Agotado tras una noche movidita por su trabajo, Peter
llegó a su casa. Había sido un operativo laborioso. Cuatro terroristas rumanos
en busca y captura internacional habían sido interceptados en una casa del
viejo Madrid y los geo habían entrado en acción para detenerles.
El operativo había sido un éxito pero la tensión
de las horas previas y el momento de entrar en acción le dejaban extenuado.
Soltó las llaves en el recibidor y saludó a su perra Senda que rápidamente
acudió a la puerta a recibirle.
—Hola,
preciosa ¿me echaste de menos? El animal, feliz por la llegada de su dueño,
saltaba como un descosido a su alrededor, haciéndole reír.
—Vale... vale... para ya. Ahora vendrá Andrés a
sacarte. Estoy agotado para pasear contigo. Tras conseguir que la perra se
calmara, se encaminó hacia la cocina. Una vez allí cogió un vaso y la leche y
se sirvió café de la cafetera. Sacó unas magdalenas y se sentó en la mesa.
Necesitaba comer algo.
Después se ducharía y se acostaría. Cuando
terminó, metió la taza en el lavavajillas y cuando salía de la cocina se quitó
la camiseta, quedándose desnudo de cintura para arriba. De pronto sonó el
timbre de la puerta. Seguro que era Andrés, el muchacho al que pagaba para que
sacara a Senda los días que él no estaba. Siempre llamaba antes de entrar, por
lo que Peter continuó su camino. Andrés tenía llave y entraría para coger a la
perra. Pero no. No entró y el timbre volvió a llamar con más insistencia.
—¿Quien es? —preguntó Peter apoyado en la pared
con el telefonillo en la mano.
Al escuchar su voz Lali, inexplicablemente, se
paralizo. !Era el! Miro a ambos lados de la calle y susurro:
—Soy Lali.
Apoyado en la pared y con el telefonillo en la
mano volvió a preguntar.
—Perdona pero no he oído bien. ¿Quién eres?
—Lali...
—¿Quién?
—Mariana Espósito —bramó enfurecida—. Abre ya la
maldita puerta.
Ahora el sorprendido era él. ¿Mariana Espósito?
¿Qué hacía aquella mujer en su casa? Apretó el botón de entrada y oyó cómo la
puerta de fuera se abría y se cerraba mientras bajaba los escalones de cuatro
en cuatro. Sin perder el tiempo abrió la puerta de la calle. Ella entró como un
vendaval, mirándole parapetada tras sus enormes gafas negras y su gorra.
—Nunca pensé que pudieras ser tan desagradecido.
Te estuve esperando hasta Dios sabe cuándo y casi no he dormido, cuando para mí
dormir las horas necesarias es una obligación. ¿Por qué no viniste? Peter se
quedó boquiabierto. Efectivamente aquella mujer era quien decía, pero la
sorpresa fue tal que apenas pudo articular palabra.
¿Qué hacía aquella mujer en su casa? ¿En
Sigüenza? Ella, a diferencia de él, no paraba de moverse y de hablar. Parecía
que alguien le hubiera puesto pilas hasta que, finalmente, cuando sintió que
este cerraba la puerta se calló.
—¿Se puede saber que haces tú aquí? Escuchar
aquel tono grave de voz hizo que ella se paralizara y se sintiera pequeñita
ante aquel gigante, pero clavando su mirada en su torso desnudo murmuró en un
hilo de voz:
—No... no lo sé.
Solo sé
que ayer te envié una nota desde el Castillo invitándote a cenar y...
—¿Me la enviaste tú? —cortó él al recordar la
invitación de la suite cuarenta y seis.
—Pues claro, ¿quién creías que te invitaba?
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