—Hola Andrés. El muchacho, un chico del pueblo
con una minusvalía física al andar, sonrió al verle.
—Hola Peter. He visto el coche aparcado y no
sabía si querías que la sacara hoy o no.
—Sí... sácala. Acabo de llegar de trabajar y
estoy agotado. Andrés, que adoraba a Peter, preguntó:
—¿Ha sido una noche dura?
—Sí. Aunque más dura está siendo la mañana, te
lo puedo asegurar —murmuró mirando hacia el interior de la cocina. El joven
cogió la correa de la perra.
—¿Quieres que la traiga de nuevo aquí o la dejo
en casa de tu padre? Tras pensarlo durante unos segundos Peter respondió:
—Llévala donde mi padre. Dile que iré a recoger
a Senda allí y que comeré con él y el abuelo.
—De acuerdo. ¡Vamos Senda! La perra encantada de
salir a la calle, se dejó sujetar por el joven. Dos minutos después, este salía
del jardín y Peter entraba de nuevo en la cocina y cerraba la puerta.
—Ya puedes salir estrellita. Nadie va a verte
—dijo mirando hacia la puerta.
Como si de una niña se tratara, Lali asomó la
cabeza y, al comprobar que estaban solos, se levantó y volvió a sentarse a la
mesa. Después cogió su café y tras dar un trago preguntó:
—¿Tienes un cigarrillo?
—No. No fumo y tú tampoco deberías, no es bueno
para la salud. Aquel comentario hizo que ambos se relajaran.
Peter aun estaba sorprendido por tener a la
actriz Mariana en su cocina. Aquello era surrealista. Si sus amigos,
especialmente Nicolas, se enteraban de que ella había estado en su casa, se
pondrían insoportables. Por ello, dijo con determinación:
—Creo que ha llegado el momento de que te vayas.
Ha sido un placer volver a verte después de tantos años, pero adiós.
—¿Me estás echando de tu casa? —preguntó
sorprendida.
—Sí.
Molesta por su falta de consideración y dado que
no estaba acostumbrada a aquel trato le miró recelosa.
—¿Sabes que nadie me ha echado nunca de su casa?
—Alguna tenía que ser la primera y mira ¡he sido
yo! —respondió él cruzándose de brazos.
—¿Cómo puedes ser tan borde?
—Contigo no es difícil —respondió dejándola
boquiabierta. Es más, te agradecería que desaparecieras cuanto antes de mi
entorno. No quiero tener nada que ver contigo, ni con tu fama. Mi vida es muy
tranquila y adoro el anonimato.
—¿Crees que yo voy a perjudicarte? Pero si tú
eres un don nadie y... Peter con gesto serio la cortó y respondió con
rotundidad.
—No. No me vas a perjudicar porque no tengo nada
que ver contigo.
Mira guapa, no sé, ni me interesa saber qué
haces aquí. Pero lo que sí sé es que tenerte cerca lo único que puede traerme
son problemas. Efectivamente soy el que tú crees, ¡Bingo!, pero lo que ocurrió
entre tú y yo fue un error de juventud y nada más, algo que, hoy por hoy, no
quiero que me arruine mi tranquila vida, ¿lo entiendes?
Por lo tanto ponte la gorra, tus preciosas gafas
de Gucci, sal de mi casa y espero que te vayas a tu maravilloso Hollywood donde
tu papaíto seguro que te dará todos los caprichos que un don nadie como yo no
va a darte. Aléjate de mí, de mi entorno y de mi vida, ¿me has entendido? Nadie
le había hablado con tanto desprecio en su vida.
Nadie se atrevía a decirle a Mariana lo que
tenía o no tenía que hacer. Levantándose de su silla clavo sus azulados ojos en
el hombre que la estaba tratando como a una delincuente y gruñó:
—Te recordaba más amable, siempre pensé que tú
eras diferente.
—En tu caso pensar no es bueno —se mofó Peter.
Acercándose a él hasta absorber el olor de su
piel siseó:
—¡Imbécil! Idiota. Eres un... un... ¡patán! Con
aire divertido, Peter miró hacia abajo y tuvo que contener las ganas de reír
que le provocaba la situación.
—Gracias... no lo sabía —acertó a decir.
Enfadada al ver que él no se enojaba, sino que,
parecía estar consiguiendo el efecto contrario, gritó:
—Te diría cosas peores pero no me gusta
blasfemar, por lo tanto, mejor me callo o te juro que yo... que yo...
—Fuera de mi casa, canija —dijo arrastrando a
propósito la última palabra. Dándose la vuelta furiosa como nunca en su vida lo
había estado agarró las gafas.
—Por
supuesto que me voy de tu casa. Pero de ahí a que haga lo que tú me has dicho
va un mundo. Estoy de vacaciones y me quedaré aquí o donde me dé la gana el
tiempo que quiera, y tranquilo, no voy a interferir en tu vida. Simplemente
quiero descansar un tiempo y este lugar es tan maravilloso como otro cualquiera
para ello.
—Caminó con brío hacia la puerta, pero se dio la
vuelta para volver junto a él y vociferó—: Recuerda, no nos conocemos de nada.
No quiero tener nada que ver contigo y si me ves ¡ni me saludes!
—Tranquila, creo que podré soportarlo —asintió
sonriendo apoyado en el quicio de la puerta. Fuera de sus casillas, Lali quiso
patearle el culo. Se paró ante un espejo y mientras se colocaba la gorra
ocultando su pelo en el interior vio a través del cristal la sonrisa de Peter y
su gesto. Aquello la encendió, y aun más al comprobar que le estaba mirando el
trasero.
—¿Quieres dejar de mirarme así?
—No. Estoy en mi casa y en mi casa miro, digo y
hago lo que quiero.
—Pues como la última palabra siempre la digo yo
¡no me mires o tendrás problemas! —gritó ella. Aquel comentario le hizo sonreír
aún más y en tono joco so murmuró:
—Oh... que miedo me das. Deseosa de cruzarle la
cara, fue hasta él para golpearle. Levantó la mano pero paró en seco cuando le
oyó susurrar sin moverse de su sitio.
—Atrévete. Resoplando como un toro, Lali se dio
la vuelta, se dirigió hacia la puerta de la calle y la abrió.
—No des un portazo —le escuchó decir. Pero,
directamente, lo dio. Dio el portazo de su vida y suspiró satisfecha hasta que
instantes después escuchó su risa, eso volvió a encenderla.
—¡Vete al cuerno! —gritó malhumorada. A grandes
zancadas fue hasta su coche e intentando no perderse y siguiendo las
instrucciones que veía por el camino llegó hasta el parador de Sigüenza donde
entró como un vendaval en la habitación de su primo. El día, definitivamente,
no había comenzado bien.