Cuando llegó a su habitación, se metió
rápidamente en la ducha. El calorcito del agua corriendo por su piel la
reconfortó. Una vez acabó de ducharse, se echó crema y se secó el pelo con el
secador.
A las once de la noche estaba metida en la cama
mirando la televisión cuando de pronto recordó algo. Se levantó, abrió su
trolley Louis Vuitton, y cogió una carpeta. Tras sentarse en la cama y leer lo
que ponía en aquellos papeles sonrió. Ante ella tenia la información que
necesitaba.
El despertador sonó a las seis y diez de la
mañana. Horrorizada, lo apagó y pensó en seguir durmiendo. Pero tras recordar
el motivo de la alarma se levantó. Como una autómata, se puso unas mallas
negras, una sudadera, unas zapatillas de deporte y con cuidado metió su melena
rubia bajo un pañuelo y después se caló la gorra de Nike y sus gafas oscuras.
Cuando llegó a la entrada del parador suspiró y
sintió un escalofrío. El día estaba gris y, por los nubarrones, parecía que iba
a llover. Pero dispuesta a no cesar en su empeño, salió al trote del parador.
Durante un buen rato anduvo por un caminito hasta que a lo lejos vio a alguien
que podía ser quien ella buscaba. Acelerando el ritmo, se aproximó lo suficiente
y entonces, se le aceleró el corazón. Era él. La perra, Senda, fue la primera
en percatarse de que alguien se acercaba y se quedó quieta. Peter, al ver que
la perra se quedaba atrás, se volvió para mirarla y vio a una mujer correr
hacia él.
Sorprendido por aquello, pues pocas mujeres veía
corriendo por las mañanas, llamo a su perra y esta fue hacia él. Dos minutos
después la mujer que corría llegó a su altura.
—Buenos días. Preciosa mañana para hacer
deporte. Al escuchar aquella voz, y su particular tono, Peter la miró y se paró
en seco.
—¿Tú otra vez?
—No pares o te quedarás frío. Ritmo... ritmo
—respondió ella con buen humor mientras seguía dando saltitos en el mismo
lugar.
Malhumorado por aquella intromisión en su
espacio gruño:
—Creí haberte dejado las cosas muy claritas el
otro día.
—Pues si —respondió desconcertándole.
—Entonces ¿qué narices haces aquí todavía? Su
voz crispada la tensó, pero dispuesta a no caer en su luego respondió con la
mejor de sus sonrisas.
—¿Tu siempre estás de mal humor?
—Eso no
le interesa —respondió él volviendo al trote.
La joven
sin dejarse amilanar, a pesar del gesto hosco de aquel, se puso a su altura sin
parar de dar saltitos mientras decía:
—Te van a salir unas arrugas increíbles en la
comisura de los labios, por el rictus serio que tienes siempre que te veo,
¿Sabías que sonreír es buenísimo para muchísimos músculos de la cara? —Él la
miró pero no respondió mientras seguía su carrera—. Y tranquilo, señor policía,
no quiero nada de ti.
Pero estoy de vacaciones y los días que tengo
para mí, me gusta disfrutarlos, y mira por donde, me encanta la naturaleza. Por
cierto, todo esto es precioso, aunque estoy segura de que con un poquito más de
calor tiene que ser todavía más bonito. Y ah... creo que va a llover de un
momento a otro. Boquiabierto por la parrafada que iba soltando mientras corrían
se detuvo de nuevo.
—¿Qué pretendes guapa? ¿Buscas que te selle la
boca con cinta americana?
—No, por Dios —contestó con una sonrisa.
—Vamos a ver. No quiero problemas... —dijo
pasándose la mano por el pelo.
—Yo no soy un problema —siseó al escuchar
aquello.
Peter, sin darse cuenta de cómo el gesto de
aquella se había contraído, prosiguió.
—... tú me los traerías. ¿Acaso no fui lo
suficientemente clarito contigo?
—Sí, hombre sí, te entendí perfectamente —sonrió
desconcertándole—, Soy actriz, que no es sinónimo de sorda y tonta, y sé
escuchar.
—Ah... ¿Sabes escuchar? —Se mofó él—. Permíteme
que lo dude, estrellita. Cada vez que la llamaba estrellita con aquel tono de
voz a Lali le daban ganas de darle una patada en la espinilla, pero conteniendo
aquellas ganas respondió resoplando por la carrera.
—Sé escuchar, pero yo interpreto lo que escucho
como quiero.
—Vaya... ¡qué bien! —añadió molesto. Sin mediar
mas palabra él volvió al trole y ella le siguió. Durante unos minutos ambos
corrieron en la misma dirección y para ponérselo más difícil él se salió del
camino y corrió campo a través.
Lali le siguió como pudo pero aquello no era
fácil. Él corría, sorteaba piedras y saltaba charcos, mientras ella se lo comía
todo. Por el rabillo del ojo Peter comprobó su penoso estado y como se
esforzaba por seguirle. Eso le animó, y aceleró su trote sabedor que era
imposible que ella tuviera su fondo físico. Sin querer dar su brazo a torcer la
joven intentó seguir aquel ritmo infernal, hasta que se tropezó con un pedrusco
y se cayó todo lo larga que era. Y para
más inri sobre un enorme charco de agua estancada. Al oír el golpe, Peter
aminoró unos segundos con la intención de ayudarla, pero al ver que ella se
levantaba con rapidez, continuó su carrera. Incapaz de dar un paso más por el
agotamiento y el trompazo que se había dado, se miró las rodillas. Se había
roto las mallas y podían verse dos bonitas heridas.
Maldiciendo por lo bajo, se quitó el barro de la
boca y enfadada por la poca galantería de aquel, gritó dispuesta decir la
última palabra, al ver como se alejaba con la perra:
—¡Estoy bien! ¡Ha sido muy agradable correr
contigo, estúpido! Peter sonrió, pero continuó su camino, mientras ella,
maltrecha, regresaba al parador de donde nunca debió salir. Al día siguiente Lali
volvió a sorprenderle. Para cabezona, ella. Allí estaba de nuevo dispuesta a
correr. Peter al verla aparecer la miró y a pesar de las ganas que sintió de
mandarla a freír espárragos se contuvo y continuó corriendo.
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