—¿Qué coño hacías levantándole la tía a Lucas?
Sin querer contestar, continuó andando hacia el coche junto a una ardiente
Paula. Pero una vez llegó a él miró a su amigo, que se quedó a cuadros cuando
dijo:
—Nicolas, ¿puedes acompañar a Paula a su casa?
—¡¿Cómo?! —gritó la mujer en cuestión.
Eugenia y
su marido se miraron y rápidamente este se puso al lado de su amigo y preguntó:
—¿Qué
estás diciendo? ¿Cómo voy a llevar a Paula a su casa si está deseando que la lleves
tú? Joder macho, que vive en ese portal —dijo señalando hacia su derecha.
Peter,
clavando los ojos en su amigo, dijo muy serio:
—Créeme. A mí también me apetece ir con ella y
poner en práctica lo que me lleva susurrando toda la noche, pero no puedo irme
sin solucionar algo.
—¿El qué? Resoplando, Peter le miró. ¿Cómo
decirle que la morenita del culo estupendo era Mariana Espósito?
—Churri —llamó Eugenia— Venga vámonos.
—Un segundo, preciosa.
Los dos amigos se miraron
y Peter con un gesto que Nicolas entendió murmuro haciéndole sonreír:
—Confía en mí churri, y por favor, acompaña a
Paula hasta mi portal y mañana te explico.
Si algo había entre ellos era confianza y
aquellas palabras le hicieron suponer a Nicolas que algo que se le había
escapado a él había ocurrido. Lo que no sabía era el qué.
—Mañana sin falta —insistió su amigo y Peter
asintió.
Nicolas accionó el botón de su coche y lo cerró. Peter era un tío muy
lógico y si hacía algo tenía un por qué, del que más larde se enteraría..
Paula paralizada por aquel desplante miró a Peter,
aquel ardoroso y caliente hombre, y suspiró. Ambos sabían lo que había, pero
aquello le molestó. Y tras darle un beso en los labios de despedidla murmuró
resignada:
—Llámame otro día. Peter asintió. Una vez vio a Nicolas
y su mujer alejarse con Paula, regresó al local.
Sin pararse a pensar, llegó
hasta donde estaban sus compañeros con Lali y tras echarse a la joven al
hombro, que gritó al sentirse como un saco de patatas, dijo con seguridad:
—Lucas, no te lio tomes a mal, pero ya te dije
que Lali y yo somos viejos amigos y tenemos algo de lo que hablar. Luego
mirando i Menchu dijo en tono seco:
—Vamos, te llevaré a tu casa. Damián y Lucas
sorprendidos y malhumorados porque su compañero se llevara su diversión asegurada
fueron a protestar, pero la mirada de aquel les calló.
Minutos después Peter
dejó a Menchu en su casa, y continuó hacia la suya mientras Lali roncaba en la
parte trasera del coche.
Un sonido molesto y continuo la despertó. El
móvil. Sin abrir los ojos Lali buscó el dichoso aparatito a su alrededor pero
no lo encontró. Se sentó en la cama y continuó buscando la fuente del sonido
atronador, y cuando vio que estaba sobre una mesilla blanca lo cogió y
contestó.
—¿Si? —Oh my Godl Me vas a matar a disgustos
—gritó un desencajado Gasti— ¿Dónde estás? ¿Dónde te metes? Maldita sea, cuchi,
lo tuyo no tiene nombre.
Anoche
saliste a tomar unas copas con la girl del parador y son ¡las doce de la
mañana! Te podría haber raptado a saber Dios y yo aquí tan pancho y sin
enterarme. Pero ¿dónde estás? Intentando ordenar sus ideas y, sobre todo,
responder a un alocado Gasti, miró a su alrededor.
—Por favor ¿puedes dejar de gritar? Yo m...
—Tienes voz de resaca. You have a hangover!
—chilló al escucharla.
—Si vuelves a gritar te juro que te cuelgo
—siseó alejándose el móvil de la oreja.
—Ok. ¿Dónde estás? Miró a su alrededor. Lo
último que recordaba era estar en un bar atestado de gente divirtiéndose con
Menchu y dos hombres. Levantando las sábanas comprobó que no llevaba su ropa,
aunque sí llevaba una camiseta enorme y negra. Horrorizada por lo que hubiera
podido ocurrir se llevó la mano a la cabeza ¡la peluca! ¿Dónde la había dejado?
Tras verla sobre un sillón se llevó las manos a los ojos. ¡Las lentillas! No
podía dormir con lentillas y ella había dormido. Asustada por el mal que
hubiera podido ocasionar a su vista murmuró:
—Gasti...
—Mira lo que le digo Lali, como se entere la
prensa esto va a ser un scandal... y si your father o tu agente se enteran de
lo que estás haciendo —tras resoplar gritó teatralmente—. Oh my Godl Me pones
histérica cuando haces estas cosas y...
—Que no grites —refunfuñó mientras se metía un
dedo en el ojo. «Ay Dios... que no encuentro lo lentilla» pensó cerrando el ojo
molesta.
—Okey... —suspiró Gasti y en tono combativo
preguntó—. ¿Su majestad, la princess, cuando me hará el honor de regresar al
castillo?
—No lo sé... —respondió preocupada por sus ojos.
¿Dónde estaban las lentillas? Gasti, al sentirla tan despistada, perdió la paciencia
y gritó:
—¿Cómo que no lo sabes? Pero, where the hell are
you?
—En casa de Menchu. Sin ganas de bromear Gasti
se retiró con glamour su flequillo de la cara y siseó.
—Pues ya puedes ir levantando tu pretty culito
de colibrí de allí y venirte para acá. ¿Me has entendido?
—Ok. Al escuchar aquella contestación el
muchacho cambió su tono de voz y dijo emocionado. —Ay, queen ¡es que tengo que
contarte algo! Algo divino... maravilloso... Con un dolor de cabeza increíble Lali,
que no quería escucharle ni un segundo más, dijo:
—Luego me lo cuentas. Adiós. Y, sin más, le
colgó. Pero cuando fue a levantarse estaba tan torpe que se le enredó un pie en
la sabana y, sin poder evitarlo, cayó contra el suelo provocando un gran
estruendo.