jueves, 30 de octubre de 2014

Capítulo 52

En la habitación del parador de Sigüenza, la joven estrella de cine miró por última vez por la ventana. Deseaba que aquel paisaje invernal y su paz la acompañasen el resto de su vida. Cerró los ojos y pensó en Peter, en su sonrisa, en su voz, en su mirada cuando le hacia el amor.


—Oh my God! ¡Basta de martirizarse! —gritó de pronto.

Abrió los ojos, cogió su bolso y sin pensar en nada más salió de la habitación.

En la recepción del hotel, Paula, con gesto agrio observó salir a Menchu. No entendía la amistad que la unía a aquel mariquita y la joven que lo acompañaba, y que, además, la noche anterior le había privado de Peter. Deseó ir a reprenderla, pero al estar atendiendo a los nuevos huéspedes en el mostrador no pudo y se quedó con las ganas. Sin embargo, cuando vio aparecer a la joven morena, y recordó  lo  ocurrido  la  noche  anterior,  llamó  a  un compañero  para  que  la  sustituyese  y salió escopetada tras ella.

—Un momento, señorita.

Lali, al escuchar aquella voz, se detuvo, y no se sorprendió al ver quien era la que la llamaba. Dejando su gran bolso de Loewe en el suelo, se colocó bien la peluca y esperó a que aquella llegara hasta ella.

—¿Se marcha ya? —preguntó Paula.

—Sí. En este instante.

Paula pareció intuir que ella sonreía bajo sus gafas oscuras.

—Me alegra saber que se marcha ¡por fin!

—Muy amable —suspiró Lali.

Acercándose más a ella Paula, murmuró casi en su oído.

—Y en cuanto a lo de anoche, quiero que sepas, maldita zorra que espero que algún día te hagan lo mismo. Yo era quien estaba con Peter y tu lo engatusaste  a saber con que malas artes y te lo llevaste para acostarte con el ¿verdad? pero no lo olvides, quien vive aquí soy yo, y no tú. Tú habrás podido gozar de una noche con él, pero yo disfrutaré de él todas las demás.

Al escuchar aquello, Lali se tensó. Imaginar a Peter acostándose  con aquella pechugona  le revolvía el estómago. Pero le gustara o no, ella tenía su parte de razón, aunque no pensaba permití que la faltara al respeto de aquella manera.

—Oh... Oh. Oh... Disculpe señora —siseó Lali marcando un espacio—, ¿Desde cuándo usted y yo nos tuteamos?

Paula, que no esperaba aquella reacción, se quedó paralizada y Lali continuó:

—Que yo sepa usted trabaja aquí y yo aún soy cliente del parador. ¿Lo la olvidado? Por lo tanto, si no le importa, me gustaría que me tratara con respeto y no como acostumbra a tratar a la pobre gente que trabaja con usted. Y en cuanto a mi vida privada, a usted precisamente no tengo que darle ninguna explicación. Pero déjeme decirle que yo no viviré aquí en Sigüenza, pero usted sí que trabaja aquí ¿verdad?

Aquella asintió y Lali prosiguió:

—Pues entonces no olvide que yo aquí soy el cliente, y si no quiere tener problemas  cierre la boca, deje de insultarme y aléjese de mí antes de que decida quéjame a dirección para que la pongan de patitas en la calle ¿me ha entendido?
Paula, a punto de explotar, no tuvo más remedio que recular. La gente les miraba, y le gustara o no, tenía que saber comportarse en su lugar de trabajo, y se había dejado llevar por la pasión, roja como un tomate se dio la vuelta y se marcho. Lali, enfadada por lo que aquella pechugona había dicho, se agachó, cogió su bolso Loewe y continuó su camino hacia el exterior.

En el aparcamiento  del parador, y ajenos a lo ocurrido, Gasti se despedía de una lacrimosa Menchu.

—Te  espero  en mi  casa, Darling.  No lo olvides  ¡Te encantara!  cuando  vengas  a verme  le llevaré al Golden y a VaniTy. Te presentaré a los  boys mas guapos que habrás visto en tu life y ya veras lo bien que lo vamos a pasar.

Emocionada por la amabilidad de Gasti, mientras sostenía en la mano la tarjeta con todos sus datos que este le había entregado murmuró:

—Gracias. Si puedo, intentaré ir cuando me den vacaciones.

—Tienes que poder Menchu. Prométemelo.

—Vale... te lo prometo —asintió con cariño.

—Te  tomo  la  palabra my  love.  ¡Uy!  Además  te  llevaré  de shopping  y verás  lo  guapa  y glamurosa que vas a regresar.

Aquellas palabras, y su particular manera de entremezclar el español y el inglés emocionaron a la joven que, contrayendo  el gesto, rompió  a llorar  de nuevo.  Ella era de todo menos  guapa  y glamurosa.

—Por el amor de Dior, Menchu... ¡no llores más! ... —murmuró Gasti.

—No puedo remediarlo. Habéis sido tan maravillosos conmigo que...

—Ay... ay... ay ¡Stop! Tú sí que has sido devine con nosotros. Tu discreción nos ha demostrado que eres una girl de fiar y eso, tesoro mío, ni Lali ni yo lo olvidaremos.

La joven volvió a hipar y Gasti, en un intento por hacerla hacer sonreír cuchicheó:

—Cielo stop de lloriqueos, ¿pero tú no sabes que es malísimo para el cutis y salen arrugas?

—No lo sabíaaaaaaaaaa...

Lali, aún enfurecida por lo ocurrido, se acercó a ellos y, al cruzar una mirada con su primo, comprendió lo que estaba pasando. Por ello, olvidando lo que le rondaba por la cabeza se acercó hasta la joven llorosa y la abrazó.

—Venga... venga Menchu, como dice Gasti stop de lloriqueos. Si sigues así conseguirás que se me corra el rímel, porque yo si que soy una buena llorona. Y oye... te espero en mi casa. —Al ver que la joven la miraba y se secaba las lágrimas continuó—: Te he dado mi dirección y mi teléfono directo. Solo tienes que llamarme, decirme cuando vienes y no preocuparte de ningún detalle más.
¿De acuerdo?

La joven conmovida asintió, sin entender aun la suerte que había tenido al conocer de aquella manera tan fortuita a aquellos dos. Gasti, al fijarse en su prima, y ver su entrecejo fruncido preguntó:

—¿Qué te ocurre reina?

Soltando  un suspiro  de  frustración  Lali  se  volvió  hacia  su primo  y gruñó  enfadada  tras quitarse las gafas.

—¿Te puedes creer que la pechugona artificial, me ha montado un numerito en el hall porque anoche Peter y yo nos fuimos juntos del bar?

—Normal honey ¡le levantaste el chulazo! —cuchicheó su primo—. Y mira lo que te digo, si a alguien se le ocurre levantarme a mí semejante adonis delante de mi cara... le arranco los ojos y me hago un collar con ellos.

—¡¿Paula te ha dicho algo?! —gritó Menchu. Lali asintió.

—Sí, hija sí... pero tranquila, ya la he puesto yo en su sitio.

Menchu, sorprendida  por lo que Paula hubiera podido decir, fue a comentar  algo cuando se escuchó el sonido de un coche entrar con prisa en el parking del parador. Los tres miraron con curiosidad y a Lali se le cayó el bolso de la impresión. Era él. Era Peter.

Sin tiempo que perder, él salió del coche y suspiró aliviado al comprobar que había llegado a tiempo. Unas turistas que estaban sacando sus maletas del maletero giraron las cabezas al ver pasar a aquel hombre. Era todo un lujo para la vista.

Con una seguridad que les dejó a todos plantificados, él camino hacia su objetivo. Lali. Sus botas negras y su aplomo a cada paso consiguieron hacer retumbar el corazón de la joven. Mientras ella no podía apartar su incrédula mirada de él. Los pantalones y la camisa de camuflaje que llevaba le hacían sexy, tremendamente sexy, y varonil. Se le resecó la garganta.

—Madre; mía, lo de Peter ¡es de escándalo! —cuchicheó Menchu patidifusa.

—Es lo más... si es más guapo revienta —murmuró Gasti boquiabierto—.  Confírmame ahora mismo Lali, que ose pedazo de macho, latino, y moreno que camina hacia nosotros con sonrisa de peligro y ojos de pasión es el mismo G.I.Joe de anoche o me tiro a sus brazos en este momento y me lo como a besos.

Lali con el corazón a mil por hora, no pudo articular palabra, tan solo asintió.

—Ahora mismo llamo al taller para que me reparen con urgencia la varita mágica. Yo quiero un spanish así only para mí.

Menchú sonrió ante su ocurrencia y sintió un extraño calor por el cuerpo. Ojalá algún día un hombre como aquel la mirara así. Peter llegó hasta ellos, recogió el bolso de Lali del suelo, se lo entregó y dijo:

—Canija, necesito hablar contigo.

—¿Ahora? —preguntó estupefacta al sentir su aterciopelada voz.

—Sí. Ahora. Ven.

Sin esperar a que ella accediera, Peter la tomó de la mano y con un suave tirón la obligó a moverse, Gasti todavía sobrecogido acercándose a una atónita Menchu cuchicheó:

—¿La ha llamado canija?

—Sí —suspiró la joven.

—Oh my God ¡es divine! —suspiró al recordar a su abuela—. Además de guapo y sexy. Mientras seguía con la mirada a aquellos dos, Gasti se abanicó con la mano y preguntó: —Menchu, sé sincera, ¿Hay más machos latinos como él por estas tierras?

Divertida  por  aquello,  la joven pensó  en algunos  de los  compañeros  de Peter y resoplando asintió.

A pocos metros de ellos una atónita y desconcertada Lali, aún sin creer que Peter estuviera frente a ella, con las gafas en la mano preguntó:

—¿Qué ocurre? ¿Qué haces aquí?

Con el aplomo de quien sabe perfectamente lo que desea, la atrajo hacia sí y la besó. Eso logró calmarle  un poco y, acto seguido,  la separó unos centímetros  de su cuerpo y con voz profunda murmuró:

—Pasa conmigo la Navidad.

—¡¿Cómo?!

Convencido de lo que decía, sin soltarla, prosiguió:

—Sé que es una locura, y que si lo descubre la prensa me puede traer infinidad de problemas, pero quédate.

—Vaya... —murmuró ella y él continuó—. Esta mañana cuando me despedí de ti, te dije que no tenía nada que ofrecerte pero estaba equivocado. Quizás lo que yo te ofrezca sea poco para lo que tú estás acostumbrada pero...

Turbada e impaciente le cortó y preguntó:

—¿Qué me ofreces?

—Veamos...  —sonrió  al ver su buena  disposición. Y sin dejar  de sonreír  sacó un trozo de cordón negro de su bolsillo, le cogió la mano y dejándola boquiabierta se lo ató alrededor de la muñeca.

—Peter, ¿esto qué es?

—La pulsera de todo incluido. —Al ver su gesto divertido él prosiguió—:  Eso quiere decir, alojamiento, comida, cama, sexo, café, música, toneladas de galletas Oreo, leche desnatada, todo lo que tú quieras y yo pueda ofrecerte.

—Tentador —asintió ella al ver a Paula asomarse a la puerta.

—También  incluye  paseos  por  el  campo  con Senda,  tardes  lluviosas  y frías,  películas  con palomitas en el sillón de mi casa, bailes en el salón con tú música y...

—¡¿Y?’

—... y una familia algo curiosa que celebra la Navidad con unión, regalos, villancicos y tradiciones. —Ella sonrió. Le encantaba.

—Pero no quiero engañarte. No todo lo que te ofrezco es bueno.

—¿No?

—No. Esta pulsera, incluye días que te quedarás a solas porque yo tendré que trabajar y excluye compromiso y reproches entre tú y yo.

—Acepto. —Aquel era un buen plan para pasar las Navidades.

Él sonrió y la besó con tal vehemencia que a ella le tembló todo el cuerpo. Mientras tanto, Paula enfadada por lo que acababa de presenciar, entraba en el parador y comenzaba a dar órdenes a diestro y siniestro.

—Tengo tres condiciones —dijo Lali de pronto.
Peter, feliz por saber que estaría con él un tiempo más, murmuró.

—Estoy abierto a negociar todo lo que tú quieras canija.

—La primera condición es que mi primo se quede con nosotros en tu casa. Él ha venido conmigo y también se irá conmigo.

Peter miró al joven que junto a Menchu les observaba, y al ver que este cuchicheaba con la amiga de su hermana sonrió.

—De acuerdo. Siempre y cuando no duerma con nosotros. ¿La segunda?

—Que  no  te  enfades  conmigo  porque  siempre  me  guste  decir  la  última  palabra  —se  mofó divertida y él se carcajeó.

—Te lo prometo. ¿Y la tercera?


—Que me hagas trencitas en el pelo como a tu sobrina cuando desayune por las mañanas. La dicha que sintió el geo al escuchar aquello, le hizo reír a mandíbula abierta. Era feliz.

1 comentario:

  1. Jajajajaja,lo d las trencitas me mató ,Lali es única poniendo condiciones.

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