El timbre de la puerta volvió a
sonar e Irene fue a contestar. Dos segundos después el abuelo Goyo, Manuel y
Almudena con el bebé en brazos entraron. Peter, a punto de explotar, deseó
gritar. De pronto, casi toda su familia se había plantado en su casa a la
espera de una explicación.
Todos hablaban a la vez y estaban volviéndole loco.
Entonces apareció Lali en la puerta de la cocina con gesto adormilado.
—¿Qué os pasa?
La familia al completo se quedó
contemplando aquella aparición:
—Copón bendito, ¿te has desteñido
gorrioncillo? —le preguntó el abuelo Goyo.
—¡La rubia! —murmuró Irene.
Lali
se despertó de
golpe. Estaba tan dormida
y sorprendida por el
jaleo que no
había reparado en su aspecto.
—Joder, es cierto —gritó Almudena—.
¡Eres Mariana Espósito!
—Y la rubia que vi esa noche con
Peter —insistió Irene, ojiplática.
Fue a contestar, cuando reparó en
las fotos de la portada del periódico que el padre de Peter llevaba en la mano.
Con un rápido movimiento se lo arrebató.
—Oh no... oh no... ¡oh no!
—Oh sí my love...oh sí —asintió
Gasti antes de que Peter pudiera ni gesticular.
Todos fueron testigos de cómo el
gesto dormido de Lali se transformaba en otro devastador. Tan devastador que
incluso Peter se asustó cuando vio cómo Lali paseaba sus claros ojos por la
habitación y los clavaba en su hermana Eva. De pronto, una frialdad arrolladora
se instaló en su mirada y levantando la barbilla al más estilo hollywoodiense
se acercó a aquella y dijo:
—Felicidades Eva. Has conseguido tu
gran noticia.
—No... yo no...
—Espero que esto te reporte muchas
ganancias y un buen trabajo. Siempre quisiste una buena noticia y cuando la has
tenido no la has desaprovechado, ¿verdad?
—Lali yo no he sido. Te lo prometo.
Con una fría sonrisa cabeceó y
torciendo el gesto siseó:
—¿Acaso pretendes que te crea?
—Sí —suplicó aquella—. Tienes que
creerme yo...
—¿Crees que soy tan tonta como para
no entender que una periodista como tú simplemente ha optado por vender a su
propio hermano con tal de ganar fama y dinero? ¿Acaso crees que eres la primera
persona que me vende?
—Entiendo que no me creas —insistió
Eva sollozando—, pero yo no he vendido nada. Te lo prometo.
Su padre, tan sorprendido como el
resto del giro que habían dado los acontecimientos, al ver el estado en el que
estaba a su hija se acercó y la abrazó con cariño.
—Papá te juro por lo que tú más
quieras que yo no he sido, le lo juro. Con gesto devastador, Lali siseó llena
de ira:
—Él es tu padre y puede creer lo que
quiera, pero yo no. ¡No te creo!
Con la mente funcionando a mil por
hora joven estrella del cine calibró la situación. Debía de salir cuanto antes
de aquella casa.
—Sí mi hermana dice que no ha sido,
debes creerla.
—Sí claro... no lo dudo —se mofó
Lali.
Enfadado y con ganas de hacer una
locura, Peter agarró a la joven a la que tanto deseaba por el codo y, atrayendo
su fría mirada, se reafirmó.
—Te
repito, que si
mi hermana dice
que ella no
ha sido, no
ha sido. No
ocasiones más problemas.
—¿Problemas? ¿Yo ocasiono
problemas? —gritó ella fuera de
control—. Yo no soy ningún problema. Maldita sea, ¿por qué todo el mundo se empeña
en llamarme así?
—Basta ya... Lali. Basta ya —siseó
malhumorado.
Oír su dura voz y ver su mirada
fuera de si la hizo reaccionar. Durante unos segundos se miraron a los ojos con
desesperación. Sus miradas hablaban por si solas y al final Lali, retirándose
su rubio pelo de la cara, dijo en un tono más conciliador:
—De acuerdo. Eva, te pido disculpas
por lo que te he dicho. Pero estoy tan acostumbrada a que la gente me traicione
por dinero, que es en lo primero que he pensado.
La muchacha al escucharla cabeceó
abrazada a su padre, cuando el móvil de Peter sonó.
—Gorrioncillo, la base de toda buena
familia es la confianza y el amor. Dinero no tendremos mucho, pero confianza y
amor a raudales. Por cierto, ¿de cuantos rombos haces las películas? — quiso
saber el abuelo Goyo.
Aquello la hizo sonreír y tras mirar
a su primo y ver lo emocionado y calladito que estaba, entendió lo inevitable,
se tenía que despedir de aquella maravillosa gente.
Al fondo del salón, Peter parecía
discutir con alguien a través del móvil.
—No me toques más las narices,
Fernández —le oyó gritar—. Eso que tú has visto no es nada por lo que yo deba
de dar explicaciones. Es impensable lo que estás diciendo, impensable.
Impensable pensó con dolor Lali al
escucharle, le gustara o no él tenía razón. Que pudiera haber algo más entre
ellos era, como la propia palabra resumía, impensable.
Durante un rato le observó. Su gesto
preocupado y sus aspavientos al hablar
le pusieron los pelos de punta. Todo lo que habían vivido durante aquel último
mes había sido maravilloso, pero con un gran dolor en el corazón supo que
aquello tenía que acabar.
Jajajjajaja,el abuelo Goyo!!!
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