domingo, 21 de diciembre de 2014

Capítulo 71

Al comprender que su hermana tenía razón dio un puñetazo contra la pared, lleno de frustración. Apenas quedaban diez días para que Lali se marchara y no quería tener problemas. No quería problemas, pero tampoco que ella se fuera. Eva pudo adivinar los sentimientos de su hermano en su mirada y trató de consolarle.

—Al menos, vuestro secreto está a salvo conmigo aunque te cueste creerlo —dijo haciéndole sonreír— Te quiero tanto que soy capaz de renunciar a la pasta gansa que podría ganar por este bombazo informativo. ¿Y sabes por qué? —él la miró—. Porque me gusta ver tu cara de merluzo enamorado.

Al mirar a su hermana a los ojos y sentir su franqueza, él sonrió y tras darle un abrazo murmuró mientras bajaban las escaleras:

—Gracias señorita metomentodo.

Cuando llegaron a la casa del padre de Peter, todo fueron risas y diversión. Eva observaba con disimulo a la famosa actriz americana. Mariana Espósito ¡estaba allí! Ella parecía feliz con su familia y eso, en cierto modo, le sorprendía.

Lali debía de estar acostumbrada  al lujo y glamour y allí estaba, compartiendo canapés de sucedáneo de caviar y sonriendo a su abuelo mientras este cantaba un villancico y rascaba con una cuchara una botella de anís del mono.

Manuel, orgulloso, disfrutaba por tener reunida un año más a su maravillosa familia y sonreía por ver a su hijo tan solícito con aquella mujercita. Desde que Lali había entrado en su vida sonreía más a menudo, y se le veía más feliz. Una felicidad que Manuel saboreaba de una manera especial.

Irene llegó como una diva de Hollywood.  ¡Guapísima! Se había dejado aconsejar  en todo y parecía  otra mujer, algo que a Lolo, su Lolo, le tenía cautivado.  No podía dejar  de admirarla. Parecía increíble que la impresionante  preciosidad que reía ante él fuera su mujer. Irene, con su nuevo aspecto y, en especial, al escuchar los comentarios de todos, se sentía guapa. Ataviada con un vestido de fiesta negro que realzaba sus curvas, se dejó alisar el pelo por su hija Rocío y estaba impresionante.

Todos lo pasaban bien, pero Peter, tras lo ocurrido en su casa, no podía disfrutar al cien por cien del momento. El hecho de que alguien ya supiera la verdad sobre Lali, significaba que el engaño comenzaba a hacer aguas y eso le preocupaba. En un par de ocasiones cruzó la mirada con Eva y esta, con ñus gestos y guiños, lo hizo sonreír. Pero ya nada era igual. Saber que la prensa mundial tenía la certeza de que Lali estaba en España le inquietaba.

—¿Qué te ocurre hijo? —preguntó Manuel acercándose a él.

—Nada papá, no te preocupes.

Manuel, que había sido testigo de los gestos entre él y Eva sonrió y dijo:

—Vale. No me lo cuentes. Pero las miraditas entre Eva y tú me hacen suponer que ha pasado algo entre vosotros, y...

Al escuchar aquello preguntó.

—¿Qué te ha contado esa metomentodo?

—Absolutamente nada hijo.

—¡Joder!

—Vamos a ver Peter —indicó su padre caminando con él hacia un lateral del salón—, sé que algo te ocurre esta noche porque soy tu padre y te conozco.

Con esto no estoy diciendo que me cuentes lo que te pasa, pero recuerda, tú, y la persona a quien tú ames, siempre podréis contar con mi apoyo incondicional. —Y mirando a Lali que en aquel momento reía con su nieta mayor murmuró—: Esa muchacha es un encanto de mujer.

—Sí papá, lo es.

Y por primera vez en su vida y como si de un tsunami se tratara Peter sintió lo que era el verdadero amor. Adoraba a aquella mujer y ya nada se podía hacer.

Poco después todos se sentaron a la mesa engalanada y comenzaron a cenar. Los pequeños lo pasaban bien y los mayores disfrutaban de la felicidad reinante. En aquella mesa no faltaron langostinos, salmón, ibéricos de la tierra, patés y cordero. Todo ello regado con vinos españoles, risas y canciones. A las once de la noche las mujeres se afanaron por quitar la mesa y preparar las uvas.

—Quédate conmigo —pidió Peter al ver que Lali se levantaba.

No quería que se moviera  de su lado. Deseaba  aprovechar  los momentos  que les quedaban juntos y vivirlos lo más intensamente posible. El tiempo corría inevitablemente en su contra y quiso retenerla con él.

Al escuchar su voz sensual, y sentir su mano sobre su brazo Lali le miro a los ojos y Peter, la atrajo hacia él y la besó. Le dio igual lo que pensaran.  Le dieron igual sus propias y absurdas reticencias  en cuanto  a ella.  Necesitaba  besarla  y lo hizo.  La familia,  sorprendida  por  aquella demostración de afecto, aplaudió y Lali, aturdida, tras separarse de él contestó:

—Mi abuela me enseñó que cuando se está en familia hay que ayudar. Por lo tanto, ahora vuelvo, que voy a ayudar a tus hermanas. No quiero que piensen que soy una comodona.

Dicho esto cogió varios platos sucios y desapareció tras la puerta de la cocina. El abuelo Goyo sonrió. Aquella demostración de su nieto ante todos le había henchido de orgullo.

—¿Quién quiere un helado?—preguntó Irene que salió de la cocina con una caja en la mano.

—Yo mami —gritaron Ruth y Javi al escucharla.

Tras darles un par de helados a sus niños, Irene se dirigió a su hija mayor.

—¿Tú no quieres helado?

—No mamá, que engordan.

—Los helados no engordan.

Engorda quien los come —se guaseó el abuelo Goyo haciéndoles reír a todos—. Y tú gorrioncillo  mío te lo puedes  comer  con tranquilidad  porque tienes mucho pellejo que rellenar.

—Pero qué dices abuelo Goyo —protestó la cría—. Sí tengo unos muslos con los que se podrían cascar nueces.

—Uisss la puñetera qué cosas tiene. Esta jodía tiene más salidas que la M—30 —se mofó aquel al oírla.

Cinco minutos después mientras las chicas trajinaban en la cocina Gasti que hablaba con Rocío dijo.

—Oh my God, you are a very beautiful girl.

—Thanks, Gasti —respondió la muchacha.

El abuelo Goyo que estaba sentado junto a ellos, les miró molesto por no poder entender de qué hablaban.

—En cristiano, por favor.

Irene, al escuchar aquello, se acercó a su abuelo y le susurró con cariño:

—Gasti le habla en ingles a Rocío para que practique el idioma abuelo.

—¡Me importa un carajo! — gruñó aquel—. Quiero entender de qué hablan.

Gasti, al escuchar la queja, se dirigió al anciano que llevaba toda la noche mirándole con horror.

—Oh lo siento  abuelo  Goyo...  le decía  a Rocío  que  es una  chica  preciosa  —dijo  con una encantadora sonrisa.

El hombre, le miró y señaló su atrevido flequillo.

—¿Por qué llevas ese extraño color en el pelo?

—Because I...

—En cristiano, por favor —repitió el anciano.

—Oh lo siento de nuevo. Decía que lo llevo así porque me gusta.

—¿Te gusta llevar el pelo verde como una rana?

Con la boca abierta, Gasti acarició con mimo su cabello.

—No es verde rana. Es color pistacho triguero. ¿No lo ve? —respondió provocando las risas de todos a excepción del abuelo, que se apresuró a responder.

—Pues no hermoso... no lo veo.

—¿Seguro?

—Segurísimo —asintió el abuelo.

Gasti cruzó una mirada con Peter, que se encogió de hombros, y comprendiendo que era más que lógico que aquel anciano diera su opinión sobre su pelo, admitió:

—Sabe lo que le digo, que hay que ser elegante en la victoria y en la derrota y creo que esta vez, usted tiene razón. Mi pelo puede parecer de cualquier color menos pistacho triguero.

En el  interior  de la cocina,  las  mujeres  se afanaban por  quitar  la cacharrería  de en medio mientras charlaban.

—Ruth cariño, mete ese vasito en el lavavajillas —pidió Irene a su hija, y volviéndose hacia su otro hijo gritó—. Javi, como vuelvas a dar otro balonazo como el que acabas de dar a la nevera te juro que te corto las orejas.

Todas sonrieron. Irene era muy exagerada en palabras, pero luego no hacía nada de nada. Era demasiado buena y sus hijos sabían manejarla.

—De acuerdo mamita. Dejaré el balón.

—Ainsss ¡lo que cuesta querer ser un Iniesta! ¿Verdad? —dijo Lali tocando la cabeza del crío.

—¡Ya te digo! —rio el niño.

Eva, sorprendida por aquel comentario, la miró, y preguntó con mofa:

—¿Pero tú sabes quién es Iniesta?


Rocío, que en ese momento entraba por la puerta, cruzó una mirada con Lali y ambas sonrieron. Almudena llamó a su sobrina mayor para que la ayudara a coger unos platos para las uvas y, en compañía de Irene, salieron al comedor para ponerlos sobre la mesa. Javier, cuando vio que su madre salía por la puerta, comenzó a jugar de nuevo con la pelota. Y los acontecimientos se precipitaron.

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