martes, 25 de marzo de 2014

Capítulo 20

Así que cogió lo que le entregaba, hecha un manojo de nervios, y comenzó a vestirse. Cuando acabó se miró en el espejo y decidió dejar suelta su bonita melena ondulada. Le daba un aire sofisticado. A las nueve menos cinco, Gasti se marchó a su habitación tras darle dos besos y desearle suerte con aquel encuentro.
A las nueve en punto Lali, retorciéndose las manos, no sabía si sentarse o mirar por la ventana. Parecía una quinceañera a punto de tener su primera cita. Diez minutos después su impaciencia le hizo encender un cigarrillo. Seguro que tardaría en llegar. Veinte minutos después comenzó a cuestionarse si ni tan siquiera vendría y una hora y media más tarde, molesta por el desplante, supo que no aparecería.
A las once, tras dos horas de espera, se desmaquilló y se quitó la ropa, y cuando se echó en la cama suspiró enfadada. ¿Quién la mandaría a ella ir allí? A la mañana siguiente, Gasti se despertó a las siete de la mañana. Pensó en ir a la habitación de su prima, pero finalmente decidió no molestar, no fuera que continuara con él en la habitación. A las once, sorprendido porque ella aún no hubiera dado señales de vida, se encaminó hacia la suite y cuando ella le abrió supo que algo no muy bueno había pasado.
 —¿¡Que no vino el hombre de Harrelson?!
—No
—¿Te dejó plantada, honey?
—Si.
—¿Me lo estás diciendo en serio?
—Totalmente, y no vuelvas a preguntármelo.
Sin dar crédito a sus palabras y llevándose las manos a la cabeza susurró incrédulo:
—Oh. my God. Cuchi, ese hombre te ha dicho no. A Lali no le gustó como sonaba aquello. Ya fue bastante humillante el plantón como para que su primo se lo recordara.
—Me estás enfadando Gasti. Me estás enfadando y mucho.
Aun incrédulo porque alguien dejara plantada a su prima, la gran estrella de Hollywood, añadió:
—Bueno, bueno, darling no pasa nada. Nadie se ha enterado de ello. Por lo tanto no te preocupes, nadie se reirá de ti.
—¿como que nadie se ha enterado? Lo sabemos nosotros, te parece poco? Y ya puedes ir borrando esa sonrisita que tienes en la cara o yo....
—Tranquila honey, yo no me rio de ti, solo me sorprendo.
Sin  embargo Lali era consciente del plantón.
—Pero… pero ¿Quién se ha creído ese idiota para dejarme plantada? Maldita sea, estoy tan ofendida que apenas he podido descansar, y todo por su culpa. Su maldita culpa. Al ver el enfado que tenía, intentó tranquilizarla sentándola en la cama. Lali estaba acostumbrada a que todo el mundo bailara a su son, y que alguien se saliera de lo que ella consideraba normal no le gustó.
—¿Sabes lo que te digo?
—¿Qué? —preguntó Gasti.       
—Que no me voy a quedar con las ganas de decirle al idiota ese cuatro cositas bien dichas. Ese no sabe quién soy yo.
—Ay Lali... que tú tampoco sabes quién es él. Sin escucharle ni darle tiempo a reaccionar, se encaminó hacia la puerta. Gasti la pilló del brazo y la paró.
—¿Dónde vas cuchi?
—A su casa.
—No... no... no. ¡Ni lo sueñes! No puedes hacer eso.
—¿Por qué no puedo hacerlo?
—Porque you are Mariana Riera, tienes un pronto muy malo y una diva como tú no debe hacer esas cosas. Si él no quiso acudir a su cita. Él se lo pierde.
—Pero...
—No hay peros que valgan. Ahora mismo te vas a dar una duchita relajante, te vas a poner el antifaz y te vas a sleep. Ay, queen mía, se nota que no has dormido tus eight horitas y tienes la piel tremendamente ajada. Lali salió disparada hacia al espejo, se miró y susurró escrutándose el rostro:
—¿Tanto se nota?
—Ajá. Por lo tanto, no se hable más. Son las once y media. Te dejaré dormir hasta las two o’clock. Después te despertaré, nos montaremos en el car, nos dirigiremos al airporty nos marcharemos para Los Angeles happy y con glamour y, por supuesto, nos olvidaremos de este incidente tonto y absurdo.
¿Qué te parece la idea? Mirando su propio reflejo en el espejo, Lali suspiró y tras entender que era lo mejor, asintió. Cinco minutos después Gasti se marchó y ella se tumbó en la cama. Sin embargo, al cabo de un rato, harta de dar vueltas de un lado para otro, tiró el antifaz, a un lado y, levantándose, murmuró mientras cogía los vaqueros:
—Ah no.... de aquí no me marcho yo sin decirle a ese creído cuatro cosas.

Miró su reloj. Las doce menos cinco. Tenía tiempo para ir y volver antes de que Gasti acudiera a despertarla. Tras coger su móvil se puso la gorra para esconder su llamativo pelo rubio y poniéndose las gafas de sol para que nadie identificara su rostro, salió con cuidado del parador. 

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