Sorprendido como en su vida, y sin entender que
hacia aquella actriz de Hollywood en el salón de su casa, respondió mofándose de
ella:
—Sinceramente cualquiera de mis amigas, pero
nunca la estrellita. La visión de Peter desnudo de cintura para arriba y con
los vaqueros caídos en la cintura y el primer botón desabrochado hizo que a
ella se le resecara la garganta. Dios mío... qué sexy pensó incapaz de despegar
su mirada de él.
El tatuaje de su brazo derecho, unido al oscuro
tono de su piel, la excitó. Los hombres con los que solía estar eran modelos o
actores, todos hombres guapos y fuertes. Pero su cuerpo fibroso y poderoso, y
la sensualidad que desprendía, nada tenían que ver con lo que ella conocía. Sin
apenas moverse de su sitio, Peter se cruzó de brazos y con gesto indescifrable
volvió a interrogar a la joven que no le quitaba ojo de encima.
—¿Me puedes decir qué haces en mi casa? Tragando
el nudo de emociones que se le habían agolpado en la garganta, Lali se quitó
las gafas para dejar al descubierto sus impresionantes ojos marrones.
—Yo... bueno... el caso es que... es que...
—¿Es que qué? —exigió Peter.
Aturdida
por lo que aquel hombre con solo su presencia le hacía sentir, finalmente
murmuró consciente de lo ridícula que era la situación:
—Quería saber porque no me saludaste el otro día
cuando nos vimos.
—¿Que nos vimos? ¿Cuándo? Abriendo la boca para
protestar, ella cambió el peso de una pierna a otra y respondió.
—En el Ritz, o acaso me vas a decir que tú no
eras el poli vestido de negro que me dio agua y habló conmigo. Peter no
respondió. Una de las primeras normas de su trabajo era no revelar a gente
ajena a su círculo su específica profesión.
—No sé de que hablas.
—Por faavooor... —se mofó esta—, eso no te lo
crees ni tu. Sé que eras tú y no puedes negármelo.
—Quizás te estás equivocando de persona
—respondió admirando en vivo y en directo a la joven que un día conoció y que
en la actualidad era una de las actrices mejor pagadas de Hollywood.
—No. No me equivoco. Sé lo que digo ¿Y sabes por
qué lo sé? Divertido por como ella le señalaba preguntó:
—¿Por qué
lo sabes?
—Porque solo ha habido dos personas en mi vida
que se refirieran a mi de una determinada manera. Una fue mi abuela, y la otra
fuiste tú.
Maldita sea. Lo oyó pensó mientras disfrutaba de
la visión que ella le ofrecía. Vestida así, con vaqueros y abrigo largo podría
pasar por una joven cualquiera. Aunque cuando le mirabas el rostro todo
cambiaba. Aquella cara, aquellos espectaculares ojos y el pelo rubio que
ocultaba bajo su gorra la hacían inconfundible. Había salido en demasiadas
películas y series de televisión como para pasar desapercibida.
—Creo que tu subconsciente te traicionó.
Lali fue a responder cuando sintió que algo le rozaba
las piernas. Al bajar la mirada y ver el enorme perro, en lugar de asustarse,
le tocó la cabeza y sonrió.
Senda rápidamente movió el rabo feliz y se sentó
a su lado. Peter, todavía como en una nube, las observó. Su exmujer y su perra
mirándose con gesto de aprobación. ¿Qué narices está pasando aquí? pensó
malhumorado y tras llamar a la perra y sacarla al patio dijo mirando a la
muchacha que continuaba parada en la entrada:
—Necesito un café para despejarme. Si quieres
uno sígueme.
Con la tensión a mil, la chica le siguió sin
poder dejar de admirar aquella espalda ancha y morena y aquel perfecto trasero
que bajo sus Levi´s desteñidos parecía de acero. Una vez llegaron a la cocina Lali
se sorprendió al verla impoluta. Era una cocina en blanco y azul, limpia y
ordenada.
—¿Solo o con leche? —preguntó al verla mirar a
su alrededor.
—Con leche desnatada, Levantando una ceja Peter
la miró y dijo con dureza.
—No tengo leche desnatada. Solo leche normal y
corriente. ¿Te vale o no? Molesta por su tono ella le miró y asintió.
—Por supuesto que me vale. Tras servir los
cafés, Peter apoyó la cadera en la encimera.
—¿Lali o Mariana?
—Lali
—Muy bien, Lali. ¿Cómo has conseguido mi
dirección? Si mal no recuerdo la dirección que le di al abogado de tu papaíto
hace años era la de mi padre. Avergonzada por tener que contestar, intentó
desviar la atención quitándose la gorra para liberar su pelo rubio.
—Uf... ¡qué calor! —dijo distraída. Sin darle
tregua y queriendo saber que era lo que ella sabía de él insistió:
—Te he preguntado algo y espero una respuesta.
—Tengo mis métodos —susurró dando un trago a su
café.
Molesto por aquello, observó como sus ondas
rubias caían sobre sus hombros de forma sedosa y sensual.
—¿Me has estado investigando?
—Nooooooo.
—¿Entonces cómo sabes donde vivo?
—Bueno... es que...
Peter acorralándola para que dijera la verdad
insistió con cara de pocos amigos.
—Llevo razón en lo que digo, ¿verdad?
—No...bueno sí... bueno no... A ver, no es lo
que parece —respondió ella mientras se cogía un mechón de pelo y lo retorcía
con un dedo—. Yo solo quería saber por qué no me saludaste el otro día. Sé que
eras tú y... Se oyó de nuevo el pitido de la puerta. Andrés pensó Peter. Y
antes de que pudiera reaccionar, oyó su voz en el patio de la casa llamando a
la perra.
—Senda, preciosa ¡vamos a pasear! Lali al
escuchar aquella voz cercana miro alertada a ambos lados y susurro nerviosa:
—¿Quién es? ¿Quién habla?
—Es Andrés. Dejándole boquiabierto se levantó y
agachándose detrás de la puerta de la cocina murmuró:
—Por favor... no puede verme. Si alguien me ve y
me reconoce, la prensa vendrá y... Peter cogió la correa de Senda y abriendo la
puerta corredera de la cocina saludó a aquel antes de que entrara en la casa.
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