Era increíble lo que hacía una buena peluca y
unas lentillas. De ser una chica rubia de ojos marrones, a pasar a ser una
morena de ojos negros. Nadie la reconocería, de eso estaba segura. Se miró en
el espejo encantada. Siempre le hubiera gustado ser más latina, más como su
familia de Puerto Rico, y no tan clara de pelo y piel como la familia de su
padre.
—Ay my love me recuerdas a tu amiga Salma Hayek
en Abierto hasta el amanecer. ¡Solo te falta la serpientita!
—¿En serio? Hazme una foto con el móvil y así se
la mando a ella por email. Conociéndola, seguro que se parte de risa —rio
feliz.
Después
de hacerse la foto con el móvil, la joven abrió una cajita de dónde sacó unas
finas gafas rojas y se las puso.
—Uis... pero si son las gafas que te regalé de
Valentino. Oh, queen pero si pareces una estudiosa y todo —se guaseó su primo
al verla. Tras comprobar que con pelo oscuro, las lentillas negras y las gafas
no parecía Mariana Espósito, se volvió hacia Gasti.
—Bien, una vez acabada mi transformación, me
ocuparé de ti.
—¿De mí? —gritó horrorizado separándose de
ella—. Fu... fu... crazy ¡Ni te acerques! O juro que te araño.
—¿En serio?
—Y tan en serio. Es más, y lo haré de abajo
arriba que duele más. Pero Lali prosiguió sin prestarle atención.
—Lo primero que haremos será quitarte esas
mechas purpuras y dejarte el pelo de un solo color.
—¡¡No!! —gritó horrorizado—. Me gustan mis
mechas. I love las mechas que me puso Chipens. ¡Son muy cool!
—Lo sé, cielo, pero necesito que lo hagas por
mí. No podemos pasar desapercibidos en este lugar si vas con esas mechas —tras
suspirar él asintió y ella volvió al ataque—. También debo pensar en tu ropa.
—¡Mi ropa! ¿Qué quieres hacer con mi ropa?
—No podemos salir a cenar mientras lleves
puestos esos pantalones rosa chicle y esa camisa floreada llena de nubecitas de
algodón. No Gasti, lo siento pero no puede ser.
—Me encantan mis pink trousers de Dolce &
Gabbana y mi camisa de nubes. Y no, no pienso abandonarlos en el equipaje por
muy witch que te pongas. A ver cuchi, una cosa es que me quite las mechas
purple por ti y otra que no pueda vestirme como yo quiera. ¡Definitivamente no!
Sonriendo como solo ella sabía hacer, se acercó a su primo y tras darle un beso
en la mejilla murmuró tirando de la camisa:
—Cariño, necesito que parezcas un macho latino y
no una reina del glamour. Esto no es Hollywood, es un pueblo español donde tu
estilo de vestir no se lleva. Por lo tanto, quítate esos pantalones o te juro
que te los quemo y te quedas sin ellos para siempre.
—¡Bruja! —gruñó aquel mirándola. Divertida y
dispuesta a cumplir el plan que había trazado le miró y dijo:
—Lo sé, pero me quieres ¿verdad?
En el Croll, aquella noche se celebraba una
fiesta country y medio pueblo de Sigüenza acudió a divertirse al local. Peter y
Nicolas acompañados por Eugenia y Paula cenaban en una de las mesas mejor
situadas. La noche se presentaba divertida y Peter sonrió. Paula estaba
especialmente guapa aquella noche con aquel vestido tan sexy y, además, muy
caliente, a juzgar por las cosas que le ronroneaba al oído. La besó en el cuello.
Aquella mujer era una máquina sexual y siempre que quedaba con ella en la cama
los dos lo pasaban fenomenal.
Tiempo atrás, en su quinta cita, Peter habló
claramente con ella. No quería hacerle daño. Él no quería una relación seria ni
formal con nadie y se sorprendió cuando ella le confesó que le gustaba ser
libre a nivel de pareja para hacer con su vida lo que quisiera. Aquella
rotundidad animó a Peter a volver a quedar en más ocasiones con ella.
Eugenia, la mujer de Nicolas, aún creía en el
amor. Era una romántica empedernida y estaba convencida de que tarde o temprano
Peter y su amiga Paula formalizarían su relación. Los implicados decidieron
seguirle el juego, ya se daría cuenta que lo suyo era puro sexo. Paula no era
muy guapa pero era tremendamente sexy.
Años
atrás apareció un día en Sigüenza y tras encontrar trabajo en el parador, allí
se quedó. No era una mujer que despertara muchas simpatías, en especial entre
las féminas. Su sexto sentido les avisaba de que Paula no era una mujer de
fiar. Su cuerpo lleno de curvas, su sinuosa voz cargada de erotismo y su pasión
en la cama volvía locos a todos con los que se había acostado, y, por supuesto,
a Peter.
Ella era una mujer desinhibida a la que le
gustaba probar de todo y eso ¿a qué hombre no le gustaba?
—Churri, pídeme una coca cola —pidió Eugenia a
su marido.
—Ahora mismo, preciosa —asintió. Y echando un
vistazo a un lateral del local dijo:
—Anda... mira ahí vienen Lucas y Damián.
Con aplomo varonil y seguridad se acercaron a
ellos dos de sus compañeros de unidad. Dos ligones en potencia que solo
buscaban lo que muchos hombres: rollos de una noche y nada más. Paula, que
había compartido momentos íntimos con Lucas, sonrió al verle y este la saludó.
La complicidad que aquellos compartían nunca había importado a Peter. Los tres
eran adultos y tenían muy claro lo que querían.
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