miércoles, 5 de febrero de 2014

Capítulo 11

—¿Qué ocurre? —preguntó con gesto desencajado.
—Oh, my God! ¡Pistoleros! ¡Terroristas!
—¡¿Pistoleros?! ¡¿Terroristas?! Pero ¿qué estás diciendo? —gruñó la joven.
Histérico, susurró mientras le temblaba la barbilla:
—Esos hombres están locos, craz! —Y con un hilo de voz temblona añadió—: Solo he podido ver unos hombres con dos enormes, que digo, gigantes armas gritando algo ininteligible.
Con cuidado, retiraron los faldones de la mesa y a través del encaje pudieron ver a la prensa tirada en el suelo con las manos en la cabeza y a los hombres que Gasti calificó de pistoleros y terroristas gritando con un acento extranjero:
 —¡Todo el mundo quieto! ¡Que nadie se mueva o morirá! Soltando los faldones se miraron con cara de terror.
—Oh, my God! ¡Vamos a morirrrrr! No... no... soy muy joven. Todavía no he conseguido ligar con Pierce Brosnan y...
La joven le tapó la boca y siseó con cara de pocos amigos, mientras observaba que su guardaespaldas no se movía:
—Cierra el pico si no quieres que sea yo quien te mate, ¿de acuerdo?
Asintió asustado y ella le retiró la mano de la boca. Segundos después uno de aquellos desalmados llegó hasta ellos. Les sacó de debajo de la mesa y les obligó a sentarse junto al resto de los periodistas. Temblando, obedecieron a los cuatro hombres armados. Se habían colado con falsos carnés de prensa y ahora los tenían retenidos.
 —¡Aquí tenemos a la Espósito! —gritó el más alto y mirándola murmuró—: Veo que tu galán, Mike Crisman, te ha dejado sólita. Menudo mierda de tío. Sí ya decía yo que ese es todo fachada, pero que a la hora de la verdad es un rajao.
—Mamasita. Estás más buena en persona que en la pantalla —dijo otro rodeando a Lali mientras le dirigía una mirada obscena.
Gasti, a pesar de no medir más de uno metro sesenta y cinco, sacó su carácter varonil en defensa de su querida prima.
—Ni se os ocurra ponerle la manita encima o yo...
El puñetazo que le propinaron en el estómago hizo que se doblara en dos.
—Cállate, mariquita.
La joven estrella de cine al ver aquello y sin pensar en su seguridad, se echó sobre él para protegerle.
—¡No le toques desgraciado! Sin ningún miramiento otro de los hombres cogió a Lali por el cuello y, tirándola hacia atrás, la lanzó contra la pared. El golpe hizo que se mordiera el labio y un hilillo de sangre comenzó a correr por su barbilla.
Varios periodistas intentaron auxiliarla, pero uno de aquellos hombres vociferó apuntándoles con la pistola:
—Si pretendéis ser héroes, os mato ahorita mismo. ¿Entendido?
Gasti, al verla sangre en la boca de su prima, chilló horrorizado y sin hacer caso de la advertencia, se acercó hasta ella. Solo cuando ella le indicó con la cabeza que estaba bien, se tranquilizó. El que parecía el jefe se acercó hasta la joven y le agarró con brusquedad del pelo para que alzara el rostro.
—La Espósito es más valiosa que el mariquita de Mike Grisman. Tratémosla bien.
Dicho esto, dio una patada a Gasti en la cara que lo dejó totalmente K.O. Lali reaccionó y pateó al individuo que finalmente la soltó con una risotada. Asustada al ver que su querido Gasti no se movía, se dirigió a los secuestradores con la voz truncada por la tensión.
— ¿Qué queréis? ¿Por qué hacéis esto?
Los desalmados se miraron y apuntándola con una pequeña pistola, el que estaba a su lado le respondió:
 —Mi hermano, Petercho Vázquez, está en el centro penitenciario de Valdemoro por tráfico de drogas.
— ¡¿Valdemoro?! —susurró asustada. No sabía de qué hablaba.
—Sí, un pueblo de Madrid. Y tú, una actriz a la que medio mundo adora, vas a ser nuestra moneda de cambio.
Este hombre está loco pensó la joven al escucharle.
—Yo devolveré al país del Tío Sam a su famosa actriz sana y salva si aquí, en España, sueltan a mi hermano. Ven aquí —tiró de ella ante las docenas de ojos curiosos que la miraban espantados —. Vamos a enviar un mensajito.
Miró a Gasti aterrorizada. Estaba volviendo en sí e iba a decir algo, pero ella le ordenó callar con un rápido ademán. Era lo mejor. Él obedeció. No era ningún héroe.
Una vez habló ante una cámara, dejaron que la estrellita regresara junto a su primo. Gasti la tomó de las manos y la acurrucó contra él dándole calor. Estaba helada.

Cuando recibieron el aviso en la base de los geo, tres comandos se pusieron en marcha en furgones hasta Madrid. Debían liberar a más de un centenar de personas secuestradas desde hacía horas por varios individuos armados en el hotel Ritz de Madrid.
De camino, el equipo se informó de lo ocurrido, y Peter, al escuchar el nombre de Mariana Espósito, se tensó. Y todavía más al ver el video que ella había grabado, donde se veía sangre ni su barbilla. No quería tener nada que ver con ella y menos que lo relacionasen con aquella actriz, pero era su trabajo y, como tal, debía proceder. Nicolas, al ver el gesto de su amigo, llamó su atención tocándole el brazo. Entendía lo que estaba pensando, pero era momento de actuar y mantener la cabeza fría.
Tras abandonar el furgón negro y ver que los alrededores estaban acordonados, el equipo de los geo entró sin demora en uno de los salones del hotel. Allí estaba la policía nacional y algunos miembros de la embajada americana, pues entre los retenidos había tres estadounidenses y querían colaborar.  Finalmente, la prioridad se impuso y cuando el Grupo Especial de Operaciones entró en acción el resto de las fuerzas tuvo que mantenerse en un segundo plano.
— ¿Quién es el Inspector Lanzani?—preguntó Martínez, jefe de la policía Nacional.
—Yo, señor —saludó Peter con profesionalidad.
Martínez, tras asentir, indicó:
—El subdirector operativo Téllez me ha llamado para indicarme usted está a cargo del operativo.
—Sí, señor.
— ¿Han estudiado ya la situación? —pregunto Martínez.
—Sí, señor
—Aquí tiene los planos del hotel. —Y en un tono molesto Martínez siseó—: Mi equipo podría acabar con esto, pero mis superiores, al saber que dentro había personal americano, han decidido que ustedes, los geo, se encarguen de ello.
Aquel retintín al pronunciar geo, no le gustó un pelo, pero sin darle mayor importancia dijo:
 —Así lo haremos, señor.
De pronto, un tipo alto y bien vestido irrumpió en la sala, se acercó hasta ellos y dijo en inglés con gesto contrariado:
—Ahí dentro está Mariana Espósito y...
Peter, volviéndose hacia aquel, se sorprendió al ver que se trataba del actor de moda, Mike Grisman, y apartándole con la mano respondió con voz segura en su idioma.
—Si nos disculpa señor, tenemos que trabajar.
Nicolas, al reconocer al galán al que su mujer adoraba, sonrió al ver que no era tan alto como parecía en la gran pantalla. Se dio la vuelta para continuar su trabajo cuando aquel volvió repetir a gritos:

— ¡Oiga! No sé si me ha escuchado, pero acabo de decirle que esos idiotas tienen retenida a Mariana Espósito y como le pase algo por su ineptitud, van ustedes a pagarlo muy caro. 

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