jueves, 30 de octubre de 2014

Capítulo 53 y 54

La convivencia  en la casa de Peter se tornó perfecta.  Gasti,  desde  el primer  momento  cayó rendido a los pies del geo, y este no paraba de reír por la forma de hablar de aquel y sus alocadas ocurrencias. Senda, la perra, al principio no dejaba a Gasti moverse por la casa. Le perseguía y observaba.  Pero  tras  comprobar  que  no  era  ninguna  amenaza,  al  revés,  que  era  un  continuo suministro de comida, simplemente, le adoró.


Al cuarto día de estar en la casa de Peter, Gasti recibió una llamada de su Peterman. Su pianista. Le echaba de menos y quería volver a verle. Sin pensárselo el joven cogió el coche y el GPS y se marchó a Barcelona. Iban a pasar juntos los días que le quedaban en España. Lali se sentía feliz por su primo. Ambos aprovechaban la felicidad al máximo en cuanto se les presentaba la ocasión.

Los siguientes días para Lali en la casa de Peter fueron un sueño. Paseaban con Senda por el campo, iban juntos a comprar, escuchaban música tirados en el sillón, se besaban, reían por lo mal que ella cocinaba y hacían apasionadamente el amor en cualquier momento.

Lali se miraba el cordón oscuro que colgaba de su muñera con cariño y sonreía al pensar qué significaba todo  incluido.  Lo  que  le  estaba  pasando  con aquel  hombre  era  lo  más  autentico  y maravilloso  que le había pasado nunca y estaba dispuesta a aprovecharlo  al máximo. No quería pensar en el futuro. Solo quería disfrutar el momento, sin más.

Una noche en la que Peter se tuvo que marchar a la base para trabajar, tras mirar su correo y hablar  por  teléfono  con Max,  su representante,  decidió  llamar  a su padre  para  decirle  que  no asistiría a su glamurosa fiesta de Navidad. Quien cogió el teléfono fue la mujer de aquel que, como era de esperar, monto en cólera.

—Samantha, deja de gritar y escúchame —siseó sin querer levantar la voz.

—No...  no  quiero  escucharte.  No  sé  porque  eres  así  con nosotros  Mariana.  No  lo entiendo. Intentamos apoyarte en tu carrera y tú...

—Mira Samantha —cortó con desagrado—. A ti precisamente no te debo nada, y por lo tanto, no tengo porqué darte explicaciones.

—Toda la vida igual. Toda la vida cargando contigo y tus problemas y...

—¿Cargando conmigo y mis problemas? —voceó Lali al escucharla—, Pero bueno, si alguien lleva cargando toda la vida contigo soy yo. ¿Pero quién te crees que eres?

—He intentado ser tu madre y...

—¡¿Mi madre??! Oh... qué bonito que es decirlo ¿verdad? Pero disculpa, esa palabra a ti te queda demasiado grande como para que tú misma hasta te la creas. Vamos, ni por asomo lo has intentado porque si así hubiera sido, al menos yo me habría dado cuenta.

—Eres cruel Mariana, además de una mala hija. ¿Cómo me dices eso?

—Te digo lo que te mereces. Tengo treinta años y nunca he visto en ti un ápice de humanidad ni ternura. No me vengas ahora con cuentos chinos, porque no te lo voy a consentir. Una cosa es lo que mi padre y tú vendáis a la prensa y otra muy diferente la realidad. ¿Entendido?

—Eres terrible... terrible.

—Pues que bien —se mofó al escucharla.

La tristeza que Samantha intentaba hacerle creer que sentía, era tan falsa como ella.

—¿Cómo te permites no asistir a la fiesta de Navidad que organizamos tu padre y yo? ¡¿Cómo?! —insistió.

—Mira...  Samantha,   discúlpame,   pero  a  ti  ya  te  he  dicho  que  no  tengo  porqué  darte explicaciones de lo que hago con mi vida y...

Pero la voz de su padre, que arrancó el teléfono literalmente de las manos de su mujer, fue la que hablo.

—Te exijo que cojas el primer avión que encuentres y regreses cuanto antes a Los Angeles. Cansada de discutir, cerró los ojos  y suspiró dispuesta a librar un nuevo combate.

—Papá, he dicho que no. No estaré allí para vuestra fiesta.

—Por el amor de Dios, Mariana. ¿Por qué te gusta hacerlo todo tan difícil? ¿Por qué siempre eres un problema?

—Yo no soy ningún problema —gruñó al escuchar aquello.

Durante años aquella odiosa palaba había sido la más utilizada  por su padre. La niña es un problema. Mariana es un problema. Todo lo referente a ella suporta un problema para su padre. Por eso cuando Peter le nombraba aquella palabra le molestaba tanto. Odiaba que la considerasen un problema.

—Ya me pareció una locura cuando no regresaste con el equipo a Los Angeles, pero intenté entender  tus  excentricidades  —prosiguió  aquel  con su ácida  voz—.  Pero  que  me  digas  que  no estarás en Navidades con tu madre y conmigo, eso ya no me da la gana entenderlo.

—Te  he  repetido  más  de  un  millón  de  veces  que  ella  no  es  mi  madre.  —Ofendida  y malhumorada  contó—:  ¿Desde  cuándo  es  tan  importante  para  vosotros  pasar  las  Navidades conmigo? —Al ver que su padre no respondía añadió—: ¿O quizás es importante porque este año estoy nominada a los Oscar?

Al escuchar el gruñido de su padre continuó—:  Te recuerdo que me he pasado toda la vida pasándolas con la abuela y Gasti, alejada de vosotros y siempre os pareció bien.

—Eso quedó en el pasado. Mariana, ahora...

—No papá eso que tú llamas pasado es mi vida. Y tengo muy claro quién me quiere por ser simplemente  Lali  y desea  estar  conmigo  en esas  fechas  tan señaladas,  y quien  quiere  estar conmigo por ser Mariana Espósito.

—No digas tonterías Mariana.

—No papá, no las digo. Pero déjame decirte que tú y tu mujer os encargasteis de dejarme muy claro que yo era más un estorbo que una satisfacción y...

—Eras una niña que...

—Una niña quo siempre deseo pasar las Navidades como el resto de los niños. Hubiera querido tener un padre y una madre con los que poner un precioso árbol, hacer galletas de Navidad y cantar villancicos, pero no... yo no tuve eso gracias a ti. Por lo tanto, ahora que soy adulta yo decido sobre mi vida. ¿Me has escuchado papá? ¡Mi vida!

—¿Desde cuándo es tan importante para ti pasar la Navidad en España?

Lali quiso gritarle lo feliz que era, pero sabía que él, como siempre, no lo entendería. Por ello y dispuesta a no revelarle nada más de su vida privada contestó:

—Vamos a ver papá, Samantha y tú tendréis la casa llena de gente en vuestra fiesta. El que yo esté o no, nadie lo notará y...

—¿Cómo que nadie lo notará? Eres mi única hija y todo el mundo nos preguntará por ti.

—Pues decid que estoy en Puerto Rico con Gasti y ya está.

—Oh, Mariana, qué difíciles haces las cosas. No hay quien te entienda.

—No pretendo que me entiendas. Solo pretendo vivir mi vida. ¿Cuándo te vas a enterar? Tras un silencio incómodo por parte de los dos, Carlos Rice siseó:
—Mariana, ya metiste una vez la pata con ese hombre español. ¿Qué pretendes hacer de nuevo?

Al escuchar aquello a la joven se le puso la carne de gallina y descolocada por completo por lo que aquel le acababa de revelar muy enfadada gritó:

—¿Qué has hecho papá?

—Nada que no sea preocuparme por mi hija.

—¿Me estás espiando? Porque si es así ¡te lo prohíbo! Es mí vida y...

—Eres mi hija, además de una actriz de Hollywood, y él no es nadie.

—No  consiento  que  digas  eso.  Es  un hombre  maravilloso  que  me  trata  con respeto  y con dignidad, algo que tú nunca has hecho.

Pero su padre, centrado únicamente en lo que quería decir y no en escuchara su hija, prosiguió:

—¿Acaso  quieres  que  la prensa  internacional  se entere  de que  mantienes  un affaire  con un policía  español?  ¿Un don nadie  que  curiosamente  te  engañó  hace  diez años  y se  casó  contigo seguramente para llenar su cuenta corriente?

—Él no me engañó y nunca pretendió lucrarse por lo que pasó. Te prohíbo que hables de algo que no conoces. Y en lo que respecta a mi vida privada, soy una mujer adulta que decide con quien quiere o no quiere estar, ¿te has enterado? Y ah... sobre la prensa, tranquilo. Tanto él como yo sabemos lo que hacemos. Por lo  tanto Feliz Navidad y que lo paséis muy bien.

Dicho  esto,  colgó  furiosa  el  teléfono  y se  tumbó  en la  enorme  cama.  El  aroma  a  Peter la reconfortó  momentáneamente,  aunque  al pensar  en su padre volvió a tensarse.  Nunca entendería aquel afán por criticar absolutamente todo lo concerniente a su vida. ¿Acaso no quería verla feliz? No... definitivamente no quería su felicidad.
En la  base  de  los  geo  de  Guadalajara  se  recibió  un aviso  a  las  tres  menos  veinte  de  la madrugada.  Una mujer desesperada  había llamado a la policía de Sevilla porque su expareja se había llevado a sus hijos y ellos, al ver la delicada operación, decidieron llamar a los geo. La policía de Sevilla había localizado el piso con los niños y se alarmó al comprobar que en aquel lugar pernoctaban varios narcos colombianos.

Podía haber sido una misión más, si no hubiera sido por la presencia de los niños. Aquello lo convertía en una misión delicada. Ataviados con sus monos negros, pasamontañas, gafas tácticas, guantes y cascos negros, un par de comandos de la sección operativa de los Geo, salió con urgencia hacia Sevilla.

Nunca pensaban en el peligro, sino en la acción. Y mientras observaban las instrucciones que el grupo  de  apoyo  les  enviaban  a  través  del  portátil  grababan  a  fuego  en sus  mentes  la  palabra
«positividad».

Peter miró su reloj. Las cuatro y cinco de la madrugada.  Durante  unos segundos  se permitió pensar en algo que no fuera su trabajo y sonrío al imaginar a Lali dormida y atravesada en su cama.

—¿A que se debe esa cara de nenaza enamorada? —preguntó Nicolás al mirarle. Este no respondió, simplemente se limitó a sonreír.
—Vale... entonces imaginaré que esa sonrisita es por mí —se mofó aquel.

—No me jodas Lanzani que estás colgado por una mujer, —preguntó Roberto,

Lucas, al escuchar aquello, se echó hacia delante y mirando a Peter dijo alto y claro:

—¿Sabes que no te voy a perdonar que te llevaras a la morena y menos que ahora la tengas en tu cama? Esa preciosidad era para mí y me la levantaste ante mi jeta.

—¿Lanzani te levantó una tía? —se mofó Roberto.

—Un dulce y suave pibón y delante de sus narices —asintió Damián divertido.

—Lanzani puede  tener  a la mujer  que quiera.  ¿Acaso  todavía  no os habéis  dado cuenta? — cuchicheó Nicolás con guasa.

Peter no respondió y Lucas, retándole, indicó:

—Lo que él no sabe, es que a la morena ahora se la voy a levantar yo a él.

—¿En serio? —preguntó Peter.

—Solo dame la oportunidad de estar a solas con ella —rio Lucas—, y esa preciosidad donde dormirá será en mi cama, Concretamente entre mis piernas.

—Joder macho... es que es pa darte dos guantas — masculló Nicolás.

—Tú, Bonito, cállate —indicó Lucas.

Nicolás al escuchar aquello se carcajeó y gruñó de buen humor.

—A ver... que mi mujer me llame Bonito, no te da derecho a que tú también me llames así. ¿Entendido?

Todos le miraron y al unísono gritaron:

—¡Bonito cállate!

—Mamonazos  —rio  aquel  divertido—.  Esperad  que  os  saque  un buen mote  que  os  voy a bombardear el resto de vuestras vidas.

—Uooooo —se mofaron todos al escucharle y Peter, clavando su inquietante mirada en Lucas, sentenció:

—Aléjate de ella, capullo, si no quieres tener problemas conmigo.

Su gesto.  Su mirada.  Su rostro al decir  aquello  hizo que sus compañeros  silbaran y rieran. Estaba claro que aquella mujer le gustaba y eso les hizo bromear. Durante parte del trayecto hasta Sevilla, Peter tuvo que soportar todo tipo de comentarios, Sus compañeros, aquellos que se jugaban la vida en cada operativo con él, eran parte de su familia y sabía que aquellas risas y bravuconadas eran una buena manera de paliar la tensión que sentían en los momentos previos a pasar a la acción.

Cuando llegaron a Sevilla se trasladaron inmediatamente hacia el lugar donde debían proceder. Eran las cinco y media de la mañana y, con el máximo silencio posible, desalojaron a los seis asustados vecinos del edificio. A través de la pared del piso colindante comprobaron que no había ninguna actividad en la casa y dedujeron que todos dormían. Así que procedieron a actuar de la manera habitual en aquellos casos, entrar y pillarles por sorpresa.

Tras derribar la puerta y gritar «¡Alto policía!», los valientes policías españoles comandados por  Peter,  parapetados  en sus  monos  negros  y portando  en sus  manos  el  subfusil  MP5  fueron limpiando  habitación  por  habitación  con profesionalidad  y disciplina,  hasta  tener  a  los  narcos neutralizados y a los dos niños en su poder y fuera de peligro.
Agotado por la noche de trabajo Peter llegó a casa a las siete de la mañana. Como siempre su fiel Senda le hizo uno de sus sonoros recibimientos.

—Hola Senda, ¿todo bien por aquí?

La perra, feliz porque su amo hubiera regresado, le dio varios lametazos y a continuación se tumbó en su lugar preferido, detrás de la puerta. Peter, cansado, soltó las llaves sobre el mueble del recibidor, entró en el salón y comprobó que en su contestador automático tenía un mensaje. Bajando el volumen, lo escuchó y sonrió al escuchar a Andrés, el chico que paseaba a Senda, despidiéndose porque se iba a Badajoz para pasarlas Navidades.

Con una sonrisa en la boca entró en la cocina. Necesitaba tomarse algo caliente, después se iría a descansar. Como otras muchas mañanas se calentó el café en el microondas, iba a sentarse a ojear el periódico cuando pensó en la mujer que lo esperaba en su cama.

Con una flamante sonrisa, abrió el armario donde guardaba la comida para el desayuno, buscó algo  y cuando  lo  encontró  asintió  complacido.  Después  calentó  dos  cafés,  los  puso  sobre  una bandeja y subió con todo ello a su habitación.

Al entrar, la semioscuridad  de la habitación y el silencio le hicieron pensar que ella estaba dormida.  Con  cuidado,  dejó  la  bandeja  sobre  una  de  las  mesitas  y  la  buscó  con  la  mirada. Sorprendido, observó la cama y finalmente sonrió al notar un bulto bajo el edredón. Con mimo para no despertarla, la destapó y casi suelta una carcajada al ver cómo dormía. En vez de estar con la cabeza sobre la almohada, estaba atravesada y hecha un ovillo.

Durante  unos  segundos  la  observo  complacido.  Se  sintió  como  un  tonto,  pero  continuó admirando su cabello rubio y revuelto. Verla al natural, sin peluca ni lentillas, le encantaba. Era preciosa. Recordó lo que Lucas dijo en el helicóptero y se sintió molesto. Se sentó en la cama con sigilo  y se  tumbó  a  su lado.  Deseaba  abrazarla  y sentir  su calor  cuando  ella  abrió  los  ojos sobresaltada

—Buenos días canija —susurró besándole en la punta de la nariz.

—Eh... hola —balbuceó abriendo los brazos para acurrucarle.

Durante unos segundos permanecieron abrazados hasta que el olor del café llegó hasta las fosas nasales de ella y sin poder remediarlo preguntó:

—¿De verdad has traído café?

—Si. Pero ya sabes que yo no doy nada sin recibir algo a cambio. Con los ojos somnolientos se retiró el flequillo de la cara y preguntó: —¿Qué quieres a cambio de ese rico y calentito café?

—Mmm... para empezar, ¿qué tal un beso de buenos días?

—¡Genial!

—Pero no uno cualquiera —insistió él—. Debe ser uno de esos que gusta recibir cuando uno llega destrozado de trabajar y...

Sin darle tiempo a decir nada más, ella saltó de la cama y corrió en dirección al baño dejándole solo. ¿Qué había ocurrido? Boquiabierto se incorporó, fue hasta el baño y la encontró lavándose los dientes.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó sorprendido.

Al escucharle ella levantó un dedo a pidiéndole que esperara y cuando acabó y se limpió la boca con la toalla dijo sorprendiéndole:

—No pretenderías que te besara con los dientes sucios ¿no?

Dicho esto volvió corriendo de nuevo a la cama, se tumbó como estaba y dijo ante un desconcertado Peter:

—¿Dónde nos habíamos quedado?

Divertido por las cosas que hacia se tumbó de nuevo junio a ella y acercándose peligrosamente a su boca susurró, al oler el fresco sabor de la pasta de dientes.

—Creo que ibas a besarme.

Dicho y hecho. Lali le echó los brazos al cuello y tomando su boca con auténtica adoración le besó. Durante  unos  segundos  degustó  el sabor  salado  y masculino  de él, mientras  notaba  cómo aquellas manos grandes subían tentadoramente por el interior de la camiseta negra de Armani con la que dormía.

—Estaba deseando volver a tenerte así, canija —susurró poniéndole la carne de gallina.

Ella suspiró encantada. A sus treinta años había disfrutado del sexo, pero nunca, ningún hombre, había  provocado  aquella  candorosa  sensación.  De  pronto  él  cerró  sus  manos  alrededor  de  sus costillas y eso le provocó una sonora carcajada.

—No... cosquillas no, por favorrrrrrrrrrrrr.

Cautivado  por aquello,  en especial  al ver como ella se movía  desconsoladamente  entre sus manos, murmuró haciéndola reír con más fuerza:

—Por el amor de Diorrrrrrrrr —dijo él parodiando a Gasti—. ¿Tienes cosquillas?

Jadeando  para  tomar  aire ella, asintió  y él  continuó  cosquilleando  la zona  mientras  ella  se revolvía  como  una  loca  y reía  a  grandes  carcajadas.  Estuvieron  así  unos  segundos  hasta  que finalmente y sin poder evitarlo dejó caer su peso sobre e1 de ella y la besó. La camiseta negra de Armani voló por los aires y la ropa de él, segundos después, siguió el mismo itinerario. Excitados entre beso y beso por el tórrido momento, ella abrió sus piernas y él, sabedor de lo que quería, sacó un preservativo de la masilla, lo abrió y se lo puso. Sin mediar palabra, guió su duro pene hasta el calor que lo enloquecía, y de un empellón que hizo que ambos se estremecieran, lo hundió en Ella.

Enloquecida por el deseo que sentía, clavó sus manos en aquellos poderosos hombros y se arqueó para ir a su encuentro. Meció las caderas borracha de pasión dejándose llevar por el momento. Excitado por la vehemencia en su entrega, Peter se hundió en ella una y otra vez, hasta que la sintió vibrar entre sus manos y escuchó su suspiro de satisfacción al llegar al clímax. Al ver que ella quedaba lasa y satisfecha entre sus brazos, aceleró sus embestidas en busca de su propio placer mientras sentía como a cada segundo, a cada roce, todo su cuerpo se erizaba. Poseerla en su cama y sentirla suya era lo más maravilloso que le había ocurrido nunca y cuando creyó que iba a explotar de placer, cayó sobre ella exhausto y feliz.

Segundos después, aún sobre ella, Peter respiraba con dificultad. Fue a  apartarse para no aplastarla pero ella no le dejó.

—No... no te quites por favor.

—Pero te voy a aplastar.

—No. Tú solo abrázame —exigió.

Durante un buen rato descansaron en silencio uno en brazos del otro sumidos en sus propios pensamientos, hasta que finalmente Peter la besó en el cuello y susurró con una dulzona sonrisa:

—Cariño, si por un café he conseguido esto, no quiero ni pensar lo que conseguiré de ti cuando te diga que además del café sobre la bandeja hay una caja de galletas Oreo que tanto te gustan.

Ella rio a carcajadas. Diez minutos después, los dos desayunaban sentados sobre la cama.

—Come más galletas canija, te vendrán bien —animó Peter.

Lali miró con deleite las Oreo. Se moría por comérselas, pero tras dar un sorbo a su café murmuró con resignación:

—No. Ya me he comido dos y...

Sin darle tiempo a terminar la frase, Peter cogió una de las galletas y metiéndosela en la boca para su sorpresa murmuró:

—Mastica y déjate de tonterías. Tienes que alimentarle.


El sabor dulce y fuerte de la Oreo hizo que se le contrajera el estómago. Cerró los ojos, masticó la galleta y la disfruto.

1 comentario:

  1. Lucas se merece un buen golpe.
    Jjajajajaja,x un café lo tienen todo .
    Las oreo ,jajajjajaja,a quien no le gustan,mmmmmmm.

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