En la habitación del parador de
Sigüenza, la joven estrella de cine miró por última vez por la ventana. Deseaba
que aquel paisaje invernal y su paz la acompañasen el resto de su vida. Cerró
los ojos y pensó en Peter, en su sonrisa, en su voz, en su mirada cuando le
hacia el amor.
—Oh my God! ¡Basta de martirizarse!
—gritó de pronto.
Abrió los ojos, cogió su bolso y sin
pensar en nada más salió de la habitación.
En la recepción del hotel, Paula,
con gesto agrio observó salir a Menchu. No entendía la amistad que la unía a
aquel mariquita y la joven que lo acompañaba, y que, además, la noche anterior
le había privado de Peter. Deseó ir a reprenderla, pero al estar atendiendo a
los nuevos huéspedes en el mostrador no pudo y se quedó con las ganas. Sin
embargo, cuando vio aparecer a la joven morena, y recordó lo
ocurrido la noche
anterior, llamó a un
compañero para que
la sustituyese y salió escopetada tras ella.
—Un momento, señorita.
Lali, al escuchar aquella voz, se
detuvo, y no se sorprendió al ver quien era la que la llamaba. Dejando su gran
bolso de Loewe en el suelo, se colocó bien la peluca y esperó a que aquella
llegara hasta ella.
—¿Se marcha ya? —preguntó Paula.
—Sí. En este instante.
Paula pareció intuir que ella sonreía
bajo sus gafas oscuras.
—Me alegra saber que se marcha ¡por
fin!
—Muy amable —suspiró Lali.
Acercándose más a ella Paula,
murmuró casi en su oído.
—Y en cuanto a lo de anoche, quiero
que sepas, maldita zorra que espero que algún día te hagan lo mismo. Yo era
quien estaba con Peter y tu lo engatusaste
a saber con que malas artes y te lo llevaste para acostarte con el
¿verdad? pero no lo olvides, quien vive aquí soy yo, y no tú. Tú habrás podido
gozar de una noche con él, pero yo disfrutaré de él todas las demás.
Al escuchar aquello, Lali se tensó.
Imaginar a Peter acostándose con aquella
pechugona le revolvía el estómago. Pero
le gustara o no, ella tenía su parte de razón, aunque no pensaba permití que la
faltara al respeto de aquella manera.
—Oh... Oh. Oh... Disculpe señora
—siseó Lali marcando un espacio—, ¿Desde cuándo usted y yo nos tuteamos?
Paula, que no esperaba aquella
reacción, se quedó paralizada y Lali continuó:
—Que yo sepa usted trabaja aquí y yo
aún soy cliente del parador. ¿Lo la olvidado? Por lo tanto, si no le importa,
me gustaría que me tratara con respeto y no como acostumbra a tratar a la pobre
gente que trabaja con usted. Y en cuanto a mi vida privada, a usted
precisamente no tengo que darle ninguna explicación. Pero déjeme decirle que yo
no viviré aquí en Sigüenza, pero usted sí que trabaja aquí ¿verdad?
Aquella asintió y Lali prosiguió:
—Pues entonces no olvide que yo aquí
soy el cliente, y si no quiere tener problemas
cierre la boca, deje de insultarme y aléjese de mí antes de que decida
quéjame a dirección para que la pongan de patitas en la calle ¿me ha entendido?
Paula, a punto de explotar, no tuvo
más remedio que recular. La gente les miraba, y le gustara o no, tenía que
saber comportarse en su lugar de trabajo, y se había dejado llevar por la
pasión, roja como un tomate se dio la vuelta y se marcho. Lali, enfadada por lo
que aquella pechugona había dicho, se agachó, cogió su bolso Loewe y continuó
su camino hacia el exterior.
En el aparcamiento del parador, y ajenos a lo ocurrido, Gasti se
despedía de una lacrimosa Menchu.
—Te
espero en mi casa, Darling. No lo olvides
¡Te encantara! cuando vengas
a verme le llevaré al Golden y a
VaniTy. Te presentaré a los boys mas
guapos que habrás visto en tu life y ya veras lo bien que lo vamos a pasar.
Emocionada por la amabilidad de
Gasti, mientras sostenía en la mano la tarjeta con todos sus datos que este le
había entregado murmuró:
—Gracias. Si puedo, intentaré ir
cuando me den vacaciones.
—Tienes que poder Menchu.
Prométemelo.
—Vale... te lo prometo —asintió con
cariño.
—Te
tomo la palabra my
love. ¡Uy! Además
te llevaré de shopping
y verás lo guapa
y glamurosa que vas a regresar.
Aquellas palabras, y su particular
manera de entremezclar el español y el inglés emocionaron a la joven que,
contrayendo el gesto, rompió a llorar
de nuevo. Ella era de todo
menos guapa y glamurosa.
—Por el amor de Dior, Menchu... ¡no
llores más! ... —murmuró Gasti.
—No puedo remediarlo. Habéis sido
tan maravillosos conmigo que...
—Ay... ay... ay ¡Stop! Tú sí que has
sido devine con nosotros. Tu discreción nos ha demostrado que eres una girl de
fiar y eso, tesoro mío, ni Lali ni yo lo olvidaremos.
La joven volvió a hipar y Gasti, en
un intento por hacerla hacer sonreír cuchicheó:
—Cielo stop de lloriqueos, ¿pero tú
no sabes que es malísimo para el cutis y salen arrugas?
—No lo sabíaaaaaaaaaa...
Lali, aún enfurecida por lo
ocurrido, se acercó a ellos y, al cruzar una mirada con su primo, comprendió lo
que estaba pasando. Por ello, olvidando lo que le rondaba por la cabeza se
acercó hasta la joven llorosa y la abrazó.
—Venga... venga Menchu, como dice
Gasti stop de lloriqueos. Si sigues así conseguirás que se me corra el rímel,
porque yo si que soy una buena llorona. Y oye... te espero en mi casa. —Al ver
que la joven la miraba y se secaba las lágrimas continuó—: Te he dado mi
dirección y mi teléfono directo. Solo tienes que llamarme, decirme cuando
vienes y no preocuparte de ningún detalle más.
¿De acuerdo?
La joven conmovida asintió, sin
entender aun la suerte que había tenido al conocer de aquella manera tan
fortuita a aquellos dos. Gasti, al fijarse en su prima, y ver su entrecejo
fruncido preguntó:
—¿Qué te ocurre reina?
Soltando un suspiro
de frustración Lali
se volvió hacia
su primo y gruñó enfadada
tras quitarse las gafas.
—¿Te puedes creer que la pechugona
artificial, me ha montado un numerito en el hall porque anoche Peter y yo nos
fuimos juntos del bar?
—Normal honey ¡le levantaste el
chulazo! —cuchicheó su primo—. Y mira lo que te digo, si a alguien se le ocurre
levantarme a mí semejante adonis delante de mi cara... le arranco los ojos y me
hago un collar con ellos.
—¡¿Paula te ha dicho algo?! —gritó
Menchu. Lali asintió.
—Sí, hija sí... pero tranquila, ya
la he puesto yo en su sitio.
Menchu, sorprendida por lo que Paula hubiera podido decir, fue a
comentar algo cuando se escuchó el
sonido de un coche entrar con prisa en el parking del parador. Los tres miraron
con curiosidad y a Lali se le cayó el bolso de la impresión. Era él. Era Peter.
Sin tiempo que perder, él salió del
coche y suspiró aliviado al comprobar que había llegado a tiempo. Unas turistas
que estaban sacando sus maletas del maletero giraron las cabezas al ver pasar a
aquel hombre. Era todo un lujo para la vista.
Con una seguridad que les dejó a
todos plantificados, él camino hacia su objetivo. Lali. Sus botas negras y su
aplomo a cada paso consiguieron hacer retumbar el corazón de la joven. Mientras
ella no podía apartar su incrédula mirada de él. Los pantalones y la camisa de
camuflaje que llevaba le hacían sexy, tremendamente sexy, y varonil. Se le
resecó la garganta.
—Madre; mía, lo de Peter ¡es de
escándalo! —cuchicheó Menchu patidifusa.
—Es lo más... si es más guapo
revienta —murmuró Gasti boquiabierto—.
Confírmame ahora mismo Lali, que ose pedazo de macho, latino, y moreno
que camina hacia nosotros con sonrisa de peligro y ojos de pasión es el mismo
G.I.Joe de anoche o me tiro a sus brazos en este momento y me lo como a besos.
Lali con el corazón a mil por hora,
no pudo articular palabra, tan solo asintió.
—Ahora mismo llamo al taller para
que me reparen con urgencia la varita mágica. Yo quiero un spanish así only
para mí.
Menchú sonrió ante su ocurrencia y
sintió un extraño calor por el cuerpo. Ojalá algún día un hombre como aquel la
mirara así. Peter llegó hasta ellos, recogió el bolso de Lali del suelo, se lo
entregó y dijo:
—Canija, necesito hablar contigo.
—¿Ahora? —preguntó estupefacta al
sentir su aterciopelada voz.
—Sí. Ahora. Ven.
Sin esperar a que ella accediera,
Peter la tomó de la mano y con un suave tirón la obligó a moverse, Gasti
todavía sobrecogido acercándose a una atónita Menchu cuchicheó:
—¿La ha llamado canija?
—Sí —suspiró la joven.
—Oh my God ¡es divine! —suspiró al
recordar a su abuela—. Además de guapo y sexy. Mientras seguía con la mirada a
aquellos dos, Gasti se abanicó con la mano y preguntó: —Menchu, sé sincera,
¿Hay más machos latinos como él por estas tierras?
Divertida por
aquello, la joven pensó en algunos
de los compañeros de Peter y resoplando asintió.
A pocos metros de ellos una atónita
y desconcertada Lali, aún sin creer que Peter estuviera frente a ella, con las gafas
en la mano preguntó:
—¿Qué ocurre? ¿Qué haces aquí?
Con el aplomo de quien sabe
perfectamente lo que desea, la atrajo hacia sí y la besó. Eso logró
calmarle un poco y, acto seguido, la separó unos centímetros de su cuerpo y con voz profunda murmuró:
—Pasa conmigo la Navidad.
—¡¿Cómo?!
Convencido de lo que decía, sin
soltarla, prosiguió:
—Sé que es una locura, y que si lo
descubre la prensa me puede traer infinidad de problemas, pero quédate.
—Vaya... —murmuró ella y él
continuó—. Esta mañana cuando me despedí de ti, te dije que no tenía nada que
ofrecerte pero estaba equivocado. Quizás lo que yo te ofrezca sea poco para lo
que tú estás acostumbrada pero...
Turbada e impaciente le cortó y
preguntó:
—¿Qué me ofreces?
—Veamos... —sonrió
al ver su buena disposición. Y
sin dejar de sonreír sacó un trozo de cordón negro de su bolsillo,
le cogió la mano y dejándola boquiabierta se lo ató alrededor de la muñeca.
—Peter, ¿esto qué es?
—La pulsera de todo incluido. —Al ver
su gesto divertido él prosiguió—: Eso
quiere decir, alojamiento, comida, cama, sexo, café, música, toneladas de
galletas Oreo, leche desnatada, todo lo que tú quieras y yo pueda ofrecerte.
—Tentador —asintió ella al ver a
Paula asomarse a la puerta.
—También incluye
paseos por el
campo con Senda, tardes
lluviosas y frías, películas
con palomitas en el sillón de mi casa, bailes en el salón con tú música
y...
—¡¿Y?’
—... y una familia algo curiosa que
celebra la Navidad con unión, regalos, villancicos y tradiciones. —Ella sonrió.
Le encantaba.
—Pero no quiero engañarte. No todo
lo que te ofrezco es bueno.
—¿No?
—No. Esta pulsera, incluye días que
te quedarás a solas porque yo tendré que trabajar y excluye compromiso y
reproches entre tú y yo.
—Acepto. —Aquel era un buen plan
para pasar las Navidades.
Él sonrió y la besó con tal
vehemencia que a ella le tembló todo el cuerpo. Mientras tanto, Paula enfadada
por lo que acababa de presenciar, entraba en el parador y comenzaba a dar
órdenes a diestro y siniestro.
—Tengo tres condiciones —dijo Lali
de pronto.
Peter, feliz por saber que estaría
con él un tiempo más, murmuró.
—Estoy abierto a negociar todo lo
que tú quieras canija.
—La primera condición es que mi
primo se quede con nosotros en tu casa. Él ha venido conmigo y también se irá
conmigo.
Peter miró al joven que junto a
Menchu les observaba, y al ver que este cuchicheaba con la amiga de su hermana
sonrió.
—De acuerdo. Siempre y cuando no
duerma con nosotros. ¿La segunda?
—Que
no te enfades
conmigo porque siempre
me guste decir
la última palabra
—se mofó divertida y él se
carcajeó.
—Te lo prometo. ¿Y la tercera?
—Que
me hagas trencitas en el pelo como a tu sobrina cuando desayune por las
mañanas. La dicha que sintió el geo al escuchar aquello, le hizo reír a
mandíbula abierta. Era feliz.
Jajajajaja,lo d las trencitas me mató ,Lali es única poniendo condiciones.
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