Aquella mañana, y a pesar de que intentó
levantarse, Lali no pudo. Tenía doloridos tantos músculos de su cuerpo que
apenas podía moverse. Solo gracias a varios ibuprofenos recomendados por
Menchu, la chica de recepción, por la tarde después de comer consiguió
recuperarse y junto a su primo decidieron dar un paseo en coche por los
alrededores.
Querían conocer Sigüenza y aquella tarde
lluviosa era un día maravilloso para poder admirar el lugar sin que hubiera
mucha gente a su alrededor. Irreconocibles bajo gorros y bufandas de lana por
lo que pudiera pasar, visitaron la catedral de Santa María y Lali bromeó sobre
lo romántico que tenía que ser casarse por amor en un lugar así.
Tras visitar varios sitios emblemáticos de la
zona terminaron paseando bajo la lluvia por la maravillosa plaza Mayor.
—Ay, darling ¡qué sensaciones más extrañas me
causa tanto monumento! Pensar que por estas calles han paseado man and woman
como nosotros siglos atrás vestidos de cortesanos, y ellas con sus fastuosos
miriñaques y corsé. Oh, ¡qué glamurazo!
—Si, la verdad es que todo esto es precioso
—asintió encantada. Sobre las ocho de la tarde decidieron regresar al parador.
Llovía a mares y hacía un frío pelón. Cogieron el coche y, cuando ya casi
habían llegado, el automóvil hizo un ruido extraño y se paró.
—Oh, my God ¡qué le pasa a este cacharro!
Durante un rato intentaron que el coche se pusiera en movimiento hasta que Lali
al mirar una luz que parpadeaba cuchicheó divertida:
—Ay, Gasti. Que me parece que nos hemos quedado
sin gasolina.
—¡¿Cómo?!
—gritó él.
—Ese pilotito azul de ahí creo que es la
gasolina, ¿verdad? Su primo miró lo que le indicaba y asintió.
—Ay, qué horrorrrrrrrrrr ¿Qué hacemos ahora?
Tras comprobar que el castillo estaba cerca, ella se colocó la bufanda y el
gorro y dijo:
—Pues solo hay dos opciones, corazón. La
primera, ir en busca de una gasolinera. Algo imposible pues no conocernos el
lugar, y la segunda, dejar el coche aquí y subir andando lo que nos queda de
camino. Una vez lleguemos se lo decimos a Menchu e intentaremos solucionarlo.
¿Qué te parece? Un trueno que hizo vibrar la tierra hizo que Gasti chillara
asustado.
—No podemos salir, ¿y si nos alcanza un rayo y
nos carboniza?
—Anda ya, no digas tonterías.
—Oh, no, honey, no son tonterías, que en las
noticias a veces oigo cosas así.
—Vale. Pues quédate aquí.
El castillo no está muy lejos, y yo no pienso
quedarme aquí. En especial porque es de noche y no tiene pinta de dejar de
llover. Dicho esto, abrió la puerta y bajó del coche bajo un fuerte aguacero.
Dos segundos después su primo estaba junto a ella.
—Por el amor de my life, mis Gucci se están
ahogando por momentos —gimió al ver sus preciosos y carísimos zapatos hasta
arriba de barro.
—Tranquilo, no sufras. Y mira, para que veas lo
que te quiero por todo lo que te estoy haciendo pasar, prometo regalarle cuando
regresemos a Beverly Hills los zapatos azulados que tanto te gustaron de
Valentino. ¿Qué te parece?
—¡Divino! El castillo visto desde el coche
parecía más cercano. Caminando bajo la lluvia por aquella embarrada
carreterucha, la cosa se estaba complicando. Los coches que pasaban por allí le
salpicaban de barro y agua. Gasti chillaba horrorizado y ella reía divertida.
Nunca se había visto en otra igual. Cuando llevaban caminando cerca de diez
minutos, un coche azul oscuro paró a escasos metros de ellos.
—Ay, queen ¡qué miedo! —gimió asiéndola con
fuerza del brazo—. No mires, ni te pares. Mira que si es un violador o un
secuestrador.
—Anda ya, Gasti... —respondió intentando
mantener el tipo mientras se aproximaba al vehículo. Desde el interior del
coche Peter, sin dar crédito, les observaba por el espejo retrovisor. Allí,
bajo el aguacero, había reconocido a la mujer que cada mañana le perseguía
campo a través, y sin pensárselo, había parado. Cuando estos pasaron al lado
del coche, bajó la ventanilla y desde el interior preguntó:
—¿Les llevo a algún lado? Al reconocer la voz Lali,
sorprendida, y con el agua chorreando por la cara se asomó por la ventanilla,
momento en el que Peter bajó la música y se mofó:
—Vaya, vaya, pero si es mi buena amiga la
estrellita de Hollywood. Aquel tono no le gustó y cambiándole el humor siseó:
—Vete a la mierda ¿me oíste? —dicho esto agarró
a su primo del brazo y le apremió—. Vamos, continuemos caminando. Peter, al ver
aquel ataque de furia, sonrió y acercando el coche de nuevo hasta ellos dijo:
—Venga, subid. Estáis empapados y os vais a
congelar.
—Oh, no... ni lo pienses. Prefiero congelarme
antes que montar en tu coche ¡idiota! —Sube —insistió aquel.
—No. Y ponte AC/DC a todo trapo para no
escucharme —gritó ante la mirada horrorizada de su primo. ¿Qué la pasaba?
Sorprendido por aquella cabezonería, cuando ella por las mañana siempre se
había mostrado dócil, Peter suspiró.
—Estrellita, y si te prometo no hablar, ni decir
nada hasta llegar al parador, ¿cambiarás de idea?
—¡No! —volvió a gritar.
— Chuchita mira que nos vamos a ahogar ¿estas
segura? —preguntó su primo.
—Cierra el pico, Gasti por favor —espetó ella.
Peter aceleró su vehículo y paró dos metros más
adelante. Tiró del freno de mano y salió del coche para llegar hasta ellos.
—Está lloviendo a mares, mujer. Subid en el
coche de una maldita vez. Furiosa por como este siempre la ridiculizaba se
soltó de su primo y gritó.
—¡Te he dicho que no! ¡¿En qué idioma quieres
que te lo diga?!
—Al ver como este la observaba con guasa se
acercó a él y gritó ante la cara de susto de su primo —. ¡Eres el ser más ruin
y antipático de la faz de la tierra! Cada mañana pasas de mí a pesar de que yo
pongo todo de mi parte para intentar ser agradable.
Me eeee leidooo todooo y quiero mas enceriooooooo ojala sea pronto
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