domingo, 11 de mayo de 2014

Capítulo 31

Era increíble lo que hacía una buena peluca y unas lentillas. De ser una chica rubia de ojos marrones, a pasar a ser una morena de ojos negros. Nadie la reconocería, de eso estaba segura. Se miró en el espejo encantada. Siempre le hubiera gustado ser más latina, más como su familia de Puerto Rico, y no tan clara de pelo y piel como la familia de su padre.

—Ay my love me recuerdas a tu amiga Salma Hayek en Abierto hasta el amanecer. ¡Solo te falta la serpientita!
—¿En serio? Hazme una foto con el móvil y así se la mando a ella por email. Conociéndola, seguro que se parte de risa —rio feliz.
 Después de hacerse la foto con el móvil, la joven abrió una cajita de dónde sacó unas finas gafas rojas y se las puso.
—Uis... pero si son las gafas que te regalé de Valentino. Oh, queen pero si pareces una estudiosa y todo —se guaseó su primo al verla. Tras comprobar que con pelo oscuro, las lentillas negras y las gafas no parecía Mariana Espósito, se volvió hacia Gasti.
—Bien, una vez acabada mi transformación, me ocuparé de ti.
—¿De mí? —gritó horrorizado separándose de ella—. Fu... fu... crazy ¡Ni te acerques! O juro que te araño.
—¿En serio?
—Y tan en serio. Es más, y lo haré de abajo arriba que duele más. Pero Lali prosiguió sin prestarle atención.
—Lo primero que haremos será quitarte esas mechas purpuras y dejarte el pelo de un solo color.
—¡¡No!! —gritó horrorizado—. Me gustan mis mechas. I love las mechas que me puso Chipens. ¡Son muy cool!
—Lo sé, cielo, pero necesito que lo hagas por mí. No podemos pasar desapercibidos en este lugar si vas con esas mechas —tras suspirar él asintió y ella volvió al ataque—. También debo pensar en tu ropa.
—¡Mi ropa! ¿Qué quieres hacer con mi ropa?
—No podemos salir a cenar mientras lleves puestos esos pantalones rosa chicle y esa camisa floreada llena de nubecitas de algodón. No Gasti, lo siento pero no puede ser.
—Me encantan mis pink trousers de Dolce & Gabbana y mi camisa de nubes. Y no, no pienso abandonarlos en el equipaje por muy witch que te pongas. A ver cuchi, una cosa es que me quite las mechas purple por ti y otra que no pueda vestirme como yo quiera. ¡Definitivamente no! Sonriendo como solo ella sabía hacer, se acercó a su primo y tras darle un beso en la mejilla murmuró tirando de la camisa:
—Cariño, necesito que parezcas un macho latino y no una reina del glamour. Esto no es Hollywood, es un pueblo español donde tu estilo de vestir no se lleva. Por lo tanto, quítate esos pantalones o te juro que te los quemo y te quedas sin ellos para siempre.
—¡Bruja! —gruñó aquel mirándola. Divertida y dispuesta a cumplir el plan que había trazado le miró y dijo:
—Lo sé, pero me quieres ¿verdad?
En el Croll, aquella noche se celebraba una fiesta country y medio pueblo de Sigüenza acudió a divertirse al local. Peter y Nicolas acompañados por Eugenia y Paula cenaban en una de las mesas mejor situadas. La noche se presentaba divertida y Peter sonrió. Paula estaba especialmente guapa aquella noche con aquel vestido tan sexy y, además, muy caliente, a juzgar por las cosas que le ronroneaba al oído. La besó en el cuello. Aquella mujer era una máquina sexual y siempre que quedaba con ella en la cama los dos lo pasaban fenomenal.
Tiempo atrás, en su quinta cita, Peter habló claramente con ella. No quería hacerle daño. Él no quería una relación seria ni formal con nadie y se sorprendió cuando ella le confesó que le gustaba ser libre a nivel de pareja para hacer con su vida lo que quisiera. Aquella rotundidad animó a Peter a volver a quedar en más ocasiones con ella.
Eugenia, la mujer de Nicolas, aún creía en el amor. Era una romántica empedernida y estaba convencida de que tarde o temprano Peter y su amiga Paula formalizarían su relación. Los implicados decidieron seguirle el juego, ya se daría cuenta que lo suyo era puro sexo. Paula no era muy guapa pero era tremendamente sexy.
 Años atrás apareció un día en Sigüenza y tras encontrar trabajo en el parador, allí se quedó. No era una mujer que despertara muchas simpatías, en especial entre las féminas. Su sexto sentido les avisaba de que Paula no era una mujer de fiar. Su cuerpo lleno de curvas, su sinuosa voz cargada de erotismo y su pasión en la cama volvía locos a todos con los que se había acostado, y, por supuesto, a Peter.
Ella era una mujer desinhibida a la que le gustaba probar de todo y eso ¿a qué hombre no le gustaba?
—Churri, pídeme una coca cola —pidió Eugenia a su marido.
—Ahora mismo, preciosa —asintió. Y echando un vistazo a un lateral del local dijo:
—Anda... mira ahí vienen Lucas y Damián.

Con aplomo varonil y seguridad se acercaron a ellos dos de sus compañeros de unidad. Dos ligones en potencia que solo buscaban lo que muchos hombres: rollos de una noche y nada más. Paula, que había compartido momentos íntimos con Lucas, sonrió al verle y este la saludó. La complicidad que aquellos compartían nunca había importado a Peter. Los tres eran adultos y tenían muy claro lo que querían. 

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