Más tarde llamó a su padre y le dejó un mensaje. Luego marcó nuevamente el
número de Flo Wiggins. Esta no respondió. Lali caminó de un lado a otro de la habitación. Necesitaba un
cepillo de dientes y pasta dentífrica. Necesitaba un libro para
leer. Necesitaba
algo
para distraerse de la
idea de que estaba allí con Peter.
Oyó el ruido de
la ducha cayendo en el baño y se imaginó a
Peter, desnudo…
Lali dejó escapar una exhalación. Recogió su chaqueta y bajó las escaleras.
Junto al albergue había una especie de kiosco. Allí vendían casi todo lo que pudiera
necesitar. Tal
vez le comprase maquinillas de afeitar a Peter,
así
estaría menos sexy.
Peter salió de la ducha, se secó y se puso los
vaqueros sin
ropa
interior. Pensó en Lali detrás de aquella puerta cerrada. El quedarse a dormir allí había sido una idea estúpida. Podrían haber ido a un motel; y si a él no le parecía seguro, se habría podido quedar en el coche.
Pensó en una ducha fría… Y se cerró la cremallera de su vaquero.
Normalmente
llevaba una muda de ropa en su coche, pero en aquel viaje había estado distraído. Definitivamente estaba
perdiendo facultades por aquella
mujer.
Lo molestó aquella
idea.
Contrariado consigo mismo,
se
puso la camisa y se la
abrochó.
Se
paró delante de la puerta de la habitación
de Lali
y golpeó. Ella no contestó. ¿Se habría quedado dormida?
Golpeó otra vez. Nada. Abrió la puerta y
descubrió que no estaba allí. Era
extraño. Fue
al salón. Tal vez estuviera
allí conversando con la señora
Martin.
Pero ésta le dijo que no la había visto.
Peter estaba
preocupadísimo.
Salió y tampoco la
encontró cerca
del coche.
Nervioso, volvió a
su
habitación y caminó de
un lado a otro.
¿Se habría sentido así Cheryl cuando no sabía dónde estaba?
¿Cuando tenía que hacer algún trabajo clandestino que
suponía desaparecer un par de
semanas?
¿Y cuando había estado embarazada? Le
había rogado que no aceptase ese último trabajo. El médico le había dicho que la preocupación por sí sola no podía causar un aborto,
pero Peter
sabía que
había
jugado
un gran
papel. Él había
causado su aborto,
la pérdida del hijo de ellos.
Cuando oyó el raido de sus zapatos por la escalera, Peter se quedó inmóvil.
Luego fue
a su encuentro en el vestíbulo.
—¿Dónde has
estado? —gruñó Peter.
De pronto notó que Lali
tenía el pelo mojado y que estaba cubriéndose la
cabeza con un periódico, para resguardarse de la lluvia. Llevaba dos
bolsas en la otra
mano.
Le sonrió.
—He ido a comprar algunas cosas. Ya sabes que las mujeres no pueden
estar sin
champú y… —al ver su cara
agregó—: ¿Pasa algo?
—No —Peter se metió las manos en los bolsillos—. Sólo que no sabía dónde
estabas.
—¿Qué has pensado? ¿Que me había evaporado? Tú
te
estabas duchando, y yo no iba
a entrar al cuarto de baño para
decírtelo.
—Podrías haber dejado una
nota.
Y antes de que ella se diera cuenta de lo preocupado que había estado, se marchó a su habitación.
Pero ella lo
siguió.
—Sólo me iba a ir unos minutos
—le explicó Lali. Sus
rizos
estaban empapados.
—Estás mojando el suelo.
Será
mejor que te
seques.
Lali dejó las bolsas y el periódico en
una
silla de madera y se acercó a él. La lluvia había realzado la esencia de su perfume o el champú o lo que fuera que lo había estado volviendo loco todo el día
en el coche.
—No he querido preocuparte
—le dijo Lali suavemente.
Él no iba a negar que
lo había hecho.
—Olvídalo.
Ve a cambiarte.
—Sé cuidarme sola, Peter. No
estoy acostumbrada a informar de mis idas y venidas. No lo hacía ni cuando vivía con mi
padre. Normalmente él
no sabía
si
yo estaba en casa o no, y realmente
no le importaba.
—Por el
alcohol —dijo Peter.
—Sí. ¿Realmente estabas
preocupado?
¿Qué has
pensado que podía haber pasado?
—Estamos en una ciudad que no conocemos. ¿Quién sabe? Cuando has
visto todo lo que he visto yo… Niños raptados,
hombres sin
conciencia alguna… Aprendes que
no estás seguro en
ningún
sitio.
—¿Qué
tipo
de trabajo hacías?
—Hacía todo lo que me
pidieran.
—¿Y cuál
fue
el precio?
—Me costó mi
matrimonio y un niño.
Sus ojos se agrandaron,
asombrados,
y preguntó:
—¿Alguien secuestró a tu hijo?
—No. No fue
culpa de un delincuente. Yo fui
el responsable.
Lali hizo un gesto en dirección
al brazo de él para
consolarlo,
pero él no quiso
que lo hiciera. Peter
caminó hacia la ventana y miró la lluvia.
—Cheryl sabía que yo
era
agente del FBI cuando se casó conmigo. Creo que la
fascinó la idea. Le pareció que era
una profesión
con
glamour
o algo así.
No lo sé.
—Los hombres peligrosos pueden
ser
muy sexys —murmuró Lali.
—Yo no era peligroso. Pero mi trabajo sí lo era. Y no podía hablar de él. No sé qué pensaba Cheryl. Que me sentaba detrás de un escritorio, vestido con un elegante traje, que
llevaba un arma
y arrestaba a los delincuentes a distancia.
—¿Qué
hacías?
—No era sólo lo que hacía, sino cómo y cuándo lo hacía. Cheryl
empezó a odiar el pitido de mi teléfono móvil, las llamadas
de urgencia en medio de la noche, las situaciones que me
mantenían
alejado de casa.
—¿El problema mayor no era
que no comprendía tu trabajo?
—Sí. O nuestras personalidades eran incompatibles… o nuestras expectativas.
Todavía no lo sé. Cheryl esperaba
que
el matrimonio fuera un festival de
amor que durase toda
la vida, pero luego la realidad
se impone.
—Ninguno de
los
dos consiguió lo que
quería.
—Algo así.
Cuando ella se quedó embarazada, hablé con mi supervisor. Y me dieron
casos de
zonas más cercanas a nuestra casa.
—¿Dónde estaba
tu
casa? —preguntó Lali, acercándose
más.
—En el norte de Virginia —dijo él.
—¿Qué
sucedió?
—Me dieron un caso antes de que Cheryl se quedara embarazada. Los detalles
no son importantes, pero la información que yo tenía en
la cabeza sí lo era. El caso es que
Cheryl abortó mientras yo estaba fuera.
Como Lali no
dijo nada, Peter se giró y la miró.
Lo sorprendió ver que tenía
los
ojos llenos de lágrimas.
Se oyó el goteo de
la lluvia en el techo, y entonces Lali dijo:
—Ella te culpó.
—No sólo ella me
culpó. Yo también
me culpé.
—¿No podrías haber rechazado el caso? —preguntó Lali.
—No. No porque fueran a echarme del trabajo si me negaba a hacerlo. Sino porque si
no lo hacía iba
a haber mucha gente
perjudicada.
—¿Ella no comprendió la
responsabilidad y
el deber que tenías?
¿Cómo lo conocía
tan
bien Lali en tan poco tiempo?
—Ella creía
que el deber y la responsabilidad hacia
ella y la criatura
estaban primero. Ahora pienso que tenía razón. Creo que es
muy
difícil para un
hombre separar el
ego
de su trabajo… —dijo Peter.
—¿Crees que fue
el ego y no el deber el motor de tus acciones? Peter la miró y dijo con sinceridad:
—Nunca lo sabré.
—¿Es por ello que dejaste
el FBI?
Peter dejó escapar un suspiro, contento de
que
aquella conversación estuviera
casi
terminada.
—No lo dejé hasta después
de mi divorcio. Le dije a Cheryl que lo dejaría y que haría
algo
relacionado con
la seguridad. Pero ella
ya estaba
decidida a separarse.
—¿No buscó ninguna terapia?
—Dijo que
eso no iba con ella. Que ninguna terapia haría que ella me
perdonase.
Lali estaba sorprendida por aquella respuesta, pero ella no había perdido un bebe.
¿Qué mujer iba a poder vivir de aquella forma? ¿Qué mujer podía perdonar a un hombre
que le hiciera eso?
La mujer que comprendiera lo importante que era para él rescatar a un
niño. La mujer que
pudiera amarlo más de
lo que
pudiera necesitarlo.
Lali siguió escuchándolo, aunque su pelo chorreaba
agua.
—Tienes que
cambiarte,
Lali —le dijo.
—Peter…
—Ya está
bien. Suficiente. No es bueno
revolver el pasado.
—Lo es, si
puedes aprender de
él. Lo es si te ayuda
a conectar con alguien.
«Conectar»,
pensó él. Había conectado
demasiado con
aquella mujer. Y no debía haberlo hecho. Ella era
optimista. Él era
cínico.
Ella era una persona con esperanza,
él era pragmático.
Ella tenía sueños, y él
hacía mucho que los había abandonado.
¿Qué los conectaba entonces?
Sus ojos marrones quitaban la coraza que
protegía su corazón.
Su preocupación por Amy lo impulsaba a ayudarla. Sus pecas, sus rizos, su
sonrisa,
ponían
en marcha un
motor que hacía mucho que estaba apagado,
desde antes de su divorcio.
—El quedarnos aquí esta
noche
no ha sido buena
idea —dijo él.
—Es más cálido que
un motel.
—Es demasiado cálido.
Si te
quitas la ropa
mojada, ¿qué vas a ponerte?
—Me he comprado una
camisola
para dormir.
—Y supongo que te
envolverás con una
sábana a modo de
bata,
¿no?
—Es una posibilidad —dijo Lali.
Peter no sabía si
reírse o sacudirla.
—Voy terminar arrepintiéndome de haberte traído.
—¿Quieres hacer una lista
de las razones por las que no me debiste traer?
—No. Pero sé que insistirás hasta que lo haga. Así que ahí van: número uno, no
necesito una compañera de trabajo en
esto. Número dos, ya he sacado la información que necesito. Número tres: no me gusta trabajar en pareja con mujeres, porque hay muchas probabilidades de malentendidos. Hombres y mujeres
no piensan lo mismo.
Número cuatro, la idea de que te pongas
una camisola para dormir a dos metros de mi
habitación me
pone
nervioso, y no tiene
nada que ver con el caso.
Lali se puso derecha y cuadró sus hombros.
—Puedo comer sola, si te
quedas más tranquilo.
—Eso me
parece
bien.
Si quería alejarla, lo había logrado porque los
ojos de Lali mostraron que le
había
hecho daño, y que
estaba decepcionada.
Sin decir nada más,
Lali recogió sus bolsas y entró en
el cuarto de baño. Luego Peter oyó el ruido de
la puerta de su habitación.
Era medianoche cuando Peter miró su reloj luminoso. Generalmente
el sonido de la lluvia
lo hacía dormir,
pero
sabiendo que Lali
estaba tan cerca,
y después de
haber expresado sus emociones,
se sentía inquieto.
Lali no se había puesto la camisola, al menos antes de que Cora llevase la cena y se fueran a la cama. Luego, a través de la puerta, ella le había dicho que se iba
a duchar. El problema era que él había oído todos los
ruidos del baño y eso había disparado su imaginación. Y no sólo eso. Sino que un perfume a gardenia había pasado por debajo de la puerta. Luego, vio que le había dejado una bolsa con
maquinillas de afeitar descartables y un cepillo de dientes, y una camiseta enorme.
En sus compras se
había
acordado de él.
Casi había
golpeado la puerta de su habitación entonces.
Peter se sentó en la cama. Entraba una
luz
de una farola desde la calle, así que
no encendió la lámpara
de la mesilla. Se puso los vaqueros y entró al
baño.
Vio luz por debajo de
la puerta.
—Lali, ¿estás despierta? —preguntó.
—Estoy despierta, pero me he puesto la camisola, y no llevo una sábana
envolviéndome.
Peter sonrió. Le gustaba el humor de Lali. Él no se había reído mucho en su vida.
—¿Puedo entrar?
Ella pareció dudar.
Luego respondió:
—Entra.
Lali no estaba envuelta en una sábana pero estaba tapada casi hasta el cuello.
Lo miró de arriba
abajo. Y él
se excitó.
—¿No puedes dormir? —preguntó Lali.
—No. No debí ser tan duro antes.
—No fuiste duro. Sólo has descrito la situación
como la
veías tú.
—No, lo que
he intentado hacer ha
sido poner una
barrera entre nosotros. Ella se
sorprendió de
que Peter admitiera
aquellas razones.
—Nos sentimos atraídos el uno por el otro,
Lali. Eso se ha
visto desde que
nos vimos por primera vez. Pero no quiero complicar tu vida o dejar
que
compliques la
mía.
—Tienes que
ponerte
en una posición
de poder, ¿verdad?
—No tiene nada que ver con el poder o el
control.
Me preocupo por los dos.
Lali palmeó la cama como invitándolo a
sentarse. Peter se sentó, respirando la fragancia de gardenias.
—No eres mi protector. No tienes derecho a tomar decisiones por mí —empezó
a decir ella—. Si no quieres involucrarte, si
quieres echarte atrás, está bien. Pero no
bases tus acciones en lo que te parece mejor para mí o en lo que crees que quiero, no hasta que
me preguntes —dijo ella serenamente.
—Estoy acostumbrado a estar a cargo de
las
situaciones —admitió
él.
Y
comprendió lo que ella le había querido decir con que
él quería poder y control.
—Pero también has trabajado en equipo, supongo. Eso es lo que
haces cuando intentas rescatar a
niños. ¿No crees que
somos un
equipo?
Él habría querido negar aquel
«nosotros»,
pero no podía
hacerlo.
—Eres demasiado lista —se
quejó él.
—¿No te gustan
las mujeres listas?
—Me gustan. Pero no cuando
el besarlas me
desintegra.
Ella lo miró como si
a ella sus besos también le
produjeran eso.
Si la besaba en aquel momento, no tardaría nada
en quitarle aquella camisola.
—Tomaremos el
desayuno y luego iremos a esa Tienda
Económica —dijo él.
—Te causa
problemas el que
seamos un
equipo,
¿verdad? Él se
rio.
—Va a costarme
bastante
trabajo serlo —admitió él.
Peter fue hacia la puerta y la miró. Posó
su vista en su nariz perfecta, en su cara fresca
y su delicada barbilla.
—Gracias por el cepillo de
dientes, las maquinillas y la
camiseta.
—De nada.
La idea de vivir el momento era muy tentadora. La idea de acostarse junto a
Lali y
satisfacer su primitivo deseo era una
tortura.
Caminó hacia
el cuarto de
baño y cerró la puerta.
Pero se
arrepintió en cuanto lo hizo.
Algo más de lo que se
arrepentiría en su vida.
Hasta cuando algo mas d ellos jajajaj maaas
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