El llanto de un bebé se oyó a través de la pequeña casa de Lali Espósito. ¡Le llevó sólo un momento darse
cuenta de que provenía
del invernadero de su casa!
Había anochecido y su casa estaba en sombras. Lali corrió desde la cocina hasta el salón. Como era enfermera, conocía bien el llanto de
un
bebé. Siempre le
oprimía
el corazón. Ella añoraba mucho tener un
bebé
suyo.
Al primer llanto siguió un segundo en el momento en
que
encendió la luz del invernadero.
Vio
un cubo de plástico azul al lado de las puertas correderas de cristal. Corrió hacia él y
se agachó.
Descubrió un bebé de pocos días, con
ojos oscuros
y brillantes. El cubo estaba
recubierto de
papel de periódico, pero el bebé estaba
envuelto en
una manta rosa. A sus pies había una nota
en una arrugada hoja de bloc que ponía: Amy.
¡Era una niña!
Lali se
puso su
cabello rojizo detrás
de las orejas, levantó
al bebé y lo
acurrucó en sus brazos. Los sueños de un amor para toda la vida y de una familia feliz se habían
evaporado después
de que Pablo la hubiera dejado plantada del brazo de su padre frente al altar. Su abandono aún le dolía. No podría confiar nuevamente
en un hombre.
—¿Así que tu nombre es
Amy? —murmuró, estudiando detenidamente las
condiciones físicas en
las
que se encontraba el bebé.
Se fijó en el diminuto jersey tejido a mano y el
pijama color blanco,
amarillo y turquesa. Al parecer, aquel bebé había sido objeto de amorosos
cuidados en algún
momento.
¿Y luego lo habían
abandonado?
Lali conocía
muy
bien ese abandono.
Se dirigió hacia la puerta de cristal y
la abrió. Una brisa fresca entró
desde el jardín
de su
casa. El fondo del jardín
daba a una calle. Le pareció oír el ruido de un motor. Pero no pudo ver nada entre los
árboles en sombras. Estaba entrando el otoño
en Wyoming.
La pequeña Amy se
movió en sus brazos y volvió a llorar.
Lali la acurrucó contra su pecho y fue a llamar a una de sus mejores amigas,
que era asistente social.
Pero ella ya
sabía lo que
Candela le diría que hiciera.
Pensó en el sheriff, y se lo imaginó más concentrado en su inminente jubilación que en servir a los residentes de Wild Horse Junction. Decidió que si en una semana
el sheriff no encontraba
a la madre
de Amy,
ella se ocuparía del
asunto personalmente.
No permitiría que aquella criatura viviera sin saber de dónde venía…
Sin
saber por qué
su
madre no la había amado lo suficiente
para quedársela.
—Señor Lanzani
—gritó Lali por encima del ruido de
golpes. Éstos cesaron
de repente.
El hombre dejó de golpear con el martillo en una tabla del suelo y se puso de
pie, a la defensiva, agarrando el
martillo casi
como si fuera un
arma.
Era alto y tenía
el pelo moreno, hombros anchos cubiertos por una camiseta
negra, y unas caderas estrechas
enfundadas en unos
vaqueros azules. Su
presencia destacaba en el pequeño cobertizo del fondo en la penumbras. Sus
ojos grises se
fijaron en ella y la detuvieron
en el umbral de la puerta.
—¿Puedo servirle
en algo? —preguntó con
frialdad.
Ella se sintió una
intrusa.
—Eso espero —respondió fervientemente y
vio
el interés en los ojos de aquel
hombre.
Peter Lanzani tenía fama de ser un solitario
que
se pasaba el tiempo
trabajando en su casa, a los pies de Wyoming's Painted Peaks. Sabía cosas sobre él
por
un artículo que
había leído en el Wild
Horse Wrangler hacía unos meses, en el que decían que había ayudado a localizar a un
niño perdido en Colorado. Antes de llegar
hasta allí, ella había buscado información sobre él en Internet
y había encontrado
varios artículos en los que ponían de relieve su labor en equipos de búsqueda y
rescate de niños perdidos y en casos de rapto a
menores.
Al ver que él no movía un solo músculo
y no le preguntaba la razón de su
visita, Lali
le preguntó:
—¿Es usted
Peter Lanzani?
—¿Quién
lo pregunta?
Aunque no sabía
si era sensato hacerlo, ella dio dos pasos adelante.
Los ojos de aquel hombre se deslizaron por su blusa verde y sus pantalones
color caqui. Aunque aquella mirada no había
durado más de un segundo, ella tuvo la sensación de que reparaba en
cada detalle, desde la cantidad de rizos pelirrojos
que caían sobre
sus
hombros hasta
sus
cuidadas uñas.
Lali se sintió como si estuviera metiendo la
mano en la jaula de un animal
peligroso, pero la extendió de todos modos.
—Me llamo Lali Espósito.
Pero él no le dio la mano. Soltó el martillo y lo dejó encima del asiento del
cortacésped.
—¿En qué puedo servirle?
Hacía cinco días
que
habían abandonado a la pequeña Amy en
el jardín de invierno, y Lali no sabía todavía
quién la había dejado y por qué, pero sabía que el sheriff no había identificado al bebé. Así que había
decidido obrar por su cuenta. No iba a dejar que Amy pasara por la vida sin saber de dónde venía. Lali sabía bien lo que era. La habían abandonado en una iglesia con sólo dos años,
y sabía
la inseguridad que producía no conocer a los padres biológicos, y las preguntas que nadie podía contestar.
Se metió las manos rápidamente en
los bolsillos, y se preguntó por qué se le encogía el estómago cuando miraba a aquel hombre, antiguo agente del FBI, al
parecer. ¿Tenía miedo de él?
No. Estaba hipnotizada por su sensualidad, su poder…
Trató de concentrarse
en la razón que la había
llevado allí y le explicó:
—Sé que se
dedica a buscar gente.
Necesito que
encuentre a alguien.
—Yo no busco gente.
—Usted
busca niños.
En aquel momento él pareció interesarse.
—¿Ha perdido una criatura?
A ella le pareció que su voz
se había suavizado.
—No. Pero necesito encontrar a
la madre de una criatura.
—Ya no soy agente del FBI —respondió él con el mismo tono de irritación anterior.
—Lo sé. Usted
tiene un negocio de
seguridad.
Pero fue
agente
del FBI y necesito su
ayuda. Alguien dejó un bebé en la puerta de atrás
de mi casa. No voy a dejar que
esa
pequeña crezca sin saber quiénes son sus padres. Y sé que cada día que pasa, es
más
difícil encontrar una
pista.
—¿Por qué la preocupa
tanto? —preguntó él.
Ella no dudó.
—Porque fui
adoptada
y nunca supe quiénes eran
mis
padres.
El viento de septiembre soplaba a través de los pinos y agitaba la puerta del
cobertizo.
Después de un
momento de
consideración,
el exagente del FBI dijo:
—Vamos a la casa —salió y se dirigió a
la parte de atrás de su casa.
A Lali la sorprendió la
belleza primitiva de los alrededores de la propiedad. Y fue incapaz de dejar de mirar la espalda ancha de Peter
Lanzani, y lo perfectos que le quedaban los
vaqueros. Tenía una sensualidad innata, que le despertaba un profundo sentimiento de feminidad
en su interior.
Era una
sensación extraña,
excitante,
confusa.
Cuando llegaron a la puerta
de atrás, él le cedió el
paso para que entrase.
La cocina tenía una atmósfera rústica que la
envolvió inmediatamente. Había una
mesa
y sillas de
madera,
y la ventana daba
a la parte de atrás de la propiedad.
Cuando ella lo volvió a mirar, lo encontró mirándola. Ella se estremeció al ver
aquellos ojos grises.
Él rompió el
contacto visual y se acercó a la encimera.
—¿Un café? —le
ofreció de
pronto. Ella asintió.
Él sirvió el
café
y se
acercó a
la encimera.
—Sólo tengo leche en
polvo. Aquí tiene el azucarero —le
acercó el
azúcar.
A ella le temblaron las manos cuando lo agarró. Era la primera vez que se
encontraba en aquella situación. Nunca se había sentido tan atraída por un extraño, ni había estado con
él a solas en su casa.
La tapa del azucarero se le cayó de las manos. Peter Lanzani la agarró y miró a Lali.
—No hay motivo para
que
esté nerviosa. La
escucharé, pero es posible que no
pueda ayudarla.
—No estoy nerviosa —respondió ella
a la defensiva.
Estaba acostumbrada a enfrentarse a situaciones
difíciles: el divorcio de sus padres, el hecho de que
su
padre se hubiera dado a la bebida…
—Entonces finge muy bien.
¿Cuánta azúcar quiere?
Lali pestañeó.
—Una cucharada
—dijo,
en un hilo de voz.
Él la rozó al abrir un cajón, y ella
tragó saliva.
Peter Lanzani sacó una cuchara
y se
la dio. Cuando cerró el cajón y se apartó un
poco ella, Lali
por
fin pudo dejar escapar el
aire que había estado conteniendo.
Se
puso azúcar. Él la estaba observando, y
ella tuvo la sensación de que le estaba
leyendo los pensamientos,
algo
que no le gustó.
Peter abrió un bote de
leche en polvo y se la ofreció.
—¿Una o dos cucharadas? —preguntó.
—Una, por favor.
Lali notó un
brillo en sus ojos cuando le puso la
cucharada de leche.
¿Sería posible que
él se sintiera
atraído por ella
también?
Lanzani le ofreció asiento junto a la mesa.
—Entonces,
dígame,
¿de qué se trata
esto? —preguntó luego.
Lali bebió un sorbo de café y le
contó cómo había
encontrado al bebé.
—¿Y no vio ni oyó a
nadie fuera? —preguntó él.
—No. Sólo oí el llanto del bebé. Después de encontrarla, miré por la ventana
y me pareció oír el motor de un
coche. Pero se estaba haciendo de noche y no pude ver nada.
—¿Arrancó de forma
brusca o suave? —preguntó Peter.
—No lo sé.
—Sí, lo sabe.
Piénselo.
Intentó recordar y le
pareció que el coche
no había arrancado suavemente.
—Hubo una
explosión primero,
me parece. No arrancó suavemente. Lanzani
pareció hacer una anotación
mental
de aquello.
—Dice que su amiga, Candela Malloy, asistente social, fue a su casa. Y luego el
sheriff. ¿Qué hizo el sheriff
con la nota en la que estaba
el nombre del bebé?
—La miró y se
la metió al bolsillo.
Peter agitó la
cabeza
y tensó la barbilla.
—¿Qué
llevaba puesto el bebé?
Lali observó que el exagente del FBI tenía pequeñas arrugas alrededor de los
ojos y la boca. ¿Por qué habría dejado el FBI?
Lali intentó concentrarse
en su objetivo.
—Amy estaba envuelta
en una manta, pero tenía
puesto un jersey y un gorro
muy
bonito, y un
mono de bebé.
—¿Por qué llamó a la asistente social? ¿No podría haberse encargado el sheriff de ese asunto?
—Candela y yo somos amigas desde
hace mucho tiempo.
Antes de que hubieran llegado Candela y el sheriff, Lali
había acunado a la niña,
y le había costado dejar que
Candela la tomara en
brazos.
Cuando Peter Lanzani la miró a los ojos, Lali
se sintió mareada.
—¿Dónde está la niña
ahora?
—En la planta de maternidad.
Él se echó atrás en
la silla y ésta
chirrió.
—¿Necesita estar en
el hospital?
—El médico la
examinó y vio que
la niña tenía ictericia. Eso ya lo ha superado,
pero
ahora están intentando encontrar una familia que la adopte. A mí me habría gustado hacerlo,
pero…
—¿Qué?
—Tengo que trabajar,
y hubiera tenido que conseguir una niñera. Además de eso, pienso que un niño necesita dos
padres, dos padres
que lo quieran. Y yo estoy
sola,
así
que no puedo darle eso. Candela dice que será
fácil encontrar una
pareja
que…
Si no encontramos a su madre.
Peter la miró fijamente.
—Aun si
encontrasen a la madre, le quitarían a la niña de todos modos.
—Es posible. Pero Candela
dice que
depende
de
las circunstancias. No la abandonó en
un cubo de basura ni
en una fría calle. No dejo de devanarme los sesos
pensando quién podía conocerme y por qué
me
pudo dejar el bebé
a mí. He conocido
a un montón de madres solteras.
—¿De qué modo? —él bebió un
sorbo de
café.
—Soy enfermera, y estoy especializada en obstetricia. Trabajo en programas
para madres solteras.
—¿En Wild Horse
Junction?
—En todo el estado.
Peter pareció absorber aquella información,
y se
puso de pie.
—Bueno, no tenemos muchos datos aquí para
continuar con esto.
Lali no estaba preparada para que su entrevista con él terminase. ¿Por Amy? ¿O por ella?
—He leído que
es muy bueno en lo que hace. Sé
que puede encontrarla.
—Señorita
Espósito…
—Lali —lo corrigió—. Le pagaré —se apresuró a decir—. Lo que me pida. La
pequeña se merece saber quién es su madre. Se
merece saber por qué
su
madre la ha abandonado y me la ha dejado a mí. Si se pasa la vida preguntándose… —Lali
se interrumpió bruscamente.
Peter Lanzani se acercó a
ella y preguntó:
—¿Qué
le pasaría en ese caso?
—No estará segura de quién es ni de dónde viene. Ni en quién se transformará —murmuró Lali.
—No estamos hablando de
Amy ahora,
¿verdad? —fue
una pregunta retórica.
Lali lo miró a
los
ojos y respondió.
—Estamos hablando de cualquier niño que
no conoce
sus
raíces. Se quedaron mirándose a los ojos un momento.
—¿Va a ayudarme
a encontrar a la madre de Amy?
—Normalmente busco niños, no padres.
—¿No puede
hacer una excepción?
Él no contestó inmediatamente.
Luego dijo:
—Me lo pensaré y me pondré
en contacto con
usted.
Lali sacó una
tarjeta
de presentación
del bolsillo y la
dejó encima de
la mesa.
—¿Cuándo? —preguntó.
—Necesita una respuesta rápidamente porque si no empleará a un detective privado,
¿verdad?
—Exactamente. No me doy por vencida fácilmente, señor Lanzani. Y no tengo mucho tiempo.
Él la estudió y respondió:
—Supongo que
no. La daré una respuesta mañana
por
la noche.
Él estaba muy cerca de ella, la embriagaba con su masculinidad, pero Lali no iba
a dejarse llevar por sus fantasías.
—La acompañaré a la puerta —dijo él.
Ella sintió curiosidad por conocer su casa, pero apenas tuvo tiempo de ver nada. Sólo vio el vestíbulo y una
chimenea
de piedra.
Cuando estaba
a punto irse,
Lali extendió la mano y le
dijo:
—Me alegro de haberlo conocido,
señor Lanzani. Aquella vez
él le dio la mano.
Y en aquel momento ella sintió un escalofrío al notar el calor en la palma, y el
fuego de la mirada de Peter Lanzani.
Entonces se dio la vuelta y salió al frío exterior, para que él no viera el rubor de sus mejillas.
Ohhh se pone interesante masas!!
ResponderEliminarSi es verdad estoy absiosa por saber que pasara
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