Al verse solo en el salón maldijo en
silencio. Su perra, Senda le miró y como si entendiera lo ocurrido se levantó
de su sitio y se fue tras Lali. ¿Qué había hecho? Lo que menos le apetecía era
aquella situación de enfado. Ella nunca había preguntado ni exigido nada. Había
aceptado sus exigencias y no podía entender por qué de pronto a él se le hacían
difíciles de cumplir.
Miro la televisión y vió a Viggo
Mortensen caminar con su capa de capitán Alatriste hacia un barco y sonrió. Al
final el capullo de Nicolás iba a tener razón y los celos por primera vez
estaban llamando a su puerta. Aunque más que llamar, derribaban la puerta.
Durante un rato esperó a que ella regresara al salón. Nunca había ido tras una
mujer. Nunca lo había necesitado. Pero al ver que los minutos pasaban y ella no
regresaba comenzó a sentirse inquieto. Aquella situación era nueva para él y
tras suspirar y convencerse de que era un imbécil y todo lo había propiciado él
decidió actuar.
En la cocina, Lali se fumó un
cigarrillo y una vez lo apagó, sin poder evitarlo abrió el mueble de los bollos
y se cogió unas Oreo. Eso calmaría las ganas que tenía de salir corriendo de
allí. ¿Qué había pasado? Solo estaba hablando de sus amigos y compañeros de
trabajo, como él en ocasiones había
hablado de Lucas,
Nicolás O Damián. Enfadada
por lo ocurrido
mordisqueaba la galleta apoyada en la puerta del patio mirando como llovía,
cuando escuchó la música proveniente del
salón. Era la canción At Last de Beyoncé. Su canción.
—Cierra los ojos y relájate. Esta
canción sé que te ayuda a relajarte ¿verdad?—escuchó de pronto la voz ronca de Peter en su oído.
Incapaz de no entrar en su juego,
asintió y le hizo caso. Peter conseguía que ella explotara de furia pero
también tenía el poder de calmarla solo con su voz. Instantes después se dejó
abrazar y comenzó a bailar con él aquella dulce y sensual canción en la cocina.
Cundo la canción terminó Peter la miró a los ojos y le preguntó
—¿Me perdonas? ¿Cómo no perdonarte?
pensó ella, le besó y esbozó una sonrisa.
Superada aquella
absurda discusión, días
después, Eva, Peter
y Lali fueron al
Hospital Universitario de Guadalajara para recoger a Almudena. Tanto la
madre como el bebé estaban de maravilla, pero Almudena llevaba dos días sin
parar de llorar. Cualquier cosa que le
dijeras le hacía berrear una y otra vez y aunque todos se preocuparon, los
médicos les calmaron indicándoles que aquello era normal. Las hormonas de la nueva
mamá aún estaban revolucionadas y
por eso lloraba continuamente. Cuando dejaron el coche en el parking y se
dirigían al hospital se cruzaron con dos hombres vestidos de policía.
—Mmmm... cómo me ponen los uniformes
—suspiró Eva al verlos pasar y mirando a la joven que caminaba junto a su
hermano preguntó—: ¿No te ponen los tíos así vestidos? ¿No te parecen
terriblemente varoniles?
—Definitivamente sí —rio Lali tras
mirar a Peter—. Cada vez que tu hermano aparece vestido de cucaracho ¡me vuelve
loca!
Peter se carcajeó ¿cuando había
aprendido ella aquella palabra?
—Normal hija... normal... cuando se
visten de negro desprenden sensualidad y morbo por todos sus poros ~y al
recordar a Damián, el sexy compañero de su hermano, suspiro—. Uf... ya te digo, hay cada uno...
Peter, al ver aquel gesto, le dio un
empujoncito.
—Hermanita, disimula. Se nota a la
legua que te vuelve loca algún que otro compañero de la base.
—Uf... es que allí hay material de
primera —suspiró esta—. Por cierto Lali, cuando quieras vamos a hacerle una
visitilla a mi hermano a la base. Almudena y yo de vez en cuando vamos y nos
damos un alegrón a la vista. Te aseguro que merece la pena
—Vale... encantada.
—Chicas... no me jorobéis —las
reprendió Peter.
Lo que menos le apetecía era ver a
Lali en la base, rodeada por los depredadores
de su unidad y menos junto a la lianta de su hermana. Definitivamente no
era buena idea.
—Anda... ahora que lo pienso —dijo Eva— Quizá a
Almudena le vendría de lujo darse un
homenaje visual para que deje de llorar por el simple hecho de existir.
—Tranquila. Se le pasará —aseguró
Peter divertido.
—Mira, hermanito no es por nada. Pero
tú podías tirarte el rollo un poquito ¿no crees? Sorprendido por aquello la
miró y preguntó:
—¿Tirarme el rollo? ¿En qué?
—En proporcionarle a tu llorosa y
lacrimosa hermana Almudena un poco de felicidad visual y de paso también a
nosotras. Tampoco es tanto pedir, ¿no?
—Oh, sí... sería un bonito detalle
—asintió Lali y divertida le enseñó la pulsera que llevaba y le susurró al
oído—: Te recuerdo que yo tengo un todo incluido.
—Sería un detallado, además de un
morbazo —prosiguió Eva sin percatarse de cómo aquel fruncía el ceño.
Peter finalmente sonrió por sus
ocurrencias y tras cogerlas por la cintura murmuró:
—Ni la base, ni mis compañeros por
muy guapos que os parezcan son para divertirse. —Y para chinchar a su hermana
cuchicheó—. Además, a ti, señorita metomentodo te da lo mismo un poli de verdad
que un boy vestido para la ocasión ¿verdad?
—Pues tienes razón. Me da igual. Soy
una conformista nata —asintió divertida—. Por lo menos del boy sé lo que
espero. Por lo tanto, y si no quieres que aparezcamos por la base con nuestra hermana la llorica,
ya sabes lo que tienes que hacer para alegramos el alma, la vista y alguna que
otra cosa más.
Parapetada tras su disfraz, Lali
disfrutaba de aquel momento familiar mientras se cruzaba con personas que en traban
y salían del hospital. Aquella libertad le encamaba y sonrió satisfecha de su
anonimato. Aquello era maravilloso.
Tras subir en el ascensor a la
tercera planta entraron en la habitación. Allí estaban Manuel y el abuelo Goyo
haciendo monadas al pequeño Joel.
—¡Oh... mis salvadoras! Sin vosotras
todo hubiera sido un desastre —gimió Almudena al verlas aparecer llevándose un
pañuelo a la cara.
—¿Seguimos en plan drama? —se mofó
Eva al ver a su hermana.
—Seguimos... seguimos —asintió
Manuel tras suspirar.
—Ay, hermosa... no lo sabes tú bien
—contestó el abuelo Goyo poniendo los ojos en blanco.
—Pero no llores mujer, que tienes un
bebé precioso. — Lali corrió a abrazarla.
Peter miró a su padre y a su abuelo,
quienes se encogieron de hombros y para hacer sonreír a su hermana dijo:
—Aquí te traigo a las enfermeras más dicharacheras de todo Guadalajara, Almudena. Estoy segura que en este hospital tomarán en
cuenta su inestimable experiencia como matronas.
Divertida por aquello, Eva se acercó
a la cama y le dio un beso a su hermana. Se la veía bien aunque con la nariz
hinchada como un tomate y los ojos rojos y vidriosos. La besó y le limpió los
ojos con un kleenex.
—Que sepas mona, que gracias a tu
búho y a ti he decidido privar a este mundo de la existencia de mi
descendencia. Y por supuesto, y muy importante, no volveré a quedarme a solas
con ningún hombre por muy guapo e irresistible que sea.
—No me digas eso. No quiero sentirme
culpable por no tener mas sobrinosssssssssssssssss —lloriqueó aquella.
—Ni caso, Almudena —la consoló
Peter—, Se acaba de cruzar con unos tipos con uniforme y te aseguro que por su
linda boquita ha salido de todo menos la abstinencia.
—Y he pensado en ti eh... Almu. Le
he dicho a nuestro hermanito que sería algo tremendamente recomendable para
ti que te alegrarse la
vista con unas buenas tabletas de chocolate y unos estupendos oblicuos
bien trabajados —apostillo Eva consiguiendo que aquella por primera vez
sonriera.
—Qué jodía es esta muchacha —sonrió
el abuelo Goyo.
Todos sonrieron. En especial Peter,
al que se le veía pletórico y feliz. Al principio, ninguno quiso pensar que
Lali era la causa de su felicidad, pero todos lo deducían. Se le notaba
relajado desde que aquella joven había aparecido en su vida y eso les gustaba.
Tras un rato en el que consiguieron
hacer reír a la llorona, Lali se acercó a la cunita del
recién nacido y murmuró:
—Es precioso. Es el bebé más bonito
que he visto en mi vida.
Aquel comentario hizo que Manuel
mirara a su hijo y le guiñara el ojo. Este al ver aquello junto las cejas y su
padre sonrió. No era para menos.
—Un nuevo gorrioncillo al que mimar
—asintió el abuelo Goyo encantado.
La puerta se abrió y una enfermera
morena y de mediana edad entró. Tras saludarles a todos con una tímida sonrisa
preguntó:
—¿Todo bien por aquí?
Almudena fue a responder pero su
padre se le adelantó.
—Magníficamente.
Aquella extraña se agachó y tras
mirar al pequeño Joel que dormía plácidamente en su cunita murmuró:
—Es un niño muy guapo.
—Y hermoso. Casi cuatro kilos que ha
pesado el muy ladrón —asintió el abuelo Goyo satisfecho. La enfermera tras
sonreír por el comentario del anciano, cruzó una mirada con Manuel y dijo: —Se
parece mucho al abuelo.
—Gracias —sonrió Manuel, mientras
Peter, Eva y Almudena cruzaban sus miradas sorprendidos. ¿Qué estaba pasando
allí?
La enfermera, tras suspirar, se
recompuso y dijo:
—Vengo a llevarme al niño. Tenemos
que hacerle unas pruebas.
—¡¿Pruebas?! Aisss, Dios mío. ¿Qué
le pasa? —gimió Almudena comenzando a llorar. Manuel, acercándose a la
enfermera le preguntó en tono preocupado: —¿Le ocurre algo al niño?
—No... Manuel, no te preocupes
—sonrió la mujer mientras cogía al bebé—, Las pruebas que le vamos a hacer se
las hacen a todos los bebés cuando nacen antes de marcharse del hospital.
—¿Estás segura? —preguntó aquel ante
la expectación de todos.
—Si —asintió aquella con una dulce
sonrisa.
—¿Qué le van a hacer? —preguntó
Almudena.
—Le vamos a pinchar en el talón y...
—Ay pobrecito mío... ya comienza a
sufrir —gimió la sensible madre comenzando a llorar de nuevo.
La enfermera tras mirar a la joven y
sonreír, se acercó a ella y cogiéndole con la mano el óvalo de la cara para que
la mirara murmuró.
—Son pruebas rutinarias, no te
preocupes. ¿Vale Almudena?
—Vale... si nos lo dices tú, me
quedo tranquilo —asintió Manuel con un dulce tono de voz.
Aquel tono de voz de su padre hizo
que los hermanos se miraran los unos a otros. ¿A qué se debía aquella sonrisa?
Y sobre todo, ¿por qué aquella mujer sabía el nombre de su padre? La enfermera
sonrió de nuevo, pero cuando se dio la vuelta
para salir, el abuelo Goyo se plantó delante y dijo en tono poco
conciliador:
—Yo le acompaño. No hago más que ver
en la televisión que roban niños, y este es tan hermoso y rollizo que no puedo
dejarlo marchar sin mi vigilancia. ¿Quién nos asegura que no nos lo van a
robar?
—¡Abuelo! —protestó Peter, mientras
Lali sonreía.
—Ni abuelo, ni leches. El
gorrioncillo es una hermosura y no va a ningún lado si no voy yo.
Peter divertido por cómo su abuelo
se aceleraba en décimas de segundos, se acercó a él y en tono tranquilizador
dijo:
No te preocupes. Estoy seguro que esta enfermera lo cuidará y
enseguida lo traerá para que podamos
irnos.
—¡Que no! —insistió el anciano—. Que
de aquí no sale el muchacho sin su bisabuelo detrás.
—Goyo... no te preocupes —dijo
Manuel con seguridad—. Quédate con los muchachos mientras yo acompaño a Maite.
Me aseguraré que nuestro Joel regrese junto a su mamá.
—Si papá acompáñale —gimió Almudena.
Dos minutos después, la enfermera y
su padre desaparecieron tras la puerta y Eva miranda a su hermana susurró:
—¡¿Maite?! Es mi impresión o papá y
esa enfermera...
—¿Papá ligando? —preguntó Almudena
secándose las lágrimas.
—No comencéis a cotorrear que os
conozco —se mofó Peter.
Lali sonrió y Eva sorprendida por lo
que había visto minutos antes dijo:
—¿Pero habéis visto como se ha
puesto de melosón papá y como miraba a esa mujer, a Maite? Vaya... vaya con
papá, si al final va a ser más ligón que tú.
—A ver señorita metomentodo —rio
Peter—. Papá es papá y yo... soy yo.
Dos iguales para hoy, Peter y Manuel.
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