—Buenas tardes, señores. Bienvenidos al Parador
de Sigüenza. Mi nombre es Menchu. ¿En qué puedo ayudarles? —Les saludo una
simpática joven al verles. Calándose la gorra y las gafas de sol a pesar de que
ya había anochecido la joven dijo con voz segura:
—Hola, buenas tardes. Pasábamos por aquí y al
ver esta preciosodad de castillo hemos
decidido parar.
—Desean una habitación para pasar la noche? Lali
suspiró. ¿Qué hacía allí? Pero antes de que pudiera responder Gasti, tomando
las riendas del asunto, contestó conteniendo su espanglish.
—Como ya he visto que tienen calefacción,
quisiéramos alquilar el castillo entero —Lali le miró y él dijo con rapidez—
Vale, pensarás que me he vuelto crazy. Pero no. Todo tiene su porqué. Y vuelvo
a repetir, nosotros necesitamos el castillo entero y punto. La recepcionista,
tan sorprendida como Lali, preguntó al hombre de las mechas púrpuras:
—Disculpe, señor. ¿Ha dicho el castillo entero?
—Yes, querida.
Boquiabierta, la joven recepcionista les pidió
que esperaran un segundo. Lo mejor sería llamar a su jefe. Una vez solos Lali
le miró y dijo:
—¿El castillo entero? Pero, bueno ¿Qué locura es
esa? ¿Qué pretendes? ¿Qué la prensa esté aquí antes de que podamos poner un pie
en la habitación?
—No, mi reina. Precisamente intento justamente
lo contrarío. Si alguno de los huéspedes que aquí se aloja te ve ¡te
reconocerá! ¿Lo has pensado? Y entonces es cuando esto se llenará de
periodistas —ella le entendió y asintió. En ese momento apareció un hombre de
sonrisa agradable.
—Buenas tardes. Mi nombre es Samuel Sánchez y
soy el encargado de la fortaleza. Me ha dicho Menchu que quieren ustedes alquilar
el castillo al completo.
—Sí, unos doce días —asintió Lali con seguridad.
La idea de Gasti era perfecta. La muchacha y su jefe se miraron.
—Lo siento, pero es imposible —dijo el hombre
con pesar.
—Why? ¿Por qué es imposible? —preguntó Gasti .
—Actualmente tenemos huéspedes y no podemos
echar a las personas que, durante unos días, descansan aquí. Además, tenemos
varias reservas ya para los próximos días y, sintiéndolo mucho, tengo que
decirles que lo que me piden es imposible. Contrariada por aquello Lali pensó
con rapidez. No estaba acostumbrada a que le dijeran que no a nada y no pensaba
dar su brazo a torcer. Quería quedarse allí.
—Lo entiendo... aun así nos quedaremos y cuando
haya habitaciones libres las alquilaré.
El hombre cada vez más sorprendido preguntó:
—Señorita ¿está usted segura? ¿Tanta gente va a
traer al castillo?
—No. Solo somos nosotros dos —indicó Gasti. Cada
vez más sorprendido el hombre miró a Menchu, y Lali caminando hacia un lateral
de la recepción dijo:
—Por favor, ¿pueden venir un momento?—La
siguieron—, ¿Puedo contar con su total discreción? —Por supuesto —asintieron
aquellos—. Uno de nuestros lemas es; la confidencialidad.
Al oír aquello, la joven se quitó la gorra y las
gafas. Las caras de ambos al reconocerla eran todo un poema. Tenían ante ellos
a Mariana Espósito, la famosa actriz de Hollywood y que los últimos días había
salido en todas las televisiones y periódicos por su secuestro en el hotel
Ritz.
—Yes, she is ¿a qué es monísima y glamurosa?
—asintió Gasti encantado.
Lali al ver su cara de incredulidad dijo con una
sonrisa:
—Por sus gestos intuyo que ya saben quién soy,
¿verdad? —asintieron y ella prosiguió—. El motivo de alquilar el castillo
entero es para tener tranquilidad y discreción. Es más, si la prensa se entera
sabré que ha sido alguno de ustedes dos. ¿Me entienden ahora? Asombrados, ambos
asintieron.
—Menchu —carraspeó Samuel con rotundidad—.
Absolutamente nadie debe saber la verdadera identidad de nuestros huéspedes,
¿entendido?
—Por supuesto —asintió la joven y mirando
alucinada a la actriz murmuró:
— Para nosotros será un placer tenerla aquí
señorita…señora Espósito.
—Por favor... llámame Lali y el registro háganlo
a nombre de mi primo. Con rapidez el hombre miro las reservas.
—Tenemos libre la suite del Castillo y...
—Yo quiero una habitación para mi solo —aclaró Gasti—.
Adoro a mi actriz, pero no me gusta dormir con ella, ¡se mueve mucho en la
cama!
—¿Dónde tienen su equipaje? —preguntó Samuel
nervioso y emocionado.
—En el coche —respondió la joven.
Lali, divertida, volvió a ponerse la gorra para
esconder su rubia melena. En aquel momento no había nadie en recepción, pero
prefirió hacerlo así. No quería levantar sospechas. Media hora después, tras
enseñarles el castillo y que estos pudieran admirar las maravillas del lugar,
les acompañaron a sus habitaciones. Una vez la joven se quedó sola en su
preciosa y medieval suite se asomó a la ventana y sonrió. Por primera vez en
mucho tiempo respiraba eso que se llama libertad.
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