—Buenos días —saludó ella con energía. El la
miró y sin parar su ritmo asintió con la cabeza. Durante unos minutos corrieron
en silencio hasta que ella comenzó a hablar.
Sin querer escuchar su parloteo, Peter sacó de
su bolsillo un iPod y colocándose unos pequeños auriculares en los oídos lo
encendió y dijo:
—AC/DCA. Maravillosa música para correr y no
escucharte.
—Serás grosero
—cuchicheo deteniéndose al ver aquello. Incapaz de no responder, Tras
mirar al cielo y ver como diluviaba, la miró y dijo en tono burlón antes de
continuar corriendo:
—No te pares, estrellita o te enfriarás.
Ritmo... ritmo. Quiso decirle cuatro cositas, pero calló. No iba a entrar en su
juego, por lo que cerró la boca y continuó la carrera. Cuando ya no pudo más se
paró y él se alejó. Seguir su ritmo era imposible pero gritó:
—¡Que
tengas un buen día, simpático! El tercer día amaneció lluvioso. Al mirar por la
ventana Lali pensó si ir o no pero al final las ganas de verle le pudieron, se
calzó sus deportivas y salió a correr. Durante unos segundos trotó sin rumbo
hasta que le vio y corrió hacia él. Peter, que venía de arreglar una valla en
la granja de su abuelo, al verla acercarse maldijo pero prosiguió su carrera.
—Hola, buenos días —saludó con positividad.
—Buenos días. Lali sonrió. Eso era un avance.
Durante unos metros corrieron en silencio hasta que ella se tropezó y él, con
rapidez, frenó la caída.
—Joder, estrellita, eres un auténtico pato
mareado —gruñó molesto.
—Vale, lo reconozco. Correr campo a través no es
lo mío. Yo estoy acostumbrada a Jimmy, mi entrenador personal en casa y no a
este campo de barrizal.
—¿Entrenador personal? Serás pija —se mofó.
Lali se molestó al ver su gesto y, corriendo
para ponerse a su altura, respondió:
—Mira, guapo, yo no tengo la culpa de haber
nacido en una familia adinerada, ni tampoco de ser una actriz de Hollywood.
Que todo sea dicho me lo he currado yo sólita,
aunque mi padre sea quien es. Pero bueno, siempre habrá gente que piense que
soy una niña de papá y mira ¡me da lo mismo! —exclamó con vehemencia—. Si estás
molesto porque piensas que voy de diva, allá tú.
No voy de diva. Por norma soy una mujer normal y
corriente cuando no trabajo y aunque no creas, la gente tiene buen concepto de
mi y... Pero no pudo decir más. Con una rapidez increíble Peter sacó del
bolsillo de su pantalón una especie de tira alargada, despegó algo de ella y
sin más, se la pegó sobre los labios. Lali se quedo estupefacta.
—Te dije que te sellaría la boca si no callabas
y al final he tenido que hacerlo. Sin más continuó corriendo mientras ella se
quedaba de piedra en medio del campo y con la boca sellada. ¿Había algo más humillante?
El cuarto día y con una nevada considerable la joven, que no quería dar su
brazo a torcer, consiguió llegar hasta él campo a través. Pero a dos metros de
él, pisó mal, resbaló, y se cayó de culo. Con toda la dignidad que pudo se
levantó y antes de que él se mofara de la situación, con gesto de enfado se
colocó unos auriculares y dijo.
—Marvin Gaye, maravillosa música para no
hablarte ni escucharte.
—¿Es tu última palabra? —preguntó divertido.
—Por supuesto. Sorprendido, la vio pasar,
incluso con el trasero dolorido corría delante de él sin esperarle. Senda, la
perra, que ya se había acostumbrado a su visita matinal la siguió encantada y Peter
suspiró.
Parecía que aquello iba a convertirse en algo
habitual. Así estuvieron seis días lloviera, nevara o tronara. Cada mañana ella
corría la misma ruta que él. Intentaba seguir su ritmo ya fuera por camino o
por barrizal y, finalmente, cuando sus fuerzas la abandonaban desistía. Se daba
la vuelta y se marchaba, mientras él continuaba tranquilamente su camino
sorprendido por la cabezonería de aquella mujer.
La séptima mañana, Peter miró sorprendido a su
alrededor. ¿Dónde estaba ella? Comenzó su carrera, pero inevitablemente la
buscaba con la mirada, pero Lali no apareció. Corrió por el camino un buen
rato, incluso más del habitual y cuando regresó a su casa una extraña decepción
se apoderó de él ¿se habría ido finalmente?
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