martes, 29 de abril de 2014

Capítulo 29

Aquella mañana, y a pesar de que intentó levantarse, Lali no pudo. Tenía doloridos tantos músculos de su cuerpo que apenas podía moverse. Solo gracias a varios ibuprofenos recomendados por Menchu, la chica de recepción, por la tarde después de comer consiguió recuperarse y junto a su primo decidieron dar un paseo en coche por los alrededores.

Querían conocer Sigüenza y aquella tarde lluviosa era un día maravilloso para poder admirar el lugar sin que hubiera mucha gente a su alrededor. Irreconocibles bajo gorros y bufandas de lana por lo que pudiera pasar, visitaron la catedral de Santa María y Lali bromeó sobre lo romántico que tenía que ser casarse por amor en un lugar así.
Tras visitar varios sitios emblemáticos de la zona terminaron paseando bajo la lluvia por la maravillosa plaza Mayor.
—Ay, darling ¡qué sensaciones más extrañas me causa tanto monumento! Pensar que por estas calles han paseado man and woman como nosotros siglos atrás vestidos de cortesanos, y ellas con sus fastuosos miriñaques y corsé. Oh, ¡qué glamurazo!
—Si, la verdad es que todo esto es precioso —asintió encantada. Sobre las ocho de la tarde decidieron regresar al parador. Llovía a mares y hacía un frío pelón. Cogieron el coche y, cuando ya casi habían llegado, el automóvil hizo un ruido extraño y se paró.
—Oh, my God ¡qué le pasa a este cacharro! Durante un rato intentaron que el coche se pusiera en movimiento hasta que Lali al mirar una luz que parpadeaba cuchicheó divertida:
—Ay, Gasti. Que me parece que nos hemos quedado sin gasolina.
 —¡¿Cómo?! —gritó él.
—Ese pilotito azul de ahí creo que es la gasolina, ¿verdad? Su primo miró lo que le indicaba y asintió.
—Ay, qué horrorrrrrrrrrr ¿Qué hacemos ahora? Tras comprobar que el castillo estaba cerca, ella se colocó la bufanda y el gorro y dijo:
—Pues solo hay dos opciones, corazón. La primera, ir en busca de una gasolinera. Algo imposible pues no conocernos el lugar, y la segunda, dejar el coche aquí y subir andando lo que nos queda de camino. Una vez lleguemos se lo decimos a Menchu e intentaremos solucionarlo. ¿Qué te parece? Un trueno que hizo vibrar la tierra hizo que Gasti chillara asustado.
—No podemos salir, ¿y si nos alcanza un rayo y nos carboniza?
—Anda ya, no digas tonterías.
—Oh, no, honey, no son tonterías, que en las noticias a veces oigo cosas así.
—Vale. Pues quédate aquí.
El castillo no está muy lejos, y yo no pienso quedarme aquí. En especial porque es de noche y no tiene pinta de dejar de llover. Dicho esto, abrió la puerta y bajó del coche bajo un fuerte aguacero. Dos segundos después su primo estaba junto a ella.
—Por el amor de my life, mis Gucci se están ahogando por momentos —gimió al ver sus preciosos y carísimos zapatos hasta arriba de barro.
—Tranquilo, no sufras. Y mira, para que veas lo que te quiero por todo lo que te estoy haciendo pasar, prometo regalarle cuando regresemos a Beverly Hills los zapatos azulados que tanto te gustaron de Valentino. ¿Qué te parece?
—¡Divino! El castillo visto desde el coche parecía más cercano. Caminando bajo la lluvia por aquella embarrada carreterucha, la cosa se estaba complicando. Los coches que pasaban por allí le salpicaban de barro y agua. Gasti chillaba horrorizado y ella reía divertida. Nunca se había visto en otra igual. Cuando llevaban caminando cerca de diez minutos, un coche azul oscuro paró a escasos metros de ellos.
—Ay, queen ¡qué miedo! —gimió asiéndola con fuerza del brazo—. No mires, ni te pares. Mira que si es un violador o un secuestrador.
—Anda ya, Gasti... —respondió intentando mantener el tipo mientras se aproximaba al vehículo. Desde el interior del coche Peter, sin dar crédito, les observaba por el espejo retrovisor. Allí, bajo el aguacero, había reconocido a la mujer que cada mañana le perseguía campo a través, y sin pensárselo, había parado. Cuando estos pasaron al lado del coche, bajó la ventanilla y desde el interior preguntó:
—¿Les llevo a algún lado? Al reconocer la voz Lali, sorprendida, y con el agua chorreando por la cara se asomó por la ventanilla, momento en el que Peter bajó la música y se mofó:
—Vaya, vaya, pero si es mi buena amiga la estrellita de Hollywood. Aquel tono no le gustó y cambiándole el humor siseó:
—Vete a la mierda ¿me oíste? —dicho esto agarró a su primo del brazo y le apremió—. Vamos, continuemos caminando. Peter, al ver aquel ataque de furia, sonrió y acercando el coche de nuevo hasta ellos dijo:
—Venga, subid. Estáis empapados y os vais a congelar.
—Oh, no... ni lo pienses. Prefiero congelarme antes que montar en tu coche ¡idiota! —Sube —insistió aquel.
—No. Y ponte AC/DC a todo trapo para no escucharme —gritó ante la mirada horrorizada de su primo. ¿Qué la pasaba? Sorprendido por aquella cabezonería, cuando ella por las mañana siempre se había mostrado dócil, Peter suspiró.
—Estrellita, y si te prometo no hablar, ni decir nada hasta llegar al parador, ¿cambiarás de idea?
—¡No! —volvió a gritar.
— Chuchita mira que nos vamos a ahogar ¿estas segura? —preguntó su primo.
—Cierra el pico, Gasti por favor —espetó ella.
Peter aceleró su vehículo y paró dos metros más adelante. Tiró del freno de mano y salió del coche para llegar hasta ellos.
—Está lloviendo a mares, mujer. Subid en el coche de una maldita vez. Furiosa por como este siempre la ridiculizaba se soltó de su primo y gritó.
—¡Te he dicho que no! ¡¿En qué idioma quieres que te lo diga?!
—Al ver como este la observaba con guasa se acercó a él y gritó ante la cara de susto de su primo —. ¡Eres el ser más ruin y antipático de la faz de la tierra! Cada mañana pasas de mí a pesar de que yo pongo todo de mi parte para intentar ser agradable. 

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