Maldita sea, solo he querido conocerte y ser tu
amiga. No tu novia ni tu mujer, porque como decía mi abuela ¡Dios nos libre!
—Tú lo has dicho. ¡Dios nos libre! —repitió él
sacándola de sus casillas. Sin saber por qué, Lali se agachó, metió la mano en
un charco con barro y sin previo aviso se lo tiró a él enfadada.
—¿Qué haces? —protestó al notar el impacto de
aquello en el cuello.
—¿Sabes? No quiero escucharte y como no tengo
cinta americana para taparte la boca, te juro que como no te subas en tu coche
y te vayas, no pararé de lanzarte barro hasta que te entierre en él, ¿me has
entendido?
—Alto y claro —asintió mientras se quitaba el
barro de encima.
De pronto ante aquella absurda situación, Peter
quiso conocer a la interesante mujer que empapada y dispuesta a lanzarle más
barro, le demostraba tener carácter y raza, e inexplicablemente se dio cuenta
de que ella tenía razón. Cada mañana la joven había intentado ser agradable con
él, pero él se había dedicado a tratarla con desprecio.
—¡Ah! y que sepas que odio que me llames
estrellita. ¿Me has oído? Puedo trabajar
en Hollywood, puedo ser actriz, puedo no gustarle, pero ni soy tonta ni me
gusta que me traten como tal. —Él reprimió una sonrisa—. Por lo tanto, coge tu
maldito coche y vete de aquí porque antes me congelo y muero de frío que
aceptar tu maldita ayuda.
Durante unos segundos ambos se miraron a los
ojos y se retaron con la mirada. Ella estaba muy enfadada y él parecía
divertido con ello. Finalmente Peter asintió y dijo antes de darse la vuelta.
—Muy bien, estrellita, tus deseos son órdenes
para mí. Se metió en el coche, quitó el freno de mano, metió primera y tras un
acelerón que la llenó de barro hasta los empastes se marchó.
—¡Imbécil! — gruñó ella quitándose el barro de
la cara. Su primo sorprendido por lo que había presenciado se acercó a ella y
mientras comenzaban a caminar bajo el aguacero cuchicheó.
—Por el amor de Diorrrrrrrrrrr ¿Ese macho divino
con cara de peligro y tremendamente sexy es quien creo que es?
—Sí.
—Uisss... ahora lo entiendo todo. Lo que haría
yo con...
—Cállate por favor —siseó mientras caminaba—. No
quiero que digas nada más o el siguiente en discutir conmigo serás tú,
¿entendido?
—Por supuesto my love. Como ha dicho el divino,
alto y claro.
Dos días
después, en la suite del castillo de Sigüenza, Gasti con una peluca oscura en
la mano, susurraba mirando a su prima a través del espejo.
—Ay, queen, no te entiendo ¿por qué debemos
quedarnos aquí? Está claro que ese divine no quiere nada contigo, y...
—Ni yo quiero nada con él —apostilló Lali—, pero
en toda mi vida nadie me ha echado de ningún sitio y ese imbécil no va a ser el
primero. Sonó el móvil y Gasti lo cogió. Tras hablar durante un rato sonriendo
se lo tendió a su prima.
—Toma. Es Penélope.
Durante
un rato Lali rio con las ocurrencias de su amiga y le agradeció los contactos y
teléfonos que le había pedido por email. Habían pasado cuarenta y ocho horas
desde el encontronazo que había tenido con el borde español, y aunque ya se le
había pasado, si lo pensaba, se tensaba. Le contó a su amiga las compras que
había hecho en Madrid durante ese día. Un par de pelucas oscuras y unas
lentillas negras.
Eso le permitiría andar por la calle sin ser
reconocida. Antes de colgar le dio a Penélope recuerdos de las personas de
confianza que amablemente la habían atendido. Después de eso colgó.
—Ay, cuchifrita no es bueno llevar peluca tanto
tiempo —protestó su primo mirándola—. Si te quedas calva como Bruce Willis ¡ni
se te ocurra echarme la culpa! No quiero saber nada.
—Tranquilo, cielo. Si me quedo calva será única
y exclusivamente culpa mía y yo sólita cargaré con las consecuencias.
Pero
tranquilo, en muchos rodajes llevo peluca muchas horas y aun sigo con pelo en
la cabeza. Como buen estilista que era Gasti se encargo de colocarle la peluca,
El resultado fue espectacular.
—Oh, my God! Cómo te pareces a la abuela con el
pelo oscuro. Aquel era un estupendo piropo y ella sonrió.
—¡Genial! Espera que me pongo las lentillas a ver
qué tal queda todo. Sacó rápidamente unas lentillas color negro y se las puso.
Tampoco era la primera vez que se ponía unas
lentillas para cambiar el color de sus ojos. En ocasiones las utilizaba en las
películas. El resultado, como siempre, fue espectacular.
—Por el amor de Diorrrr —murmuró aquel al verla—
No pareces tú.
—De eso se trata —aplaudió mirándose al espejo.
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