Cuando el calor comenzó a humedecer sus frentes
y parecía que ambos iban a explotar, Lali arqueándose entre sus brazos gritó satisfecha al sentir
un maravilloso y devastador orgasmo que endureció aún más a Peter. Sentir
la humedad alrededor de su pene, ver su gesto sensual y notar como los
músculos internos de ella se aferraban a
su miembro, le hizo perder el control y tras varias estocadas más, el atlético
cuerpo del policía finalmente se tensó y tras soltar un varonil gruñido de
satisfacción se liberó.
Apoyados
el uno contra
el otro, agolados
y exhaustos por la intensidad
de lo ocurrido, acompasaron sus respiraciones mientras
sentían que la tensión vivida en
aquel baño público se relajaba. Había ocurrido lo inevitable. Lo
que ambos habían deseado y ya no había vuelta atrás. Irguiéndose todavía más
entre sus brazos, Lali le miró. Se le veía cansado y sin resuello, sin embargo,
clavó su oscura mirada en ella y dijo con seguridad:
—Vayamos a mi casa.
No lo dudó. Salió del baño sin importarle las
caras de sorpresa de las mujeres que golpeaban la puerta, y en especial la de
Paula, la pechugona, que con gesto de enfado les seguía con la mirada. Feliz
por ir cogida de la mano de Peter, y dispuesta a repetir lo que acababa de
pasar instantes antes en el baño, pasó junto a Gasti, Eva y Menchu, les guiñó
un ojo y se marchó.
La sesión de sexo entre dos amantes cuando se
desean es fructífera e interminable, y eso fue lo que ocurrió. Guando llegaron
a casa de él, su erótico juego de seducción continuó durante horas con grandes
dosis de morbo, seducción y pasión. Sobre las cinco de la madrugada, agotados y
felices, bajaron a la cocina para reponer fuerzas. Estaban hambrientos.
—¿Qué te apetece? —preguntó él abriendo la nevera solo vestido con unos bóxer
negros—. ¿Quieres que preparemos algo o prefieres leche con algún dulce?
La palabra dulce le hizo suspirar y acercándose
provocativamente a él susurró mientras tocaba su duro abdomen y su sensual
tatuaje del brazo.
—Mmm para dulce ya te tengo a ti.
Peter sonrió y besándola la izó sobre la
encimera de la cocina e indicó:
—Si sigues mirándome así con esos preciosos ojos
y diciéndome esas cosas, creo que al final me voy a decidir por comerte a ti.
Por cierto, ¿te he dicho que tienes los ojos más marrones que he visto en mi
vida?
—No... pero acabas de decírmelo.
Él soltó una risotada y hechizado por su pícaro
gestó la besó y segundos después la camisa que ella llevaba cayó sobre la
encimera.
—Peter... —rio al ver como rápidamente se
animaba—. Comamos algo antes de que caigamos desfallecidos.
Divertido, la soltó y ella volvió a colocarse la
camisa sobre los hombros. Una camisa que, por cierto, olía muy bien a él. Peter
sacó de la nevera huevos y embutido, y de un armario, pan de molde y una caja
con bollos.
—¿Quieres cocinar? —pregunto mirándola
—¡¿Yo?! —respondió sorprendida. Pero sin querer
dar más explicaciones preguntó—: ¿Tienes mayonesa?
—Sí.
—¿Pavo?
—Sí.
—¿Y lechuga?
—También.
—¡Genial! Estoy hambrienta sonrió ella al ver la
mesa repleta de comida.
—Come canija... come —rio divertido al verla
animada abrir el bote de mayonesa.
Cinco minutos después, sorprendido, observó como
ella engullía con un apetito voraz un
sándwich de tres pisos con mayonesa,
pavo y lechuga. Una vez acabó con aquello, mientras charlaban la vio dudar,
pero finalmente cogió un paquete de galletas Oreo. Lo abrió con cuidado, sacó
una de las oscuras y redondas galletas y acercándosela a la nariz murmuró:
—Mmm... ¡qué rico! Me encanta el dulce y las
Oreo son mi debilidad. Peter preguntó sorprendido:
—¿Y por qué en casa de mi padre comiste tan poca
tarta en el cumpleaños del abuelo? Si mal no recuerdo dijiste que no le gustaba
el dulce.
Sonriendo como una chiquilla asintió y tras
morder la galleta reveló:
—Adoro el dulce. ¡Me vuelvo loca por el dulce!
Pero no puedo permitírmelo. Ya sabes, he de mantener la línea para mi público.
Cuando firmo un contrato, no puedo incumplirlo
y eso significa no engordar más de cien gramos. Pero es que es ver estas
galletas ¡y volverme loca!
Aquello a él le hizo gracia, pero calló. Era
evidente que Lali era de complexión delgada y estaba seguro de que por mucho
que comiera, poco engordaría.
—¿Qué tal se te presentan las Navidades?
—preguntó Peter con curiosidad.
—Uf... pues como todos los años. Mi padre
organizara una de sus grandes fiestas en la casa de Beverly Hills, y bueno,
aunque no es lo que más me divierte asistiré y luego ya veré... —sin querer
pensar en ello le miró y preguntó— ¿Y las tuyas?
Peter al pensar en ellas sonrió. Su familia para
eso era muy tradicional.
—Familiares y llenas de regalitos como siempre.
Además, este año libro todas las fiestas, por lo que no
podré escaparme del
acoso de mis
hermanas —sonrió al
decir aquello—. Cenamos
y comemos durante todas las fiestas, ya sabes, Navidad, Nochevieja y
Reyes en casa de mi padre. Es una tradición y, como tal, la respetamos. Pero
vamos, no han comenzado y ya estoy deseando que llegue el día seis de enero
para que mi vida vuelva a su normalidad y yo vuelva a recuperar mi
independencia.
—Vaya... pues sí que lo celebráis —sonrió
encantada con lo que oía.
—Demasiado —asintió él—. Mamá era una persona
muy familiar y nos acostumbró a todos a reunimos en esas fechas. Y aunque ella ya no está, lo
seguimos haciendo por papá y el abuelo.
Bueno, la verdad, y aunque no lo confesaré nunca delante de mis hermanas, me
gusta disfrutar de todos ellos en estas fiestas.
—Tienes suerte, mucha suerte —asintió al
escucharle—. Yo no recuerdo haber tenido nunca unas Navidades tan familiares.
Ni siquiera cuando mi madre vivía.
Peter no quiso
preguntar sobre aquello.
Recordó haber leído que la madre de Lali
murió cuando ella era pequeña. Pero finalmente y tras un tenso silencio
la joven mordisqueó con cuidado su galleta y murmuró:
—Mi madre murió cuando yo tenía seis años. No
pudo soportar más la falta de atención de mi padre hacia ella y sin pensar en
mí... se suicidó.
—Lo siento —susurró sin querer ahondar en el
tema.
—Y yo —asintió con tristeza—. Yo lo sentiré toda
mi vida
—Debió ser terrible. Eras una niña y...
—Lo fue —cortó ella. No le gustaba hablar de
aquello—. ¿Pero sabes? A otros niños una desgracia así los marraría toda la
vida, pero a mi me hizo ser fuerte y entender que la vida hay que vivirla y
disfrutarla al máximo. Mi abuela me enseñó a no desaprovechar los momentos.
—¿Y tu padre? —preguntó al recordar al imponente
hombre que apareció años atrás en Las
Vegas.
—Él y su magnifica mujer, Samantha, prefirieron
sus fiestas y sus amigos a prestar atención a una niña. Mi padre
se limitó a hacer conmigo
lo que hizo anteriormente con mi
madre... nada. Siempre me
considero un problema —recalcó
aquella palabra—, y prefirió
seguir viviendo su glamurosa vida en Los Angeles a cuidar de
unos niños. Y cuando digo niños incluyo también a Gasti.
Mi tía se subió al carro de la fama de mi padre
y bueno.... —al ver que una extraña tristeza la embargaba se retiró el pelo de
la cara y asintió con decisión—. Sinceramente con mi abuela y su cariño, a mi
primo y a mí no nos faltó nada. Aunque desde que ella no está, ya nada es igual
y...
—Lo siento, canija, lo siento mucho —susurró con
cariño al sentir su tristeza. Sabía poco de ella, pero por lo poco que le
contaba, sus vidas no podían haber sido más diferentes.
—Bah. No te preocupes. Todo eso ya está
superado. Soy adulta e intento vivir la vida lo mejor que puedo —y para desviar
el tema dijo animada—: Este año en Navidad, asistiremos a la fiesta que
organiza un amigo de Gasti en el Plumber. Estoy segura de que será muy
divertido. Por cierto, ¿te gustaría venir con nosotros?
Aquella invitación le pilló a Peter tan de
sorpresa que solo pudo decir:
—Me halaga tu invitación, pero mi Navidad esta
aquí, con los míos.
Lali asintió. Le entendía. Si su abuela
continuara viva, no se plantearía fallarle nunca. Durante más de veinte minutos
hablaron sobre sus distintas familias, hasta que ella recordó algo, cogió su
bolso, y lo sacó:
—Toma. Esto es para ti.
—¿Para mi? ¿Qué es? —y al abrirlo sonrió.
—Eran unos CDs de música. Marvin Gaye, Ray
Charles y alguno mas. La joven, al percibir que su regalo le bahía hecho
gracia, le quito uno y pregunto;
—¿Dónde tienes el equipo de música?
—En el salón y en el dormitorio.
Con gesto pícaro cogió un pañuelo de seda de su
bolso Loewe, le miró y preguntó:
—¿Me permites que te enseñe la música que me
gusta a mí?
—Por supuesto, pero ya sabes que lo mío es el
heavy metal.
Ella le tendió la mano y él, captando la
indirecta, se la cogió y la guío hasta el equipo del salón. Una vez allí,
sonrió con picardía.
—Voy a taparte los ojos con este pañuelo —dijo.
—¡¿Cómo?! —preguntó sorprendido.
—Solo quiero que te centres en lo que vas a oír,
no pienses cosas raras ¿vale?
—Me van las cosas raras ¿no lo sabías?—rio
atrayéndola para besarla.
—Quita y escucha —sonrió divertida tras besarle.
Sin entender bien lo que iba a hacer se agachó
para que ella le tapara los ojos con el suave pañuelo quedándose parado en
medio del salón. Una vez le tapó los ojos ella abrió el CD de música y
tras sacarlo de su estuche
e introducirlo en el equipo, pulso
play. Los primeros acordes comenzaron a sonar, y
divertido por aquel juego sintió que ella le echaba los brazos al cuello cuando
la escuchó susurrar en su oído.
—No hables. Déjate llevar por la melodía y
disfrútala.
Sin más, comenzaron a bailar muy pegados en el
salón, mientras escuchaban la sugerente voz de Beyoncé cantando aquel lento y
sensual R&B.
At Last my
love. has come along/Al fin mi amor ha llegado
My lonely
days are over/ Mis días solitarios han acabado
And life is
like a song /Y la vida es como una canción
At Last
[...J/Al fin [...]
Aturdido por su cercanía, su suave olor y la
letra de la canción, Peter hizo lo que ella decía y se dejó llevar por la
música. Aquel ritmo lento y sensual. Aquella voz pausada y llena de emoción y
la suavidad de la mujer que tenia entre los brazos le hicieron sentir cosas que
hasta ese instante nunca había imaginado. Particularmente nunca había creído en
lo que la gente denominaba amor, pero de pronto, una necesidad extraña de
protegerla se instaló en su estómago al bailar con ella aquella canción.
[...]
You smile,
you smile / Tú sonríes, tú sonríes
Oh, and then
the spell was cast/ Oh, y me hechizaste And here we are in heaven / Y aquí
estamos en el cielo For you are mine at last/ Porque eres mío, por fin
Mientras duró la canción, ninguno de los dos
habló. Simplemente bailaron y disfrutaron de uno de aquellos momentos
mágicos que la vida regala con
dosificador, donde sobraba todo excepto
ellos dos y aquella canción. Con los ojos aún vendados le repartió dulces y
calientes besos por el cuello, mientras sentía unos deseos irrefrenables de
tumbarla en el suelo y hacerle el amor. Ninguna mujer le había hecho sentirse
tan vulnerable y eso le tensó. Lali, aquella mujer inalcanzable, en pocas horas
había conseguido derribar las defensas que durante años ninguna fémina derribó
y eso comenzó a preocuparle. Pero dispuesto a disfrutar del momento y de la
compañía, simplemente se dejó llevar. Cuando la sensual melodía acabó, Lali
abrió los ojos con el corazón latiéndole a mil y aún entre sus brazos preguntó
quitándole con delicadeza el pañuelo de los ojos:
—¿Te ha gustado la canción?
Sorprendido
porque hubiera terminado
y estuviera aún sobrecogido por el
momento vivido, Peter, abrió los ojos y
la miró. ¿Qué había pasado allí? Nunca se había dejado cautivar así por una
melodía, ni por una mujer, y ella lo había conseguido con una simple canción.
La gran diva del cine americano, aquella que la miraba con sus preciosos ojos
marrones, con algo tan sencillo como una canción, le estaba desbaratando
el corazón. Entonces
lo supo, tenía
un grave problema, pero intentando aparentar normalidad
respondió con voz ronca:
—Me ha encantado.
Aturdida por el efecto causado al bailar, se
separó de él unos centímetros intentando poner sus ideas en orden.
—Adoro esta canción.
—Es bonita, canija... tan bonita como tú.
Tratando de romper aquel momento mágico, Lali se
desbloqueó y sonrió como si no hubiera ocurrido nada especial entre ellos.
—Yo la utilizo para relajarme. Si estoy tensa
por un rodaje me la pongo veinte veces seguidas y me relaja. Recuérdalo. Cuando
estés tenso esta canción te destensará. Venga, volvamos a la cocina —animó
ella.
Desconcertado por las irrefrenables ganas que
sentía de abrazarla y protegerla la siguió. Ya en la cocina, ella, nerviosa,
sacó su pitillera del bolso y se encendió un cigarrillo y al ver el gesto de Peter,
dijo antes de que él pudiera abrir la boca:
—Me lo voy a fumar, quieras tú o no.
Levantando las manos sonrió y mientras ella
fumaba, él se encargó de guardar las sobras de lo que se habían preparado en el frigorífico, mientras
intentaba ordenar sus ideas. ¿Qué demonios había pasado en el
salón? Recogió la mesa y se sentó frente a ella, turbado:
—¿ibas a marcharte sin despedirte?
—Sí...
—¿Por qué?
—No lo creí oportuno.
—Aprecio tu sinceridad.
Al sentir su desconcertada mirada, se retiró el
pelo de la cara de aquella manera que a él tanto le gustaba y aclaró:
—¿Cómo iba a despedirme de ti con lo que nos
dijimos el último día que nos vimos? —y con una media sonrisa murmuró—: Y
siento que por mi culpa bajaras tu listón en cuanto a tus conquistas.
Escuchar aquel reproche le hizo sonreír y
añadió:
—Eso que dije fue una tontería. Créeme.
—Vaya... —susurró al escucharle.
—Tú eres preciosa y lo sabes. Y...
—Pero no exuberante —cortó ella.
—Lali, tú eres mucho mejor que todo eso. Créeme.
Y te pido disculpas por lo que te dije. Fue imperdonable y estaba fuera de
lugar —aclaró.
—Perdonado
—murmuró deleitándose en su sensual
mirada—. Por mi parte, espero que
me disculpes por lo que yo también te dije.
—Perdonada.
Su mirada y la dulzura de su sonrisa provocaban
que el corazón de Lali latiera desbocado. Peter era tan natural, tan atento y
tan auténtico que era imposible no enamorarse de él. Sin poder evitarlo miró el
reloj digital de la cocina. Las seis menos cuarto. En unas horas debería
regresar al parador donde la esperaba su primo. Peter al ver hacia donde
enfocaba su mirada y cómo fruncía el ceño preguntó:
—¿A qué hora sale tu avión?
—A las ocho y media de la tarde —respondió antes
de resoplar—. Queremos salir a las cinco y media del parador para llegar con
tiempo al aeropuerto.
—¿Irás en jet privado?
—No. Gasti ha sacado billetes en un avión
comercial. Eso sí, en Bussines Class— rio al decir aquello aunque después
murmuró—: Estoy segura que ya habrá
decenas de periodistas en el aeropuerto
esperándome. ¿Cómo se enterarán siempre?
Aquel comentario y, en especial, sus graciosos
ojos marrones le hicieron sonreír.
—Es su
trabajo. Deben estar informados
para poder dar la
noticia —dijo recordando
a su hermana Eva.
—Pero Peter, ¿qué importancia tiene sacarme
caminando por el aeropuerto?
Aunque
él estaba convencido
de que ella tenia
razón, sabía que
el mundo del
papel cuché funcionaba así. Se
encogió de hombros y tras una sonrisa maravillosa indicó:
—Eres Mariana Espósito. Una de las grandes divas
de Hollywood. No lo olvides.
—No lo olvido. Aunque a veces ante las
impertinentes preguntas de los periodistas me gustaría gritarles: ¿Y a ti qué
te importa?
—Hazlo —sonrio él.
—No puedo. Bueno más bien, no debo.
—Ah, no... —se mofó el,
—Pues no. Cualquier mal gesto, cualquier palabra
más alta de lo normal, se escudriña en busca de un doble o triple significado
¡si yo te contara! —dijo sonriendo, y él le correspondió con otra sonrisa—. A
veces me gustaría simplemente ser Lali. Solo Lali —susurró.
Peter se levantó de su silla, se acercó hasta
ella y poniéndose en cuclillas murmuró:
—Nos queda poco tiempo. Apenas unas horas para
estar juntos.
—Si.
Se miraron y durante unos segundos ninguno
habló.
—Es una pena que tengas que marcharte —dijo
finalmente Peter rompiendo el silencio. Lali asintió.
—He de regresar. Creo... creo que lo mejor es
que ambos retomemos nuestras vidas
cuanto antes.
Perdiéndose en la calidez de sus ojos, Peter lo
lamentó. Apenas la conocía, pero lo que ella le había transmitido nada tenía
que ver con la feliz y alocada vida que conocía de ella a través de la prensa.
Le gustaría conocerla mejor pero solo pensarlo era una locura. Sus vidas eran
tan dispares que era imposible pensar en algo más. Dispuesto a hacerla sonreír
el tiempo que estuvieran juntos, por sorpresa, la aupó entre sus brazos.
—¡Ehhh! —gritó ella divertida.
Subiendo las escaleras con ella entre sus brazos
un encantado y natural Peter, tras besarla en la nariz murmuró aún excitado por
lo ocurrido minutos antes en el salón:
—Tengo más hambre y como me he dado cuenta que
hoy eres mi debilidad, he decidido comerte a ti.
Subieron entre risas a la planta de arriba y,
sobre la enorme cama de la habitación de Peter, hicieron apasionadamente el
amor.
Con tristeza, hastío y desgana, Peter la llevó
al parador a las ocho y diez de la mañana mientras escuchaban Aerosmith en el
coche. El día era oscuro y gris y amenazaba con lluvia. A las nueve tenía que
estar en la base de Guadalajara para dar una clase teórica sobre armamento a un
grupo de geos. Por primera vez desde que entró en aquel cuerpo de élite Peter
deseó poder olvidarse del trabajo. Pero no, no podía hacerlo. Muchos hombres y
en especial muchas vidas dependían de que él cumpliera con lo estipulado.
En el interior del coche los dos se besaban
incapaces de despedirse cuando el CD se acabó y se escuchó en la radio.
Gorrioncito
que melancolía.
En tus ojos
muere el día ya [...] yo sin ti... moriré.
Sin saber por qué los dos se miraron y supieron
que estaban retrasando la despedida. Finalmente Peter suspiró.
—Me ha encantado volver a verte, a pesar de que
al principio pensé que serías una auténtica molestia —dijo.
—Lo sé, me lo hiciste saber, en especial cuando
te perseguía haciendo footing por el campo —murmuró haciéndole reír.
—Te pido disculpas por ello. A veces soy algo...
—¿Rudo? ¿Descortés? ¿Grosero? —preguntó
divertida.
—Canija, si sigues diciéndome esas cosas tan
amables, te juro que te volveré a tapar la boca con lo que tú ya sabes.
Recordar aquel momento y, en especial, la cinta
americana les hizo sonreír.
—¿Sabes?
—¿Que?
—Me encanta que me llames canija... me gusta
mucho.
—Estrellita me quedo claro que no —se mofó él
mientras la voz de Sergio Dalma inundaba el interior del coche—. Por cierto,
gracias por los CD de música, creo que van a gustarme mucho.
—Vaya... me alegra saberlo…
Ambos sonrieron, pero la
tensión acumulada por el momento se
percibía en sus rostros.
Finalmente, la joven intentando desviar el tema dijo;
—Por cierto, despídeme de tu familia —abriendo
su bolso, sacó una agenda y de ella una foto suya en la que escribió algo y se
la entregó—: Toma, dásela a Nicolás para su mujer. Se lo prometí.
Peter asintió. Pensó en pedirle una para él,
pero finalmente desistió. Mejor no.
—... y dile a tu padre y al abuelo Goyo que
siento lo de la fabada. Aunque casi es mejor no haberles hecho pasar por esa
terrible experiencia —se mofó.
—Se lo
diré —rio él—. Pero conociéndolos sentirán mucho no haber podido despedirse personalmente de ti.
En especial el abuelo. En ti había encontrado una aliada para fumar.
Emocionada asintió y dándole vueltas a las gafas
que tenía en sus manos murmuró:
—No les digas la verdad de quién soy. Creo que
les decepcionaría y...
—Nunca
les decepcionarías. Pero,
tranquila, nuestro secreto
seguirá siendo nuestro.
Te lo prometo. Aunque
sé que mis
hermanas me someterán
al tercer grado
durante algún tiempo preguntándome por ti.
Pensar en aquellas personas
que la habían tratado como a una más de la familia sin apenas conocerla,
la emocionó. Y, sin poder evitarlo, los ojos se le encharcaron de lágrimas.
—Peter, tienes una familia increíble. Cuídales
mucho.
Al ver sus vidriosos ojos la atrajo hacia sí y
la abrazó. Aquella mujer a pesar de vivir rodeada de lujo y glamour, debía
sentirse muy sola... demasiado sola. Conmovido por el momento la besó en la
cabeza y susurró:
—Eh... canija. ¿Desde cuándo una diva del cine
llora?
Secándose rápidamente las lágrimas de sus
azulados ojos, sonrió y dijo a modo de disculpa:
—Soy una sensiblera. Tenías que haberme visto
cuando gané el Globo de Oro. Estuve llorando un mes. Es más, cada vez que veo
la estatuilla sobre la chimenea de mi habitación, aún lloro.
—Pues estás nominada a los Oscar. ¿Qué harás si
ganas? —bromeó él.
—Llorar a mares.
—Te propongo algo mejor —rio el—. Cuando sientas
que estás a punto de llorar y no quieras hacerlo, piensa en algo o alguien
divertido y eso te hará sonreír. Pruébalo. Es efectivo.
—Vale... lo recordaré.
Sin poder evitarlo volvió a besarla. Iba a echar
de menos aquella dulzura y, en especial, su chispa para hacerle sonreír. Algo
que pocas mujeres conseguían. Cuando se separó de ella murmuró mirándola a los
ojos:
—Volver a verte ha sido lo mejor que me ha
ocurrido en mucho tiempo. Lo mejor —insistió—. Y, por mucho
que me gustaría que te
quedaras, es mejor que te
marches porque, sinceramente Lali, yo no tengo nada que
ofrecerte. Nada.
El nudo de emociones que pugnaba por salir de su
garganta solo le permitió asentir. Él tenía razón. Era mejor acabar cuanto
antes con aquello. Las despedidas nunca le habían gustado y aquella no estaba
siendo nada fácil.
Tantos sentimientos pululando
a su antojo
estaban empezando desquiciarla.
Peter, intentando mantener su autocontrol y disciplina,
algo para lo que estaba muy preparado por su trabajo, con una candorosa sonrisa
indicó:
—Si vuelves a venir a España, ya sea por la
promoción de alguna película o simplemente porque te apetezca volver a comer en
mi cocina un sándwich de pavo, lechuga y mayonesa, por favor, házmelo saber ¿de
acuerdo?
—Por supuesto —asintió con una triste sonrisa.
No quería apartar sus ojos de él. Quería retener
todos y cada uno de los detalles de aquel hombre. Deseaba grabar su perfume, su
sonrisa... todo, pero los minutos en el reloj pasaban y él tenía que marcharse,
Lali decidió terminar con aquella agonía. Él lo había dejado muy claro, no
tenía nada que ofrecerle. Abrió la puerta del coche, y le dio un rápido beso en
los labios.
—Peter... es mejor que me vaya, si no al final
llegarás tarde a trabajar, y entonces sí que pensarás que he sido una molestia
—él sonrió— Mira, no te voy a decir adiós, porque nunca me ha gustado esa
palabra, mejor lo dejamos en un hasta pronto. ¿De acuerdo?
—Hasta pronto, estrellita —respondió él con voz
ronca.
Con una teatral sonrisa en los labios, Lali
cerró la puerta del coche y una vez fuera movió la mano a modo de despedida.
Durante unos segundos la observó. Necesitaba tanto como ella recordar
todos y cada uno sus preciosos rasgos.
Pero, finalmente, al verla caminar
hacia el interior del parador, quitó la radio y aquella triste
canción y pulsó play en el reproductor del coche. La música cañera de Metallica
le hizo despertar. Pisó el acelerador y se marchó. El mundo debía de continuar
incluso sin ella.
Espero k duren poco separados ,xk los dos van a sufrir.
ResponderEliminarMe sale verificador d palabras,¿Podrías quitarlo?.
Gracias!!!
He revisado la configuración y la he quitado, pero sigue el problema, no se que hace.
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