jueves, 24 de abril de 2014

Capítulo 27

Cuando llegó a su habitación, se metió rápidamente en la ducha. El calorcito del agua corriendo por su piel la reconfortó. Una vez acabó de ducharse, se echó crema y se secó el pelo con el secador.
A las once de la noche estaba metida en la cama mirando la televisión cuando de pronto recordó algo. Se levantó, abrió su trolley Louis Vuitton, y cogió una carpeta. Tras sentarse en la cama y leer lo que ponía en aquellos papeles sonrió. Ante ella tenia la información que necesitaba.

El despertador sonó a las seis y diez de la mañana. Horrorizada, lo apagó y pensó en seguir durmiendo. Pero tras recordar el motivo de la alarma se levantó. Como una autómata, se puso unas mallas negras, una sudadera, unas zapatillas de deporte y con cuidado metió su melena rubia bajo un pañuelo y después se caló la gorra de Nike y sus gafas oscuras.
Cuando llegó a la entrada del parador suspiró y sintió un escalofrío. El día estaba gris y, por los nubarrones, parecía que iba a llover. Pero dispuesta a no cesar en su empeño, salió al trote del parador. Durante un buen rato anduvo por un caminito hasta que a lo lejos vio a alguien que podía ser quien ella buscaba. Acelerando el ritmo, se aproximó lo suficiente y entonces, se le aceleró el corazón. Era él. La perra, Senda, fue la primera en percatarse de que alguien se acercaba y se quedó quieta. Peter, al ver que la perra se quedaba atrás, se volvió para mirarla y vio a una mujer correr hacia él.
Sorprendido por aquello, pues pocas mujeres veía corriendo por las mañanas, llamo a su perra y esta fue hacia él. Dos minutos después la mujer que corría llegó a su altura.
—Buenos días. Preciosa mañana para hacer deporte. Al escuchar aquella voz, y su particular tono, Peter la miró y se paró en seco.
—¿Tú otra vez?
—No pares o te quedarás frío. Ritmo... ritmo —respondió ella con buen humor mientras seguía dando saltitos en el mismo lugar.
Malhumorado por aquella intromisión en su espacio gruño:
—Creí haberte dejado las cosas muy claritas el otro día.
—Pues si —respondió desconcertándole.
—Entonces ¿qué narices haces aquí todavía? Su voz crispada la tensó, pero dispuesta a no caer en su luego respondió con la mejor de sus sonrisas.
—¿Tu siempre estás de mal humor?
—Eso  no le interesa —respondió él volviendo al trote.
 La joven sin dejarse amilanar, a pesar del gesto hosco de aquel, se puso a su altura sin parar de dar saltitos mientras decía:
—Te van a salir unas arrugas increíbles en la comisura de los labios, por el rictus serio que tienes siempre que te veo, ¿Sabías que sonreír es buenísimo para muchísimos músculos de la cara? —Él la miró pero no respondió mientras seguía su carrera—. Y tranquilo, señor policía, no quiero nada de ti.
Pero estoy de vacaciones y los días que tengo para mí, me gusta disfrutarlos, y mira por donde, me encanta la naturaleza. Por cierto, todo esto es precioso, aunque estoy segura de que con un poquito más de calor tiene que ser todavía más bonito. Y ah... creo que va a llover de un momento a otro. Boquiabierto por la parrafada que iba soltando mientras corrían se detuvo de nuevo.
—¿Qué pretendes guapa? ¿Buscas que te selle la boca con cinta americana?
—No, por Dios —contestó con una sonrisa.
—Vamos a ver. No quiero problemas... —dijo pasándose la mano por el pelo.
—Yo no soy un problema —siseó al escuchar aquello.
Peter, sin darse cuenta de cómo el gesto de aquella se había contraído, prosiguió.
—... tú me los traerías. ¿Acaso no fui lo suficientemente clarito contigo?
—Sí, hombre sí, te entendí perfectamente —sonrió desconcertándole—, Soy actriz, que no es sinónimo de sorda y tonta, y sé escuchar.
—Ah... ¿Sabes escuchar? —Se mofó él—. Permíteme que lo dude, estrellita. Cada vez que la llamaba estrellita con aquel tono de voz a Lali le daban ganas de darle una patada en la espinilla, pero conteniendo aquellas ganas respondió resoplando por la carrera.
—Sé escuchar, pero yo interpreto lo que escucho como quiero.
—Vaya... ¡qué bien! —añadió molesto. Sin mediar mas palabra él volvió al trole y ella le siguió. Durante unos minutos ambos corrieron en la misma dirección y para ponérselo más difícil él se salió del camino y corrió campo a través.
Lali le siguió como pudo pero aquello no era fácil. Él corría, sorteaba piedras y saltaba charcos, mientras ella se lo comía todo. Por el rabillo del ojo Peter comprobó su penoso estado y como se esforzaba por seguirle. Eso le animó, y aceleró su trote sabedor que era imposible que ella tuviera su fondo físico. Sin querer dar su brazo a torcer la joven intentó seguir aquel ritmo infernal, hasta que se tropezó con un pedrusco y  se cayó todo lo larga que era. Y para más inri sobre un enorme charco de agua estancada. Al oír el golpe, Peter aminoró unos segundos con la intención de ayudarla, pero al ver que ella se levantaba con rapidez, continuó su carrera. Incapaz de dar un paso más por el agotamiento y el trompazo que se había dado, se miró las rodillas. Se había roto las mallas y podían verse dos bonitas heridas.
Maldiciendo por lo bajo, se quitó el barro de la boca y enfadada por la poca galantería de aquel, gritó dispuesta decir la última palabra, al ver como se alejaba con la perra:

—¡Estoy bien! ¡Ha sido muy agradable correr contigo, estúpido! Peter sonrió, pero continuó su camino, mientras ella, maltrecha, regresaba al parador de donde nunca debió salir. Al día siguiente Lali volvió a sorprenderle. Para cabezona, ella. Allí estaba de nuevo dispuesta a correr. Peter al verla aparecer la miró y a pesar de las ganas que sintió de mandarla a freír espárragos se contuvo y continuó corriendo. 

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