La convivencia en la casa de Peter se tornó perfecta. Gasti,
desde el primer momento
cayó rendido a los pies del geo, y este no paraba de reír por la forma
de hablar de aquel y sus alocadas ocurrencias. Senda, la perra, al principio no
dejaba a Gasti moverse por la casa. Le perseguía y observaba. Pero
tras comprobar que
no era ninguna
amenaza, al revés,
que era un
continuo suministro de comida, simplemente, le adoró.
Al cuarto día de estar en la casa de
Peter, Gasti recibió una llamada de su Peterman. Su pianista. Le echaba de
menos y quería volver a verle. Sin pensárselo el joven cogió el coche y el GPS y
se marchó a Barcelona. Iban a pasar juntos los días que le quedaban en España.
Lali se sentía feliz por su primo. Ambos aprovechaban la felicidad al máximo en
cuanto se les presentaba la ocasión.
Los siguientes días para Lali en la
casa de Peter fueron un sueño. Paseaban con Senda por el campo, iban juntos a
comprar, escuchaban música tirados en el sillón, se besaban, reían por lo mal
que ella cocinaba y hacían apasionadamente el amor en cualquier momento.
Lali se miraba el cordón oscuro que
colgaba de su muñera con cariño y sonreía al pensar qué significaba todo incluido.
Lo que le
estaba pasando con aquel
hombre era lo
más autentico y maravilloso
que le había pasado nunca y estaba dispuesta a aprovecharlo al máximo. No quería pensar en el futuro.
Solo quería disfrutar el momento, sin más.
Una noche en la que Peter se tuvo
que marchar a la base para trabajar, tras mirar su correo y hablar por
teléfono con Max, su representante, decidió
llamar a su padre para
decirle que no asistiría a su glamurosa fiesta de
Navidad. Quien cogió el teléfono fue la mujer de aquel que, como era de
esperar, monto en cólera.
—Samantha, deja de gritar y
escúchame —siseó sin querer levantar la voz.
—No... no
quiero escucharte. No sé porque
eres así con nosotros
Mariana. No lo entiendo. Intentamos apoyarte en tu
carrera y tú...
—Mira Samantha —cortó con
desagrado—. A ti precisamente no te debo nada, y por lo tanto, no tengo porqué
darte explicaciones.
—Toda la vida igual. Toda la vida
cargando contigo y tus problemas y...
—¿Cargando conmigo y mis problemas?
—voceó Lali al escucharla—, Pero bueno, si alguien lleva cargando toda la vida
contigo soy yo. ¿Pero quién te crees que eres?
—He intentado ser tu madre y...
—¡¿Mi madre??! Oh... qué bonito que
es decirlo ¿verdad? Pero disculpa, esa palabra a ti te queda demasiado grande
como para que tú misma hasta te la creas. Vamos, ni por asomo lo has intentado
porque si así hubiera sido, al menos yo me habría dado cuenta.
—Eres cruel Mariana, además de una
mala hija. ¿Cómo me dices eso?
—Te digo lo que te mereces. Tengo
treinta años y nunca he visto en ti un ápice de humanidad ni ternura. No me
vengas ahora con cuentos chinos, porque no te lo voy a consentir. Una cosa es
lo que mi padre y tú vendáis a la prensa y otra muy diferente la realidad.
¿Entendido?
—Eres terrible... terrible.
—Pues que bien —se mofó al
escucharla.
La tristeza que Samantha intentaba
hacerle creer que sentía, era tan falsa como ella.
—¿Cómo te permites no asistir a la
fiesta de Navidad que organizamos tu padre y yo? ¡¿Cómo?! —insistió.
—Mira... Samantha,
discúlpame, pero a ti ya
te he dicho
que no tengo
porqué darte explicaciones de lo
que hago con mi vida y...
Pero la voz de su padre, que arrancó
el teléfono literalmente de las manos de su mujer, fue la que hablo.
—Te exijo que cojas el primer avión
que encuentres y regreses cuanto antes a Los Angeles. Cansada de discutir,
cerró los ojos y suspiró dispuesta a
librar un nuevo combate.
—Papá, he dicho que no. No estaré
allí para vuestra fiesta.
—Por el amor de Dios, Mariana. ¿Por
qué te gusta hacerlo todo tan difícil? ¿Por qué siempre eres un problema?
—Yo no soy ningún problema —gruñó al
escuchar aquello.
Durante años aquella odiosa palaba
había sido la más utilizada por su
padre. La niña es un problema. Mariana es un problema. Todo lo referente a ella
suporta un problema para su padre. Por eso cuando Peter le nombraba aquella
palabra le molestaba tanto. Odiaba que la considerasen un problema.
—Ya me pareció una locura cuando no
regresaste con el equipo a Los Angeles, pero intenté entender tus
excentricidades —prosiguió aquel
con su ácida voz—. Pero
que me digas
que no estarás en Navidades con tu
madre y conmigo, eso ya no me da la gana entenderlo.
—Te
he repetido más
de un millón
de veces que
ella no es
mi madre. —Ofendida
y malhumorada contó—: ¿Desde
cuándo es tan
importante para vosotros
pasar las Navidades conmigo? —Al ver que su padre no
respondía añadió—: ¿O quizás es importante porque este año estoy nominada a los
Oscar?
Al escuchar el gruñido de su padre
continuó—: Te recuerdo que me he pasado
toda la vida pasándolas con la abuela y Gasti, alejada de vosotros y siempre os
pareció bien.
—Eso quedó en el pasado. Mariana,
ahora...
—No papá eso que tú llamas pasado es
mi vida. Y tengo muy claro quién me quiere por ser simplemente Lali y
desea estar conmigo
en esas fechas tan señaladas, y quien
quiere estar conmigo por ser
Mariana Espósito.
—No digas tonterías Mariana.
—No papá, no las digo. Pero déjame
decirte que tú y tu mujer os encargasteis de dejarme muy claro que yo era más
un estorbo que una satisfacción y...
—Eras una niña que...
—Una niña quo siempre deseo pasar
las Navidades como el resto de los niños. Hubiera querido tener un padre y una
madre con los que poner un precioso árbol, hacer galletas de Navidad y cantar
villancicos, pero no... yo no tuve eso gracias a ti. Por lo tanto, ahora que soy
adulta yo decido sobre mi vida. ¿Me has escuchado papá? ¡Mi vida!
—¿Desde cuándo es tan importante
para ti pasar la Navidad en España?
Lali quiso gritarle lo feliz que
era, pero sabía que él, como siempre, no lo entendería. Por ello y dispuesta a
no revelarle nada más de su vida privada contestó:
—Vamos a ver papá, Samantha y tú
tendréis la casa llena de gente en vuestra fiesta. El que yo esté o no, nadie
lo notará y...
—¿Cómo que nadie lo notará? Eres mi
única hija y todo el mundo nos preguntará por ti.
—Pues decid que estoy en Puerto Rico
con Gasti y ya está.
—Oh, Mariana, qué difíciles haces
las cosas. No hay quien te entienda.
—No pretendo que me entiendas. Solo
pretendo vivir mi vida. ¿Cuándo te vas a enterar? Tras un silencio incómodo por
parte de los dos, Carlos Rice siseó:
—Mariana, ya metiste una vez la pata
con ese hombre español. ¿Qué pretendes hacer de nuevo?
Al escuchar aquello a la joven se le
puso la carne de gallina y descolocada por completo por lo que aquel le acababa
de revelar muy enfadada gritó:
—¿Qué has hecho papá?
—Nada que no sea preocuparme por mi
hija.
—¿Me estás espiando? Porque si es
así ¡te lo prohíbo! Es mí vida y...
—Eres mi hija, además de una actriz
de Hollywood, y él no es nadie.
—No
consiento que digas
eso. Es un hombre
maravilloso que me
trata con respeto y con dignidad, algo que tú nunca has hecho.
Pero su padre, centrado únicamente
en lo que quería decir y no en escuchara su hija, prosiguió:
—¿Acaso quieres
que la prensa internacional
se entere de que mantienes
un affaire con un policía español?
¿Un don nadie que curiosamente
te engañó hace
diez años y se casó
contigo seguramente para llenar su cuenta corriente?
—Él no me engañó y nunca pretendió
lucrarse por lo que pasó. Te prohíbo que hables de algo que no conoces. Y en lo
que respecta a mi vida privada, soy una mujer adulta que decide con quien
quiere o no quiere estar, ¿te has enterado? Y ah... sobre la prensa, tranquilo.
Tanto él como yo sabemos lo que hacemos. Por lo
tanto Feliz Navidad y que lo paséis muy bien.
Dicho esto,
colgó furiosa el
teléfono y se tumbó
en la enorme cama.
El aroma a
Peter la reconfortó
momentáneamente, aunque al pensar
en su padre volvió a tensarse.
Nunca entendería aquel afán por criticar absolutamente todo lo
concerniente a su vida. ¿Acaso no quería verla feliz? No... definitivamente no
quería su felicidad.
En la base
de los geo
de Guadalajara se
recibió un aviso a las tres
menos veinte de la
madrugada. Una mujer desesperada había llamado a la policía de Sevilla porque
su expareja se había llevado a sus hijos y ellos, al ver la delicada operación,
decidieron llamar a los geo. La policía de Sevilla había localizado el piso con
los niños y se alarmó al comprobar que en aquel lugar pernoctaban varios narcos
colombianos.
Podía haber sido una misión más, si
no hubiera sido por la presencia de los niños. Aquello lo convertía en una
misión delicada. Ataviados con sus monos negros, pasamontañas, gafas tácticas,
guantes y cascos negros, un par de comandos de la sección operativa de los Geo,
salió con urgencia hacia Sevilla.
Nunca pensaban en el peligro, sino
en la acción. Y mientras observaban las instrucciones que el grupo de
apoyo les enviaban
a través del
portátil grababan a
fuego en sus mentes
la palabra
«positividad».
Peter miró su reloj. Las cuatro y
cinco de la madrugada. Durante unos segundos
se permitió pensar en algo que no fuera su trabajo y sonrío al imaginar
a Lali dormida y atravesada en su cama.
—¿A que se debe esa cara de nenaza
enamorada? —preguntó Nicolás al mirarle. Este no respondió, simplemente se
limitó a sonreír.
—Vale... entonces imaginaré que esa
sonrisita es por mí —se mofó aquel.
—No me jodas Lanzani que estás
colgado por una mujer, —preguntó Roberto,
Lucas, al escuchar aquello, se echó
hacia delante y mirando a Peter dijo alto y claro:
—¿Sabes que no te voy a perdonar que
te llevaras a la morena y menos que ahora la tengas en tu cama? Esa preciosidad
era para mí y me la levantaste ante mi jeta.
—¿Lanzani te levantó una tía? —se mofó
Roberto.
—Un dulce y suave pibón y delante de
sus narices —asintió Damián divertido.
—Lanzani puede tener
a la mujer que quiera. ¿Acaso
todavía no os habéis dado cuenta? — cuchicheó Nicolás con guasa.
Peter no respondió y Lucas,
retándole, indicó:
—Lo que él no sabe, es que a la
morena ahora se la voy a levantar yo a él.
—¿En serio? —preguntó Peter.
—Solo dame la oportunidad de estar a
solas con ella —rio Lucas—, y esa preciosidad donde dormirá será en mi cama,
Concretamente entre mis piernas.
—Joder macho... es que es pa darte
dos guantas — masculló Nicolás.
—Tú, Bonito, cállate —indicó Lucas.
Nicolás al escuchar aquello se
carcajeó y gruñó de buen humor.
—A ver... que mi mujer me llame
Bonito, no te da derecho a que tú también me llames así. ¿Entendido?
Todos le miraron y al unísono
gritaron:
—¡Bonito cállate!
—Mamonazos —rio
aquel divertido—. Esperad
que os saque
un buen mote que os voy
a bombardear el resto de vuestras vidas.
—Uooooo —se mofaron todos al
escucharle y Peter, clavando su inquietante mirada en Lucas, sentenció:
—Aléjate de ella, capullo, si no
quieres tener problemas conmigo.
Su gesto. Su mirada.
Su rostro al decir aquello hizo que sus compañeros silbaran y rieran. Estaba claro que aquella
mujer le gustaba y eso les hizo bromear. Durante parte del trayecto hasta
Sevilla, Peter tuvo que soportar todo tipo de comentarios, Sus compañeros,
aquellos que se jugaban la vida en cada operativo con él, eran parte de su
familia y sabía que aquellas risas y bravuconadas eran una buena manera de
paliar la tensión que sentían en los momentos previos a pasar a la acción.
Cuando llegaron a Sevilla se
trasladaron inmediatamente hacia el lugar donde debían proceder. Eran las cinco
y media de la mañana y, con el máximo silencio posible, desalojaron a los seis
asustados vecinos del edificio. A través de la pared del piso colindante
comprobaron que no había ninguna actividad en la casa y dedujeron que todos
dormían. Así que procedieron a actuar de la manera habitual en aquellos casos,
entrar y pillarles por sorpresa.
Tras derribar la puerta y gritar
«¡Alto policía!», los valientes policías españoles comandados por Peter,
parapetados en sus monos
negros y portando en sus
manos el subfusil
MP5 fueron limpiando habitación
por habitación con profesionalidad y disciplina,
hasta tener a
los narcos neutralizados y a los
dos niños en su poder y fuera de peligro.
Agotado por la noche de trabajo
Peter llegó a casa a las siete de la mañana. Como siempre su fiel Senda le hizo
uno de sus sonoros recibimientos.
—Hola Senda, ¿todo bien por aquí?
La perra, feliz porque su amo
hubiera regresado, le dio varios lametazos y a continuación se tumbó en su
lugar preferido, detrás de la puerta. Peter, cansado, soltó las llaves sobre el
mueble del recibidor, entró en el salón y comprobó que en su contestador
automático tenía un mensaje. Bajando el volumen, lo escuchó y sonrió al
escuchar a Andrés, el chico que paseaba a Senda, despidiéndose porque se iba a
Badajoz para pasarlas Navidades.
Con una sonrisa en la boca entró en
la cocina. Necesitaba tomarse algo caliente, después se iría a descansar. Como
otras muchas mañanas se calentó el café en el microondas, iba a sentarse a
ojear el periódico cuando pensó en la mujer que lo esperaba en su cama.
Con una flamante sonrisa, abrió el
armario donde guardaba la comida para el desayuno, buscó algo y cuando
lo encontró asintió
complacido. Después calentó
dos cafés, los
puso sobre una bandeja y subió con todo ello a su
habitación.
Al entrar, la semioscuridad de la habitación y el silencio le hicieron pensar
que ella estaba dormida. Con cuidado,
dejó la bandeja
sobre una de
las mesitas y
la buscó con
la mirada. Sorprendido, observó
la cama y finalmente sonrió al notar un bulto bajo el edredón. Con mimo para no
despertarla, la destapó y casi suelta una carcajada al ver cómo dormía. En vez
de estar con la cabeza sobre la almohada, estaba atravesada y hecha un ovillo.
Durante unos
segundos la observo
complacido. Se sintió
como un tonto,
pero continuó admirando su
cabello rubio y revuelto. Verla al natural, sin peluca ni lentillas, le
encantaba. Era preciosa. Recordó lo que Lucas dijo en el helicóptero y se
sintió molesto. Se sentó en la cama con sigilo
y se tumbó a su
lado. Deseaba abrazarla
y sentir su calor cuando
ella abrió los
ojos sobresaltada
—Buenos días canija —susurró
besándole en la punta de la nariz.
—Eh... hola —balbuceó abriendo los
brazos para acurrucarle.
Durante unos segundos permanecieron
abrazados hasta que el olor del café llegó hasta las fosas nasales de ella y
sin poder remediarlo preguntó:
—¿De verdad has traído café?
—Si. Pero ya sabes que yo no doy
nada sin recibir algo a cambio. Con los ojos somnolientos se retiró el
flequillo de la cara y preguntó: —¿Qué quieres a cambio de ese rico y calentito
café?
—Mmm... para empezar, ¿qué tal un
beso de buenos días?
—¡Genial!
—Pero no uno cualquiera —insistió
él—. Debe ser uno de esos que gusta recibir cuando uno llega destrozado de
trabajar y...
Sin darle tiempo a decir nada más,
ella saltó de la cama y corrió en dirección al baño dejándole solo. ¿Qué había
ocurrido? Boquiabierto se incorporó, fue hasta el baño y la encontró lavándose
los dientes.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó
sorprendido.
Al escucharle ella levantó un dedo a
pidiéndole que esperara y cuando acabó y se limpió la boca con la toalla dijo
sorprendiéndole:
—No pretenderías que te besara con
los dientes sucios ¿no?
Dicho esto volvió corriendo de nuevo
a la cama, se tumbó como estaba y dijo ante un desconcertado Peter:
—¿Dónde nos habíamos quedado?
Divertido por las cosas que hacia se
tumbó de nuevo junio a ella y acercándose peligrosamente a su boca susurró, al
oler el fresco sabor de la pasta de dientes.
—Creo que ibas a besarme.
Dicho y hecho. Lali le echó los
brazos al cuello y tomando su boca con auténtica adoración le besó.
Durante unos segundos
degustó el sabor salado
y masculino de él, mientras notaba
cómo aquellas manos grandes subían tentadoramente por el interior de la
camiseta negra de Armani con la que dormía.
—Estaba deseando volver a tenerte
así, canija —susurró poniéndole la carne de gallina.
Ella suspiró encantada. A sus
treinta años había disfrutado del sexo, pero nunca, ningún hombre, había provocado
aquella candorosa sensación.
De pronto él
cerró sus manos
alrededor de sus costillas y eso le provocó una sonora
carcajada.
—No... cosquillas no, por
favorrrrrrrrrrrrr.
Cautivado por aquello,
en especial al ver como ella se
movía desconsoladamente entre sus manos, murmuró haciéndola reír con
más fuerza:
—Por el amor de Diorrrrrrrrr —dijo
él parodiando a Gasti—. ¿Tienes cosquillas?
Jadeando para
tomar aire ella, asintió y él
continuó cosquilleando la zona
mientras ella se revolvía
como una loca y
reía a
grandes carcajadas. Estuvieron
así unos segundos
hasta que finalmente y sin poder
evitarlo dejó caer su peso sobre e1 de ella y la besó. La camiseta negra de
Armani voló por los aires y la ropa de él, segundos después, siguió el mismo
itinerario. Excitados entre beso y beso por el tórrido momento, ella abrió sus
piernas y él, sabedor de lo que quería, sacó un preservativo de la masilla, lo
abrió y se lo puso. Sin mediar palabra, guió su duro pene hasta el calor que lo
enloquecía, y de un empellón que hizo que ambos se estremecieran, lo hundió en
Ella.
Enloquecida por el deseo que sentía,
clavó sus manos en aquellos poderosos hombros y se arqueó para ir a su
encuentro. Meció las caderas borracha de pasión dejándose llevar por el
momento. Excitado por la vehemencia en su entrega, Peter se hundió en ella una
y otra vez, hasta que la sintió vibrar entre sus manos y escuchó su suspiro de
satisfacción al llegar al clímax. Al ver que ella quedaba lasa y satisfecha
entre sus brazos, aceleró sus embestidas en busca de su propio placer mientras
sentía como a cada segundo, a cada roce, todo su cuerpo se erizaba. Poseerla en
su cama y sentirla suya era lo más maravilloso que le había ocurrido nunca y
cuando creyó que iba a explotar de placer, cayó sobre ella exhausto y feliz.
Segundos después, aún sobre ella,
Peter respiraba con dificultad. Fue a
apartarse para no aplastarla pero ella no le dejó.
—No... no te quites por favor.
—Pero te voy a aplastar.
—No. Tú solo abrázame —exigió.
Durante un buen rato descansaron en
silencio uno en brazos del otro sumidos en sus propios pensamientos, hasta que
finalmente Peter la besó en el cuello y susurró con una dulzona sonrisa:
—Cariño, si por un café he conseguido
esto, no quiero ni pensar lo que conseguiré de ti cuando te diga que además del
café sobre la bandeja hay una caja de galletas Oreo que tanto te gustan.
Ella rio a carcajadas. Diez minutos
después, los dos desayunaban sentados sobre la cama.
—Come más galletas canija, te
vendrán bien —animó Peter.
Lali miró con deleite las Oreo. Se
moría por comérselas, pero tras dar un sorbo a su café murmuró con resignación:
—No. Ya me he comido dos y...
Sin darle tiempo a terminar la
frase, Peter cogió una de las galletas y metiéndosela en la boca para su
sorpresa murmuró:
—Mastica y déjate de tonterías.
Tienes que alimentarle.
El
sabor dulce y fuerte de la Oreo hizo que se le contrajera el estómago. Cerró
los ojos, masticó la galleta y la disfruto.
Lucas se merece un buen golpe.
ResponderEliminarJjajajajaja,x un café lo tienen todo .
Las oreo ,jajajjajaja,a quien no le gustan,mmmmmmm.