lunes, 20 de octubre de 2014

Capítulo 49 y 50

Cuando el calor comenzó a humedecer sus frentes y parecía que ambos iban a explotar, Lali arqueándose  entre sus brazos gritó satisfecha al sentir un maravilloso  y devastador  orgasmo que endureció aún más a Peter. Sentir la humedad alrededor de su pene, ver su gesto sensual y notar como los músculos  internos de ella se aferraban a su miembro, le hizo perder el control y tras varias estocadas más, el atlético cuerpo del policía finalmente se tensó y tras soltar un varonil gruñido de satisfacción se liberó.

Apoyados  el  uno  contra  el  otro,  agolados  y  exhaustos  por  la  intensidad  de  lo  ocurrido, acompasaron sus respiraciones  mientras  sentían que la tensión vivida  en aquel  baño público  se relajaba. Había ocurrido lo inevitable. Lo que ambos habían deseado y ya no había vuelta atrás. Irguiéndose todavía más entre sus brazos, Lali le miró. Se le veía cansado y sin resuello, sin embargo, clavó su oscura mirada en ella y dijo con seguridad:
—Vayamos a mi casa.
No lo dudó. Salió del baño sin importarle las caras de sorpresa de las mujeres que golpeaban la puerta, y en especial la de Paula, la pechugona, que con gesto de enfado les seguía con la mirada. Feliz por ir cogida de la mano de Peter, y dispuesta a repetir lo que acababa de pasar instantes antes en el baño, pasó junto a Gasti, Eva y Menchu, les guiñó un ojo y se marchó.
La sesión de sexo entre dos amantes cuando se desean es fructífera e interminable, y eso fue lo que ocurrió. Guando llegaron a casa de él, su erótico juego de seducción continuó durante horas con grandes dosis de morbo, seducción y pasión. Sobre las cinco de la madrugada, agotados y felices, bajaron a la cocina para reponer fuerzas. Estaban hambrientos.
—¿Qué te apetece? —preguntó  él abriendo la nevera solo vestido con unos bóxer negros—. ¿Quieres que preparemos algo o prefieres leche con algún dulce?
La palabra dulce le hizo suspirar y acercándose provocativamente a él susurró mientras tocaba su duro abdomen y su sensual tatuaje del brazo.
—Mmm para dulce ya te tengo a ti.
Peter sonrió y besándola la izó sobre la encimera de la cocina e indicó:
—Si sigues mirándome así con esos preciosos ojos y diciéndome esas cosas, creo que al final me voy a decidir por comerte a ti. Por cierto, ¿te he dicho que tienes los ojos más marrones que he visto en mi vida?
—No... pero acabas de decírmelo.
Él soltó una risotada y hechizado por su pícaro gestó la besó y segundos después la camisa que ella llevaba cayó sobre la encimera.
—Peter... —rio al ver como rápidamente se animaba—. Comamos algo antes de que caigamos desfallecidos.
Divertido, la soltó y ella volvió a colocarse la camisa sobre los hombros. Una camisa que, por cierto, olía muy bien a él. Peter sacó de la nevera huevos y embutido, y de un armario, pan de molde y una caja con bollos.
—¿Quieres cocinar? —pregunto mirándola
—¡¿Yo?! —respondió sorprendida. Pero sin querer dar más explicaciones preguntó—: ¿Tienes mayonesa?
—Sí.
—¿Pavo?
—Sí.
—¿Y lechuga?
—También.
—¡Genial! Estoy hambrienta sonrió ella al ver la mesa repleta de comida.
—Come canija... come —rio divertido al verla animada abrir el bote de mayonesa.
Cinco minutos después, sorprendido, observó como ella  engullía con un apetito voraz un sándwich de  tres pisos con mayonesa, pavo y lechuga. Una vez acabó con aquello, mientras charlaban la vio dudar, pero finalmente cogió un paquete de galletas Oreo. Lo abrió con cuidado, sacó una de las oscuras y redondas galletas y acercándosela a la nariz murmuró:
—Mmm... ¡qué rico! Me encanta el dulce y las Oreo son mi debilidad. Peter preguntó sorprendido:
—¿Y por qué en casa de mi padre comiste tan poca tarta en el cumpleaños del abuelo? Si mal no recuerdo dijiste que no le gustaba el dulce.
Sonriendo como una chiquilla asintió y tras morder la galleta reveló:
—Adoro el dulce. ¡Me vuelvo loca por el dulce! Pero no puedo permitírmelo. Ya sabes, he de mantener la línea para mi público. Cuando firmo un contrato, no puedo incumplirlo   y eso significa no engordar más de cien gramos. Pero es que es ver estas galletas ¡y volverme loca!
Aquello a él le hizo gracia, pero calló. Era evidente que Lali era de complexión delgada y estaba seguro de que por mucho que comiera, poco engordaría.
—¿Qué tal se te presentan las Navidades? —preguntó Peter con curiosidad.
—Uf... pues como todos los años. Mi padre organizara una de sus grandes fiestas en la casa de Beverly Hills, y bueno, aunque no es lo que más me divierte asistiré y luego ya veré... —sin querer pensar en ello le miró y preguntó— ¿Y las tuyas?
Peter al pensar en ellas sonrió. Su familia para eso era muy tradicional.
—Familiares y llenas de regalitos como siempre. Además, este año libro todas las fiestas, por lo que  no  podré  escaparme  del  acoso  de  mis  hermanas  —sonrió  al  decir  aquello—.  Cenamos  y comemos durante todas las fiestas, ya sabes, Navidad, Nochevieja y Reyes en casa de mi padre. Es una tradición y, como tal, la respetamos. Pero vamos, no han comenzado y ya estoy deseando que llegue el día seis de enero para que mi vida vuelva a su normalidad y yo vuelva a recuperar mi independencia.
—Vaya... pues sí que lo celebráis —sonrió encantada con lo que oía.
—Demasiado —asintió él—. Mamá era una persona muy familiar y nos acostumbró a todos a reunimos  en esas fechas. Y aunque ella ya no está, lo seguimos  haciendo por papá y el abuelo. Bueno, la verdad, y aunque no lo confesaré nunca delante de mis hermanas, me gusta disfrutar de todos ellos en estas fiestas.
—Tienes suerte, mucha suerte —asintió al escucharle—. Yo no recuerdo haber tenido nunca unas Navidades tan familiares. Ni siquiera cuando mi madre vivía.
Peter no quiso  preguntar  sobre  aquello.  Recordó  haber  leído que la madre  de Lali  murió cuando ella era pequeña. Pero finalmente y tras un tenso silencio la joven mordisqueó con cuidado su galleta y murmuró:
—Mi madre murió cuando yo tenía seis años. No pudo soportar más la falta de atención de mi padre hacia ella y sin pensar en mí... se suicidó.
—Lo siento —susurró sin querer ahondar en el tema.
—Y yo —asintió con tristeza—. Yo lo sentiré toda mi vida
—Debió ser terrible. Eras una niña y...
—Lo fue —cortó ella. No le gustaba hablar de aquello—. ¿Pero sabes? A otros niños una desgracia así los marraría toda la vida, pero a mi me hizo ser fuerte y entender que la vida hay que vivirla y disfrutarla al máximo. Mi abuela me enseñó a no desaprovechar los momentos.
—¿Y tu padre? —preguntó al recordar al imponente hombre que apareció años atrás en Las
Vegas.
—Él y su magnifica mujer, Samantha, prefirieron sus fiestas y sus amigos a prestar atención a una niña. Mi  padre  se limitó  a hacer  conmigo  lo que hizo anteriormente  con mi madre...  nada. Siempre  me  considero  un problema  —recalcó  aquella  palabra—,  y prefirió  seguir  viviendo  su glamurosa vida en Los Angeles a cuidar de unos niños. Y cuando digo niños incluyo también a Gasti.
Mi tía se subió al carro de la fama de mi padre y bueno.... —al ver que una extraña tristeza la embargaba se retiró el pelo de la cara y asintió con decisión—. Sinceramente con mi abuela y su cariño, a mi primo y a mí no nos faltó nada. Aunque desde que ella no está, ya nada es igual y...
—Lo siento, canija, lo siento mucho —susurró con cariño al sentir su tristeza. Sabía poco de ella, pero por lo poco que le contaba, sus vidas no podían haber sido más diferentes.
—Bah. No te preocupes. Todo eso ya está superado. Soy adulta e intento vivir la vida lo mejor que puedo —y para desviar el tema dijo animada—: Este año en Navidad, asistiremos a la fiesta que organiza un amigo de Gasti en el Plumber. Estoy segura de que será muy divertido. Por cierto, ¿te gustaría venir con nosotros?
Aquella invitación le pilló a Peter tan de sorpresa que solo pudo decir:
—Me halaga tu invitación, pero mi Navidad esta aquí, con los míos.
Lali asintió. Le entendía. Si su abuela continuara viva, no se plantearía fallarle nunca. Durante más de veinte minutos hablaron sobre sus distintas familias, hasta que ella recordó algo, cogió su bolso, y lo sacó:
—Toma. Esto es para ti.
—¿Para mi? ¿Qué es? —y al abrirlo sonrió.
—Eran unos CDs de música. Marvin Gaye, Ray Charles y alguno mas. La joven, al percibir que su regalo le bahía hecho gracia, le quito uno y pregunto;
—¿Dónde tienes el equipo de música?
—En el salón y en el dormitorio.
Con gesto pícaro cogió un pañuelo de seda de su bolso Loewe, le miró y preguntó:
—¿Me permites que te enseñe la música que me gusta a mí?
—Por supuesto, pero ya sabes que lo mío es el heavy metal.
Ella le tendió la mano y él, captando la indirecta, se la cogió y la guío hasta el equipo del salón. Una vez allí, sonrió con picardía.
—Voy a taparte los ojos con este pañuelo —dijo.
—¡¿Cómo?! —preguntó sorprendido.
—Solo quiero que te centres en lo que vas a oír, no pienses cosas raras ¿vale?
—Me van las cosas raras ¿no lo sabías?—rio atrayéndola para besarla.
—Quita y escucha —sonrió divertida tras besarle.
Sin entender bien lo que iba a hacer se agachó para que ella le tapara los ojos con el suave pañuelo quedándose parado en medio del salón. Una vez le tapó los ojos ella abrió el CD de música y tras  sacarlo de  su estuche  e  introducirlo en el  equipo, pulso  play.  Los  primeros acordes comenzaron a sonar, y divertido por aquel juego sintió que ella le echaba los brazos al cuello cuando la escuchó susurrar en su oído.
—No hables. Déjate llevar por la melodía y disfrútala.
Sin más, comenzaron a bailar muy pegados en el salón, mientras escuchaban la sugerente voz de Beyoncé cantando aquel lento y sensual R&B.
At Last my love. has come along/Al fin mi amor ha llegado
My lonely days are over/ Mis días solitarios han acabado
And life is like a song /Y la vida es como una canción
At Last [...J/Al fin [...]
Aturdido por su cercanía, su suave olor y la letra de la canción, Peter hizo lo que ella decía y se dejó llevar por la música. Aquel ritmo lento y sensual. Aquella voz pausada y llena de emoción y la suavidad de la mujer que tenia entre los brazos le hicieron sentir cosas que hasta ese instante nunca había imaginado. Particularmente nunca había creído en lo que la gente denominaba amor, pero de pronto, una necesidad extraña de protegerla se instaló en su estómago al bailar con ella aquella canción.
[...]
You smile, you smile / Tú sonríes, tú sonríes
Oh, and then the spell was cast/ Oh, y me hechizaste And here we are in heaven / Y aquí estamos en el cielo For you are mine at last/ Porque eres mío, por fin
Mientras duró la canción, ninguno de los dos habló. Simplemente bailaron y disfrutaron de uno de aquellos  momentos  mágicos  que la vida regala con dosificador,  donde sobraba todo excepto ellos dos y aquella canción. Con los ojos aún vendados le repartió dulces y calientes besos por el cuello, mientras sentía unos deseos irrefrenables de tumbarla en el suelo y hacerle el amor. Ninguna mujer le había hecho sentirse tan vulnerable y eso le tensó. Lali, aquella mujer inalcanzable, en pocas horas había conseguido derribar las defensas que durante años ninguna fémina derribó y eso comenzó a preocuparle. Pero dispuesto a disfrutar del momento y de la compañía, simplemente se dejó llevar. Cuando la sensual melodía acabó, Lali abrió los ojos con el corazón latiéndole a mil y aún entre sus brazos preguntó quitándole con delicadeza el pañuelo de los ojos:
—¿Te ha gustado la canción?
Sorprendido  porque  hubiera  terminado  y estuviera  aún sobrecogido  por  el momento  vivido, Peter, abrió los ojos y la miró. ¿Qué había pasado allí? Nunca se había dejado cautivar así por una melodía, ni por una mujer, y ella lo había conseguido con una simple canción. La gran diva del cine americano, aquella que la miraba con sus preciosos ojos marrones, con algo tan sencillo como una canción,  le  estaba  desbaratando  el  corazón.  Entonces  lo  supo,  tenía  un grave  problema,  pero intentando aparentar normalidad respondió con voz ronca:
—Me ha encantado.
Aturdida por el efecto causado al bailar, se separó de él unos centímetros intentando poner sus ideas en orden.
—Adoro esta canción.
—Es bonita, canija... tan bonita como tú.
Tratando de romper aquel momento mágico, Lali se desbloqueó y sonrió como si no hubiera ocurrido nada especial entre ellos.
—Yo la utilizo para relajarme. Si estoy tensa por un rodaje me la pongo veinte veces seguidas y me relaja. Recuérdalo. Cuando estés tenso esta canción te destensará. Venga, volvamos a la cocina —animó ella.
Desconcertado por las irrefrenables ganas que sentía de abrazarla y protegerla la siguió. Ya en la cocina, ella, nerviosa, sacó su pitillera del bolso y se encendió un cigarrillo y al ver el gesto de Peter, dijo antes de que él pudiera abrir la boca:
—Me lo voy a fumar, quieras tú o no.
Levantando las manos sonrió y mientras ella fumaba, él se encargó de guardar las sobras de lo que se habían preparado  en el frigorífico,  mientras  intentaba  ordenar  sus ideas. ¿Qué demonios había pasado en el salón? Recogió la mesa y se sentó frente a ella, turbado:
—¿ibas a marcharte sin despedirte?
—Sí...
—¿Por qué?
—No lo creí oportuno.
—Aprecio tu sinceridad.
Al sentir su desconcertada mirada, se retiró el pelo de la cara de aquella manera que a él tanto le gustaba y aclaró:
—¿Cómo iba a despedirme de ti con lo que nos dijimos el último día que nos vimos? —y con una media sonrisa murmuró—: Y siento que por mi culpa bajaras tu listón en cuanto a tus conquistas.
Escuchar aquel reproche le hizo sonreír y añadió:
—Eso que dije fue una tontería. Créeme.
—Vaya... —susurró al escucharle.
—Tú eres preciosa y lo sabes. Y...
—Pero no exuberante —cortó ella.
—Lali, tú eres mucho mejor que todo eso. Créeme. Y te pido disculpas por lo que te dije. Fue imperdonable y estaba fuera de lugar —aclaró.
—Perdonado  —murmuró  deleitándose  en su sensual  mirada—.  Por mi parte, espero que me disculpes por lo que yo también te dije.
—Perdonada.
Su mirada y la dulzura de su sonrisa provocaban que el corazón de Lali latiera desbocado. Peter era tan natural, tan atento y tan auténtico que era imposible no enamorarse de él. Sin poder evitarlo miró el reloj digital de la cocina. Las seis menos cuarto. En unas horas debería regresar al parador donde la esperaba su primo. Peter al ver hacia donde enfocaba su mirada y cómo fruncía el ceño preguntó:
—¿A qué hora sale tu avión?
—A las ocho y media de la tarde —respondió antes de resoplar—. Queremos salir a las cinco y media del parador para llegar con tiempo al aeropuerto.
—¿Irás en jet privado?
—No. Gasti ha sacado billetes en un avión comercial. Eso sí, en Bussines Class— rio al decir aquello aunque después murmuró—: Estoy segura que ya  habrá decenas de  periodistas en el aeropuerto esperándome. ¿Cómo se enterarán siempre?
Aquel comentario y, en especial, sus graciosos ojos marrones le hicieron sonreír.
—Es  su trabajo.  Deben estar  informados  para  poder  dar  la noticia  —dijo  recordando  a su hermana Eva.
—Pero Peter, ¿qué importancia tiene sacarme caminando por el aeropuerto?
Aunque  él  estaba  convencido  de que  ella  tenia  razón,  sabía  que  el  mundo  del  papel  cuché funcionaba así. Se encogió de hombros y tras una sonrisa maravillosa indicó:
—Eres Mariana Espósito. Una de las grandes divas de Hollywood. No lo olvides.
—No lo olvido. Aunque a veces ante las impertinentes preguntas de los periodistas me gustaría gritarles: ¿Y a ti qué te importa?
—Hazlo —sonrio él.
—No puedo. Bueno más bien, no debo.
—Ah, no... —se mofó el,
—Pues no. Cualquier mal gesto, cualquier palabra más alta de lo normal, se escudriña en busca de un doble o triple significado ¡si yo te contara! —dijo sonriendo, y él le correspondió con otra sonrisa—. A veces me gustaría simplemente ser Lali. Solo Lali —susurró.
Peter se levantó de su silla, se acercó hasta ella y poniéndose en cuclillas murmuró:
—Nos queda poco tiempo. Apenas unas horas para estar juntos.
—Si.
Se miraron y durante unos segundos ninguno habló.
—Es una pena que tengas que marcharte —dijo finalmente Peter rompiendo el silencio. Lali asintió.
—He de regresar. Creo... creo que lo mejor es que ambos retomemos  nuestras vidas cuanto antes.
Perdiéndose en la calidez de sus ojos, Peter lo lamentó. Apenas la conocía, pero lo que ella le había transmitido nada tenía que ver con la feliz y alocada vida que conocía de ella a través de la prensa. Le gustaría conocerla mejor pero solo pensarlo era una locura. Sus vidas eran tan dispares que era imposible pensar en algo más. Dispuesto a hacerla sonreír el tiempo que estuvieran juntos, por sorpresa, la aupó entre sus brazos.
—¡Ehhh! —gritó ella divertida.
Subiendo las escaleras con ella entre sus brazos un encantado y natural Peter, tras besarla en la nariz murmuró aún excitado por lo ocurrido minutos antes en el salón:
—Tengo más hambre y como me he dado cuenta que hoy eres mi debilidad, he decidido comerte a ti.
Subieron entre risas a la planta de arriba y, sobre la enorme cama de la habitación de Peter, hicieron apasionadamente el amor.
Con tristeza, hastío y desgana, Peter la llevó al parador a las ocho y diez de la mañana mientras escuchaban Aerosmith en el coche. El día era oscuro y gris y amenazaba con lluvia. A las nueve tenía que estar en la base de Guadalajara para dar una clase teórica sobre armamento a un grupo de geos. Por primera vez desde que entró en aquel cuerpo de élite Peter deseó poder olvidarse del trabajo. Pero no, no podía hacerlo. Muchos hombres y en especial muchas vidas dependían de que él cumpliera con lo estipulado.
En el interior del coche los dos se besaban incapaces de despedirse cuando el CD se acabó y se escuchó en la radio.
Gorrioncito que melancolía.
En tus ojos muere el día ya [...] yo sin ti... moriré.
Sin saber por qué los dos se miraron y supieron que estaban retrasando la despedida. Finalmente Peter suspiró.
—Me ha encantado volver a verte, a pesar de que al principio pensé que serías una auténtica molestia —dijo.
—Lo sé, me lo hiciste saber, en especial cuando te perseguía haciendo footing por el campo —murmuró haciéndole reír.
—Te pido disculpas por ello. A veces soy algo...
—¿Rudo? ¿Descortés? ¿Grosero? —preguntó divertida.
—Canija, si sigues diciéndome esas cosas tan amables, te juro que te volveré a tapar la boca con lo que tú ya sabes.
Recordar aquel momento y, en especial, la cinta americana les hizo sonreír.
—¿Sabes?
—¿Que?
—Me encanta que me llames canija... me gusta mucho.
—Estrellita me quedo claro que no —se mofó él mientras la voz de Sergio Dalma inundaba el interior del coche—. Por cierto, gracias por los CD de música, creo que van a gustarme mucho.
—Vaya... me alegra saberlo…
Ambos sonrieron, pero  la  tensión acumulada por  el  momento se  percibía en sus  rostros. Finalmente, la joven intentando desviar el tema dijo;
—Por cierto, despídeme de tu familia —abriendo su bolso, sacó una agenda y de ella una foto suya en la que escribió algo y se la entregó—: Toma, dásela a Nicolás para su mujer. Se lo prometí.
Peter asintió. Pensó en pedirle una para él, pero finalmente desistió. Mejor no.
—... y dile a tu padre y al abuelo Goyo que siento lo de la fabada. Aunque casi es mejor no haberles hecho pasar por esa terrible experiencia —se mofó.
—Se lo  diré —rio él—. Pero conociéndolos sentirán mucho no  haber podido despedirse personalmente de ti. En especial el abuelo. En ti había encontrado una aliada para fumar.
Emocionada asintió y dándole vueltas a las gafas que tenía en sus manos murmuró:
—No les digas la verdad de quién soy. Creo que les decepcionaría y...
—Nunca  les  decepcionarías.  Pero,  tranquila,  nuestro  secreto  seguirá  siendo  nuestro.  Te  lo prometo.  Aunque  sé  que  mis  hermanas  me  someterán  al  tercer  grado  durante  algún  tiempo preguntándome por ti.
Pensar en aquellas  personas  que la habían tratado como a una más de la familia sin apenas conocerla, la emocionó. Y, sin poder evitarlo, los ojos se le encharcaron de lágrimas.
—Peter, tienes una familia increíble. Cuídales mucho.
Al ver sus vidriosos ojos la atrajo hacia sí y la abrazó. Aquella mujer a pesar de vivir rodeada de lujo y glamour, debía sentirse muy sola... demasiado sola. Conmovido por el momento la besó en la cabeza y susurró:
—Eh... canija. ¿Desde cuándo una diva del cine llora?
Secándose rápidamente las lágrimas de sus azulados ojos, sonrió y dijo a modo de disculpa:
—Soy una sensiblera. Tenías que haberme visto cuando gané el Globo de Oro. Estuve llorando un mes. Es más, cada vez que veo la estatuilla sobre la chimenea de mi habitación, aún lloro.
—Pues estás nominada a los Oscar. ¿Qué harás si ganas? —bromeó él.
—Llorar a mares.
—Te propongo algo mejor —rio el—. Cuando sientas que estás a punto de llorar y no quieras hacerlo, piensa en algo o alguien divertido y eso te hará sonreír. Pruébalo. Es efectivo.
—Vale... lo recordaré.
Sin poder evitarlo volvió a besarla. Iba a echar de menos aquella dulzura y, en especial, su chispa para hacerle sonreír. Algo que pocas mujeres conseguían. Cuando se separó de ella murmuró mirándola a los ojos:
—Volver a verte ha sido lo mejor que me ha ocurrido en mucho tiempo. Lo mejor —insistió—. Y, por  mucho  que  me gustaría  que  te quedaras,  es mejor  que  te marches  porque,  sinceramente Lali, yo no tengo nada que ofrecerte. Nada.
El nudo de emociones que pugnaba por salir de su garganta solo le permitió asentir. Él tenía razón. Era mejor acabar cuanto antes con aquello. Las despedidas nunca le habían gustado y aquella no  estaba  siendo  nada  fácil.  Tantos  sentimientos  pululando  a  su  antojo  estaban  empezando desquiciarla.
Peter, intentando mantener su autocontrol y disciplina, algo para lo que estaba muy preparado por su trabajo, con una candorosa sonrisa indicó:
—Si vuelves a venir a España, ya sea por la promoción de alguna película o simplemente porque te apetezca volver a comer en mi cocina un sándwich de pavo, lechuga y mayonesa, por favor, házmelo saber ¿de acuerdo?
—Por supuesto —asintió con una triste sonrisa.
No quería apartar sus ojos de él. Quería retener todos y cada uno de los detalles de aquel hombre. Deseaba grabar su perfume, su sonrisa... todo, pero los minutos en el reloj pasaban y él tenía que marcharse, Lali decidió terminar con aquella agonía. Él lo había dejado muy claro, no tenía nada que ofrecerle. Abrió la puerta del coche, y le dio un rápido beso en los labios.
—Peter... es mejor que me vaya, si no al final llegarás tarde a trabajar, y entonces sí que pensarás que he sido una molestia —él sonrió— Mira, no te voy a decir adiós, porque nunca me ha gustado esa palabra, mejor lo dejamos en un hasta pronto. ¿De acuerdo?
—Hasta pronto, estrellita —respondió él con voz ronca.

Con una teatral sonrisa en los labios, Lali cerró la puerta del coche y una vez fuera movió la mano a modo de despedida. Durante unos segundos la observó. Necesitaba tanto como ella recordar todos  y cada  uno sus preciosos  rasgos.  Pero, finalmente,  al verla  caminar  hacia  el interior  del parador, quitó la radio y aquella triste canción y pulsó play en el reproductor del coche. La música cañera de Metallica le hizo despertar. Pisó el acelerador y se marchó. El mundo debía de continuar incluso sin ella.

2 comentarios:

  1. Espero k duren poco separados ,xk los dos van a sufrir.
    Me sale verificador d palabras,¿Podrías quitarlo?.
    Gracias!!!

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    1. He revisado la configuración y la he quitado, pero sigue el problema, no se que hace.

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