lunes, 9 de marzo de 2015

Capítulo 91

Aquella información hizo que Peter suspirara aliviado. El saber que había regresado a casa sola, sin aquel guaperas le reconfortó, pero sabedor de que ella no se lo pondría fácil miró al Gasti y añadió:

—Solo dime una cosa más.

—¿El qué?

—Lo que dijo el otro día en los Oscar ¿es verdad?

Emocionado por recordar aquel momento, Gasti gimió y tras retener el temblor de su barbilla respondió.

—Te quiere más que a su life...

Segundos después y guiado por Gasti, un desafiante Peter fue en busca de su vida. De Lali.  En el interior de la preciosa casa de la actriz Mariana Espósito, el silencio reinaba y solo era roto por la banda sonora de la película West Side Story.

Tumbada en su enorme sofá del salón y vestida con un pijama blanco Lali, a oscuras, veía aquella maravillosa película mientras comía galletas Oreo y lloraba a moco tendido. Tanto la el tema que Leonard Bernstein creó para esa película como la historia de la misma siempre la habían cautivado.

Sobre la mesita de centro que tenía enfrente había cinco cosas: una caja de Kleenex, su Oscar, una bolsa enorme de galletas Oreo casi vacía, una botella de agua y un vaso. Alargando la mano cogió un Kleenex y se sonó la nariz. Después dio un trago de agua y, finalmente,  y ante nuevos sollozos  provocados  al  ver  a María,  la  prota  de  la  película,  sufrir,  cogió  una  galleta  Oreo  la mordisqueó y gimoteó:

—Ay Dios... que ya vas a morir... que vas a morirrrrrrrrrrr.

Gasti y Peter que habían entrado sin hacer mido por la puerta de la cocina, llegaron hasta el salón sin que ella notase su presencia.

—Por el amor de mi life. La está viendo otra vez —murmuró Gasti.

Peter apenas miraba la pantalla. Solo quería ver a Lali, ya que en ese momento solo podía escuchar su voz.

—Yo me voy. Os dejo solos —cuchicheó  Gasti y tendiéndole  algo dijo—: Toma lo que me pediste y ahora como diría el abuelo Goyo ¡Suerte y al toro!

Tras enseñarle los pulgares de ambas manos en señal de buena suerte, el joven se marchó por donde había llegado. Durante  más de diez minutos  Peter estuvo escondido  entre las sombras  sin saber  qué  decir,  ni  qué  hacer.  Había  pensado  lanías  cosas  durante  aquellas  ultimas  horas,  que cuando  llegó  el  momento  de  expresarlas  apenas  si  podía  reaccionar.  De  pronto  la  observó levantarse  y dirigirse  hacia  una  mesa  grande  de donde  cogió  un nuevo  paquete  de galletas.  El corazón le comenzó a palpitar con fuerza. Escondido en la oscuridad la vio moverse por el salón a oscuras hasta que se sentó despreocupadamente sobre el respaldo del sillón.

—Oh Dios... no quiero verlo... no quiero verlooooooooo.

Confundido  por lo que ella decía y por la intensidad  de la música, la vio escurrirse  por el respaldo del sillón y en el momento álgido de la película gritar entre sollozos:

—¿Por qué te tienes que morirrrrrrrr? ¿Por quéeeeeeeee?

Asustado por sus sollozos, Peter salió de las sombras dispuesto a consolarla. Ella al sentir una presencia se asustó, se levantó a oscuras, cogió la botella de cristal y la lanzó contra su oponente. Se escuchó un golpe, una blasfemia y el cristal caer al suelo y hacerse añicos. Sin perder un segundo, la joven lanzó también el vaso y cuando iba a tirar el Oscar escuchó:

—¡Canija... para que soy yo!

Esa palabra. Esa voz, le hicieron parar de golpe. Se agachó y cogió un mando. Presionó un botón y se quedó sin palabras al encenderse la luz y descubrir que quien estaba ante ella empapado de agua era él, tan impresionantemente atractivo como siempre.

Deseo correr hacia él y abrazarle, pero sus pies parecían clavados al suelo. Todavía recordaba lo que había sucedido la noche anterior en casa de Anthony, y las terribles cosas que él le dejó en el contestador de su móvil y eso no pensaba perdonárselo. Sin dejar de mirarle, agarró el Oscar con
seguridad entre sus manos y se puso tras el sillón para mantener las distancias con él.

—¿Cómo has entrado?

—Cielo... escúchame.

—¿Qué haces aquí? Le dije a Gasti que no quería verle ¡Fuera de mi casa! —gritó con gesto hosco.

Peter, que gracias a la luz por fin podía ver el rostro de Lali, sintió deseos de abrazarla, estaba preciosa con aquel pijama, el pelo desgreñado y la boca sucia de migas de las galletas Oreo. Pero su actitud combativa y la tensión que reflejaban sus movimientos le indicaron cautela.

—Lo primero de todo cielo, baja el Oscar y...

—¡No me llames cielo! Ni canija... ni nada —vociferó muy enfadada.

—Vale... de acuerdo —asintió acercándose a ella despacio.

—No quiero que estés aquí. No quiero verte. No quiero necesitarte. No quiero quererte. Solo quiero que te vayas y desaparezcas por dónde has venido o te juro que lo vas a lamentar.

—Lo siento, pero no puedo hacer nada de eso, porque he venido a por ti.

—¿A por mi? ¿Te has vuelto loco?

Peter sonrió y al ver como ella resoplaba asintió y dijo:

—Sí... estoy completamente loco por ti.

Con el corazón latiéndole con fuerza, Lali intentó centrarse. Ante ella estaba el hombre al que amaba, pero que también le había partido el corazón con sus palabras, y cambiando el peso de un pie al otro gritó:

—¡Me dejaste muy claro lo que sentías hacía mi! En tu mensaje me dijiste que me odiabas. Que yo era la peor persona del mundo. Me dijiste que...

—Siento todo lo que dije. Me arrepiento de haberte enviado ese maldito mensaje cuando lo que realmente tenía que haber dicho era que te quería. Que volvieras conmigo. Que no podía vivir sin ti, que el único problema en nuestra relación era yo con mis continuos miedos hacia ti y tu profesión, —al  ver que ella bajaba  el Oscar  continuó—: Esperé  tu llamada.  Tu respuesta.  Tu enfado.  Tú siempre te jactas de decir la última palabra ¿Por qué no me llamaste? ¿Por qué no me insultaste? ¿Por qué?

—Porque no quería hacerte más daño del que ya te había hecho Peter —gimió cogiendo un kleenex de la mesa— ...por eso no te llamé.

—Sé que las cosas que me dijiste aquel día no las sentías. Lo hiciste para que yo te odiara y me alejara de ti ¿verdad?

Ella no respondió y el insistió:

—La mujer que yo conocí, nunca me hubiera dicho que yo no podría seguir su ritmo de vida porque nunca ha sido una clasista. La mujer que yo conocí no tenía enamoramientos caprichosos porque ama de verdad y selecciona muy bien a quien querer. Pero tú, como buena actriz, dentro de mi furia aquel día conseguiste engañarme. La mujer que habló y dijo cosas terribles fue Mariana Espósito. Escondiste a Lali y su sensibilidad y me diste lo que yo, en cierto modo, me merecía escuchar ¿verdad canija? Y por favor, no me mientas.

Boquiabierta por escuchar aquello murmuró:
—Yo... yo te quería, te adoraba por ser como eras, por mirarme como me mirabas, por reírte conmigo por lo mal que cocino, pero...

—Canija ven...

—No.

—Ven cielo...

—No —gruñó ella—. Hemos tenido dos oportunidades  para darnos cuenta que lo nuestro no puede funcionar. Somos demasiado diferentes. Nuestros mundos son demasiado dispares y... y... a mi me gusta ser actriz, ¡quiero ser actriz! Tanto como a ti te gusta ser un geo español. Tú no soportas que yo bese a otros por exigencias del guión, y yo no soporto que te juegues la vida cada vez que sales de casa y te diriges a alguno de esos peligrosos  operativos. Además, está la prensa y sus continuos cotilleos y...

—¿Y?

Sorprendida por aquella pregunta y cada vez más aturdida por cómo la miraba, se retiró su rubio pelo de la cara y aclaró:

—Pues  que  yo  no  puedo  ofrecerte  lo  que  tú necesitas  por  que  mi  mundo  está  plagado  de cámaras, fotos, indiscreción, preguntas y...

—Ven cielo...

—No... escúchame —exigió ella—. Tú adoras tu anonimato, tu tranquilidad y yo no puedo darte eso. La prensa, ellos...

—Les miraremos y les diremos eso de: ¿Y a ti que te importa? Lali sonrió, pero segundos después cambio su gesto.
—Por favor vete. No lo hagas más difícil.

Pero Peter no se movió y clavando su oscura mirada en ella dijo


—Vi la entrega de los Oscar y creí entender que sentías algo por mí.

1 comentario:

  1. K obstinados !!!!.
    Peter dio en el clavo con las últimas palabras

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