domingo, 11 de mayo de 2014

Capítulo 30

Maldita sea, solo he querido conocerte y ser tu amiga. No tu novia ni tu mujer, porque como decía mi abuela ¡Dios nos libre!
—Tú lo has dicho. ¡Dios nos libre! —repitió él sacándola de sus casillas. Sin saber por qué, Lali se agachó, metió la mano en un charco con barro y sin previo aviso se lo tiró a él enfadada.

—¿Qué haces? —protestó al notar el impacto de aquello en el cuello.
—¿Sabes? No quiero escucharte y como no tengo cinta americana para taparte la boca, te juro que como no te subas en tu coche y te vayas, no pararé de lanzarte barro hasta que te entierre en él, ¿me has entendido?
—Alto y claro —asintió mientras se quitaba el barro de encima.
De pronto ante aquella absurda situación, Peter quiso conocer a la interesante mujer que empapada y dispuesta a lanzarle más barro, le demostraba tener carácter y raza, e inexplicablemente se dio cuenta de que ella tenía razón. Cada mañana la joven había intentado ser agradable con él, pero él se había dedicado a tratarla con desprecio.
—¡Ah! y que sepas que odio que me llames estrellita. ¿Me has oído? Puedo  trabajar en Hollywood, puedo ser actriz, puedo no gustarle, pero ni soy tonta ni me gusta que me traten como tal. —Él reprimió una sonrisa—. Por lo tanto, coge tu maldito coche y vete de aquí porque antes me congelo y muero de frío que aceptar tu maldita ayuda.
Durante unos segundos ambos se miraron a los ojos y se retaron con la mirada. Ella estaba muy enfadada y él parecía divertido con ello. Finalmente Peter asintió y dijo antes de darse la vuelta.
—Muy bien, estrellita, tus deseos son órdenes para mí. Se metió en el coche, quitó el freno de mano, metió primera y tras un acelerón que la llenó de barro hasta los empastes se marchó.
 —¡Imbécil! — gruñó ella quitándose el barro de la cara. Su primo sorprendido por lo que había presenciado se acercó a ella y mientras comenzaban a caminar bajo el aguacero cuchicheó.
—Por el amor de Diorrrrrrrrrrr ¿Ese macho divino con cara de peligro y tremendamente sexy es quien creo que es?
—Sí.
—Uisss... ahora lo entiendo todo. Lo que haría yo con...
—Cállate por favor —siseó mientras caminaba—. No quiero que digas nada más o el siguiente en discutir conmigo serás tú, ¿entendido?
—Por supuesto my love. Como ha dicho el divino, alto y claro.
 Dos días después, en la suite del castillo de Sigüenza, Gasti con una peluca oscura en la mano, susurraba mirando a su prima a través del espejo.
—Ay, queen, no te entiendo ¿por qué debemos quedarnos aquí? Está claro que ese divine no quiere nada contigo, y...
—Ni yo quiero nada con él —apostilló Lali—, pero en toda mi vida nadie me ha echado de ningún sitio y ese imbécil no va a ser el primero. Sonó el móvil y Gasti lo cogió. Tras hablar durante un rato sonriendo se lo tendió a su prima.
—Toma. Es Penélope.
 Durante un rato Lali rio con las ocurrencias de su amiga y le agradeció los contactos y teléfonos que le había pedido por email. Habían pasado cuarenta y ocho horas desde el encontronazo que había tenido con el borde español, y aunque ya se le había pasado, si lo pensaba, se tensaba. Le contó a su amiga las compras que había hecho en Madrid durante ese día. Un par de pelucas oscuras y unas lentillas negras.
Eso le permitiría andar por la calle sin ser reconocida. Antes de colgar le dio a Penélope recuerdos de las personas de confianza que amablemente la habían atendido. Después de eso colgó.
—Ay, cuchifrita no es bueno llevar peluca tanto tiempo —protestó su primo mirándola—. Si te quedas calva como Bruce Willis ¡ni se te ocurra echarme la culpa! No quiero saber nada.
—Tranquilo, cielo. Si me quedo calva será única y exclusivamente culpa mía y yo sólita cargaré con las consecuencias.
 Pero tranquilo, en muchos rodajes llevo peluca muchas horas y aun sigo con pelo en la cabeza. Como buen estilista que era Gasti se encargo de colocarle la peluca, El resultado fue espectacular.
—Oh, my God! Cómo te pareces a la abuela con el pelo oscuro. Aquel era un estupendo piropo y ella sonrió.
—¡Genial! Espera que me pongo las lentillas a ver qué tal queda todo. Sacó rápidamente unas lentillas color negro y se las puso.
Tampoco era la primera vez que se ponía unas lentillas para cambiar el color de sus ojos. En ocasiones las utilizaba en las películas. El resultado, como siempre, fue espectacular.
—Por el amor de Diorrrr —murmuró aquel al verla— No pareces tú.

—De eso se trata —aplaudió mirándose al espejo. 

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