viernes, 7 de febrero de 2014

Capítulo 12

El humor del inspector Lanzani empeoraba por momentos. La tensión de saber que decenas de personas dependían de su eficacia sumada a los gritos de aquel imbécil, le estaban alterando. Pero controlando sus ganas de cogerle del cuello y sacarle de allí mismo miró a uno de sus hombres y dijo:
—Lucas, sácale de aquí antes de que lo haga yo.
Una vez que sacaron a aquel intruso del salón, y el jefe de la policía nacional se alejó para hablar con otros hombres, Nicolas se acercó a su amigo.
— ¿Te has fijado en el actorucho? Pero si no tiene ni media torta.
Peter asintió, pero continuó mirando los planos del hotel. Había que terminar con aquello cuanto antes, y sin ningún problema.

La oscuridad de la noche les envolvía cuando varios geo, entre ellos Peter, se descolgaron desde la planta superior del hotel. Con sus trajes negros y el armamento necesario rapelaron por las paredes del hotel hasta llegar a la parte superior de las ventanas. Con cuidado y sin ser vistos Peter y Nicolas estudiaron la situación.
—Tiradores en posición —indicó Nicolas a través del intercomunicador y Peter asintió.
Los rehenes estaban sentados en un círculo justo bajo el espejo que presidía el salón. Los secuestradores, cuatro hombres de unos cuarenta años de aspecto latino, hablaban entre si, y Peter se fijó en que uno de ellos llevaba una pistola al cinto, otro en el bolsillo del pantalón y los otros dos en la mano.
Muy profesionales, pensó el geo.
Por su manera de moverse, parecían nerviosos, incluso como si estuvieran discutiendo entre ellos. Peter con un gesto de la mano les indicó a sus compañeros que tomaran posiciones. Un ataque sorpresa y a oscuras sería lo mejor. Tras hablar por el intercomunicador que llevaba bajo su pasamontañas, ordenó que apagaran las luces del hotel a las 21:37. Varios de sus hombres se posicionaron sin ser vistos en las puertas que daban a la calle Felipe IV, mientras los tiradores de Nicolas estaban apostados en las azoteas de los edificios colindantes.       
Toda seguridad era poca.
En la quietud de la noche y mientras los cuatro delincuentes hablaban entre ellos las luces del hotel se apagaron de pronto. La gente, asustada, comenzó a chillar. Todo fue muy rápido. Los geo con su sistema de visión nocturna y su maestría, entraron en el salón por las ventanas al grito de «Alto, policía» y antes de que aquellos aficionados pudieran reaccionar, los tenían boca abajo en el suelo y encañonados.
—Despejado —gritaron uno a uno los hombres de Peter al tenerlo todo controlado.
Una vez Peter vio que la situación estaba controlada y los rehenes fuera de peligro, dieron la orden de encender las luces.
Los periodistas, impresionados al ver a los geo tomar las riendas de todo aquello a pesar del susto, comenzaron a aplaudir. Lali y Gasti se abrazaron. Todo había salido bien. La prensa no dio tregua. En cuanto los geo y la policía entraron en el salón cogieron sus micrófonos y cámaras e intentaron cubrir la noticia volviendo loca a la actriz, que aún continuaba sentada junto a su primo en el suelo. Con las pulsaciones a mil la joven fue a levantarse para ir a ver a su guardaespaldas pero las piernas le temblaban tanto que fue incapaz. Finalmente, dos de aquellos hombres vestidos totalmente de negro se acercaron a ella y a su primo, y sin mediar palabra los agarraron del brazo y los levantaron. Peter ordenó a sus hombres alejar a la prensa para que la actriz pudiera respirar. Entonces vio entrar a Nicolas.
—Por favor. Sean, mi guardaespaldas está herido —murmuró Lali.
Peter miró hacia donde ella señalaba y tras ordenar a uno de sus hombres auxiliarle hasta que llegara el Samur, clavó su mirada en ella. Observó de cerca a la mujer que conoció en otra época y con la que se casó hacia años en Las Vegas. Aquella chica que se había convertido en una preciosa mujer, temblaba como una hoja a escasos centímetros de él. Seguía siendo bajita, y aunque estaba proporcionada y lucía un bonito cuerpo, vista de cerca estaba excesivamente delgada para su gusto. Oculto bajo su pasamontañas, la recorrió lentamente con la mirada. Se fijó en el escote y sonrió. Aquellos pechos, sin ser excesivos, eran tentadores y bonitos.
Nicolas, apostado a unos metros de él, ametralladora en mano, al ver como su buen amigo sentaba a la joven en una silla y le alargaba un vaso de agua, sonrió. A pesar de no ver ni un solo centímetro de su rostro, sabía que estaba observándola con intensidad. Nunca olvidaría el día que le reveló la verdadera identidad de la muchacha con la que se había casado en Las Vegas. Aquel era su secreto. Un secreto que había prometido a Peter que nunca revelaría y que había cumplido hasta ahora.
Lali, sin percatarse de lo que pensaba el hombre que estaba junto a ella, bebió el agua que le ofreció y se lo agradeció con una sonrisa turbadora.
—¿Está usted bien?—preguntó Peter con la boca seca mientras ella se levantaba y se retiraba su ondulada melena rubia de la cara. A pesar de sus taconazos seguía siendo muchísimo más bajita que él.
—Sí... sí... los nervios —asintió ella—. Tengo un terrible dolor de cabeza, pero por lo demás bien. ¿Sean está bien?
Le gustó ver cómo se preocupaba por el gigantesco guardaespaldas que estaba hablando con un hombre de su equipo. Eso demostraba que seguía teniendo corazón.
—Sí, tranquila.
Sin poder evitarlo, Peter le tomó de la barbilla con cuidado. Incluso a través de sus guantes sintió la suavidad de su piel. Con curiosidad, miró la sangre seca de su mejilla y tras ver que era un golpe en el labio sin importancia dijo con voz ronca:
—Enseguida vendrán a curarla. No se preocupe, no parece nada grave. Ella sonrió. Unas palabras amables tras la tensión vivida resultaban muy agradables.
—Muchas gracias por lo que han hecho por nosotros. Se lo agradeceré toda la vida.
—Es nuestro trabajo, señora. Me alegra que todo haya salido bien.

Lali le miró. Aquella voz ronca y varonil debía de tener un rostro acorde. Pero solo vio sus ojos oscuros a través del pasamontañas. Unos ojos intensos que parecían amables. Le gustó tenerle ante ella. Lo que veía era un hombre de anchas espaldas, piernas atléticas y gran altura. A su lado se sentía pequeña, muy pequeña. Durante unos segundos los dos permanecieron callados mirándose a los ojos y, extrañamente, a Lali lo entró calor al sentir su protección.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario