En una de las mejores suites del hotel Ritz, Lali
desayunaba junto a su primo. No habían parado de recibir llamadas de los
Estados Unidos preguntando cómo se encontraba tras lo ocurrido. Amigos como
Salma, Angelina y Brad. Jennifer y un sinfín más de actores la llamaron
preocupados a su móvil para saber si se encontraba bien.
Lali les atendía agradecida, pero ya estaba al
límite de sus fuerzas cuando de nuevo sonó el teléfono. Ahora el de la
habitación.
—Mariana, ¿estás bien? Se tensó al oír la voz de
su madrastra. Ella, Mike Grisman y su padre eran las únicas personas que la
llamaban así. Se sentó junto al teléfono y respondió:
—Sí. Estoy perfectamente. No me ha ocurrido
nada. Fue solo un susto.
Samantha Riera, una impresionante mujer de ojos
rasgados y sensuales prosiguió:
—Tu tía Lula ha llamado. ¿Está bien Gasti? Desviando
la mirada hacia su primo que desayunaba con un hambre voraz respondió:
—Estupendo. Aquí le tengo comiendo como un
animal.
—¡Perra! —susurró aquel al escucharla mientras
masticaba un trozo de tostada con mantequilla.
El vacío de comunicación entre ellas se hizo
patente una vez más, pero Samantha estaba dispuesta a continuar conversando
—¿Ocurre algo? Molesta por aquella forzada
preocupación siseó:
—Estoy bien, aunque algo cansada.
Los horarios aquí son diferentes y llevo horas
contestando el teléfono. Necesito dormir.
—En cuanto me cuelgues quiero que arranques el
teléfono de la pared y descanses ¿me has oído? Si no descansas tu piel se ajará
y te saldrán unas horribles bolsas bajo los ojos que luego te costará semanas
quitártelas de encima.
—De acuerdo —asintió fastidiada.
Aquella mujer siempre igual. Pensando en la
belleza y no en como ella se encontraba realmente.
—Tengo aquí a tu padre y quiere hablar contigo.
Oh, Dios... pero yo con él no, pensó.
—De acuerdo, pásamelo.
— ¡¿Mariana?!... ¿Mariana estás ahí? Al escuchar
aquella voz ronca y a pesar de las ganas que sintió de colgar, respondió:
—Sí, papá.
—Me llamó Walter para contarme lo ocurrido y...
—Fue un susto, pero la policía española lo supo
resolver con celeridad.
—Me alegra saberlo. —Lo que vino a continuación
no le sorprendió—. Este incidente avivará tu popularidad. Veamos lo positivo
del asunto. Al escuchar aquello Lali suspiró. Aquel tipo de comentario era
típico de él.
Deseó decirle cuatro verdades, pero al final se
contuvo.
—Papá, estoy cansada y quisiera dormir.
—Por supuesto Mariana. Descansa y cuando
regreses hablaremos. Max me llamó ayer y me dijo que ha recibido varias
propuestas interesantes de la Paramount y Filmax.
—De acuerdo. —Y colgó.
La
relación con su padre iba de mal en peor y algún día iba a explotar.
Gasti, que había sido testigo mudo de la
conversación, mirándola dijo:
—Come de esto, queen, está de muerte, ¿cómo dijo
el camarero que se llamaban?
—Churros, Gasti. Eso se llama churros y te
recuerdo que engordan una barbaridad. Mañana te volverás loco cuando te subas a
la báscula. Te lo advierto.
Encogiéndose de hombros se levantó y antes de
que ella pudiera añadir nada más le metió uno en la boca.
—Mastica, disfruta y olvídate de las calories
por una vez en tu life, OK?
Lali disfrutó del sabor del churro. Desde hacía
años cuidaba al máximo su alimentación. Sus contratos no le permitían coger ni
un solo gramo y ella lo cumplía a rajatabla. Tras terminar con todo lo que
había en la bandeja, Lali se retiró a dormir. Estaba agotada. Una vez se quedó
sola en la habitación pensó en lo ocurrido, pero su mente volvió a recordar a
aquel hombre parapetado tras su traje negro. ¿Podría ser él? Su secreto. El
muchacho con el que se casó años atrás en Las Vegas. Si al menos se lo hubiera
podido preguntar, pero él se marchó y no le dio tiempo a nada.
Tras dar cientos de vueltas en la cama Lali se
levantó, abrió su agenda y marcó un número de teléfono.
—George, soy Mariana Espósito —tras escuchar lo
que le decía su interlocutor respondió—: Sí, tranquilo, estoy bien. Escucha,
necesito un favor. Quiero que mires en el fichero de James Benson, busques el
documento que te voy a decir y me lo envíes al número de fax que voy a darte ahora
mismo. Y, por favor, esto debe de quedar como siempre entre tú y yo. ¿De
acuerdo?
Cuando colgó se sentó en la cama a esperar.
Cinco minutos después sonó el fax y empezó a imprimir. Una vez finalizó lo
cogió con manos temblorosas. Ante ella tenía la sentencia de divorcio que había
firmado diez años atrás. Buscó con curiosidad un nombre, hizo un par de
llamadas y finalmente .susurró para sí:
—Peter Lanzani. ¿Eres tú el policía que me
ha salvado la vida?
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