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Toda una vida llena de galletas de Chocolate y Limonada
De vuelta
en el hotel,
me estoy cambiando
a mis pantalones deportivos cuando Peter me
escribe:
¿Vienes a mi habitación?
#2205
Estoy tan
contenta que grito, pero no respondo inmediatamente. Voy a hacerle
esperar. Pero después
de cinco minutos
de hacer todo
desde cepillar mis dientes hasta jugar con la cafetera de la
habitación, pierdo la paciencia y le contesto:
En camino.
Llamo en la
puerta de su habitación. Unos pocos segundos después, Peter, llevando una
camiseta y mallas cortas, abre la puerta.
— ¿Qué está
bien, Espósito? —Camino dentro para encontrar una ventana que proporciona una
vista de la universidad, una jarra de limonada y un grupo de galletas de
chocolate puestas en la mesa esperando.
Su cabello
está tan despeinado como siempre, colgando abajo hacia sus hombros. Aparta unos
rizos de su cara.
—Entonces,
es realmente bueno pasar tiempo contigo —dice.
—Sí…totalmente.
—Simplemente nos miramos fijamente el uno al otro por un largo momento, un
momento que parece durar más de lo pensado. Entonces me apresuro adelante y lo
abrazo.
Me suelta
unos segundos más tarde, frota mi espalda, después se sienta en un sofá. Se
tumba y cruza
sus piernas. Después
de ese abrazo,
no quiero presionarlo, así que en
lugar de unirme a él, me siento en la cama y empujo una almohada en mi pecho.
Presiono mi mentón en la almohada, paso una mano a través de mi cabello y miro
a Peter.
Tose. —Así
que, yo, eh, sé que debería haber llamado después de que Federico y yo nos
metiéramos en la pelea —dice. Apoyándose en sus rodillas, se centra en la alfombra—.
No debería haberle pegado. Siento que fuera tan estúpido.
Lágrimas se
agolpan dentro de mis ojos. —Fuimos mejores amigos por diez años, es bastante
imperdonable que no llamaste. Que no has llamado.
Las
lágrimas caen libremente, y clavo los talones de mis manos en mis ojos,
tratando de contener el flujo, pero no parará.
De repente
lo siento sentándose en la cama. Cuando puedo abrir mis ojos sin que una
inundación salga a borbotones de ellos, me giro y veo que tiene ambas manos
extendidas como si quisiera jugar al juego de las palmadas. Una sonrisa
empieza a extenderse
a través de
mi cara mientras
primero, le doy
una coscorrón después empujo su pecho tan fuerte que cae sobre la cama.
Levantándome en mi rodilla buena, estiro mi otra pierna y le golpeo en el
estómago.
— ¡Mierda,
Espósito! —Antes de que pueda abofetearle en la cara, Peter gira y cae de la
cama. Cuando asoma su cabeza por encima del colchón, veo que está partiéndose
de risa.
—Chico,
merecías cada parte de eso, ¡y más! —digo.
— ¿Estamos
iguales? —Gatea a mi lado.
—No
todavía. —Le doy un puñetazo en la mandíbula y escucho un crujido.
— ¡Ah!
Me
avergüenzo. Mierda, ¿de qué está hecha su mandíbula? ¿Titanio? Sacudo mi mano.
— ¡Lo
siento mucho, Peter! No quería pegarte tan fuerte. Con los ojos llorándole, Peter
se frota la mandíbula.
— ¿Has
acabado? —Sonríe.
Me río
suavemente. —Por ahora —respondo, tronando mis dedos.
Va a la
mesa, donde echa sirve vasos de limonada, me tiende uno, y usa el otro para
enfriar su mandíbula. Sujeto mi vaso de limonada encima de mis nudillos. Me ve
enfriando mi mano y reímos muy fuerte, justo como antes.
Aun
sujetando el vaso sobre su mandíbula, arrastra sus pies con calcetines a través
de la habitación y remueve alrededor de su mochila, sacando finalmente una
baraja de cartas. Se sienta de nuevo en la cama, pone el vaso en la mesilla, y empieza
repartiendo las cartas
en dos montones.
—Juguemos a alguna guerra.
Agarro el
plato de galletas de la mesa y lo coloco encima de una almohada.
Toma una
galleta, la pone en su boca, y usa ambas manos para seguir repartiendo. Cuando
todas las cartas están repartidas, muerde una galleta y se limpia la boca,
luego mira abajo al plato.
—Espósito,
¿a dónde fueron todas las galletas? Ya me he comido cuatro.
—Te echas
la siesta, pierdes, amigo. Llama a servicio de habitaciones y pide algo más.
—Él lanza una reina, yo un ocho. Barre las cartas y las pone en su montón.
—No hay
manera, no estoy hecho de dinero.
—Vaya, no
sabía que estabas pagando por todo esto —digo señalando a la lujosa
habitación—. Cárgaselo a mi papá. —Tiro un cinco, él un tres. Barro las cartas.
Sonríe.
—De
acuerdo. —Descolgando el teléfono, ordena más galletas y limonada, e incluso
pide algo de champán también. Abre su billetera y saca una falsa identidad,
alardeando de ella hacia mí.
— ¿Cuál es
la ocasión? —pregunto.
Mira hacia
mí y toma una profunda respiración.
—Tú eres la
ocasión, Espósito. Te he echado mucho, mucho de menos.
Bajando mi
mentón, muerdo mi labio. Una lágrima rueda abajo por mi mejilla. Tiro un as, él
un as. Pongo tres cartas bocabajo, y él me imita. Al mismo tiempo, ambos
tiramos una cuarta carta. Él tiene una reina; yo, un rey.
Mira hacia
mí de nuevo y agarra mis manos, tirándome contra su pecho en un movimiento. Se
echa contra la almohada.
— ¿Te estoy
haciendo daño en la rodilla? —susurra mientras pongo mi mentón en su pecho y lo
miro.
—No.
Cierra sus
ojos.
— ¿Sabes
qué es lo que siento más qué nada?
—No.
—No besarte
en mi habitación aquel día. —Arrastra una mano a través de mi cabeza y la apoya
en mi espalda.
Sonrío y
trato de no llorar de nuevo.
—Sí, fuiste
bastante estúpido, hombre.
—Sé que
nunca podré merecerte, ¿pero puedo compensarte? Sonrío con satisfacción.
— ¿Cómo?
—Toda una
vida llena de galletas y limonada.
—Eso es
bastante tentador... —Agarro
su costado mientras
continúa frotándome la espalda.
Sus manos se
desplazan hacia arriba,
y aparta mi cabello, dejando sus dedos escurrirse a lo
largo de mi nuca.
— ¿Pero?
—dice.
—Quiero
algo más que eso.
— ¿Eh? ¿Vas
a decirme qué es, así puedo conseguirlo para ti?
—Adivínalo...
Adivina
bien, porque me agarra por los codos y tira arriba de mi cuerpo de forma que
nuestras narices se tocan. Su aliento huele a galletas con trozos de chocolate.
Mi favorito.
Nos
besamos. Finalmente.
— ¿Te
quedarás conmigo esta noche? —pregunta.
—Me quedaré
tanto como me dejes. —De alguna manera, incluso con mi rodilla dolorida, trato
de ponerme a horcajadas sobre sus caderas y entretejo mis dedos entre sus
rizos—. Pero tenemos que dormir "cabeza con pies".
—No podemos
esta noche. Oí que no has estado lavando tus calcetines. En homenaje a mí.
Río
mientras besa mi cuello.
— ¡No me
pongas a prueba!
— ¿Entonces
cómo te sientes acerca de vivir en Michigan? —dice—. Puedes ser mi novia
trofeo. —Antes de que pueda darle una bofetada, pega mis brazos a mis costados
y me da la vuelta, poniéndome abajo. Reímos y nos besamos una y otra vez. Es
mucho más fuerte que yo ahora. Debe estar ejercitándose duro. Aprieto sus
bíceps para averiguarlo. Rocas.
— ¿Qué te
hizo cambiar sobre nosotros? —susurro.
—Cuando
dejé de ser un idiota cobarde y dejé de estar asustado por perderte, me di
cuenta de que ya te había perdido por lo estúpido que había sido, pero no sabía
si me darías otra oportunidad. No quería hablar... porque estaba muy asustado
de que te enfadaras y me rechazaras por Federico. Lo siento mucho. —Sus ojos
están cerrados apretadamente.
Beso su
frente. —Eres un idiota cobarde. Pero... todavía te amo.
—También te
amo, Espósito.
Agarro un
puñado de sus rizos, tirando de su cara a la mía.
—Si me
dejas alguna vez de nuevo, te mataré jodidamente.
Abriendo
sus ojos, Peter ríe y frota su mandíbula justo donde le golpeé.
—Entendido.
Nos besamos
un poco más, y sus labios están calentando aquí, así que me quito mi sudadera,
revelando una camiseta de tirantes debajo, y Peter se centra en el amuleto de
fútbol de plástico, agarrándolo en sus dedos. Dudo, después me quito la cadena
y la pongo alrededor del cuello de Peter.
—Oh, gracias a Dios —dice, besando el
amuleto—. He echado de menos esto.
— ¿Más que
a mí?
—Oh
infiernos sí.
Lo tiro
de la cama
de nuevo, y
riendo, sube otra
vez y me
besa. Nos besuqueamos por lo que
parecen horas, parando solo por galletas y champán.
—No soy una
de tus "porristas del día" —le digo cuando sus dedos avanzan poco a
poco debajo de mi camiseta de tirantes. Bateo su mano fuera.
Sonríe, se
tumba en la almohada, y junta sus manos bajo su cabeza.
—Admítelo,
eres mi fan número 1.
—Sip. Tengo
hechas camisetas.
Después nos
arrastramos debajo de las fundas conmigo en la base de la cama y él en la
cabecera. Pone sus pies en mi cara.
Papá me
dijo que incluso si estás destinado a estar con alguien, eso no quiere
decir que necesariamente tienes
que estar con
ellos. ¿Pero algunas
veces? Quizás lo haces.
Supongo que lo descubriremos.
Fin