El hecho de que él hubiera estado resistiéndose a sus sentimientos por ella quizá
quisiera decir que
eran intensos y profundos…
El teléfono los sobresaltó.
Debía de ser Tiffany. Peter lo atendió.
—Te
llamaré enseguida.
—Tengo que atender esta llamada. Me iré a mi
oficina. ¿Estarás aquí cuando venga?
Ella asintió.
Evidentemente, era
una
llamada de trabajo,
pensó ella.
Pero Peter sólo le
dijo eso cuando ella le preguntó quién había sido.
—No puedo contártelo.
¿Podría
ella aceptar ese aspecto de la vida
de Peter?
—He conseguido el contrato con
el gobierno —le aclaró él.
—¿Y llaman
un viernes por la
noche?
—La gente del gobierno a veces no se toma los fines de semana. Ni duerme… No puedo hablar con
nadie sobre esto. Es así,
Lali.
El
tono de sus palabras parecía pedirle que lo aceptase. Parecía decirle que podían estar juntos si ella era capaz de aceptarlo.
En un
impulso, ella se acercó y le
dijo:
—Prefiero que me
beses a que
me lo cuentes.
Y se abandonó a su beso. Tenía que
aprender a disfrutar del
presente con Peter.
Se acariciaron por encima de la ropa. Los ojos
de Peter brillaban de deseo, y ella tuvo la esperanza de
que él sintiera algo más.
Como todo lo demás,
el deseo de Peter era intenso. Cuando la tocaba, sentía
tanto anhelo por sentirlo,
que apenas podía respirar.
No le
pidió permiso para quitarle
la blusa.
—¿Sabes lo difícil que ha sido pasar estas dos semanas alejado de
ti?
—¿Y por qué
lo has hecho? —dijo ella,
quitándole
la ropa.
—Porque quería que tuviéramos tiempo para pensar, no sólo para
ver
la prueba de embarazo,
sino para dejar que pensaras qué
querías.
—Yo te quiero a
ti —murmuró Lali.
Lo decía
en sentido amplio,
no sólo sexualmente.
Pero Peter no quería comprometerse. Y ella se había preguntado una y otra
vez
si podría contentarse estando con él sin casarse, sin tener hijos. Esperaba que él no rechazara
la idea de tener hijos totalmente.
Peter le acarició un
pezón. Cuando ella gimió, él se
rio.
—¿Tienes las rodillas flojas ya? —preguntó él con satisfacción masculina.
—Es
como si me
estuviera
derritiendo en
tus manos.
—No puedes derretirte ahora.
Acabamos de
empezar.
Lali le quitó la camisa
de dentro del pantalón. Impaciente, él tiró de la prenda
para
quitársela y la tiró al suelo. Cuando
Lali le acarició los flancos, él apoyó su
frente en la de ella.
—Los condones están en el dormitorio —dijo él sensualmente.
—¿Y el fuego?
—Se
mantendrá. Me
ocuparé de él más tarde.
«Más tarde», pensó ella.
Tendrían toda la noche.
Y ella le enseñaría a Peter que la intimidad y la vulnerabilidad iban unidas. Y que no tenía que escapar de ellas.
De pronto, Peter la tomó en brazos y la llevó por el vestíbulo en dirección a la
habitación principal.
Cuando Peter la bajó, ella no miró cómo era la decoración. Peter era su foco
de atención.
Y cada latido de su corazón la hacía más consciente de él.
Pero tenía que estar alerta. No debía olvidarse del daño que le habían hecho en el pasado. No debía
ver
la vida como si acabase de nacer, no debía volver a soñar, porque
podía
llegar la decepción una
vez más.
Cuando él fue
a desabrocharle el sujetador,
Lali lo detuvo.
—¿Qué? —preguntó él.
—Quiero que
esto dure.
—Nada dura, Lali. Absolutamente nada. Lo sabes tan bien
como yo.
—¿No quieres que haya un mañana y un mañana y un mañana?
—preguntó Lali.
—Quiero esta noche. Quiero que estés ahora conmigo.
Ella
sabía lo que quería decir. A ella le costaba vivir el presente.
Le gustaba planear,
proyectar,
analizar.
—Dime, ¿de
qué tienes miedo? —le preguntó él.
No podía
decirle que tenía
miedo de que se marchase.
De que se cansara de ella. Tenía miedo de que él
mantuviera su reserva y ella nunca conociera sus verdaderos sentimientos.
De que no llegara a conocerlo nunca.
Pero no iba a estropear aquella
noche
con
sus miedos.
Acarició su piel
y deslizó su
mano hacia sus
hombros. Luego se puso de puntillas y le lamió los labios.
Gimiendo, Peter la estrechó fuertemente, sintiendo sus pechos. Ella notó su
excitación en su sexo.
—No podemos hacer esto así —dijo ella con una
sonrisa.
—Entonces quitémonos esta
maldita ropa —comentó Peter.
—¡Es tan
maravilloso sentirte…!
—susurró ella.
Él se sentía a punto de explotar de deseo.
Cuando él se frotó contra ella, Lali llegó a la cima del placer. Así,
simplemente. La tomó por sorpresa. Por un momento ella se
puso rígida en sus brazos,
mientras la sensación se extendía a todo su cuerpo.
—¡Oh, Peter!
Él la abrazó más fuertemente.
Cuando ella abrió los ojos,
él estaba allí.
—No debería
haber sucedido esto —murmuró ella—.
Quiero decir,
ni siquiera
me he quitado la ropa. Quería
esperarte.
Riendo,
Peter la llevó a la cama.
Luego la desnudó prenda por prenda,
hasta
que la dejó desnuda. Peter la
miró con deseo.
Lali pronto descubrió que
él era una pareja activa,
que no quería que
ella tuviera un papel pasivo. Peter quería
que
lo tocase, que lo besara, que lo lamiera,
como él
a ella. Peter la besó interminablemente.
La acarició, la besó, la mordió eróticamente. Y ella volvió a sentir
que
pronto llegaría
al clímax otra vez.
Rodaron en la cama varias veces. A ella le encantaba sentir su cuerpo, duro y
largo, presionando el
suyo, el vello de su pecho rozándole su piel suave, sus besos
desde la sien al cuello.
Cuando cambiaron
de posición, Peter le acarició el
trasero y la parte de atrás de las
piernas.
De pronto la
puso en una posición sentada, para
que él pudiera acariciar sus
pechos y observar su cara.
—Quieres ver cómo me
pongo colorada… —le
dijo ella.
—Quiero ver más que eso. Quiero ver cuándo empieza la pasión. Quiero verla aumentar hasta que te mueras
por
tenerme dentro de ti —su pulgar acarició su
parte más femenina
y ella gimió—. Así.
Ríndete, Lali.
—Lo he
hecho. Yo…
—Estás preparada —gruñó él—. Y yo también —extendió la mano y agarró un paquete que
había
en la mesilla—. ¿Quieres ponerlo tú o lo pongo yo?
Ella le agarró la caja. La abrió y bromeó:
—¿Brilla esto en
la oscuridad?
—No.
Pero no creo que tengas problema en encontrarme.
No, no lo tendría.
Lali le puso el condón, acariciándolo, besándolo. Mientras
lo hacía, todo su
cuerpo se
tensó y ella
sonrió.
—¿Qué
tal va? —preguntó—.
Estamos a medio camino.
—Vamos bien.
Lali se agachó y le hizo cosquillas
con su
pelo
en su sexo mientras terminaba de desenrollar el condón. Luego se frotó la mejilla con el vello que Peter tenía
debajo del ombligo, y lo besó.
—Bien, creo que
los
juegos preliminares se
han terminado —dijo él.
—¿No puedes aguantar más?
—¡Lo dice
la mujer que ha llegado al
orgasmo antes de quitarse la ropa!
Peter rodó con ella y la dejó boca arriba. Ella lo miró. ¡Cuánto lo amaba! ¿Cómo había sucedido tan
rápido?
Pero ella tenía que vivir el momento. Lali le pasó las uñas
por
su pecho, haciéndole cosquillas.
Peter cerró los ojos un
momento,
y luego los volvió a abrir y sonrió.
—Eres tan… —murmuró él.
—¿Tan
qué? —preguntó ella.
—Tan
natural. Tan
sexy,
que apenas puedo aguantarlo.
—Entonces,
¿a qué esperas?
—No estoy
esperando. Estoy prolongando. Pero creo que hemos tenido
bastantes
juegos
preliminares
—dicho esto, levantó la parte de abajo de su cuerpo y
dijo—:
Dobla las
rodillas.
En
cuanto lo hizo,
Peter entró en
ella, llenándola, curando el
vacío que siempre había tenido.
Milagrosamente había
desaparecido, y ella sintió lágrimas de
felicidad.
¿Cuándo había sido la última vez
que había llorado de felicidad? Cuando Peter la vio, le preguntó:
—¿Qué
sucede Lali? ¿Te
hago
daño?
—No —respondió
enseguida
Lali—. Sólo
que es
tan maravilloso…
Me
encanta tenerte dentro de
mí…
Ella no pudo terminar pero él pareció entender. Ella se contrajo, apretándolo. Y volviendo a vivir el momento, le acarició la espalda y
finalmente murmuró:
—No pares.
La
expresión
de la cara de Peter le dijo que finalmente
había perdido el
control. Cuando la penetró más
enérgicamente, ella se movió con
él. Mientras él iba camino de la satisfacción,
ella aceptó cada empuje,
y se sintió ascendiendo
a la cima del placer,
de una forma muy diferente
a la anterior.
Todos sus músculos se tensaron y temblaron cuando Peter se unió a ella una y otra
vez. La sensación era
increíble,
extraordinaria,
y
ella gritó el nombre
de
Peter.
—Vamos, Lali,
abandónate… Ven
conmigo.
Ella
gimió cuando el orgasmo se apoderó de todo su
ser, cuando alcanzó el temblor de su cuerpo, dejándola sumergida en una
oleada de placer. La primera
ola no había acabado cuando tuvo un segundo orgasmo que
la sacudió.
En aquel momento, Peter se quedó quieto, se estremeció, se adentró en ella otra vez,
y luego se derrumbó encima de ella.
Lali
podía oír el
latido de
su corazón como el
de ella,
galopando. Un momento más tarde
él levantó la cabeza y se puso a un
lado.
A ella no le gustaba sentir que él se separaba, después
de una unión
tan maravillosa.
¿Sentía
él eso también?
Pero Peter era
inescrutable. Peter le acarició la
mejilla, donde había
huellas de sus lágrimas.
—Estoy sin habla
—dijo—.
Porque es el
mejor sexo que he tenido en mi vida.
Ella no podía decirle
que lo amaba. Porque
él se asustaría y huiría.
Él sólo había
hablado de sexo.
—Enseguida
vengo —dijo Peter, yendo al cuarto de
baño.
Volvió unos minutos más tarde
y ella le preguntó:
—¿Tienes hambre?
—Sí. Pero eso y el fuego pueden
esperar. Ahora quiero tenerte en
mis
brazos unos minutos.
Ella
también quería tenerlo en sus
brazos. Tal vez las necesidades
de hombres y mujeres no fueran tan distintas, después de todo.
Que estupido sigue siendo Peter:/
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