Irene, suspiró y pasó a relatarles
cómo su padre, hacía cosa de dos años, le comentó una tarde que había conocido
a una mujer en uno de los chequeos del abuelo Goyo en el hospital Universitario
de Guadalajara. En un principio no quiso hacer caso a sus sentimientos, hasta
que un día el abuelo Goyo, al ver a la joven enfermera en la cafetería del
hospital, ni corto ni perezoso se empeñó en desayunar con ella. Aquel primer
contacto hizo que el abuelo Goyo confirmara sus dudas. Se había dado cuenta de
cómo su yerno, que había estado felizmente casado con su hija, evitaba mirar a
la simpática enfermera que se deshacía en atenciones hacia ellos.
—Así que el abuelo Goyo hizo de
celestina —sonrió Eva.
—Ya te digo —asintió Irene—. Es más,
el abuelo fue el que consiguió el teléfono de Maite, la enfermera, y se lo dio
a papá para que la llamara. Entonces papá me llamó un día a casa y me contó lo
que pasaba. Sabia que vosotras y Peter aplaudiríais su decisión, pero también
sabía que yo no lo haría, y decidió contarme lo que ocurría antes de que yo me
enterara por otro canal y me pudiera enfadar.
—Ay qué lindo que es papá —gimoteó
Almudena de nuevo.
—El caso es que cuando papá me lo
dijo — prosiguió Irene—, al principio me quedé sin saber que decirle. El que
esa mujer formara parte de su vida, me hizo pensar que ya se había olvidado de
mama. Yo me enfadé con él y le dije cosas que luego me arrepentí y decidió olvidarse
de ella. Papá antepuso nuestra felicidad a la suya propia. Una semana después,
el abuelo Goyo se enteró de lo ocurrido, vino a verme a casa y me hizo
entender, bastón en alto —rio emocionada
al recordar aquello—, que papá se merecía volver a ser feliz.
—Ay qué remono que es el abuelo Goyo
—volvió a suspirar Almudena justo en el momento en que Lali le pasaba un nuevo
kleenex que ella aceptó encantada.
—Y tú qué bruta, Irene —siseó Eva
mirando a su hermana.
—Lo sé y por eso cambié de opinión.
El abuelo Goyo me hizo entender que papá hubiera dado la vida por mamá y que la
querría toda la vida, pero que él estaba vivo y se merecía tener una nueva
ilusión. En definitiva, hablé con papá y le obligué a llamar a Maite delante de
mí. Desde entonces siempre que él va a Guadalajara queda con ella y se ven.
Incluso ha venido a casa un par de veces, pero como las dos estabais viviendo
en Madrid no os enterasteis y Peter, por su trabajo, tampoco. Papá me dijo que no dijera nada
porque quería ser él quien os diera la noticia
si lo de ellos continuaba hacía delante. Y ahora, vamos a ver ¿cómo os
habéis enterado?
—En el hospital. Esta mañana ha
entrado una enfermera, Maite, a la habitación a por Joel, y...
—¿Qué os ha parecido Maite?—preguntó
emocionada Irene ¿A que es una mujer encantadora? Oh, Dios... a mí me cae
fenomenal y siempre que voy a Guadalajara hago como papá, la llamo y me tomo un
cafetín con ella.
Almudena y Eva se miraron y
divertida esta última respondió:
—Pues... no hemos hablado con ella y...
El timbre de la puerta sonó y Rocío
se levantó para ir a abrir. Dos segundos después la joven entraba en el salón
seguida de dos impresionantes policías municipales.
—Mamá...estos... estos señores
preguntan por...
—¿Pero qué ven mis ojos? gritó Eva
sorprendiéndolas a todas,
—Dos policías —respondió Almudena
sin entenderla.
—¡Uoooool! ¡Adelante! —gritó Eva al
ver a aquellos musculosos y atractivos hombres vestidos de policía.
Lali, al ver aquello, se quedó
boquiabierta, pero Eva se levantó y llegando
hasta donde estaban le dio un cachete en el trasero al más alto y dijo dejando
a sus hermanas sin palabras —: Mmmm... me encanta este trasero redondo. Lo bien
que te queda el uniforme y... la porra que llevas en la cintura.
—¡Eva María! —gritó Irene
sorprendida por aquel descaro.
El poli miró a la joven que sonreía
a su lado y tras cruzar una mirada con su compañero dijo: —Me alegra saberlo,
señora.
—¡Señorita! —recalcó divertida.
—Señorita —repitió el municipal.
—Vaya... vaya... veo que mi hermanito
por fin se ha dado cuenta de que necesitamos un alegrón para el cuerpo y la
vista.
—No me lo puedo creer —murmuró Lali
sorprendida. ¿Peter había enviado a unos boys para alegrarles la tarde?
—Créetelo nena —rio Eva al
escucharla—. Este Peter es el mejor.
Irene y Almudena, patidifusas,
miraban a su hermana pequeña revolotear alrededor de aquellos policías cuando
la escucharon decir:
—Vamos, nenes, poned la musiquita y
comenzad el espectáculo. Somos todas ojos ¡guapos! —Y mirando a su hermana Almudena
le cuchicheó—: Le dije a Peter que un numerito de estos te vendría bien ¡y aquí
están!
—Uoooo —rio Almudena complacida—,
¿En serio?
—Ya te digo.
—Uff... con esto me va a subir la
leche.
—No importa, Almu... disfrútalo.
—Entonces... vamos
nenes. Enseñad lo que sabéis hacer
que acabo de ser madre, estoy sin pareja
y desesperada por
ver un musculado
cuerpo serrano —aplaudió
Almudena divertida cambiando radicalmente
su tono de voz.
Lali al escuchar aquello se tapó la boca con las manos.
Aquello era lo más surrealista y
divertido que había vivido nunca y no pudo evitar carcajearse, mientras pensaba
en el detallazo que Peter había tenido al enviarles aquella diversión.
Los policías, sin saber realmente de
qué hablaba, se miraron y el más alto, tras clavar su mirada en las jóvenes
alocadas, en especial en la que estaba junto a la cunita del bebé, dijo:
—Preguntamos por...
—Por Eva, Almudena, Lali, Irene y
Rocío ¿verdad? —susurró Eva.
—No precisamente —respondió el poli
divertido.
—Venga guapetones, no os hagáis de
rogar —cuchicheó Almudena.
Avergonzada por sus hermanas, Irene
se acercó a su hija y tapándole los ojos dijo:
—Tú no mires, cielo... a tus titas
se les ha ido la cabeza.
—Quita mamá —protestó Rocío que no
quería perderse nada.
—Vamos, nenes, poned la música y
comenzad a quitaros cositas —suspiró Eva sentándose junto a Lali que se
retorcía de risa.
—Eva María ¿te has vuelto loca?
—protestó Irene al escucharla.
—No cielo... loca te vas a volver tú
cuando veas el cuerpazo que se gasta ese moreno, con más morbo que el mismísimo
Hugh Jackman en Australia.
—Miren señoritas, no sé a que se
refieren —respondió el poli más alto levantando la voz—. Tanto mi compañero
como yo les agradecemos los piropos que nos han dicho, aunque siento decirles
que por mucho que ustedes nos digan, la denuncia que acaba de poner su vecina,
Asunción Castañedo, a Javier López Lanzani por haberle roto el cristal de su
puerta, no se la vamos a quitar.
Como si se hubieran caído de un
quinto piso todas se quedaron calladas e Irene torciendo la cabeza al más puro
estilo de la niña del exorcista gritó.
—¡¿Que la sinvergüenza de la
Asunción, la Chumina, le ha pueblo una denuncia a mi niño?! ¡¿A mi Javi!?
—Sí, señora. Me alegra saber que por
fin nos entendemos —asintió el poli alto aun sonriendo. Como un cohete a
propulsión la madre de la criatura corrió al exterior y antes de que ninguno pudiera
llegar donde estaba ella se comenzaron a escuchar gritos.
—Ay madre ¡la que se va a liar!
—gritó Eva y mirando a su hermana dijo antes de salir—: Almu, quédate aquí con
Joel que tú no estás para líos.
Dos
segundos después las
jóvenes discutían con Asunción
y las hijas de
esta, cuando la susodicha se abalanzó sobre Irene y, como
si de una batalla campal se tratara, todas las mujeres comenzaron a gritar y a
empujarse.
Lali en un principio intentó
mantenerse a un lado. No estaba acostumbrada a aquel tipo de problemas, ni
contactos. Pero al ver como dos agarraban a Eva, no se lo pensó dos veces y se
metió por medio. Al pensar en su peluca intentó por todos los medios que nadie
la agarrara del pelo, pero era imposible, había manos por todos los lados.
Almudena que observaba todo aquello dando gritos desde
la ventana, al ver el lio, no se lo pensó y dos segundos después
estaba metida en todo aquel
embrollo en camisón. Los policías, ojipláticos por
la que se
había armado en
décimas de segundo,
se metieron por
medio para separarlas pero era
misión imposible. Eran muchas mujeres para ellos dos.
En ese momento llegó un coche. Peter
junto a su padre y su abuelo al ver aquello y reconocer a sus hermanas
y a Lali
en aquel lío
se acercaron rápidamente
y entre todos
consiguieron separarlas.
—Pero ¿qué os pasa? —preguntó Peter
tras comprobar que todas, en especial Lali, estaban bien a pesar de que
respiraban con dificultad.
—¡La greñosa de la Asunción! —gritó
Irene—, ¿Pues no ha denunciado a Javi porque dice que le ha roto los cristales?
Cuando Javi está jugando en casa de Jesusín.
—¡Tu jodio muchacho me ha roto el
cristal de la puerta de un balonazo! —gritó esta como una verdulera,
—¡Imposible! —voceó Almudena— El
niño no ha podido ser.
—¡Ha sido ese sinvergüenza con cara
de delincuente! ¡Lo he visto con mis propios ojos! —gritó una de las hijas de
la otra.
—Será gorrinona la Chumina —gruñó el
abuelo Goyo con el bastón el alto.
—¡Gorrinón usted viejo verde! —gritó
la ofendida.
—Ya quisieras tú que yo te tocara
¡so fea! —se mofó—. Vamos, ni con un palo y a distancia te tocaba yo.
—Asqueroso... baboso. Cierra esa
boca sin dientes.
—Mira guapa —gritó Lali encendida—.
Como vuelvas a insultar a este hombre te las va a ver conmigo, porque tú sí que
te quedarás sin dientes cuando yo te los arranque y me haga un collar con ellos
¿te parece?
Peter, sorprendido, la miró y el
abuelo gritó:
—Olé mi chica ¡con un par de huevos!
—Eso abuelo, tú anímala —gruñó Peter
deseoso de acabar con aquello.
—¿Y tú quién eres? —gritó una de las
hijas de la ofendida—. ¿La que se pasa por la piedra ahora al poli?
—¡Señoras! —gritó el municipal
incapaz de parar aquello.
Manuel fue a responder a aquella
ofensa pero Lali se le adelantó.
—¡Yo soy la que te va a arrancar los
dientes como sigas diciendo tonterías! —gritó haciendo carcajearse a Almudena.
—Asunción —protestó Manuel
enfadado—. Diles a tus muchachas que no falten a mis chicas o...
—¿O qué? ¿Acaso nos vais a pegar?
—¡So perraca. Si es que tos los de la familia de las
Chuminas sois unos delincuentes —gritó el abuelo Goyo levantando el bastón—.
Asunción, eres más perra que...
—¡Abuelo! —gritó Peter para hacerle
retroceder.
Por todos era bien conocida la
enemistad de aquellas dos familias vecinas, las Chuminas y los Lanzani desde
hacía años, por unas tierras.
—Su jodio nieto nos ha roto los
cristales de la puerta — protestó Asunción mirando a Manuel que estaba
horrorizado por todo aquello.
—Imposible —gritó la madre del
niño—. He repetido mil veces que él no ha podido ser. Estoy segura de que te
estás equivocando y tú lo sabes.
—Oh... dijo su santa madre — se mofó
aquella—. Tú qué sabrás si estabas zorreando con tus hermanas en casa.
—¡Zorreando! — gritó Almudena muerta
de risa.
—¡¿Zorreando?! —repitió Eva—. Aquí
la única que zorrea eres tú ¡so guarra!
—Chicas... chicas... no entréis en
su juego —protestó Peter al ver aquello,
—Señoras tranquilícense y acabemos
con esto —insistió el municipal intentando no sonreír ni mirar a Almudena.
—¿Dónde está Javi? —preguntó el
abuelo del crío intentando poner paz.
—En casa de Jesusín, el de la
Eulalia —informó Eva muy enfadada.
—Ve
a buscarle ahora mismo
y aclaremos esto de una vez —insistió
Peter al ver como
su hermana mayor comenzaba a encenderse de nuevo.
Sin perder tiempo, Peter se presentó
a aquellos dos policías y rápidamente comenzaron a hablar entre ellos de lo
ocurrido.
Cinco minutos después, Javi, junto a
Jesusín y la madre de este llegaban al lugar de los hechos donde se aclaró que
los niños no habían salido de la casa en toda la tarde. Rompieron la denuncia
allí mismo y cuando Peter obligó a sus hermanas a entrar en casa, el poli alto,
antes de montarse en el coche patrulla, se acercó hasta Lali, Almudena y Eva y
dijo para su sorpresa:
—Cuando queráis, acabamos el
numerito, nenas.
Almudena soltó una carcajada mientras
las otras dos se ponían rojas como tomates. Finalmente se encaminaron hacía
el interior de la casa muertas de risa,
mientras Peter sin entender nada preguntaba:
—¿A qué se refería el municipal?
—Mejor
no preguntes —se mofo Almudena, quien no volvió a llorar más.
JAjajajaja,la k lían las chicas en un momento.
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