lunes, 3 de noviembre de 2014

Capítulo 59

Irene, suspiró y pasó a relatarles cómo su padre, hacía cosa de dos años, le comentó una tarde que había conocido a una mujer en uno de los chequeos del abuelo Goyo en el hospital Universitario de Guadalajara. En un principio no quiso hacer caso a sus sentimientos, hasta que un día el abuelo Goyo, al ver a la joven enfermera en la cafetería del hospital, ni corto ni perezoso se empeñó en desayunar con ella. Aquel primer contacto hizo que el abuelo Goyo confirmara sus dudas. Se había dado cuenta de cómo su yerno, que había estado felizmente casado con su hija, evitaba mirar a la simpática enfermera que se deshacía en atenciones hacia ellos.

—Así que el abuelo Goyo hizo de celestina —sonrió Eva.

—Ya te digo —asintió Irene—. Es más, el abuelo fue el que consiguió el teléfono de Maite, la enfermera, y se lo dio a papá para que la llamara. Entonces papá me llamó un día a casa y me contó lo que pasaba. Sabia que vosotras y Peter aplaudiríais su decisión, pero también sabía que yo no lo haría, y decidió contarme lo que ocurría antes de que yo me enterara por otro canal y me pudiera enfadar.

—Ay qué lindo que es papá —gimoteó Almudena de nuevo.

—El caso es que cuando papá me lo dijo — prosiguió Irene—, al principio me quedé sin saber que decirle. El que esa mujer formara parte de su vida, me hizo pensar que ya se había olvidado de mama. Yo me enfadé con él y le dije cosas que luego me arrepentí y decidió olvidarse de ella. Papá antepuso nuestra felicidad a la suya propia. Una semana después, el abuelo Goyo se enteró de lo ocurrido, vino a verme a casa y me hizo entender, bastón en alto —rio emocionada  al recordar aquello—, que papá se merecía volver a ser feliz.

—Ay qué remono que es el abuelo Goyo —volvió a suspirar Almudena justo en el momento en que Lali le pasaba un nuevo kleenex que ella aceptó encantada.

—Y tú qué bruta, Irene —siseó Eva mirando a su hermana.

—Lo sé y por eso cambié de opinión. El abuelo Goyo me hizo entender que papá hubiera dado la vida por mamá y que la querría toda la vida, pero que él estaba vivo y se merecía tener una nueva ilusión. En definitiva, hablé con papá y le obligué a llamar a Maite delante de mí. Desde entonces siempre que él va a Guadalajara queda con ella y se ven. Incluso ha venido a casa un par de veces, pero como las dos estabais viviendo en Madrid no os enterasteis y Peter, por su trabajo, tampoco. Papá  me dijo que no dijera  nada  porque  quería  ser él quien os diera  la noticia  si lo de ellos continuaba hacía delante. Y ahora, vamos a ver ¿cómo os habéis enterado?

—En el hospital. Esta mañana ha entrado una enfermera, Maite, a la habitación a por Joel, y...

—¿Qué os ha parecido Maite?—preguntó emocionada Irene ¿A que es una mujer encantadora? Oh, Dios... a mí me cae fenomenal y siempre que voy a Guadalajara hago como papá, la llamo y me tomo un cafetín con ella.

Almudena y Eva se miraron y divertida esta última respondió:

—Pues... no hemos hablado con ella y...

El timbre de la puerta sonó y Rocío se levantó para ir a abrir. Dos segundos después la joven entraba en el salón seguida de dos impresionantes policías municipales.

—Mamá...estos... estos señores preguntan por...

—¿Pero qué ven mis ojos? gritó Eva sorprendiéndolas a todas,

—Dos policías —respondió Almudena sin entenderla.

—¡Uoooool! ¡Adelante! —gritó Eva al ver a aquellos musculosos y atractivos hombres vestidos de policía.

Lali, al ver aquello, se quedó boquiabierta,  pero Eva se levantó y llegando hasta donde estaban le dio un cachete en el trasero al más alto y dijo dejando a sus hermanas sin palabras —: Mmmm... me encanta este trasero redondo. Lo bien que te queda el uniforme y... la porra que llevas en la cintura.

—¡Eva María! —gritó Irene sorprendida por aquel descaro.

El poli miró a la joven que sonreía a su lado y tras cruzar una mirada con su compañero dijo: —Me alegra saberlo, señora.

—¡Señorita! —recalcó divertida.

—Señorita —repitió el municipal.

—Vaya... vaya... veo que mi hermanito por fin se ha dado cuenta de que necesitamos un alegrón para el cuerpo y la vista.

—No me lo puedo creer —murmuró Lali sorprendida. ¿Peter había enviado a unos boys para alegrarles la tarde?

—Créetelo nena —rio Eva al escucharla—. Este Peter es el mejor.

Irene y Almudena, patidifusas, miraban a su hermana pequeña revolotear alrededor de aquellos policías cuando la escucharon decir:

—Vamos, nenes, poned la musiquita y comenzad el espectáculo. Somos todas ojos ¡guapos! —Y mirando a su hermana Almudena le cuchicheó—: Le dije a Peter que un numerito de estos te vendría bien ¡y aquí están!

—Uoooo —rio Almudena complacida—, ¿En serio?

—Ya te digo.

—Uff... con esto me va a subir la leche.

—No importa, Almu... disfrútalo.

—Entonces...  vamos  nenes. Enseñad  lo que sabéis  hacer  que acabo de ser madre, estoy sin pareja  y  desesperada  por  ver  un  musculado  cuerpo  serrano  —aplaudió  Almudena  divertida cambiando radicalmente su tono de voz.

Lali al escuchar  aquello se tapó la boca con las manos. Aquello era lo más surrealista  y divertido que había vivido nunca y no pudo evitar carcajearse, mientras pensaba en el detallazo que Peter había tenido al enviarles aquella diversión.

Los policías, sin saber realmente de qué hablaba, se miraron y el más alto, tras clavar su mirada en las jóvenes alocadas, en especial en la que estaba junto a la cunita del bebé, dijo:

—Preguntamos por...

—Por Eva, Almudena, Lali, Irene y Rocío ¿verdad? —susurró Eva.

—No precisamente —respondió el poli divertido.

—Venga guapetones, no os hagáis de rogar —cuchicheó Almudena.

Avergonzada por sus hermanas, Irene se acercó a su hija y tapándole los ojos dijo:

—Tú no mires, cielo... a tus titas se les ha ido la cabeza.

—Quita mamá —protestó Rocío que no quería perderse nada.

—Vamos, nenes, poned la música y comenzad a quitaros cositas —suspiró Eva sentándose junto a Lali que se retorcía de risa.

—Eva María ¿te has vuelto loca? —protestó Irene al escucharla.

—No cielo... loca te vas a volver tú cuando veas el cuerpazo que se gasta ese moreno, con más morbo que el mismísimo Hugh Jackman en Australia.

—Miren señoritas, no sé a que se refieren —respondió el poli más alto levantando la voz—. Tanto mi compañero como yo les agradecemos los piropos que nos han dicho, aunque siento decirles que por mucho que ustedes nos digan, la denuncia que acaba de poner su vecina, Asunción Castañedo, a Javier López Lanzani por haberle roto el cristal de su puerta, no se la vamos a quitar.

Como si se hubieran caído de un quinto piso todas se quedaron calladas e Irene torciendo la cabeza al más puro estilo de la niña del exorcista gritó.

—¡¿Que la sinvergüenza de la Asunción, la Chumina, le ha pueblo una denuncia a mi niño?! ¡¿A mi Javi!?
—Sí, señora. Me alegra saber que por fin nos entendemos —asintió el poli alto aun sonriendo. Como un cohete a propulsión la madre de la criatura corrió al exterior y antes de que ninguno pudiera llegar donde estaba ella se comenzaron a escuchar gritos.

—Ay madre ¡la que se va a liar! —gritó Eva y mirando a su hermana dijo antes de salir—: Almu, quédate aquí con Joel que tú no estás para líos.

Dos  segundos  después  las  jóvenes  discutían  con Asunción  y las  hijas  de  esta,  cuando  la susodicha se abalanzó sobre Irene y, como si de una batalla campal se tratara, todas las mujeres comenzaron a gritar y a empujarse.

Lali en un principio intentó mantenerse a un lado. No estaba acostumbrada a aquel tipo de problemas, ni contactos. Pero al ver como dos agarraban a Eva, no se lo pensó dos veces y se metió por medio. Al pensar en su peluca intentó por todos los medios que nadie la agarrara del pelo, pero era imposible, había manos por todos los lados.

Almudena  que observaba todo aquello dando gritos desde la ventana, al ver el lio, no se lo pensó y dos segundos  después  estaba  metida  en todo aquel  embrollo  en camisón.  Los policías, ojipláticos  por  la  que  se  había  armado  en  décimas  de  segundo,  se  metieron  por  medio  para separarlas pero era misión imposible. Eran muchas mujeres para ellos dos.

En ese momento llegó un coche. Peter junto a su padre y su abuelo al ver aquello y reconocer a sus  hermanas  y  a  Lali  en  aquel  lío  se  acercaron  rápidamente  y  entre  todos  consiguieron separarlas.

—Pero ¿qué os pasa? —preguntó Peter tras comprobar que todas, en especial Lali, estaban bien a pesar de que respiraban con dificultad.

—¡La greñosa de la Asunción! —gritó Irene—, ¿Pues no ha denunciado a Javi porque dice que le ha roto los cristales? Cuando Javi está jugando en casa de Jesusín.

—¡Tu jodio muchacho me ha roto el cristal de la puerta de un balonazo! —gritó esta como una verdulera,

—¡Imposible! —voceó Almudena— El niño no ha podido ser.

—¡Ha sido ese sinvergüenza con cara de delincuente! ¡Lo he visto con mis propios ojos! —gritó una de las hijas de la otra.

—Será gorrinona la Chumina —gruñó el abuelo Goyo con el bastón el alto.

—¡Gorrinón usted viejo verde! —gritó la ofendida.

—Ya quisieras tú que yo te tocara ¡so fea! —se mofó—. Vamos, ni con un palo y a distancia te tocaba yo.

—Asqueroso... baboso. Cierra esa boca sin dientes.

—Mira guapa —gritó Lali encendida—. Como vuelvas a insultar a este hombre te las va a ver conmigo, porque tú sí que te quedarás sin dientes cuando yo te los arranque y me haga un collar con ellos ¿te parece?

Peter, sorprendido, la miró y el abuelo gritó:

—Olé mi chica ¡con un par de huevos!

—Eso abuelo, tú anímala —gruñó Peter deseoso de acabar con aquello.

—¿Y tú quién eres? —gritó una de las hijas de la ofendida—. ¿La que se pasa por la piedra ahora al poli?

—¡Señoras! —gritó el municipal incapaz de parar aquello.

Manuel fue a responder a aquella ofensa pero Lali se le adelantó.

—¡Yo soy la que te va a arrancar los dientes como sigas diciendo tonterías! —gritó haciendo carcajearse a Almudena.

—Asunción —protestó Manuel enfadado—. Diles a tus muchachas que no falten a mis chicas o...

—¿O qué? ¿Acaso nos vais a pegar?

—¡So perraca.  Si es que tos los de la familia de las Chuminas sois unos delincuentes —gritó el abuelo Goyo levantando el bastón—. Asunción, eres más perra que...

—¡Abuelo! —gritó Peter para hacerle retroceder.

Por todos era bien conocida la enemistad de aquellas dos familias vecinas, las Chuminas y los Lanzani desde hacía años, por unas tierras.

—Su jodio nieto nos ha roto los cristales de la puerta — protestó Asunción mirando a Manuel que estaba horrorizado por todo aquello.

—Imposible —gritó la madre del niño—. He repetido mil veces que él no ha podido ser. Estoy segura de que te estás equivocando y tú lo sabes.

—Oh... dijo su santa madre — se mofó aquella—. Tú qué sabrás si estabas zorreando con tus hermanas en casa.

—¡Zorreando! — gritó Almudena muerta de risa.

—¡¿Zorreando?! —repitió Eva—. Aquí la única que zorrea eres tú ¡so guarra!

—Chicas... chicas... no entréis en su juego —protestó Peter al ver aquello,

—Señoras tranquilícense y acabemos con esto —insistió el municipal intentando no sonreír ni mirar a Almudena.

—¿Dónde está Javi? —preguntó el abuelo del crío intentando poner paz.

—En casa de Jesusín, el de la Eulalia —informó Eva muy enfadada.

—Ve  a buscarle  ahora  mismo  y aclaremos  esto de una  vez —insistió  Peter al  ver  como  su hermana mayor comenzaba a encenderse de nuevo.

Sin perder tiempo, Peter se presentó a aquellos dos policías y rápidamente comenzaron a hablar entre ellos de lo ocurrido.

Cinco minutos después, Javi, junto a Jesusín y la madre de este llegaban al lugar de los hechos donde se aclaró que los niños no habían salido de la casa en toda la tarde. Rompieron la denuncia allí mismo y cuando Peter obligó a sus hermanas a entrar en casa, el poli alto, antes de montarse en el coche patrulla, se acercó hasta Lali, Almudena y Eva y dijo para su sorpresa:

—Cuando queráis, acabamos el numerito, nenas.

Almudena soltó una carcajada mientras las otras dos se ponían rojas como tomates. Finalmente se encaminaron hacía el  interior de la casa muertas de risa, mientras Peter sin entender nada preguntaba:

—¿A qué se refería el municipal?


—Mejor no preguntes —se mofo Almudena, quien no volvió a llorar más.

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