domingo, 30 de marzo de 2014

Capítulo 24

—Hola Andrés. El muchacho, un chico del pueblo con una minusvalía física al andar, sonrió al verle.      
—Hola Peter. He visto el coche aparcado y no sabía si querías que la sacara hoy o no.
—Sí... sácala. Acabo de llegar de trabajar y estoy agotado. Andrés, que adoraba a Peter, preguntó:
—¿Ha sido una noche dura?
—Sí. Aunque más dura está siendo la mañana, te lo puedo asegurar —murmuró mirando hacia el interior de la cocina. El joven cogió la correa de la perra.
—¿Quieres que la traiga de nuevo aquí o la dejo en casa de tu padre? Tras pensarlo durante unos segundos Peter respondió:
—Llévala donde mi padre. Dile que iré a recoger a Senda allí y que comeré con él y el abuelo.
—De acuerdo. ¡Vamos Senda! La perra encantada de salir a la calle, se dejó sujetar por el joven. Dos minutos después, este salía del jardín y Peter entraba de nuevo en la cocina y cerraba la puerta.
—Ya puedes salir estrellita. Nadie va a verte —dijo mirando hacia la puerta.
Como si de una niña se tratara, Lali asomó la cabeza y, al comprobar que estaban solos, se levantó y volvió a sentarse a la mesa. Después cogió su café y tras dar un trago preguntó:
—¿Tienes un cigarrillo?
—No. No fumo y tú tampoco deberías, no es bueno para la salud. Aquel comentario hizo que ambos se relajaran.
Peter aun estaba sorprendido por tener a la actriz Mariana en su cocina. Aquello era surrealista. Si sus amigos, especialmente Nicolas, se enteraban de que ella había estado en su casa, se pondrían insoportables. Por ello, dijo con determinación:
—Creo que ha llegado el momento de que te vayas. Ha sido un placer volver a verte después de tantos años, pero adiós.
—¿Me estás echando de tu casa? —preguntó sorprendida.
—Sí.
Molesta por su falta de consideración y dado que no estaba acostumbrada a aquel trato le miró recelosa.
—¿Sabes que nadie me ha echado nunca de su casa?
—Alguna tenía que ser la primera y mira ¡he sido yo! —respondió él cruzándose de brazos.
—¿Cómo puedes ser tan borde?
—Contigo no es difícil —respondió dejándola boquiabierta. Es más, te agradecería que desaparecieras cuanto antes de mi entorno. No quiero tener nada que ver contigo, ni con tu fama. Mi vida es muy tranquila y adoro el anonimato.
—¿Crees que yo voy a perjudicarte? Pero si tú eres un don nadie y... Peter con gesto serio la cortó y respondió con rotundidad.
—No. No me vas a perjudicar porque no tengo nada que ver contigo.
Mira guapa, no sé, ni me interesa saber qué haces aquí. Pero lo que sí sé es que tenerte cerca lo único que puede traerme son problemas. Efectivamente soy el que tú crees, ¡Bingo!, pero lo que ocurrió entre tú y yo fue un error de juventud y nada más, algo que, hoy por hoy, no quiero que me arruine mi tranquila vida, ¿lo entiendes?
Por lo tanto ponte la gorra, tus preciosas gafas de Gucci, sal de mi casa y espero que te vayas a tu maravilloso Hollywood donde tu papaíto seguro que te dará todos los caprichos que un don nadie como yo no va a darte. Aléjate de mí, de mi entorno y de mi vida, ¿me has entendido? Nadie le había hablado con tanto desprecio en su vida.
Nadie se atrevía a decirle a Mariana lo que tenía o no tenía que hacer. Levantándose de su silla clavo sus azulados ojos en el hombre que la estaba tratando como a una delincuente y gruñó:
—Te recordaba más amable, siempre pensé que tú eras diferente.
—En tu caso pensar no es bueno —se mofó Peter.
Acercándose a él hasta absorber el olor de su piel siseó:
—¡Imbécil! Idiota. Eres un... un... ¡patán! Con aire divertido, Peter miró hacia abajo y tuvo que contener las ganas de reír que le provocaba la situación.
—Gracias... no lo sabía —acertó a decir.
Enfadada al ver que él no se enojaba, sino que, parecía estar consiguiendo el efecto contrario, gritó:
—Te diría cosas peores pero no me gusta blasfemar, por lo tanto, mejor me callo o te juro que yo... que yo...
—Fuera de mi casa, canija —dijo arrastrando a propósito la última palabra. Dándose la vuelta furiosa como nunca en su vida lo había estado agarró las gafas.
 —Por supuesto que me voy de tu casa. Pero de ahí a que haga lo que tú me has dicho va un mundo. Estoy de vacaciones y me quedaré aquí o donde me dé la gana el tiempo que quiera, y tranquilo, no voy a interferir en tu vida. Simplemente quiero descansar un tiempo y este lugar es tan maravilloso como otro cualquiera para ello.
—Caminó con brío hacia la puerta, pero se dio la vuelta para volver junto a él y vociferó—: Recuerda, no nos conocemos de nada. No quiero tener nada que ver contigo y si me ves ¡ni me saludes!
—Tranquila, creo que podré soportarlo —asintió sonriendo apoyado en el quicio de la puerta. Fuera de sus casillas, Lali quiso patearle el culo. Se paró ante un espejo y mientras se colocaba la gorra ocultando su pelo en el interior vio a través del cristal la sonrisa de Peter y su gesto. Aquello la encendió, y aun más al comprobar que le estaba mirando el trasero.
—¿Quieres dejar de mirarme así?
—No. Estoy en mi casa y en mi casa miro, digo y hago lo que quiero.
—Pues como la última palabra siempre la digo yo ¡no me mires o tendrás problemas! —gritó ella. Aquel comentario le hizo sonreír aún más y en tono joco so murmuró:
—Oh... que miedo me das. Deseosa de cruzarle la cara, fue hasta él para golpearle. Levantó la mano pero paró en seco cuando le oyó susurrar sin moverse de su sitio.
—Atrévete. Resoplando como un toro, Lali se dio la vuelta, se dirigió hacia la puerta de la calle y la abrió.
—No des un portazo —le escuchó decir. Pero, directamente, lo dio. Dio el portazo de su vida y suspiró satisfecha hasta que instantes después escuchó su risa, eso volvió a encenderla.

—¡Vete al cuerno! —gritó malhumorada. A grandes zancadas fue hasta su coche e intentando no perderse y siguiendo las instrucciones que veía por el camino llegó hasta el parador de Sigüenza donde entró como un vendaval en la habitación de su primo. El día, definitivamente, no había comenzado bien.

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