinchar a su hermana cuchicheó—. Además, a ti, señorita metomentodo te da lo mismo un poli de verdad que un boy vestido para la ocasión ¿verdad?

—Pues tienes razón. Me da igual. Soy una conformista nata —asintió divertida—. Por lo menos del boy sé lo que espero. Por lo tanto, y si no quieres que aparezcamos  por la base con nuestra hermana la llorica, ya sabes lo que tienes que hacer para alegramos el alma, la vista y alguna que otra cosa más.

Parapetada tras su disfraz, Lali disfrutaba de aquel momento familiar mientras se cruzaba con personas que en traban y salían del hospital. Aquella libertad le encamaba y sonrió satisfecha de su anonimato. Aquello era maravilloso.

Tras subir en el ascensor a la tercera planta entraron en la habitación. Allí estaban Manuel y el abuelo Goyo haciendo monadas al pequeño Joel.

—¡Oh... mis salvadoras! Sin vosotras todo hubiera sido un desastre —gimió Almudena al verlas aparecer llevándose un pañuelo a la cara.

—¿Seguimos en plan drama? —se mofó Eva al ver a su hermana.

—Seguimos... seguimos —asintió Manuel tras suspirar.

—Ay, hermosa... no lo sabes tú bien —contestó el abuelo Goyo poniendo los ojos en blanco.

—Pero no llores mujer, que tienes un bebé precioso. — Lali corrió a abrazarla.

Peter miró a su padre y a su abuelo, quienes se encogieron de hombros y para hacer sonreír a su hermana dijo:

—Aquí  te traigo a las enfermeras  más dicharacheras  de todo Guadalajara, Almudena.  Estoy segura que en este hospital tomarán en cuenta su inestimable experiencia como matronas.

Divertida por aquello, Eva se acercó a la cama y le dio un beso a su hermana. Se la veía bien aunque con la nariz hinchada como un tomate y los ojos rojos y vidriosos. La besó y le limpió los ojos con un kleenex.

—Que sepas mona, que gracias a tu búho y a ti he decidido privar a este mundo de la existencia de mi descendencia. Y por supuesto, y muy importante, no volveré a quedarme a solas con ningún hombre por muy guapo e irresistible que sea.

—No me digas eso. No quiero sentirme culpable por no tener mas sobrinosssssssssssssssss  —lloriqueó aquella.

—Ni caso, Almudena —la consoló Peter—, Se acaba de cruzar con unos tipos con uniforme y te aseguro que por su linda boquita ha salido de todo menos la abstinencia.

—Y he pensado en ti eh... Almu. Le he dicho a nuestro hermanito que sería algo tremendamente recomendable para ti  que te  alegrarse la  vista con unas buenas tabletas de chocolate y unos estupendos oblicuos bien trabajados —apostillo Eva consiguiendo que aquella por primera vez sonriera.

—Qué jodía es esta muchacha —sonrió el abuelo Goyo.

Todos sonrieron. En especial Peter, al que se le veía pletórico y feliz. Al principio, ninguno quiso pensar que Lali era la causa de su felicidad, pero todos lo deducían. Se le notaba relajado desde que aquella joven había aparecido en su vida y eso les gustaba.

Tras un rato en el que consiguieron hacer reír a la llorona, Lali se acercó a la cunita del
recién nacido y murmuró:

—Es precioso. Es el bebé más bonito que he visto en mi vida.

Aquel comentario hizo que Manuel mirara a su hijo y le guiñara el ojo. Este al ver aquello junto las cejas y su padre sonrió. No era para menos.

—Un nuevo gorrioncillo al que mimar —asintió el abuelo Goyo encantado.

La puerta se abrió y una enfermera morena y de mediana edad entró. Tras saludarles a todos con una tímida sonrisa preguntó:

—¿Todo bien por aquí?

Almudena fue a responder pero su padre se le adelantó.

—Magníficamente.

Aquella extraña se agachó y tras mirar al pequeño Joel que dormía plácidamente en su cunita murmuró:

—Es un niño muy guapo.

—Y hermoso. Casi cuatro kilos que ha pesado el muy ladrón —asintió el abuelo Goyo satisfecho. La enfermera tras sonreír por el comentario del anciano, cruzó una mirada con Manuel y dijo: —Se parece mucho al abuelo.

—Gracias —sonrió Manuel, mientras Peter, Eva y Almudena cruzaban sus miradas sorprendidos. ¿Qué estaba pasando allí?

La enfermera, tras suspirar, se recompuso y dijo:

—Vengo a llevarme al niño. Tenemos que hacerle unas pruebas.

—¡¿Pruebas?! Aisss, Dios mío. ¿Qué le pasa? —gimió Almudena comenzando a llorar. Manuel, acercándose a la enfermera le preguntó en tono preocupado: —¿Le ocurre algo al niño?

—No... Manuel, no te preocupes —sonrió la mujer mientras cogía al bebé—, Las pruebas que le vamos a hacer se las hacen a todos los bebés cuando nacen antes de marcharse del hospital.

—¿Estás segura? —preguntó aquel ante la expectación de todos.

—Si —asintió aquella con una dulce sonrisa.

—¿Qué le van a hacer? —preguntó Almudena.

—Le vamos a pinchar en el talón y...

—Ay pobrecito mío... ya comienza a sufrir —gimió la sensible madre comenzando a llorar de nuevo.

La enfermera tras mirar a la joven y sonreír, se acercó a ella y cogiéndole con la mano el óvalo de la cara para que la mirara murmuró.

—Son pruebas rutinarias, no te preocupes. ¿Vale Almudena?

—Vale... si nos lo dices tú, me quedo tranquilo —asintió Manuel con un dulce tono de voz.

Aquel tono de voz de su padre hizo que los hermanos se miraran los unos a otros. ¿A qué se debía aquella sonrisa? Y sobre todo, ¿por qué aquella mujer sabía el nombre de su padre? La enfermera sonrió de nuevo, pero cuando se dio la vuelta   para salir, el abuelo Goyo se plantó delante y dijo en tono poco conciliador:

—Yo le acompaño. No hago más que ver en la televisión que roban niños, y este es tan hermoso y rollizo que no puedo dejarlo marchar sin mi vigilancia. ¿Quién nos asegura que no nos lo van a robar?

—¡Abuelo! —protestó Peter, mientras Lali sonreía.

—Ni abuelo, ni leches. El gorrioncillo es una hermosura y no va a ningún lado si no voy yo.

Peter divertido por cómo su abuelo se aceleraba en décimas de segundos, se acercó a él y en tono tranquilizador dijo:

No te preocupes.  Estoy seguro que esta enfermera lo cuidará y enseguida  lo traerá para que podamos irnos.

—¡Que no! —insistió el anciano—. Que de aquí no sale el muchacho sin su bisabuelo detrás.

—Goyo... no te preocupes —dijo Manuel con seguridad—. Quédate con los muchachos mientras yo acompaño a Maite. Me aseguraré que nuestro Joel regrese junto a su mamá.

—Si papá acompáñale —gimió Almudena.

Dos minutos después, la enfermera y su padre desaparecieron tras la puerta y Eva miranda a su hermana susurró:

—¡¿Maite?! Es mi impresión o papá y esa enfermera...

—¿Papá ligando? —preguntó Almudena secándose las lágrimas.

—No comencéis a cotorrear que os conozco —se mofó Peter.

Lali sonrió y Eva sorprendida por lo que había visto minutos antes dijo:

—¿Pero habéis visto como se ha puesto de melosón papá y como miraba a esa mujer, a Maite? Vaya... vaya con papá, si al final va a ser más ligón que tú.


—A ver señorita metomentodo —rio Peter—. Papá es papá y yo... soy yo.

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