El estallido de un claxon le
llamó la atención. Se dio la vuelta. Una
vieja y azul
camioneta estaba parada
ociosamente en la acera. El chico
en su interior saludó con la mano. Finalmente.
Ella se ajustó la
atiborrada mochila en el hombro y levantó su bolsa de lona de la congelada acera mientras trataba de no
olvidar su bolso y
su bolsa de
compras llena de regalos de Navidad.
Se
las arregló para
abrir la puerta del pasajero.
—Hola,
¿Lali? —Su despeinado
cabello castaño
estaba levantado
en la parte superior como si acabara de pasar las
manos a través de él.
Sus
expresivos y oscuros ojos danzaban sobre ella. Candela había
dicho que este chico era de buen ver, y no había exagerado.
—Sí, ¿eres Peter? —Apuesto o no,
Lali se obligó a sí misma a no
gritarle por casi hacerla morirse
de frío.
Él asintió con amabilidad, pero con una breve sonrisa real. Salió de la
camioneta vistiendo solo una sudadera gris con capucha de
la Universidad de Wisconsin sobre sus anchos hombros. Parecía
inmune al clima mientras se daba la vuelta y lanzaba su pesada bolsa
llena
de ropa para lavar en la parte trasera de la camioneta. Notó una pala
para la nieve, algunas grandes cubetas cubiertas y una enorme bolsa de
lona en la parte trasera de
la camioneta. Peter se
puso de pie, alto y
esbelto,
tal
vez medía un
metro ochenta con
sus botas. tomó
su
mochila, pero ella la alejó.
—Gracias, pero la voy a llevar conmigo. Mi laptop está ahí.
—Está bien. —Él tomó la
bolsa de compras.
—También voy
a llevar ésta en la parte delantera. Son regalos. —No podía imaginar
lo regalos cuidadosamente envueltos rodando en la
parte trasera de su sucia
camioneta.
Él levantó una
ceja.
—Como quieras. —Se dio la vuelta y se metió de nuevo mientras
Lali maniobraba con las bolsas restantes en la
cabina del camión. Fue difícil caber bien con el abrigo y los guantes en el asiento y con su mochila y un par de otras bolsas más amontonadas en el suelo. Apretó
sus
bolsas en el suelo a sus pies y miró
su café caliente. Debería ser
agradable.
Se
limpió con el guante helado a través de la nariz
que moqueaba.
—Rayos, qué frío está haciendo allá afuera. —Lali se abrochó el cinturón de seguridad, agradecida de estar finalmente en la cálida
cabina y fuera de la profunda congelación. Se quitó los guantes y el sombrero, girando las rejillas de aire caliente hacia ella, y frotándose las manos frente al aire
caliente. ¿No iba, al menos,
a disculparse por
llegar
tan tarde?
—Aquí, déjame encenderlo. —Peter ajustó la ventilación para que soplara a toda velocidad.
La temperatura ya estaba
en el
nivel más
cálido. Sus ojos encontraron
los de ella, y le ofreció una
sonrisa amistosa.
—Gracias. —Suspiró mientras el aire
caliente descongelaba sus
dedos.
Lali no estaba preparada para
sus ojos conmovedores enmarcados por cejas oscuras, y tenía
la forma de la
boca
más perfecta. ¿Cómo se suponía
que iba
a pasar
cinco horas con
este chico? Al lado
de
él se veía como una perdedora total con su nariz
goteante y sus ojos llorosos.
Se echó
hacia atrás y
se concentró en la carretera. Él estaba comprometido, fuera de los límites. Además, su
llegada con retraso era un
gran punto en
su
contra.
—Así que, ¿eres una amiga de la hermana pequeña de Matt? — Puso la camioneta
en
marcha y se alejó de la acera.
—Sí, Candela. Somos compañeras de habitación. Gracias por
llevarme. Me salvaste de dos muy largos viajes en autobús que habrían parado en
cada pueblo rural, tomandome todo el día.
—No
hay problema. Crystal River está a solo diecinueve
kilómetros
de
la casa de mis padres.
Alcanzó en el bolsillo de su abrigo un pañuelo y se sonó la nariz. Se
imaginó que su nariz se habría vuelto de color rojo brillante. Siempre lo
hacía cuando tenía frío. No sabía
qué decirle a
este chico, y ellos iban a pasar
muchas horas
juntos. Se limpió la nariz y tiró el pañuelo.
—¿Y cuál es tu especialidad?
—Ingeniería. ¿Y la
tuya?
—Finanzas.
—¿En
serio?
—Sí, ¿qué hay de malo con
eso?
—Nada.
—Él
sonrió y se le iluminó
todo el rostro.
Sus
ojos brillaron y un pequeño hoyuelo apareció en un lado de su mejilla. Ella se sintió como
un trol a su lado.
—Simplemente no pareces el tipo de chica de números. Ella frunció el ceño.
—Bueno, lo soy. —¿Qué aspecto tenía para él?
—No era mi intención hacerte sentir mal. Pareces
más
del tipo creativo. —Hizo un gesto
hacia los regalos envueltos en papel brillante que salían de su bolso y el diseño de cachemira de su mochila.
—También soy creativa. Simplemente me gusta cuando
las cosas
tienen sentido. Cuando algo está correcto
o incorrecto. Todo siempre es
congruente, y
cuando no lo es, puedes arreglarlo.
Él miró el espejo lateral y
se
incorporó a la autopista.
—Suena
como si estuvieras en el camino correcto.
—Gracias. —Ella aspiró.
—¿Te importa si
escucho el partido de hockey?
Lali
estaba bastante segura de que ese era
un código
para Ya no
quiero charlar
contigo.
—No. Adelante.
Después de unos minutos escuchando el zumbido de la cobertura
del partido de hockey, deslizó los audífonos y
le subió el volumen a su
música. Se había quedado despierta hasta la mitad de
la noche estudiando
para
su
examen de
Estadística.
Inclinó la cabeza hacia atrás, usando su abrigo como una almohada
y cerró los ojos.
Peter miró y le sonrió a su pasajera dormida. Sus audífonos se habían
caído y
su cabeza colgaba hacia un lado, con la boca abierta. Debía estar realmente muy cansada para dormir durante los dos primeros períodos del partido de hockey.
Lali
parecía una típica estudiante de primer año,
joven y despistada. La novedad de la universidad aún no había desaparecido. Estaba ansiosa, nerviosa y claramente motivada. No es que él fuera
demasiado viejo y mundano
en su
segundo año, pero
los últimos siete meses lo habían empujado a través del infierno y de regreso.
Miró
a Lali de nuevo. Sus largas pestañas yacían sobre sus mejillas sonrosadas como alas de mariposa. No llevaba mucho maquillaje, y a
él le gustaba eso.
Su
teléfono sonó y
rápidamente lo agarró para
no despertar a Lali.
—Hola —dijo en voz baja.
—Por
favor, dime que ya
casi estás aquí.
Frunció el ceño al escuchar la voz molestamente familiar.
—Ni
siquiera estoy cerca.
—Pero le dije a mi madre que estarías a
tiempo para la cena. Suspiró.
—Paula, te dije que no llegaría a tiempo para comer y que me iba a quedar en casa esta noche. Acabo de terminar mi último final esta mañana. Necesito un
descanso.
—Bueno, yo no. No te he visto desde Acción de Gracias y
luego mi abuela murió y se estropeó todo el fin de semana.
Peter no podía creer
que había accedido a casarse con ella; dado
por
hecho, lo había engañado, pero él iba a remediar esa situación
muy
pronto. Esta vez no iba
a dejar que Paula lo arruinara cuando tratara de terminar con ella. Su relación había durado demasiado tiempo y por todas las razones equivocadas.
—Estaré
allí
en la tarde de
la víspera
de
Navidad. Tú
y yo necesitamos hablar
—dijo.
—¿Te estás transfiriendo para acá? ¡Oh por Dios! Ese sería
el mejor regalo de Navidad.
—No, no me estoy transfiriendo. Me voy a
quedar
en Madison. —Ella
sabía porque él quería hablar y se seguía
engañando a sí misma de que esto no
iba a
terminar.
—Odio Madison. Desde que llegaste allí has cambiado. De repente
quieres cosas diferentes. —Su tono
quejumbroso rechinaba como
uñas sobre una pizarra.
Salir de Ashland fue la
mejor cosa que alguna vez hizo. Le abrió los ojos a todo lo que la vida tenía
para ofrecer.
—¡Oh! Antes de que lo olvide. —Paula
cambiaba de tema
más rápido
que lo que los músicos cambiaban de clave—. Hoy estuve en el centro comercial y vi un abrigo súper lindo
con
una capucha forrada de piel.
Estaba retenido para alguien en las cajas registradoras. El feo empleado con una gran nariz dijo que era el único que quedaba y que yo no podía
tenerlo.
Peter supo, sin escuchar otra palabra,
que Paula había intimidado al
pobre empleado para que se lo vendiera.
—¡Pero hice que me lo vendiera! ¡No puedo esperar para que lo veas! ¡Es increíble!
Después de un silencio incómodo, el incesante parloteo de Paula
continuó.
—Entonces, ¿qué me compraste?
—Paula,
vamos a hablar mañana. ¿Tu madre y tu padre van a estar allí?
—¿Por qué? ¡Oh por Dios! ¡Quieres fijar una fecha! —gritó en el teléfono
y Peter deseó poder aplastar la maldita
cosa en pedazos—. Voy a mantenerme despierta
toda la noche para esperarte
a
ti y
a tus
padres.
—No. ¡No quiero
fijar una fecha y no voy a ir! Escucha, no voy a llegar a casa hasta tarde, tengo que llevar… —Miró
a Lali—, a un amigo.
—No
es justo. —La voz de Paula se convirtió en un mohín—. Pero tienes que venir el día de Navidad.
Le dije a mamá que pasarías todo el día conmigo. Ella quiere que
la ayude a preparar
la cena. Si tú estás
aquí, no
voy
a tener que hacerlo.
Peter suspiró.
—Sabes que no puedo hacer eso. Siempre ayudo a servir la
cena en el centro para
personas mayores el día de Navidad.
Lali
se movió y abrió los ojos.
En
el instante en que vio a Peter,
se sentó y miró hacia
el frente.
—Escucha. Tengo que irme. Hablamos pronto. —Colgó antes de que Paula
pudiera discutir u obligarlo a prometer algo que no podría
cumplir.
que molesta está Paula! Más
ResponderEliminarmás más más
ResponderEliminarK pesada es Paula!!!
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