jueves, 27 de marzo de 2014

Capítulo 22

Agotado tras una noche movidita por su trabajo, Peter llegó a su casa. Había sido un operativo laborioso. Cuatro terroristas rumanos en busca y captura internacional habían sido interceptados en una casa del viejo Madrid y los geo habían entrado en acción para detenerles.
El operativo había sido un éxito pero la tensión de las horas previas y el momento de entrar en acción le dejaban extenuado. Soltó las llaves en el recibidor y saludó a su perra Senda que rápidamente acudió a la puerta a recibirle.
 —Hola, preciosa ¿me echaste de menos? El animal, feliz por la llegada de su dueño, saltaba como un descosido a su alrededor, haciéndole reír.
—Vale... vale... para ya. Ahora vendrá Andrés a sacarte. Estoy agotado para pasear contigo. Tras conseguir que la perra se calmara, se encaminó hacia la cocina. Una vez allí cogió un vaso y la leche y se sirvió café de la cafetera. Sacó unas magdalenas y se sentó en la mesa. Necesitaba comer algo.
Después se ducharía y se acostaría. Cuando terminó, metió la taza en el lavavajillas y cuando salía de la cocina se quitó la camiseta, quedándose desnudo de cintura para arriba. De pronto sonó el timbre de la puerta. Seguro que era Andrés, el muchacho al que pagaba para que sacara a Senda los días que él no estaba. Siempre llamaba antes de entrar, por lo que Peter continuó su camino. Andrés tenía llave y entraría para coger a la perra. Pero no. No entró y el timbre volvió a llamar con más insistencia.
—¿Quien es? —preguntó Peter apoyado en la pared con el telefonillo en la mano.
Al escuchar su voz Lali, inexplicablemente, se paralizo. !Era el! Miro a ambos lados de la calle y susurro:
—Soy Lali.
Apoyado en la pared y con el telefonillo en la mano volvió a preguntar.
—Perdona pero no he oído bien. ¿Quién eres?
 —Lali...
—¿Quién?
—Mariana Espósito —bramó enfurecida—. Abre ya la maldita puerta.
Ahora el sorprendido era él. ¿Mariana Espósito? ¿Qué hacía aquella mujer en su casa? Apretó el botón de entrada y oyó cómo la puerta de fuera se abría y se cerraba mientras bajaba los escalones de cuatro en cuatro. Sin perder el tiempo abrió la puerta de la calle. Ella entró como un vendaval, mirándole parapetada tras sus enormes gafas negras y su gorra.
—Nunca pensé que pudieras ser tan desagradecido. Te estuve esperando hasta Dios sabe cuándo y casi no he dormido, cuando para mí dormir las horas necesarias es una obligación. ¿Por qué no viniste? Peter se quedó boquiabierto. Efectivamente aquella mujer era quien decía, pero la sorpresa fue tal que apenas pudo articular palabra.
¿Qué hacía aquella mujer en su casa? ¿En Sigüenza? Ella, a diferencia de él, no paraba de moverse y de hablar. Parecía que alguien le hubiera puesto pilas hasta que, finalmente, cuando sintió que este cerraba la puerta se calló.
—¿Se puede saber que haces tú aquí? Escuchar aquel tono grave de voz hizo que ella se paralizara y se sintiera pequeñita ante aquel gigante, pero clavando su mirada en su torso desnudo murmuró en un hilo de voz:
—No... no lo sé.
 Solo sé que ayer te envié una nota desde el Castillo invitándote a cenar y...
—¿Me la enviaste tú? —cortó él al recordar la invitación de la suite cuarenta y seis.

—Pues claro, ¿quién creías que te invitaba? 

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